Bannon y el bidón de gasolina
Su objetivo es construir un movimiento paneuropeo basado en dos ideas: el cierre de fronteras y el repliegue interior de cada país para combatir la globalización
Steve Bannon se pasea por Europa con un bidón de gasolina y una cerilla. Ha llegado dispuesto a hacer todo lo posible para que el fuego del populismo de derechas devore el edificio de la construcción europea. Con su aspecto desaliñado y un punto melancólico, de perdedor que busca la compasión de otros perdedores, el que fuera el ideólogo y uno de los principales artífices del triunfo electoral que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca intenta ahora el asedio de la fortaleza europea. Y ha elegido las elecciones del próximo mayo como campo de batalla.
Bannon quiere construir un movimiento paneuropeo basado en dos ideas: el cierre de fronteras para impedir la inmigración y el repliegue interior de cada país para combatir la globalización. Quiere levantar una ola de populismo nacionalista. Lo hace con un discurso antisistema, y como tal tiene posibilidades de prosperar. Son muchos los descontentos, muchos los perdedores de una globalización sin reglas en la que imperan los intereses extractivos de los más fuertes. Pero no es precisamente justicia social lo que pretende Bannon.
Lo que en Estados Unidos fue una campaña contra las élites políticas de Washington, en Europa es una campaña contra las estructuras comunitarias y la idea misma de Unión Europea. Por eso ha ubicado en Bruselas el artefacto con el que ofrece apoyo logístico a las fuerzas de extrema derecha de toda Europa. Se llama The Moviment y es algo más que una oficina siniestra de la que saldrán consejeros, spin doctors, especialistas en obtención y manipulación de datos y expertos viralizadores de fake news. Es el embrión de una internacional del pensamiento neocon dispuesta a coordinar todas las fuerzas xenófobas y retrógradas que operan en Europa.
Lanza el señuelo de que es preciso superar la división derecha-izquierda, una forma de proclamar el fin de las ideologías, pero el que promueve es el más ideologizado de los movimientos. Y llama al cierre nacionalista cuando opera con objetivos globales y estructuras transnacionales. Europa debe preguntarse qué ha hecho mal para que este discurso, plagado de falsedades y contradicciones, pueda calar. Los éxitos electorales que ya ha cosechado —Hungría, Polonia, Austria, Italia— deberían ponernos en guardia sobre lo que puede venir. ¿Estamos haciendo suficiente para desactivar a los pirómanos?
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