La historia del marchante de arte gallego, su mujer y el pintor chino que engañaron al mundo del arte de Nueva York
El documental ‘Made You Look: A True Story About Fake Art’ pone otra vez el foco en uno de los fraudes más importantes del mercado del arte neoyorquino
Nueva York, inicios de los años noventa. Una mujer mexicana, seria y bien vestida llamada Glafira Rosales entra en la Galería Knoedler, con 160 años de historia y entonces una de las más prestigiosas del mundo. Allí se reúne con Ann Freedman, su directora: experta en arte, inteligente y excelente vendedora. Es alta, elegante y sus rizos plateados caen sobre sus hombros: el mejor director casting no habría sugerido ni un solo cambio en su apariencia.
Rosales viene a hacer negocios. Trae un Rothko inédito, propiedad de un conocido al que representa. El misterioso propietario no quiere publicidad, pero necesita deshacerse de la colección de arte que ha heredado de su familia. Hay cartas y documentos que avalan su procedencia, así como la de otros cuadros que vendrán después.
Lamentablemente, tanto este lienzo como los documentos que lo acreditan son totalmente falsos. El Rothko no data de los años cincuenta, la pintura está mucho más fresca: la acaba de perfilar un tal Pei-Shen Qian, un artista chino residente en Queens. Concretamente, en su garaje. Y es de suponer que cuando Freedman ve por primera vez el cuadro se queda impresionada. No todos los días entra por la puerta alguien con una obra inédita de un gran artista.
Las posibilidades de que un hombre nacido en 1955 en la parroquia de Santo Estevo de Parga, Lugo, e hijo de una familia humilde, llegue a codearse con la aristocracia del arte de Nueva York y consiga sisarles 80 millones de dólares son realmente pocas
Un mercado que necesita mercancía
El mercado del arte durante la década de los noventa estaba necesitado de material. Las obras de los grandes maestros y de los vanguardistas del siglo XX dormían desde hace tiempo en colecciones privadas o en grandes museos. Por otro lado, la crisis económica que azotó al mundo en aquel momento hizo que el capital estuviese deseoso de invertir en arte, un perfecto refugio para el dinero en tiempos convulsos. Como dato, en 1987, Los Girasoles de Vincent van Gogh se vendió por la cifra récord de 39,9 millones de dólares (la autenticidad de esta obra, por cierto, se pondría en cuestión unos años después).
Pero volvamos un poco atrás en el tiempo y repasemos los hechos que propiciaron esta reunión. El camino es largo y complicado; además, está plagado de maravillosas casualidades. Las posibilidades de que un hombre nacido en 1955 en la parroquia de Santo Estevo de Parga, Lugo (actualmente, cuenta con 465 habitantes), e hijo de una familia humilde, llegue a codearse con la aristocracia del arte de Nueva York y consiga sisarles 80 millones de dólares son realmente pocas. Este hombre se llama José Carlos Bergantiños Díaz y el principio de su biografía es similar al de muchos de sus contemporáneos gallegos: tiene que trabajar desde que es muy joven para ayudar a su familia; pasa un tiempo de botones en el balneario de Guitiriz, cerca de su pueblo, y pronto emigra a Madrid donde se gana la vida como camarero en un bar de la Plaza Mayor.
Durante su estancia en Madrid, Bergantiños se hace amigo de un torero, de los que firman contratos para hacer las Américas y, sin pensárselo demasiado, decide irse para allá con él. Tampoco sabemos cómo le fue al torero ni cuál es su nombre, pero sí que José Carlos contrae disentería. Ingresado en un hospital mexicano, conoce a la mujer del Rothko, Glafira Rosales, que por entonces es una jovencita que hace prácticas como estudiante de enfermería. Y se enamoran. Casualidad número uno.
Como Bergantiños, Glafira tampoco ha tenido una infancia sencilla en Guanajuato pero, como su nuevo amor, es una persona ambiciosa y ha conseguido salir adelante por sí misma, así como aprender idiomas y graduarse en Enfermería. Por eso no es extraño que, tras un tiempo viviendo en México, la pareja piense en cruzar la frontera del norte hacia lugares donde la hierba es más verde: atraviesan el Río Bravo y, tras pasar por varios emplazamientos del sur de Estados Unidos y haber realizado algunos trabajos de poca importancia, recalan en Nueva York.
