¿Qué pasa si Donald mira hacia otro lado?
Las amenazas de abandono de Trump y su escaso interés por mantener el lazo transtlántico amargan el 70º cumpleaños de la OTAN, que se cumple el próximo 4 de abril
La pintora Bea Sarrias ejecutó en marzo uno de los encargos más inesperados de su trayectoria: captar la luz a través de la arquitectura de la flamante sede de la OTAN en Bruselas. Un inmenso recinto estrenado el año pasado, con más de 254.000 metros cuadrados y capacidad para más de 4.000 personas.
Los pinceles y el gran mural de esta discípula de Antonio López en pleno vestíbulo del edificio levantaron un inesperado revuelo entre el personal de una organización a la que, en principio, la pasión artística no se le supone. “Se me acercan a comentar la imagen y a decirme que quieren aparecer”, contaba la semana pasada Sarrias, entre sorprendida y agradecida por el interés en su obra. Alguna delegación, como la polaca, incluso colgó la bandera del país con la esperanza de que pasara a la posteridad.
El lienzo, hiperrealista, inmortaliza la perspectiva de una mirada hacia la puerta de salida del gigantesco edificio. Curiosamente, esa es la perspectiva que más preocupa a muchos de los diplomáticos, funcionarios y militares que, como el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se han acercado a contemplar de cerca el proyecto artístico impulsado por la alianza militar.
Y es que en la misma dirección que el cuadro de Sarrias apunta desde hace meses el presidente de EE UU, Donald Trump, para inquietud de unos aliados europeos que temen la ruptura del histórico vínculo transatlántico. Oficialmente se descarta el abandono del principal aliado. Pero nadie duda de que, si llegara a producirse, supondría el colapso de una organización que nació para mantener la paz en el Viejo Continente, objetivo que el inquilino actual de la Casa Blanca o da por cumplido, o le trae al pairo.
Fuentes diplomáticas europeas apuntan que tanto el grueso del Partido Republicano estadounidense como del Partido Demócrata apoyan sin fisuras el mantenimiento de la OTAN. Y que en el Congreso ya se estudian iniciativas para poner trabas a cualquier intento del presidente de una retirada. Esos movimientos defensivos, lejos de tranquilizar a la orilla europea del Atlántico, más bien acrecientan el temor a una brusca sacudida de la Casa Blanca.
El diario The New York Times ha revelado que en 2018 el presidente estadounidense se mostró varias veces partidario de abandonar la Alianza Atlántica, hasta el punto de que esa amenaza contribuyó a la repentina dimisión de su secretario de Defensa Jim Mattis.
Trump respondía a la información del diario neoyorquino con un compromiso público “100% a favor de la OTAN”. Pero los nervios en las capitales europeas no se han despejado y son todavía palpables. Y la sombra del Trumpexit sobrevuela la sede de la OTAN: puede que el proceso del Brexit que viven las vecinas dependencias de la UE en Bruselas tenga un efecto de contagio en los ánimos atlánticos.
Solo Francia había amagado con dar la espalda a la Alianza. El general Charles de Gaulle se apartó en 1966
“Lo que nos preocupa a los europeos es lo siguiente: ¿el compromiso de EE UU es perenne?”, ha señalado la ministra francesa de Defensa, Florence Parly, durante su visita de la semana pasada a Washington para palpar de primera mano el sentir de la capital estadounidense. La coincidencia de la era de Trump con el fenómeno del Brexit hace inevitables las comparaciones. Pero a diferencia de la UE, que puede sobrellevar el terrible impacto de la salida de uno de sus socios más importantes, la Alianza Atlántica quedaría herida de muerte si Trump consumara su amenaza. En el caso de la organización militar, además, la posible retirada es mucho más expeditiva, al menos desde el punto de vista legal, porque la OTAN no ha alcanzado el profundo grado de integración que ha conseguido la UE.
Tres páginas y 14 artículos. El tratado fundacional de la OTAN, firmado en Washington un 4 de abril de 1949, puede presumir de pragmatismo anglosajón y parquedad castrense. Nada que ver con los cientos de páginas y de artículos acumulados por el Tratado de la Unión Europea desde 1957.
Pero ambos textos tienen un punto en común: incluyen una puerta de salida. Y en vísperas de la reunión ministerial para celebrar los 70 años de la Alianza Atlántica en la capital de EE UU (3 y 4 de abril) —sí, la cita ha quedado rebajada a mera reunión ministerial y no a cumbre de presidentes—, el país anfitrión del encuentro y principal aliado mira de reojo de manera insistente hacia esa gatera para pavor de quienes temen quedarse abandonados en la sala.
