En el mundo ideal de los Premios Goya
El humorista Joaquín Reyes disecciona desde un irónico punto de vista la gala que presentó el año pasado junto a Ernesto Sevilla
La gala de los Goya es un caramelito; hay tortas por presentarla. Como saben, nosotros tuvimos la suerte de hacerlo el año pasado y salió, huelga decirlo, redonda. Si no hemos repetido es porque no había margen de mejora. Pero no quiero pecar de jactancioso, es coser y cantar, principalmente por cinco razones.
Te dejan trabajar con tranquilidad.
No es este el típico encargo donde hay mucha gente opinando, poniéndote la cabeza como un bombo; confían en ti de principio a fin. No hay cortapisas, ni censura, te animan, incluso, a que arriesgues y seas original. Se celebra que te metas en algún jardín si es preciso; el lema: mejor pedir perdón que pedir permiso, está grabado en piedra.
Es un show dinámico.
Una velada donde se entregan menos de cuarenta premios y los afortunados, como es lógico, se emocionan y desmenuzan discursos de agradecimiento acordándose de compañeros, familiares, mascotas… etcétera, no se puede hacer cansina. Son casi tres horas que se pasan voladas.
Se recibe siempre con mucho cariño.
En el caso, poco probable, de que la cosa zozobre, por… (no sé, ahora no se me ocurre qué podría pasar) no hay razón para languidecer porque se goza de la comprensión de los espectadores. Al día siguiente las redes sociales se llenan de mensajes de amor. Los hashtags te arrullan y te dan besitos.
Hay dinero a mansalva.
El presupuesto es tan grande que prácticamente todo se hace materializa y las galas lucen glamurosas, con números musicales dignos del Hollywood dorado.
El cine español despierta entusiasmo.
La mayoría de las películas que compiten han sido vistas por todos los espectadores, por lo tanto, el reparto de Goyas es seguido con una emoción bárbara desde el minuto uno.
Y bueno… Les tengo que dejar, me voy a mi sesión de terapia con Manel Fuentes, Carmen Machi y Antonia San Juan.
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