Emma Becker: “Los hombres que pagan por sexo tienen miedo de las mujeres”
La novela La maison ha sido uno de los bombazos literarios del año en Francia. Su autora afirma que pasó dos como prostituta en burdeles de Berlín. Dice que lo hizo por voluntad propia y porque buscaba tema para un libro. Siempre quiso conocer el “contexto” en que una mujer decide “alquilar su cuerpo”. La obra ha provocado un enorme revuelo mientras el debate sobre la legalización o la abolición de la prostitución sigue vigente en nuestra sociedad.
EMMA BECKER asegura que de sus 31 años pasó dos ejerciendo la prostitución en los burdeles de Berlín Le Manège y La Maison (nombres ficticios). Que uno era el infierno y el otro un confortable centro de trabajo. Que uno de los dos lugares sigue abierto y que sigue habiendo fotos suyas desnuda en Internet. Que su nombre de guerra era Justine, como el personaje del Marqués de Sade. Que la experiencia la mejoró como persona y como mujer en lo emocional, en lo económico y en lo sexual. Que ganaba unos 4.000 euros al mes. Que más de un cliente la hizo llegar al orgasmo. Que alguno la agredió. Y que en el mundo de las putas, por desgracia, todo es lo que parece. Que cotizó a la seguridad social de Alemania, donde la prostitución es legal, a diferencia de Francia, donde es ilegal, y de España, donde es alegal. “Mi libro no es una apología de la prostitución”, insiste. “Es una apología de aquel lugar concreto y de un momento concreto de mi vida. La trata de mujeres es otra cosa bien distinta, y yo no la he conocido, pero debe de ser espantosa”. Pese a las búsquedas, nada de lo relativo a la historia personal de la francesa Emma Becker pudo ser confirmado por el periodista, que de una cosa sí da fe: de la fuerza literaria de La maison, una novela de 370 páginas cruda y emocionante publicada por la prestigiosa editorial Flammarion y encumbrada por los principales medios de su país. Tampoco han faltado los escépticos que creen que lo inventó todo. Ella jura que todo es verdad, más allá de las parcelas noveladas. Las dudas ante una experiencia literaria así son inevitables. Y el escepticismo, libre.
¿En qué momento se le ocurrió ejercer de prostituta con el fin de escribir un libro? Digamos que la cosa no vino de golpe, venía de lejos. Es que yo esto ya lo había hecho de joven, de estudiante.
¿Qué cosa? ¿Ejercer la prostitución? Sí, fueron algunas veces, más que nada para divertirme y para probarme. Estaba estudiando, vivía con mis abuelos, salía mucho, ya sabes cómo es París, y me encantaba disfrazarme de mujer deseable por los hombres. Y de repente, una noche, decides hacerlo. Decides pedir dinero por hacerlo. Siempre había tenido fantasmas en torno a eso.
O sea, que con 20 años se convirtió en una call-girl… Sí, vaya, lo hice tres o cuatro veces, ¿eh?, no más. Pero, bueno, resulta que después, viviendo ya en Berlín, un día iba por la calle y vi un cartel en el que ponía “Club-Burdel”. Es que en Alemania las casas de putas están legalizadas y es un negocio que va viento en popa. Así que entré. Aquello plantó en mi cabeza la semilla de hacerlo un día y escribirlo. Contar cuáles son las reglas de un sitio así, cómo viven las chicas que trabajan ahí, todo eso.
Aclaremos las cosas: ¿decidió meterse a prostituta para escribir un libro o ejerció de prostituta y luego se le ocurrió escribir un libro? No, lo que ocurrió fue que estaba acabando mi segunda novela [Alice] y ya estaba buscando tema para la tercera, pero no encontraba nada. Y cuando vi aquel burdel me dije: “Lo tienes, ahí puede haber un libro fantástico”. Pero además me dije: “Mientras lo escribes, podrás ganar dinero”. Tenía 25 años, era soltera, no tenía niños, era libre y tendría tiempo… y, bueno, he de decir que nunca he sido una persona muy trabajadora.
La maison no es la primera incursión literaria de Emma Becker en el universo de las relaciones de sexo y dominación. Con unos más que precoces 22 años, su nombre ya adquirió popularidad de la mano de Monsieur, la historia de pasión sexual entre una joven de su edad y un hombre casado de 46 (en España fue publicada por Planeta). Poco después retomaría el tema en su segunda novela, Alice.
