El vértigo del batiburrillo
No es esta cuestión que he planteado un asunto baladí, pero me ocupó todo el día y a mi voto no le dediqué ni un rato siquiera
La jornada de reflexión de estas últimas elecciones generales me la pegué sin reflexionar en serio sobre la naturaleza de mi voto; de hecho, estuve casi todo el día dándole vueltas a la letra de una canción de Amaral: Son mis amigos.
Por el título da la sensación de que Eva se dispone a enumerar a una alegre francachela, pero finalmente solo menciona en serio a una tal Marta, a la que le acaba de dejar el novio; a Isabel, que ha sido despedida del trabajo y a Claudia de la que no sabe si tiene un chiquillo o no.
Zanja el asunto con un “y de Guille y los demás ya no sé nada”. ¡Pero bueno Eva! —me gustaría espetarle— y aún tienes el valor de cantar en el estribillo:
“Son mis amigos, en la calle pasábamos las horas...”
El estribillo debería ser:
Son mis conocidos, en la calle pasábamos las horas, callaos...
No es esta cuestión que he planteado un asunto baladí, pero como decía antes, me ocupó todo el día y a mi voto no le dediqué ni un rato siquiera.
Así pasó, que el domingo como la mayoría de la gente voté a la gornú, como se suele decir en estos casos.
Me dio mucha rabia leer ya el lunes la reflexión sobre la situación política que elaboró Andrés Calamaro: “Prefiero el vértigo de los patriotas y reaccionarios, a su manera me representan más que los moderados”. Que, en mi caso, todas esas lúcidas palabras cayeran en saco roto.
Querido Andrés:
¿Te puedes creer que había mucha gente que pensaba que después de tus encierros creativos con altramuces, quicos gordos y aceitunas rellenas habías perdido el oremus? Has cerrado muchas bocas Andrés.
Me despido diciéndote que para mí, tú, Escohotado y Sánchez Dragó, sois el nuevo Tridente Catacrocker.
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