“La última vez que vi a Karl Lagerfeld me quitó unos calcetines”
Diez minutos con el modisto eran como 50 con una persona normal. Hablaba rapidísimo, en un inglés entrecortado, y con un maravilloso desprecio por la corrección política
La última vez que vi a Karl Lagerfeld me quitó unos calcetines. Ocurrió hace cinco años en Colette, aquella tienda en París adonde se iba a peregrinar. Compré unos calcetines para mi novio y los dejé en el mostrador para pagarlos después (allí se hacía así), pero Lagerfeld los vio cuando le tocó pagar a él y se los llevó. No vale mucho como anécdota, pero es estupendo como excusa: te quedaste sin calcetines, pero al menos se los llevó Karl.
En realidad sí conocí a Karl Lagerfeld. Lo entrevisté durante 10 minutos para Vanity Fair en las oficinas de Chanel en la rue Cambon, justo encima del despacho donde se encerraba Coco. Claro que 10 minutos con Karl Lagerfeld eran como 50 con una persona normal. Hablaba rapidísimo, en un inglés entrecortado, y con un maravilloso desprecio por cualquier cosa que se pareciera a la corrección política.
La conversación tuvo lugar en 2011 y era puro discurso poscrisis, pero sin la sacarina. ¿Qué opinaba de que en tiempos adversos la gente huya de la ostentación? “Lo puedo entender, pero la gente terminará aburriéndose. Además, no todo el mundo es pobre, ni vive en la calle o está en el paro. De hecho, todavía quedan unos pocos ricos y, de ellos, algunos no le dieron todo su dinero a Mr. Madoff”. Los diseñadores empezaban a quejarse de la velocidad con la que se sucedían las colecciones, su sobrecarga y lo mal que les trataban los conglomerados, pero Lagerfeld, en activo desde los años cincuenta, se fumaba un puro con el drama de la creación. “Si crear es doloroso para ti, es tu problema. Dolor... Tenlo si quieres, pero, por favor, cállate. Deberías vender felicidad y no tus dramas personales”. ¿Y qué hay de los biopics sobre Coco Chanel? El de Shirley MacLaine, por ejemplo, habría salido mejor, “si ella hubiera perdido 40 kilos”.
“Si crear es doloroso para ti, es tu problema. Dolor... Tenlo si quieres, pero, por favor, cállate. Deberías vender felicidad y no tus dramas personales”
Fue una de las pocas entrevistas en las que el hombre supera al ídolo porque su ingenio y su incorrección política venían acompañados de una inesperada dulzura. Creo que esa es la única parte que él se libraba de transmitir, a pesar de que fue el primer diseñador que se puso voluntariamente no solo ante los focos, sino bajo el microscopio de incontables entrevistas y documentales.
Lo que quedará para el recuerdo es, en cambio, su incorruptible compromiso con el presente. Aquel día estaba en Colette, básicamente, porque era en la tienda donde había que estar. Es el mismo local donde vendía Les musiques que j’aime, la serie de discos recopilatorios en la que Michel Gaubert compilaba para él lo más recónditamente cool de la música del momento. Y donde probablemente compró aquellos doscientos ipods, o los que fueran, que declaraban al mundo su hambre por devorar todo lo que oliera a nuevo.
Lagerfeld pasará a la historia como prolífico y certero diseñador de ropa de mujer, y como gélido superviviente de la industria de la moda. También como no tan brillante creador de moda de hombre, como fotógrafo solvente y como agudísimo coleccionista: acumuló, según la época, muebles de la escuela Memphis, rococó, art déco o biedermeier, que luego subastaba para pasar a lo siguiente. De su generación, solo le sobrevive Valentino, que se retiró en 2008. Justo lo que Karl le dijo que no hiciera.
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