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Columna
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El ministro que manipula la Biblia para crear odio político

No se trata de un ministro cualquiera, sino el de Educación, Abraham Weintraub, que lleva sobre sus hombros la enorme responsabilidad de formar a millones de niños y jóvenes brasileños

Juan Arias
El ministro de Educación brasileño, Abraham Weintraub, junto a Bolsonaro.
El ministro de Educación brasileño, Abraham Weintraub, junto a Bolsonaro.AP

No se trata de un ministro cualquiera, sino el de Educación, Abraham Weintraub, que lleva sobre sus hombros la enorme responsabilidad de formar millones de niños y jóvenes para el futuro de la nación brasileña. El ministro, con motivo de un encuentro en Brasilia organizado por la ONG Todos por la Educación, además de ironizar sobre el coronavirus, que podría haber contagiado a la organizadora, Priscila Cruz, una de las figuras destacadas del mundo de la enseñanza, aún se sirvió de la Biblia para recordar la ira de Dios.

Trayendo fuera de contexto el salmo bíblico “El Señor hará recaer sobre ellos su propia iniquidad, y los destruirá en su propia malicia; el Señor nuestro Dios os destruirá” (Salmos, 94,23), ha manipulado los libros sagrados para sembrar odio político.

El ministro, que parece conocer la Biblia, debería saber que su citación se refiere a un versículo del Antiguo Testamento, el del Dios aún vengativo, que proclamaba la destrucción del enemigo y que no es posible leerlo hoy sin tener en cuenta el Nuevo Testamento, que es la culminación del Viejo, en el que la Humanidad da el salto cuántico del “ojo por ojo y diente por diente” al de la misericordia, el perdón a los enemigos y el amor universal. Cualquier otro uso político de las Sagradas Escrituras, y más en un Estado laico, es herir la democracia y pretender sembrar cizaña para mantener divididos a los brasileños.

Si la religión, la que sea, no sirve para defender los principios de la libertad y la defensa de los marginados y no contribuye a mantener vivos los valores de la civilización, conquistados con tanto dolor a lo largo de los siglos, solo servirá como instrumento de dominación y división. La esencia de cualquier contacto con la divinidad, o es libertador, o desemboca en alienación que profana a la Humanidad.

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Mientras en Brasilia el ministro de Educación caía en la pequeñez de querer ofender a una militante que quizás no comulga con sus principios políticos, llegando a invocar contra ella la ira y el castigo de Dios, un programa de la TV Globo sobre la dura vida que llevan en la cárcel los transexuales, despertó las iras de los intransigentes recordando el “ojo por ojo” a la Weintraub. Fue con motivo de la intervención del médico Drauzio Varella, que llevó al programa su gran experiencia profesional de aliviar el dolor de las cárceles y denunciar los posibles abusos cometidos con los presos.

Si, en un primer momento, el relato del médico sobre una trans, al que acababa de visitar en la cárcel, despertó la solidaridad de miles de brasileños que supieron que la detenida llevaba años sin haber recibido nunca una visita, y a quien Varella llegó a abrazar para consolar su soledad, enseguida se levantó una tormenta sobre él cuando se supo algo que ignoraba entonces. La detenida había cometido en el pasado un crimen terrible, estuprando y matando a un inocente, pecado por el que ya ha sido condenada y está pagando en la cárcel.

El médico quiso recordar que él iba a las cárceles no como juez ni abogado sino como médico para ayudar a los presos. Y un profesional no puede dejar de curar a un enfermo sean los que sean los crímenes que hubiera podido cometer.

Y es aquí donde se cruzan las maldiciones del ministro de Educación contra los que no piensan como él para quienes evoca el castigo de Dios, con la indignación contra el médico Varella.

Ya que convivimos con un Gobierno cuyo lema es “Dios arriba de todo”, y en el que los ministros evocan al Antiguo Testamento para justificar su siembra de odio político contra quienes no piensan como ellos, también aquí hay que recordar que los Evangelios, que hacen parte también de la Biblia cristiana, proponen un Dios a las antípodas de las furias escatológicas de los seguidores del presidente Bolsonaro.

Basta recordar que las maldiciones del profeta Jesús, que anunciaba un mundo opuesto al antiguo de la ira y la venganza, eran solo contra la hipocresía de los fariseos y la opresión de los poderosos, nunca contra los pecadores. Cuando abrazaba y curaba a los leprosos no les preguntaba si antes había matado a alguien. Su compasión frente al dolor revelaba ya el nacimiento de una sociedad basada en la compasión y en el perdón, más que en el odio o la venganza.

A los hombres que pedían la pena de muerte contra la mujer adúltera, Jesús les provocó al decirles “quien de vosotros esté limpio de pecado que arroje contra ella la primera piedra”. Se fueron todos “empezando por los más viejos”, narra el evangelista.

Si Jesús hubiese visitado hoy a la trans detenida por su crimen, seguramente lo hubiera hecho no para recordarle su pecado, por el que estaba ya pagando, sino para recordarle que no estaba sola en la vida y que la misericordia de Dios era mayor que la justicia de los hombres.

En la parábola del publicano y el fariseo, Jesús tomó la defensa del publicano que en el último banco del templo pedía a Dios perdón por sus pecados, mientras condenó la soberbia del fariseo que se jactaba proclamando: “Yo no soy pecador como ese publicano”.

Una de las obras de misericordia del cristianismo es la de “visitar a los presos”. Y esa obra de misericordia no discrimina la culpabilidad mayor o menor de los detenidos sino que se fija solo en la soledad que tienen que soportar para expiar su pecado.

Fui testigo, como periodista, de la célebre visita del papa Juan XXIII a la cárcel de Regina Coeli de Roma, destinada entonces a los presos condenados a cadena perpetua por lo que sus crímenes debían ser gravísimos. El Papa, mezclándose con los presos, los abrazó, los bendijo y hasta les recordó que alguno de ellos podría estar allí injustamente por algún error de la justicia. No fue a absolverles ni a volver a condenarles ya que ello era función de la justicia de los hombres. Fue a consolarles.

Y el papa Juan Pablo II fue a la cárcel para encontrarse con Ali Agca, el joven turco que disparó contra él y lo puso al borde de la muerte. Y acabó pidiendo a las autoridades civiles que fuera perdonado.

La justicia de Dios no siempre coincide con la de los hombres y nadie tiene el derecho, y menos en política, de invocar el nombre de Dios para castigar o pedir los castigos del cielo contra nadie. El resto es profanar los textos sagrados.

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