La revelación
Aquí, la historia se acelera. De alguna forma, Bergantiños se entera de que en la ciudad está un hombre al que conoció en Madrid: el médico y pintor argentino Osvaldo Gomáriz. Casualidad número dos. Gomáriz es un personaje muy interesante por sí mismo y sobre el que se ha escrito algún artículo académico, ya que está muy relacionado con algunos escritores importantes de la época como Carlos Edmundo de Ory, Gloria Fuertes o Allen Ginsberg; totalmente implicado en el mundo artístico neoyorquino de finales de los ochenta y, lo más importante para esta historia, es el fundador de la galería Gas Station en 1986.
Gas Station, también conocida como Art Gallery Space 2B por estar en el cruce de la B Avenue y la 2nd Street de Manhattan, es una galería de arte, centro cultural y bar de copas que se pone de moda en un abrir y cerrar de ojos. Está ubicada en una gasolinera abandonada en uno de los rincones más lúgubres del East Village. Antigua vivienda y narcosala de los drogodependientes de la zona, Gomáriz y el también médico español Xavier Domingo alquilan el espacio, lo limpian con la ayuda de la gente del barrio, convencen a sus habitantes, adictos, para que se trasladen al edificio de al lado y comienzan a organizar exposiciones, lecturas de poesía, performances y debates. En las fiestas, según ha contado el propio Bergantiños, podías encontrarte a Basquiat o Keith Haring. La galería permanece unos 10 años abierta.
Y alrededor de esta interesante pero clara operación de gentrificación, se encuentran Bergantiños y Rosales, a quien Gomáriz les echa una mano dejándoles vivir durante una temporada en una habitación calurosa y sin ventanas dentro de la propia galería. José Carlos trabaja repartiendo marisco en una ambulancia por los restaurantes de la ciudad (y sí, en ocasiones utiliza la sirena para abrirse paso entre el tráfico). Suponemos que aquel es un periodo oscuro y extraño para ambos, pero a la vez iniciático porque comienzan a frecuentar los círculos más exclusivos del mundo del arte.
Después de unas cuantas inauguraciones de galerías, de conversaciones con marchantes y artistas y de alguna que otra fiesta en el MoMA, las conexiones de Bergantiños se van multiplicando y se da cuenta de que aquello es una mina de oro esperando a que él le aplique su pico gallego. Sin pensárselo dos veces, se matricula en un curso de la Universidad de Nueva York (que todavía existe) llamado Starting A Successful Art Business, y que se podría traducir como Creación de empresas de venta de arte. Además, junto a Rosales crea su propia empresa de compraventa de obras de arte, King’s Fine Arts, y empieza a impulsar el trabajo de algunos artistas españoles y latinoamericanos.
Y llegamos a la casualidad número tres.
Un día, mientras camina por una calle del Village y quizá sumido en su sueño de convertirse en el marchante de arte más exitoso de Nueva York, Bergantiños se cruza con uno de esos artistas que ha renunciado a la gloria de la Academia, y que realiza retratos rápidos a turistas y viandantes en plena calle para salir adelante. Y algo debe de ver José Carlos en Pei-Shen Qian, un inmigrante chino que llega a Nueva York en 1981 para estudiar arte, porque le ofrece 200 dólares para que le pinte un cuadro (una obra que nunca ha trascendido y de la que se desconoce su ubicación).
Poco a poco, surgen más encargos. Bergantiños investiga los materiales que han de utilizar para que la autenticidad del cuadro sea más creíble, y consigue pinturas y soportes de la época para que los utilice Qian. Aportando un toque más de picaresca celtibérica a todo este relato, envejece las obras frotándolas con bolsas de té o cuarteando la pintura con el calor de un secador de pelo. Según el documento de acusación del caso, durante la siguiente década y media, de los pinceles de Qian salen obras de, entre otros, Robert Motherwell, Jean-Michel Basquiat, Keith Haring, Francisco Zúñiga, Jackson Pollock, Willem De Kooning o, como ya sabemos… Mark Rothko.
Desde entonces y hasta el verano de 2009, el extraño equipo formado por Bergantiños, Rosales y Qian distribuye más de sesenta cuadros en el mercado, la mayoría a través de la galería Knoedler. Eso que se sepa, claro. La venta récord fue un falso Pollock que se vende por 17 millones de dólares. Y, como es obvio, el nivel de vida de la pareja mejora bastante. Se compran una casa nueva, disponen de un coche con chófer y José Carlos recibe clases de aviación. La de Pei-Shen, sin embargo, no cambia tanto; él nunca percibe más de 10.000 dólares por cuadro.
