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El no ya lo tienes
Columna
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La olla a Camboya

La fama fue como una ola de fuerza desmedida, de espuma blanca y rumor de caracola

El músico Moby, en Los Ángeles, California, en marzo.
El músico Moby, en Los Ángeles, California, en marzo. Scott Dudelson (Getty Images)

En sus memorias, el músico Moby cuenta el reverso oscuro del éxito. Se conoce que después de vender más de 10 millones de copias con su disco Play, su vida se convirtió en una espiral de drogas, orgías y meriendas cenas.

Hay algo que nunca he contado, ha llegado el momento de sincerarme. Como saben, en el año 2000 empecé a grabar monólogos en Paramount Comedy. “¿Por qué las chicas van juntas al baño? ¿Por qué Espinete se ponía un camisón para dormir si durante el resto del día iba desnudo?”, bromacas como estas no pasaron desapercibidas para el público; desde el principio lo gozaron conmigo cosa bárbara.

Entonces, ¡boom! ¡La Hora Chanante! Imagínense un programa mensual en un canal de pago, con una audiencia de 15.000 personas ¡demasíe pal body! La fama fue como una ola de fuerza desmedida, de espuma blanca y rumor de caracola. De un día para otro me convertí en el cómico de moda, me llamaban de todos lados: Cine de Barrio, Noche de fiesta… ¡Hasta para dar el pregón de la feria de Albacete! Uno sabe que lo ha logrado cuando le entregan el premio Tu peso en pimientos de piquillo. Y empezó el infierno… Los fans me abrumaban, me obsesioné con pasar desapercibido. Llevaba gorra y gafas de sol incluso en mi casa y si me cruzaba con mis hijos por el pasillo evitaba saludarlos. Se apoderó de mi vacío existencial —que resultó ser hambre— y también un miedo cerval. Una noche estaba viendo Paranormal activity, cambié de canal y me encontré a Eduardo Inda en La Sexta Noche, me dio un ataque de pánico. Llamé a mi primo Juanfran, le obligué a venir —a pesar de que eran las tantas de la noche— solo para que me abrazara y de paso, me trajera una caja de filipinos. Había tocado fondo.

Ahí me di cuenta de que lo importante en la vida son las cosas pequeñas; el miniaturismo me salvó. Ahora me van a perdonar, pero les tengo que dejar, voy a pintar el Ecce Homo de Borja en una habichuela.

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