‘Cueva perruna’ en Canalejas
Las agresiones al entorno, polvo sucio en suspensión y cierre de las calles, se cargan sobre las espaldas de los ciudadanos y a otra cosa
Cuando sir John Byng visitó, allá por 1792, los alrededores de Manchester y contempló los estragos causados en el paisaje por el desarrollo industrial, exclamó entre indignado y desolado: “¡Esto es una cueva perruna!”. Pues bien, en Madrid tenemos una cueva perruna, de una extensión de 50.000 metros cuadrados, situada entre las calles de Alcalá, Sevilla y Carrera de San Jerónimo. En ese triángulo de las Bermudas, OHL está construyendo desde 2014 un hotel de lujo, 200 viviendas y un centro comercial. Las obras requieren, según parece, cercar la plaza de Sevilla y sus aledaños hasta Sol con una red laberíntica, vallada con un revestimiento ofensivo de plásticos azules, de pasos estrechos para peatones y exiguos para los automóviles que ha colapsado el tráfico urbano y motorizado del centro de Madrid. Esta cueva perruna es un aneurisma circulatorio en el corazón de la capital.
Las obras eternas de Canalejas, aprobadas por la administración Botella, no solo constituyen un horror y un ictus circulatorio, además de un hontanar de querellas y reticencias sobre la destrucción de bienes de interés cultural; también han causado alarmantes fugas de gas, el cierre de Museos afectados por la trepidación y la clausura de líneas de Metro debido al daño en los túneles. Dice OHL que correrán con los gastos producidos por los desperfectos. Es posible. Pero ya veremos cuando, si es que la obra se termina en un plazo calculable, cuánto y si median pleitos. Quizá lleguemos a la conclusión de que las ventajas netas para Madrid, si las hay, son pírricas.
Por encima de las incurias y los daños en la retina que produce la cueva perruna, sobrevuela la evidencia de que el modo de relacionarse de según que empresas con las autoridades públicas es la tomadura de pelo. Puede definirse este módulo relacional como una mezcla de proposiciones extorsionadoras implícitas del tipo “el proyecto se nos ha ido de las manos, pero no importa, porque el Ayuntamiento no puede renunciar a 4.800 empleos”, con un desprecio al derecho de los ciudadanos a estar informados de cuanto acontece en su suelo y un desinterés municipal por el endriago plantado en la plaza. Las agresiones al entorno, el polvo sucio irrespirable en suspensión y el cierre de las calles, se cargan en la cuenta de los ciudadanos y a otra cosa. OHL quizá pague los desperfectos materiales; los personales no tienen precio.
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