El principio del fin
Pero en 2003 aparecen los primeros problemas. Algunos compradores comienzan a recibir informes negativos sobre la autenticidad de sus cuadros. Y cada vez surgen más dudas, más quejas… De repente, en un Pollock de 1950 aparece un tono de amarillo que no se fabrica en aquel momento. Más problemas... Aun así, las ventas continúan; algunos expertos siguen confirmando la autenticidad de los cuadros.
¿Y cómo se vive toda esta situación en la Galería Knoedler, que es la que más ventas realiza? Fue el comienzo del fin. La propia Ann Freedman lo reveló recientemente. Hace solo unas semanas se estrenó un documental que ha vuelto a reavivar el interés sobre este caso al otro lado del Atlántico. Titulado Made You Look: A True Story About Fake Art y dirigido por Barry Avrich, en él se pone el foco en la figura de Freedman. Hasta el momento, la galerista solo había hablado con el FBI y frente al tribunal. En la pieza audiovisual, también hay una entrevista a Bergantiños, así como a varios expertos de arte de la ciudad de Nueva York y un interesantísimo viaje a China en busca de Pei-Shen Qian, del que hablaremos al final de este artículo.
¿Quién es el malo aquí?
Llamamos a Avrich porque su visión del caso resulta muy interesante, ya que ha tenido la oportunidad de entrevistar a todos los protagonistas. Para él, nada de esto hubiera ocurrido si no existiese Freedman: “Sin Ann no habría película. No habría ocurrido nada y yo no estaría aquí hablando contigo. Su figura es capital, ya que es el portal para que los cuadros falsificados lleguen a los coleccionistas y a los expertos en arte”, resume.
Pero entonces, ¿es ella la auténtica culpable de la estafa? “No creo que Freedman se propusiera engañar a nadie”, nos comenta Avrich desde Canadá. “Los delincuentes son José Carlos y su novia, Glafira Rosales. Ann era una pieza de ajedrez que ellos utilizaron y explotaron. Todos tienen un poco de culpa, claro, porque Ann debería haber sido mucho más escrupulosa y sospechar de la procedencia de los cuadros. Quizá mi juicio sobre ella parezca poco severo, pero pagó un altísimo precio: perdió su reputación y en el mundo del arte eso lo es todo”.
En 2009, Freedman dimite, arrastrada por las sospechas, las reclamaciones de clientes engañados y tras la primera demanda judicial. Su galería se ve obligada a cerrar dos años después tras más de un siglo abierta. La guerra de Secesión no había conseguido acabar con ella, ni tampoco las dos guerras mundiales… Incluso sobrevive al 11 de septiembre, pero la trama de Bergantiños destruye su credibilidad y, como dice Avrich, en el arte esa es la cualidad más valiosa.
Follow the money
Las autoridades estadounidenses comienzan a seguir el caso desde que surgen las primeras preguntas sobre las ventas de Knoedler y, más en concreto, sobre las operaciones con Rosales (porque Bergantiños se mantiene al margen): se trata de movimientos de dinero importantes que implican a peces gordos. Y como si siguiesen al pie de la letra el consejo de Lester Freamon, el policía sabio de The Wire, deciden seguir el dinero y ver hacia dónde los conduce.
La vida del timador no es un ejemplo de estabilidad y en 2003 aparecen los primeros problemas. Algunos compradores comienzan a recibir informes negativos sobre la autenticidad de sus cuadros. Surgen dudas y de repente en un Pollock de 1950 aparece un tono de amarillo que no se fabrica en aquel momento
No tienen que ir muy lejos. De los pagos que las galerías realizan por los cuadros falsos, es habitual que un porcentaje se lo quede Glafira en calidad de representante, pero la otra parte vuela hacia las manos de los legítimos dueños de las pinturas, oscuros personajes de los que la mexicana jamás revelará su identidad.
En la acusación del caso se detalla cómo el grueso del dinero viaja a diversas cuentas en España, que en su día abre Glafira en sucursales de Lugo, y a las que podía acceder el hermano de José Carlos, Jesús Ángel Bergantiños.
La investigación sobre el caso, que se alarga unos cuantos años, culmina en mayo de 2013 con la detención de Rosales acusada de siete cargos de evasión de impuestos y blanqueo de capitales, así como la huida de Bergantiños a España y la de Pei-Shen Qian a China. Los dos hombres no son acusados en primer término y pueden salir del país.
