Ngallèle, el pueblo dentro de la ciudad
La vida fluye tranquila en Ngallèle, un barrio a unos seis kilómetros de la isla de Saint Louis, en Senegal, en vilo entre los conservadores que quieren congelar el tiempo y los fautores de la modernidad
Cuando Madame Yade se entera de que su foto va a aparecer en la prensa internacional, se levanta de un salto de la alfombra del salón de su casa y desaparece detrás de la puerta. Dos minutos después, allí está, vestida con sus mejores galas, rosa de la cabeza a los pies y envuelta en un pañuelo azul como el cielo. Es la jefa del barrio de Ngallèle, en el extremo norte de Saint Louis, una de las dos mujeres que recubren este cargo entre los 33 departamentos de la ciudad senegalesa.
Madame Yade se hizo con la responsabilidad ad interim tras la muerte de su padre, que fue el representante local del alcalde durante más de 15 años en este distrito de más de 3.600 almas a unos seis kilómetros de la isla, el centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad.
Tiene 59 años y ni una arruga. Le gusta ocuparse de sus vecinos y está planeando presentarse a la próxima convocatoria pública para oficializar sus responsabilidades. Aunque su padre cobraba unos 46.000 francos al mes (alrededor de 70 euros), dice, ella no ha recibido ninguna remuneración a lo largo de estos cinco años pasados en ayudar a los habitantes del barrio con las gestiones burocráticas y a garantizar la paz.
“En Ngallèle, hay poco trabajo para los jóvenes y faltan escuelas”, se queja. “Los recursos escasean en general, pero nos ayudamos mucho el uno con el otro. En particular las mujeres, que han dado vida a distintas asociaciones de microcréditos”.
Papalai Fall no coincide con ella. Tiene 19 años y nunca se ha movido del barrio, donde actualmente vive con su madre y los hermanos. Después de los estudios primarios, abandonó la escuela y cambió los pupitres con el taller de un herrero. “No me costó mucho esfuerzo conseguir trabajo”, dice mientras se seca el sudor con la palma de la mano. “Me gusta el barrio, es tranquilo y aquí no tengo problemas”. Su compañero de trabajo, Djibi Thiam, de 39 años, admite que a veces es complicado conseguir clientes, pero, aún así no se mudaría a ningún otro lugar. “Me gusta la vida de pueblo y solo voy a la isla si tengo que comprar algo, hay demasiado ruido allí”, revela.
Desde lo alto de una azotea, se puede ver dónde acaba la ciudad. “Hasta los años ochenta, Ngallèle era un pueblo separado del resto de Saint Louis”, explica Moussa Guey, mientras señala a su alrededor desde lo alto. “Primero se fundó la parte norte del barrio y luego se fue extendiendo hacia el sur. Se ha desarrollado de manera muy rápida. Saint Louis era muy poblada y este era una especie de pulmón verde, aquí había espacio. En los ochenta, nadie quería vivir aquí, en los últimos años, en cambio, muchos vienen para huir del barullo del centro”.
Guey, de 45 años, recuerda que en la época de su infancia no había electricidad, ni agua corriente. “A pesar de todo, se vivía bien, la gente era muy solidaria. Vivía la vida de un pueblo y esto me hacía feliz”, cuenta. Ahora empieza a sentirse “un poco encerrado”, a medida que el barrio crece.
“Todo cambia y hay que adaptarse. No obstante, Ngallèle mantiene este doble aspecto, en vilo entre los conservadores que quieren congelar el tiempo y los fautores de la modernidad”, sostiene el vicepresidente del consejo de barrio.
Los jóvenes están por encima de todas sus prioridades. “Ahora que ya se puede estudiar hasta la secundaria en el barrio, se necesitan más fondos”, afirma. El centro social en el que trabaja como educador ha puesto en marcha un programa de lucha contra la mendicidad que hace hincapié en la educación, que está dando sus frutos.
“Hay una minoría de jóvenes que se pasa el día fumando. Otros acaban los estudios, pero no encuentran trabajo y se quedan de brazos cruzados quejándose y tomando té, a la espera de que el Estado les ofrezca un empleo. Otros que están han ido a la universidad, han conseguido un buen trabajo, pero se han marchado y no traen dinero para contribuir al desarrollo local”, resume. “Solo muy pocos están comprometidos con el cambio, hay que motivarlos a la acción”.
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