¿Cómo hizo para ser prostituta y escritora a la vez? Al principio, cuando estuve en Le Manège, aquel sitio espantoso, fui escribiendo en paralelo, a medida que me pasaban cosas. Luego, cuando pasé a La Maison, que era un lugar fantástico, el proceso cambió. Escribía solo cuando me venía la inspiración. Llegó un momento en el que estaba tan alucinada con la casa, con las chicas, con los clientes… que la escritura dejó de ser una prioridad.
Uno diría, leyendo La maison, que el contraste entre esos dos burdeles —casi dos mundos— era uno de los ingredientes clave de la novela. ¿Lo cree así? Del todo. De hecho, si me hubiera quedado más tiempo en Le Manège, el libro no habría tenido nada que ver. Aquello era un matadero. Creo que solo empecé a hacer literatura cuando me fui. Mientras estuve allí escribí otra cosa, algo como más periodístico.
Sí, en el libro coexisten las dos cosas: crónica periodística y ficción literaria… Así es. Cuando llegué al segundo burdel, a La Maison, empecé a hacer algo diferente. Era como una reflexión sobre la femineidad, como un ejercicio de introspección. Mientras que en el primero era algo más sociológico, aunque también muy naíf, porque hasta entonces no tenía ni idea de cómo era la vida en una casa de putas, ni el cansancio físico que te genera ese trabajo, ni las obligaciones estrictas a las que te someten, ni otras cosas. En algunos pasajes puede parecer que hablo con desprecio de algunas de las chicas, pero era por desconocimiento. Muchas de ellas eran del este y —al contrario de mi caso— me dio la sensación de que estaban allí porque la vida no les dejaba otra opción.
¿Mantiene relación con ellas? Con alguna de las de La Maison, sí. Nos llevábamos muy bien, había competencia pero lo normal, cada una teníamos nuestros clientes fijos. Pero cerró, y cuando un burdel cierra las chicas se desperdigan por otros burdeles y cambian de nombres, bueno, de seudónimos. Acabas perdiendo el rastro. Las putas son, por necesidad, seres bastante feroces, protegen con uñas y dientes su vida y su intimidad. Mantengo relación, por ejemplo, con la otra chica francesa que estaba en La Maison, de la que hablo en la novela. Y con algunos clientes habituales que ahora trato como amigos. A veces quedamos para tomar café y charlar.
Escribe: “Sé que debería sentirme sucia, pero no lo siento en absoluto”. ¿Diría que es mejor persona tras vivir esta experiencia? ¿Peor? Claramente mejor. Tengo la sensación de haberme enriquecido en lo personal y de que mi percepción sobre mí misma ha mejorado bastante. Y, sobre todo, que mi relación con los hombres es mucho mejor, mucho más sana.
Pues uno pensaba que sería lo contrario. Hacer el acto sexual cinco veces al día con clientes, ¿no quita el deseo? ¿No necesitó reeducarse para volver a sentirlo? Tirarte a tres o cuatro tíos al día es un deporte, ya no es sexo. Y al final del día sientes un cansancio similar al de cualquier trabajo muy físico y solo tienes ganas de tumbarte en tu casa, ver la tele y fumar un porro. Pero para mi sorpresa, cuando dejé de ser puta empecé a sentir deseo por todos esos hombres que me gustaban y que sabía que no iban a hacerlo conmigo por dinero, sino por otras cosas. Y fue maravilloso. Reaprendí a desear. A ver…, de entrada, ejercer de prostituta te obliga a hacerte mucho más feminista, eso está claro. Pero también me ha hecho sentir un poco más de ternura por los hombres, porque algo me ha quedado claro: nosotras somos mucho más fuertes. Pero sobre todas las demás, una cosa ha cambiado: mi capacidad de deseo y de placer y mi yo sexual han sufrido una gran transformación. Han evolucionado.