La mexicana ingresa en una prisión de Nueva York, pero después colabora con la justicia revelando todo lo ocurrido. Por ello, aunque al principio se enfrenta a 99 años de prisión, la pena es mucho menor: noventa días de arresto domiciliario y tres años de libertad vigilada. Además de la colaboración, en la sentencia influyen las alegaciones de sus abogados defensores, que logran convencer al tribunal de que el cerebro de la operación es Bergantiños y que ella casi se ha visto obligada, bajo amenazas, a ejecutar sus planes. Argumentos que son apoyados por varios familiares y amigos de la pareja, incluida la hija que ambos tuvieron en 1991, Isolina. En la actualidad, Glafira sigue viviendo en Nueva York y ya no está vinculada con el mundo del arte.
Menos suerte tienen Bergantiños y su hermano Jesús, que son detenidos en Sevilla y Madrid respectivamente en abril de 2014, después de que Estados Unidos emita una orden de arresto contra ellos. Pero la Audiencia Nacional acaba denegando su extradición debido al estado de salud de José Carlos y porque considera que los delitos tienen carácter internacional y pueden ser juzgados en España. Bergantiños vive actualmente en Lugo.
¿Esto es arte?
Otro de las factores que hace tan interesante el caso Bergantiños es que pone sobre la mesa los problemas y paradojas que han surgido en torno al mercado del arte durante los últimos tiempos. Según el informe The Art Market in 2019, realizado por la prestigiosa empresa del sector Artprice.com en 2019, este mercado alcanzó la cifra récord de 13.300 millones de dólares tras más de 550.000 subastas de lotes. Este sector representa una industria inmensa; es un monstruo que necesita que lo alimenten. Y esa voracidad, en ocasiones, permite que quizá los que más se lucren con todo ello (galeristas, coleccionistas, casas de subastas y expertos) estén tentados a prestar más atención a lo que pueden obtener de una transacción que a la legitimidad de una obra.
"Estoy convencido de que hay falsificaciones en las paredes de la mayoría de los museos del mundo. El mercado del arte está muy poco regulado, así que es un sueño para tramposos, falsificadores y mentirosos" Barry Avrich, director del documental ‘Made You Look: A True Story About Fake Art’
¿Existen reproducciones en colecciones particulares, pinacotecas y galerías? ¿Es el caso Bergantiños una excepción? Barry Avrich no duda: “Por supuesto que no. Estoy convencido de que hay falsificaciones en las paredes de la mayoría de los museos del mundo. El mercado del arte está muy poco regulado, así que es un sueño para tramposos, falsificadores y mentirosos”.
Todo se sustenta en la opinión de una serie de expertos que se ganan la vida gracias a las galerías de arte y las casas de subastas, lo que plantea un problema serio. Está claro que la tentación existe. Un profesional que sea demasiado duro a la hora de autentificar un cuadro será un problema para cualquier marchante. “Según Ann Freedman, la Galería Knoedler pagó a la mayoría de los expertos para que dieran su opinión sobre las obras”, nos cuenta Avrich. “Es inquietante que muchos de ellos hayan cambiado de parecer dependiendo de si la opinión venía dada por escrito o de manera verbal”.
Ahora, solo queda por resolver la eterna pregunta: ¿Qué necesita un cuadro para convertirse en una obra de arte? En el documental de Avrich, el equipo viaja a la ciudad de Shenzhen donde Pei-Shen Qian reside con su familia para intentar entrevistarlo. Allí, se encuentran con el barrio de Dafen, un lugar único en el que trabajan más de 10.000 pintores repartidos en pequeños talleres ubicados entre calles estrechas. Algunos de estos artistas, los mejores de China, se dedican a crear arte original y copias exactas de lienzos de artistas consagrados.
Debido a las quejas de algunos de los afectados, el gobierno chino prohibió la venta de cuadros de artistas vivos o que hubiesen fallecido menos de setenta años antes. No obstante, lo que se encuentra Avrich es muy diferente: en algunos talleres hay pintores especializados en un artista en concreto, que no solo pueden reproducir cualquiera de sus lienzos sino que además crean obras nuevas. Y esto es una llave de oro para el fraude en el mundo del arte. “Yo me compré un Rothko, un Pollock y un Motherwell”, nos contó el director. “La idea era mostrar este lugar en la película para probar que allí puedes comprar absolutamente cualquier cosa. Pei-Shen nunca trabajó allí, pero los artistas que lo hacen están a su mismo nivel”, apunta Avrich.
De los sesenta cuadros que Bergantiños y Rosales vendieron como obras auténticas, sólo una decena de propietarios denunciaron su procedencia. ¿De qué paredes colgarán todos los que faltan?
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