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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Monólogo exterior: sobre el nuevo número de ICON Design

Una colección desprejuiciada de ideas, historias, casas, lugares, muebles y objetos, y de los talentos que los hacen posible. Disponible en tu kiosco

Daniel García López

En 1978, antes del rodaje de Interiores, Woody Allen tuvo que descartar 50 localizaciones hasta decidirse por el hogar de Vincent y Ann Caristo: una casa de principios de siglo con 30 habitaciones, fachada de madera y estupendamente ubicada entre las dunas de la playa de Southampton, al norte de Nueva York. Cuando la encontraron, el proceso de dar con la decoración adecuada fue hasta peor. Hizo falta un mes de obras para levantar la moqueta, abrillantar la madera, quitar contraventanas para no tapar las vistas, pintar, despejar habitaciones y sustituir los muebles de la familia por unas pocas piezas sobrias y perfectas. Pero, cuando el director lo vio, se vino abajo. “Esto no es lo que tenía en la cabeza. Es demasiado duro. Estos no son los muebles”.

Supongo que en ese momento Mel Bourne, el director de arte, se quiso pegar un tiro. Pero una pared blanca no dice lo mismo que una pared beis, e Interiores era el primer drama de Allen: una historia sobre el declive psicológico y emocional de una interiorista, sobre la deriva de su familia y sobre los espacios que habitaban, que adquirían un protagonismo equiparable al de Diane Keaton, Geraldine Page y el resto de los actores.

En la película, la casa de los Caristo en Southampton es una absoluta estrella. Bourne terminó amueblándola con antigüedades francesas, inglesas y americanas, y pintándola en un crema grisáceo casi indescriptible. En su afán por retratar el gusto simple y preciso de la protagonista, y la tensión que provoca en los suyos, llegó al borde del trastorno: en una habitación puso una alfombra de Aubusson de 10.000 dólares. Pero dada la vuelta.

Yo, por supuesto, vi Interiores durante el confinamiento, dividido entre el placer que me producía la pureza casi heroica de las casas que habitan los personajes y una cambiante relación con la mía propia. Porque estos meses, como cualquiera, he visto mi salón desdoblarse como despacho y gimnasio, las cocinas de mis amigos reencarnarse en guardería o el cuarto de los niños de mis compañeros de trabajo cumplir como sala de reuniones (con suspicaces visitas de sus pequeños caseros).

Ahora que, además, hemos dejado de viajar, nuestro horizonte se ha hecho más doméstico que nunca.Todo lo cual refuerza la misión que cada seis meses pretendemos que cumpla ICON Design: ser una ventana al mundo. Una colección desprejuiciada de ideas, historias, casas, lugares, muebles y objetos, y de los talentos que los hacen posible. Que dé gusto leer pero también pasar páginas. Esperamos haberlo conseguido. Nos vemos en octubre.

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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.

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