“Buscaba tema para mi tercera novela y no lo encontraba. Vi aquel burdel y me dije: ‘Ahí puede haber un libro fantástico”
¿Para bien o para mal? Insisto: usar su cuerpo de forma mecánica y tener que hacer el acto sexual varias veces al día, ¿no le ha llevado a perder el deseo? Sí ocurrió un poco eso. Pero lo único que sé es que yo ahora hago el amor mucho mejor que antes, no quiero decir desde un punto de vista técnico, sino que pienso mucho más y mejor en mí misma, en mi cuerpo y en mi propio placer. Siempre he sentido debilidad por los hombres, pero antes solía quedarme atrapada en una contemplación un poco ensimismada y un poco tonta del hombre con el que estaba en la cama. Podía realizar el acto sexual de forma totalmente satisfactoria pero sin correrme ni una vez, porque lo que me obsesionaba era el placer de él.
Ha contado que intelectualizaba en exceso el acto sexual. ¿Quiere decir que ahora ha logrado desintelectualizarlo? Exacto. He logrado acercarme de verdad a mi cuerpo para sacarle el máximo partido. He descubierto ejerciendo este oficio cosas que no me esperaba: por ejemplo, darme cuenta de que te puede provocar placer un tío que te resultaba indiferente. La complejidad sexual de la mujer es mucho mayor que la del hombre. Siendo prostituta he aprendido a tener una empatía mayor con los hombres, casi una ternura, por su incapacidad muchas veces de saber si estamos gozando o si estamos fingiendo. Por cierto, cuando fingimos no suele ser para fastidiar, sino por alguna buena razón. Por ejemplo, agradar.
Escribe: “Una piedad desgarradora ante la tontería insondable de los hombres”. ¡La frase es un martillo pilón! Sí, sí, sí, ¡ja, ja, ja, ja!
¿Considera que la mayor complejidad mental de la mujer en relación con la del hombre va paralela a una mayor complejidad sexual de ellas sobre ellos? Lo creo. El placer femenino es complicado, ¿sabe?, porque desde pequeñas nos educan para sonreír, para hacer como que todo va bien, para ocuparse de la casa, de los hijos, para preocuparnos de que el hombre sienta deseo… Es una carga mental que hace muy difícil el hecho de llegar a ese punto de abandono necesario para el placer sexual. ¡Aaaah!, en cambio, en lo relativo al placer, ustedes tienen un problema que nosotras no tenemos: la necesidad de una erección.
En su libro no recrea muchos momentos explícitos de voltaje sexual. ¿Cree, como decía hace poco aquí mismo Woody Allen, que es más eficaz la sexualidad sugerida que la exhibida? Bueno, es la diferencia entre el erotismo y la pornografía. Pero yo no incluyo mucha escena explícita sencillamente porque, al contrario de lo que mucha gente pueda imaginar, el sexo en un burdel no es demasiado interesante. La verdad es que después de trabajar ahí he sacado la conclusión de que los hombres no van para satisfacer tal o cual fantasma oculto de carácter sexual, sino por algo tan convencional como tocar a una mujer que no es la suya. Al final, en el burdel se daba un tipo de sexo, cómo decirlo, bastante simple, bastante conyugal. Bueno, hay de todo, ¿eh? Algunos venían para que los ataran y les pusieran esposas y cosas así, pero eran los menos. Y me di cuenta de otra cosa: hay muchos hombres que van a un burdel sencillamente para hablar con las prostitutas. Follan rápido, dedican al sexo como 20 minutos y luego otros 40 a charlar.
¿Cree que el hecho de pagar otorga a los clientes de un burdel la sensación de poder sobre la mujer? Los hombres que pagan por sexo tienen miedo de las mujeres. Pagar no les otorga ningún poder sobre nosotras. Al contrario, les pone en una situación de inferioridad. Él es el cliente y la prostituta mete a todos los clientes en la misma cesta, luego es superior a ellos.
Decía que ejercer la prostitución te obliga a ser más feminista. Pero no creo que frases como “es más trágico ser cajera en el Lidl con un sueldo miserable que prostituta” sean demasiado bien recibidas por el feminismo. Insisto: en ciertas casas de putas, el poder absoluto es de la mujer. En ciertas casas de putas. Mi libro no abarca la totalidad del mundo de la prostitución. Pero puedo decirle que muchas mujeres eligen sin problemas esta profesión por lo que conlleva de confort económico y por las posibilidades que a algunas de ellas les proporciona de ocuparse más tiempo y más intensamente de sus hijos. Mucho más y mejor que si trabajasen en una tienda o en un supermercado. Y la prostituta es una trabajadora como cualquier otra mujer, aunque casi nunca se les reconoce. Es cínico que se niegue a las mujeres la libertad de elegir esta profesión y decir: “Lo hago porque voy a ganar más dinero y voy a vivir mejor”. A nadie le chocaría que un hombre dijera eso.
