Prefiero morir de un disparo
Hace casi 40 años había diputados en el Congreso de los Diputados que peleaban por un trozo de suelo
Cuando los capitanes de la Guardia Civil ametrallaron el techo del Congreso y Tejero empezó a dar gritos, los diputados se tiraron al suelo con las conocidas excepciones: Gutiérrez Mellado (lanzándose contra Tejero), Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, que se quedó fumando en su escaño: hoy tendría más probabilidades de morir tiroteado por el pitillo que por oponerse a un golpe de Estado. Carrillo contó después cómo a él y a Gutiérrez Mellado los llevaron a la sala de los relojes del Congreso y allí creyó que los iban a matar: al jefe de la defensa del Madrid republicano y al quintacolumnista de Franco, dos veinteañeros en la Guerra Civil unidos 45 años después: "Un auténtico general, ojalá todos los generales se hubieran comportado como él aquella noche". ¿Qué ocurría en el resto de escaños? En El Confidencial, Carlos Prieto recuerda que en las memorias de Alfonso Palomares (Siempre llega la noche, Ediciones B), este cuenta cómo al día siguiente del 23-F se fue a cenar con González y Guerra, y que al pasar en televisión las imágenes del asalto, los dos pidieron apagar la televisión para no verse en los suelos. Días después Guerra dijo, según Palomares, que se tiró porque Peces-Barba se le había echado encima. Yo entendería que uno se excusase por ser un miserable en momentos así (por ejemplo, ponerse del lado de los golpistas), pero no que se excuse por no haber sido un héroe; los únicos que tendrían que excusarse por haber hecho lo que hicieron ese día fueron los golpistas, y ni eso hicieron. Los diputados, en general, representaron a los españoles cuando se tiraron al suelo mientras se escuchaban ráfagas de metralleta porque cuando escuchas ráfagas de metralleta ir a pedir silencio no es lo primero que piensas; habrá quien diga que él haría lo que Gutiérrez Mellado: pues muy bien. En realidad uno nunca sabe nada; en realidad uno no tiene idea de nada, empezando por él mismo.
Ahora acaba de salir un libro riquísimo en historias de la Transición titulado Los años que todo lo cambiaron (Tusquets) y escrito por Alberto Oliart, ministro de UCD de la época. Oliart, que tiene 91 años, publicó Contra el olvido en 1998 y tuvo su canto del cisne en el servicio público en RTVE en 2010, motivo que fue aprovechado por Juan Cruz para hacerle una larga entrevista en El País Semanal; allí Oliart habla de su amistad con Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, y cuenta la maravillosa declaración que le hizo Gil de Biedma a los 17 años: “Nos estamos haciendo muy amigos y no quiero que te enteres por fuera. Puedo ir con mujeres, pero solo me enamoro de hombres”. Oliart, en fin, fue el ministro de Defensa en España tras el 23-F. El juez instructor le planteó procesar a toda la División Acorazada y a toda la División del Maestrazgo, 8.000 militares, o a 37 altos mandos. Dijo 37, le apoyó Calvo-Sotelo y le apoyó el Rey. Luego acudió al primer consejo superior del Ejército y allí recomendó a todos los jefes militares, la mayoría de los cuales hicieron la guerra con Franco, ver una obra de teatro: El rinoceronte de Ionesco; es decir, mandó a los generales del Ejército a ver una representación del teatro del absurdo en la que todo el mundo se empieza a convertir en rinoceronte en un pueblo de puertas y ventanas cerradas, obra que es símbolo y proyección del efecto contagioso del totalitarismo.
Oliart cuenta lo que le ocurrió a él el 23-F en el Congreso cuando entró Tejero. Al empezar los disparos, se tiró al suelo con la sorpresa de que, encima de él, se echó “nada menos que Íñigo Cavero, que debía de pesar más de 100 kilos”. A Oliart le empezaba a faltar aire cuando dijo: “Mira, Íñigo, prefiero morir de un disparo que morir asfixiado”. Y así fue como hace casi 40 años había diputados en esa cámara que peleaban por un trozo de suelo porque restos de dictadura pistolera todavía amenazaban la democracia, y ahora una pandilla de pijos, para los que el 23-F es una postal de lo que pudo ser, pelea por sillones.
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