Los “satánicos” gays de la última monarquía absoluta de África
El colectivo LGTBI de Eswatini, la pequeña nación africana entre Mozambique y Sudáfrica, lucha por abrirse paso en una sociedad arcaica y obtener el reconocimiento del que ya gozan en naciones vecinas
Pinty Dludlu, 28 años, empezó a automedicarse sola, sin recetas o consejos médicos, cuando apenas era una adolescente. Cuenta que la única información que tenía era la que llegaba de sus amigas, o la que veía por la televisión en las series o en las películas extranjeras. Por aquel entonces trabajaba en un hospital, por lo que tenía acceso a algunos productos para iniciar su transición, para liberarse de un cuerpo en el que no se reconocía. Dice que fue suficiente. “Mis pechos empezaron a crecer y mi madre a preguntarme que qué me pasaba. Pero solo tomé aquellas medicinas unos seis meses porque encontré algunas complicaciones; me sentía como enferma todo el día, perdí peso, siempre andaba enfadada… Tuve que parar”, afirma.
Dludlu explica que pertenecer al colectivo LGTBI en el reino de Eswatini, la última monarquía absoluta de África, una pequeña nación de 1,3 millones de habitantes situada entre Mozambique y Sudáfrica, no resulta sencillo. Que viven en una sociedad muy religiosa, muy conservadora, donde las personas como ella gozan de poca visibilidad y de mucho estigma. Que ni para ella ni para sus amigas, además, hay posibilidad de una operación de reasignación de sexo. Que nadie las apoya. Que nadie las reivindica.
La ley, herencia colonial de Inglaterra, castiga la sodomía entre dos hombres con 14 años de prisión, aunque actualmente no hay nadie en la cárcel por este delito y las autoridades no lo persiguen como tal con demasiado ahínco. Las mismas normas no dicen nada de relaciones entre dos mujeres, por lo que no se consideran ilegales. Sin embargo, y pese a esta actitud tan laxa, el colectivo tiene razones para permanecer intranquilo. El rey Mswati III, que ostenta el poder legislativo y ejecutivo y la potestad de nombrar al jefe de Gobierno, al resto de ministros y al presidente del Tribunal Supremo, entre otras muchas funciones, ha definido a los homosexuales como "satánicos", según han recogido diferentes medios. Barnabas Sibusiso, que ocupó el cargo de primer ministro hasta septiembre del año pasado, cuando falleció, afirmó que ser gay es una anormalidad y una enfermedad, y Khulani Mamba, jefe de comunicación de la policía, dijo que su país no toleraría a la comunidad LGTBI, según recogió el Times of Swaziland.
Pese a reconocer en la Constitución del 2005 el derecho de asociación, no permite el registro de colectivos LGTBI. Por eso la gente como Dludlu debe inventarse oficinas en bares y organizar sus reuniones en cibercafés. Así ha formado su asociación, TranSwati, una especie de colectivo informal que conforman actualmente unas 15 personas. “Se trata de abrir espacios de educación, de respeto y de tolerancia por todo el país. Aquí, el estigma más grande que sufrimos suele venir de la propia persona, que no se acepta a sí misma y debe aprender a hacerlo. A mí, por ejemplo, me resulta muy difícil conseguir un certificado para trabajar como mujer transgénero. Y eso que yo tengo suerte de poder expresarme; a mucha gente en mi situación la repudia su familia, no puede hablar con nadie o debe trasladarse a las ciudades grandes para vivir libremente, aunque esto conlleva muchas dificultades…”.
Acostumbrarse a los problemas
Pertenecer al colectivo LGTBI en Eswatini es sinónimo de encarar una vida con más problemas. Los testimonios que así lo argumentan son múltiples y diversos. El informe Are we doing allright?, de The Southern and East African Research Collective on Health, que contó con el apoyo de The Rock of Hope, una comunidad local que realiza trabajos de abogacía y concienciación pro LGTBI. Este estudio basó sus conclusiones en una encuesta realizada a más de 100 personas en el país y que desglosa los resultados por género, arrojó que el 63% de las lesbianas había sufrido depresión, el 24% signos de ansiedad severa, cuatro de cada cinco declararon haber sido atacadas verbalmente por su identidad sexual y más de la mitad aseguró haber sido víctima de agresiones físicas o sexuales. Y, para hombres, más de lo mismo; el 39% reconoció haber intentado suicidarse alguna vez en la vida, el 64% dijo haber sufrido insultos por su orientación sexual y uno de cada dos, violencia sexual.