Tampoco suele chocar que un hombre diga que cada sábado se acuesta con una mujer. Pero si lo dice una mujer, se le suele llamar ninfómana o, peor, puta. ¿Se refiere a eso? Totalmente. Lo que ocurre en el fondo es que el hombre tiene miedo de considerar a la prostituta como una mujer libre que hace con su cuerpo lo que le da la gana. ¿Por qué? Porque eso amenaza el reinado de los machos, a los que les gustaría que las mujeres se avergonzaran de su cuerpo y lo guardaran solo para sus maridos. ¡Mire, he hecho el amor tantas veces con hombres que me han tratado como a una puta —pero sin pagarme, y eso incluyó situaciones con mi propia pareja— que ahora me parece bastante honorable cobrar por eso!
Por vender su cuerpo… No es vender mi cuerpo, es alquilar mi cuerpo en un contexto concreto. Y no es solo el cuerpo, es mucho más que eso. Alquilas una situación, una comedia, una ilusión. Bueno, y no siempre es una ilusión…
“Ejercer de prostituta te hace más feminista. Pero también sentir ternura por los hombres, porque nosotras somos mucho más fuertes”
¿Qué quiere decir? Que varias veces llegué al orgasmo con un cliente. Sin tenerlo previsto, claro está.
¿Diría que su libro es una reivindicación directa e implicada de la prostitución? Es una reivindicación de la posibilidad de que la mujer que elige ese trabajo lo pueda desarrollar en buenas condiciones. De que las putas puedan crear las condiciones de trabajo que les parezcan dignas, ya sea en un burdel o en sus propios domicilios. La prostitución no es una profesión como las demás…, pero tiene que serlo. Mi libro no es una apología de la prostitución. Es una apología de aquel lugar concreto y de un momento concreto de mi vida. La trata de mujeres es otra cosa bien distinta, yo no la he conocido, pero debe de ser espantosa.
¿Cómo ve el futuro de las prostitutas en los países donde no es legal la prostitución? Si no se legaliza la prostitución, las chicas de 15 o 17 años seguirán en el bosque y en la carretera esperando a clientes, seguirá habiendo lugares abominables y seguirán encontrando prostitutas degolladas.
¿Por qué lo dejó? ¿Tuvo la tentación de seguir ejerciendo el oficio de prostituta? ¿Francamente? Sí. Si no hubiese sentido que mi deseo sexual se estaba adormeciendo, habría seguido. Trabajaba en buenas condiciones, me sentía feliz y económicamente digamos que era una etapa muy agradable de mi vida. Pero decidí parar y volver a mi trabajo de camarera en un café de Berlín y a escribir libros.
Perdón por la pregunta, pero antes de leer su libro, uno sintió la tentación de pensar que toda esta historia era mentira. Eso sí: si lo es, es usted un genio. Le aseguro que todo es verdad. Pagué a la Hacienda alemana por mi trabajo como prostituta, sigue habiendo fotos mías desnuda en Internet y el burdel Le Manège sigue abierto, aunque con otro nombre. Entiendo que haya gente que no se lo crea porque, claro, sería admitir que una mujer puede trabajar de puta y sentirse bien.
Pero Le Manège es un nombre ficticio. ¿Cómo se llama el burdel de verdad? Prefiero no decirlo. Pero era un mal sitio. Estaba regentado por hombres, unos albaneses que…, en fin. Era todo bastante oscuro. Corría la coca, sentías miedo, pensabas que algún día te retendrían el pasaporte… No como en La Maison, que la dirigía una mujer —una antigua ama— y era maravillosa.
Nabokov, Sade, Henry Miller, Maupassant, Louis Calaferte… son autores en los que se piensa leyendo La maison. ¿Cree que tendrían fácil publicar hoy los libros que les hicieron célebres? ¿Lolita? ¿Justine? ¿Trópico de Cáncer? Está claro que hay una vuelta del puritanismo, una vuelta atrás en lo moral, y en ese terreno Francia es la campeona del mundo. Somos el país más hipócrita del planeta. Todo se hace a escondidas. Y sobre eso que me pregunta…, no, no creo que un libro como Lolita pudiera ser publicado hoy.
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