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El calvario de los obispos en la Venezuela chavista

La relación entre la Iglesia católica y el régimen bolivariano se ha movido entre la farsa y la tragedia

Monjas y sacerdotes encabezan una marcha en junio de 2017 en recuerdo de un joven que murió en Caracas en un choque con la policía durante las jornadas de protestas.
Monjas y sacerdotes encabezan una marcha en junio de 2017 en recuerdo de un joven que murió en Caracas en un choque con la policía durante las jornadas de protestas. Manaure Quintero (Getty)

No se ha encontrado la frase de Hegel sobre la que Marx construye su idea de que la historia se repite dos veces, una como tragedia y después como farsa. Venezuela podría ser un modelo, sobre todo en los últimos 20 años, con crisis políticas y sociales a punto de estallar.

La situación actual, tras el desafío al régimen de Maduro planteado por el presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó, recuerda lo ocurrido los días 11 a 14 de abril de 2002, con el golpe de Estado que echó del poder durante 47 horas al presidente Hugo Chávez. Entonces, los obispos de la Iglesia venezolana y, con más discreción, el Vaticano tuvieron un protagonismo especial. Vuelve a producirse ahora. El arzobispo Baltazar Porras presidía en 2002 la Conferencia Episcopal Venezolana y era objeto de ataques y mofas por parte de Chávez. Nombrado cardenal en 2016 por el papa Francisco y enfrentado ahora al presidente Nicolás Maduro, ha escrito su versión de lo sucedido.

La Constitución de Venezuela, la Bolivariana, inspirada por Chávez y aprobada en referéndum en 1999, cita a Dios en la segunda línea del preámbulo (“El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios…”). Es mucho más de lo que ocurre en la Ley Fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano, que ni siquiera cita a la Iglesia católica. Así la fórmula con la que Chávez asumió la presidencia rezaba: “Juro delante de Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo”.

Chávez solía expresar jocosamente sus críticas a la Iglesia. Pero pidió socorro al arzobispo Porras para salvar la vida en 2002

Maduro es de origen judío sefardí, pero también se declara cristiano. “Oren por mí”, pidió el miércoles en la inauguración del Congreso del Movimiento Cristiano por la Paz. “Mientras enfrento pruebas cada vez más fuertes, soy cada vez más creyente porque Él me protege con su manto sagrado”.

Cómo explicar, entonces, la agresividad contra los obispos venezolanos, a los que los chavistas ridiculizan sin piedad. Es la política. Sabedores del desprestigio de las altas jerarquías católicas en un país mayoritariamente cristiano, los atacan para contrastarlos con sacerdotes que trabajan entre los pobres. Maduro: “Nosotros somos los auténticos cristianos. Los obispos están apuñalando a Cristo”.

Tampoco los obispos se han mordido la lengua, aunque entre el catolicismo más conservador se reprocha al papa Francisco mantener una posición débil ante el chavismo por recibir en audiencia al presidente Maduro, sonrientes los dos, y por enviar un representante del Vaticano a su toma de posesión. La misma acusación se hace a los jesuitas, una congregación especialmente poderosa en Venezuela. En su Universidad Católica Andrés Bello estudió Juan Guaidó Márquez, reconocido por el Parlamento Europeo como presidente interino de Venezuela.

Los jesuitas fueron condescendientes hace una década con el régimen chavista por el desprestigio de los partidos de oposición. Lo fue el actual prepósito general de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, venezolano. Sus críticos lo consideran ultraizquierdista y de la teología de la liberación. Es la acusación que hacen también a Francisco, igualmente jesuita, que desde que llegó al pontificado reclama una Iglesia misericordiosa, y critica a los obispos que se preocupan más por la economía de sus diócesis que por los pobres. El Papa argentino ha dado pie a esas acusaciones. “Nunca fui de derechas. En la adolescencia tuve una incursión por el zurdaje leyendo libros del Partido Comunista”.

Maduro es de origen judío sefardí, pero también se declara cristiano. “Oren por mí”, pidió el miércoles

Las disputas entre el régimen bolivariano y los obispos parecían muchas veces una farsa. Chávez solía expresar jocosamente sus críticas. Pero cuando la farsa amenazó tragedia, pidió socorro al arzobispo Porras para salvar la vida. Este es el relato del cardenal sobre el golpe de abril de 2002: “Hacia las 0.30 del 12 de abril recibí una llamada inesperada. El presidente quería hablar conmigo. Me saludó, pidió la bendición y me dijo: ‘Perdóneme las barbaridades que he dicho de usted. Lo llamo para preguntarle si está dispuesto a resguardar mi vida y la de los que están conmigo. En vista de los acontecimientos de hoy, abandono el poder’. Le respondí que como sacerdote estaba dispuesto a hacer lo posible por la vida de cualquier persona. Agregó: ‘Lo que yo quiero es salir del país. Le pido que me acompañe hasta la escalerilla del avión”.

El relato del cardenal es la crónica de un golpe que roza la tragedia y la farsa. Decenas de generales discutieron ante el arzobispo Porras, de madrugada, qué hacer con el presidente, si matarlo, si hacerlo preso, si echarlo del país. Nada oye el cardenal sobre quién asumirá la presidencia, o si piensan convocar elecciones. Tampoco se topó con el finalmente designado, el presidente de los empresarios Pedro Carmona. Antes de esas sesiones nocturnas, Porras había acudido a la Embajada de EE UU para un almuerzo protocolario. “La comida fue servida con rapidez. Había tensión y se recomendó que cada uno regresara cuanto antes a su domicilio”.

Hacia las cuatro de la madrugada, Chávez llegó con su escolta al Fuerte Tiuna, donde estaban reunidos los generales, el cardenal y un obispo auxiliar. “Me saludó, pidió la bendición y pidió perdón por el trato a mi persona. Le di un abrazo y lo bendije”. Los generales impusieron sus condiciones sin miramiento. Y se fueron. “Conversamos solos un largo rato. Nos pidió que rezáramos por él. Le brotó una lágrima y nos dijo: ‘Transmitan a todos los obispos que recen por mí; les pido perdón por no haber encontrado el mejor camino para un buen relacionamiento con la Iglesia. Denme su bendición”.

Cuando vinieron a llevarse a Chávez, estaba amaneciendo. Lo que ocurrió en los dos días siguientes es ya una farsa, aunque Porras, reclamado por la esposa del embajador de Cuba, hubo de acudir en ayuda de los sitiados y, a la salida de la embajada, se sube a la capota de un automóvil para calmar sin éxito a unas masas que quieren linchar a los refugiados.

Aislado internacionalmente, Pedro Carmona entrega el mando y se va del país convencido de la imposibilidad de gobernarlo entre tanto general con ansias de mandar. Chávez regresa. Escribe Porras: “La euforia de los sectores oficialistas se desbordó. Los ataques contra mi persona arreciaron, y también contra los cardenales. Nos buscan cuando están abajo. Es la función sacerdotal de la consolación”.

Cinco días más tarde, todos los obispos se reunieron con Chávez en la sede de la Conferencia Episcopal. “Las primeras palabras del presidente fueron de agradecimiento por lo que hicimos para el resguardo de su vida. También dijo estar dispuesto a dialogar con todos los sectores. Que la Iglesia lo ayudara. Ante la pregunta: ‘¿Proyecto compartido o revolución?’, me impresionó su respuesta. Sé que a ustedes no les gusta la palabra revolución, pongan la que quieran, pero esto no lo para nadie. Y pídanle a Dios que sea pacífico. Eso no depende de mí. Si no me dejan, esto va de todas maneras”.

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