La UE no añadió hasta 2010 la fórmula para abandonar el club, el artículo 50. El Reino Unido se apresuró a estrenarla poniendo en marcha el Brexit, con las desastrosas consecuencias conocidas para la estabilidad política del país.
Pero el Tratado de Washington, con previsión militar, habilitó desde el principio el mecanismo de retirada en el artículo 13, que durante décadas ha pasado inadvertido. Ante una hipotética espantada de los EE UU de Donald Trump, el artículo adquiere una renovada relevancia: cualquier aliado puede abandonar el club con tal de notificar con un año de antelación su deseo de marcharse.
Solo un socio, Francia, había amagado con dar la espalda a la OTAN. El presidente francés Charles de Gaulle se apartó en 1966 de la estructura militar de la organización para poder disponer en exclusiva de su recién desarrollado armamento nuclear. Las memorias de De Gaulle muestran que el general descartó una ruptura drástica y optó por una “vía de desenganche” basada en medidas progresivas de desconexión. “En marzo de 1959, nuestra flota del Mediterráneo se retira de la OTAN. Poco después llegó la prohibición a las fuerzas estadounidenses de introducir bombas atómicas en Francia”, recuerda el general en Mémoires d’espoir (1958-1962). Aquello fue una retirada escalonada que ahora podría resultar tentadora para Trump.
El Tratado de Washington de 1949 habilitó desde el principio el mecanismo de retirada de la OTAN en el artículo 13
El actual secretario general de la organización, Jens Stoltenberg, que acaba de renovar por dos años en su puesto, hasta 2022, intenta mantener y propagar la calma. “Lo que me importa es lo que dice Trump en público, y ha dicho que está a favor de la OTAN”, señaló la semana pasada en una entrevista con la BBC. “El mensaje de Trump y de EE UU es que siguen comprometidos con la OTAN pero quieren que los europeos hagan más. Y yo estoy de acuerdo”. El líder de la alianza recordaba de paso que después del final de la Guerra Fría, en 1989, Estados Unidos redujo su presencia militar en Europa. “Pero ahora la está aumentando”, añadía, en referencia al despliegue en los países bálticos y a las conversaciones con Polonia para establecer una posible base militar estadounidense.
Entre los Gobiernos europeos, sin embargo, no ha pasado inadvertida la distinción que hace Trump entre los aliados vulnerables de Europa central, necesitados de protección, y los potentes de la vieja Europa, que podrían defenderse por sí mismos.
Esos socios veteranos se han dado el lujo de mantener cada uno su ejército particular para asuntos más o menos locales, mientras dejaban a EE UU la gestión de conflictos de mayor envergadura, asuntos que abarcan desde la desintegración de Yugoslavia hasta la reciente guerra civil en Siria. El resultado ha sido un despilfarro de gasto en defensa con dudosa efectividad. Los socios de la UE gastan el triple que la Rusia de Putin, pero en Bruselas no se ocultan las dudas sobre la capacidad de detener al Ejército ruso si un día intentara cruzar las fronteras europeas.
La insistencia de EE UU, de Bush a Trump pasando por Obama, de que los europeos gasten más para asumir su propia protección ha espoleado la creación de una unión de la defensa de la UE que empieza a dar pasos y que, con toda probabilidad, se convertirá en la máxima prioridad de la próxima Comisión Europea.
El punto de inflexión, apuntan algunas fuentes, no ha sido tanto Trump como la guerra de Siria. Los europeos comprobaron que, tras la negativa de Obama a intervenir en el conflicto, eran incapaces de enfrentarse al régimen de El Asad. Y esa dependencia podría repetirse en lugares aún más cercanos y sensibles para Europa como el Magreb.
El lento pero progresivo avance de la defensa comunitaria podría ayudar a racionalizar el gasto sin necesidad de aumentarlo excesivamente. “En Europa hay 17 tipos de tanques; en EE UU, 1. En Europa hay 13 tipos diferentes de misiles aire-aire por 3 en EE UU. Y hay 29 tipos de fragatas europeas por 4 estadounidenses”, recordaba recientemente Stoltenberg.
El objetivo europeo es desarrollar capacidades complementarias a las de la OTAN y que se puedan utilizar en casos en los que no sea necesario o posible la intervención de la Alianza Atlántica. Pero la sensación de que se trata de vasos comunicantes refuerza la impresión de que la unión de la defensa europea podría reforzar los argumentos de Trump para iniciar la retirada.
Una suma de factores que augura turbulencias en la relación transatlántica y que pesa en el ánimo de Bruselas. A los cientos de trabajadores de la OTAN se lo recuerda cada día, además, un mural a la entrada de la sede. No el luminoso de Sarrias, sino el que recoge los artículos del Tratado de Washington. Incluido el número 13.
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