A mucha gente en mi situación la repudia su familia, no puede hablar con nadie o debe trasladarse a las ciudades grandes para vivir libremente
Este nuevo estudio afirma, además, que las personas que se declaran gays, lesbianas, transgénero o intergénero en Eswatini sufren exclusión social, marginación y estigma y que ello tiene un impacto en la salud mental y física y en la forma de vida de todos ellos; que quedan más expuestos, si cabe, a los problemas endémicos de este país. En esta nación más del 60% de la población, unas 700.000 personas, viven bajo el umbral de la pobreza, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Un ejemplo: no son pocas las acciones que la comunidad LGTBI ha llevado a cabo para concienciar y poner freno al sida, uno de los peligros más temidos en la nación; no en vano, el 27’7% de la población vive con VIH, la prevalencia más alta de cuantas estudió Unicef en su informe Una Oportunidad para cada Niño, de 2017, que incluye en sus estadísticas a más de 180 naciones.
Hay también otras peculiaridades suazis que ayudan a comprender el porqué de esta persecución social. Las explica Federica Masi, coordinadora para África del Sur de la ONG italiana Cospe, que presta ayuda logística a las organizaciones que defienden los derechos LGTBI. “En este pequeño país todo el mundo se conoce, todo el mundo está relacionado; esto ayuda a que se dé una especie de control social basado en la tradición y en la religión, muy arraigada aquí, que hace de esta una nación tranquila, sin altos índices de criminalidad, pero también un lugar muy difícil para acoger ciertos cambios sociales”. Y dice Masi que la concentración absoluta del poder en manos del monarca Mswati III tampoco ayuda.
Más visibilidad, mayor encaje legal
Con todo, el país está siendo escenario de importantes pasos hacia la normalización del colectivo. El más significativo despegó en junio del año pasado, cuando se celebró por primera vez el Día del Orgullo, que logró congregar a unas 500 personas. En 2019 se ha vuelto a repetir esta jornada festiva, aunque la participación ha sido algo menor. “Pese a que aquí, por lo menos, podemos hablar de lo que significa ser gay, que en otros lugares no sucede, para ser justo hay que decir que este es un país muy represivo. La gente no puede votar para elegir nuestro gobierno, por ejemplo. Pero nosotros libramos otras batallas; tener derecho a un empleo sin prejuicios, poder formar a una familia con nuestras parejas…”, afirma Melusi Simelane, fundador y actual director de Esuatini Sexual & Gender Minorities, que lucha por convertirse en la primera asociación LGTBI que se inscriba en el registro gubernamental del país.
La historia de Melusi es similar a la de muchos chicos que, aún creciendo en un ambiente religioso y tradicional, se atreven a dar un paso adelante para imponerse a insultos, homofobia y prejuicios. Él la cuenta así: “Mi familia era muy cristiana. Cuando yo tenía 9 años mi padre murió, así que me tuve que ir a vivir con mis abuelos. Allí no había oportunidades de hablar de sexo. Yo, conforme me fui haciendo mayor, lo único que sabía era que no me gustaban las niñas como a los demás. Poco a poco me fui dando cuenta de que había gente que me llamaba cosas como ‘homosexual’; gente que me quería y gente que no”.
Las personas que se declaran gays, lesbianas, transgénero o intergénero en Eswatini sufren exclusión social, marginación y estigma y esto tiene un impacto en su salud mental
Cuando Melusi terminaba sus estudios de secundaria sucedió algo que lo marcó para siempre. “Me violaron. Solo tenía 16 años. Fue, además, mi primera experiencia sexual. Perdí la concentración en todo lo que me rodeaba: los amigos, los estudios… Fue un momento duro”, afirma. Su violador, según la ley que imperaba entonces, ni siquiera cometió un delito de agresión sexual, pues este, con aquella norma, solo se contemplaba si el infractor era un hombre y la víctima una mujer. “Que haya cambiado esto es un logro grande. Ahora, si un hombre denuncia que lo ha violado otro, la policía lo castiga y lo persigue”, valora el activista, que se refiere a la nueva y novedosa Sexual Offences and Domestic Violence Act, aprobada por el parlamento suazi en 2018, que ha introducido cambios significativos como el endurecimiento de las penas para este tipo de crímenes, demasiado frecuentes en Eswatini, o como el antes mencionado.
Lo cierto es que otros países del sur de África han protagonizado aplaudidos pasos en cuestiones de derechos LGTBI en los últimos tiempos; Botsuana despenalizó el sexo gay el pasado mes de junio, Sudáfrica permite el matrimonio homosexual y la adopción conjunta en parejas del mismo sexo desde hace años y Mozambique legalizó estas relaciones en 2015 y, dos años después, su Tribunal Constitucional declaró que Lambda, la asociación LGTBI más reconocida y numerosa del país, no violaba el orden moral y social del país y que, por tanto, no podía ser inconstitucional. Pero en Eswatini sigue vigente una ley, residuo de la época colonial, que hace que personas como Pinty o Melusi tengan que vivir con miedo. Finaliza Melusi: “Tenemos que despojarnos de esta mentalidad arcaica y hacer que los cambios sucedan. Y lo primero es convencer a nuestros paisanos”.
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