Rapar a la mujer en el cine: de la humillación a la liberación
Desde Demi Moore en 'La teniente O'Neil' hasta Charlize Theron en 'Mad Max' o incluso 'Mulán', el corte de pelo drástico tiene significados radicales en la historia del cine
La nueva versión en acción real de Mulán no se limita, como las de La bella y la bestia o El rey león, a fotocopiar la original sino que reimagina la fábula de la doncella china que se hacía pasar por soldado para evitar que su anciano padre tuviese que acudir al frente. Tan distinta quiere ser que no ha incluido el momento más icónico de la original: la noche de tormenta en la que Mulán se corta el pelo con dos tajos de una espada. Aquella imagen es la más recordada de la película porque Mulán pertenece a un club, las princesas Disney, donde tradicionalmente solo dejan entrar chicas con melenas preciosas. Las de Ariel y Pocahontas parecían tener personalidad propia, y cuando Jafar convertía a Jasmine en su esclava (con unas connotaciones eróticas tan explícitas que él comía una manzana, un trozo blanco le salpicaba en la cara y ella se lo limpiaba con repulsión) le hacía una coleta alta para que el pelo no le estorbase. Al renunciar a su cabello, Mulán renunciaba a su femineidad y a su identidad, pero sobre todo se quitaba un lastre de encima.
Ya decían los Corintios en la Biblia que “si el pelo de la mujer es abundante esa será su gloria, porque se le ha dado para que se cubra”. La equivalencia de un pelo bonito con la decencia, la virtud y la belleza de espíritu sobrevivió hasta los 80, cuando Dolly Parton aseguraba en Magnolias de acero que “cuanto más grande sea tu cardado, más cerca estarás de Dios”. El cine ha explotado esa asociación, desde las heroínas de la comedia romántica que pasaban de patito feo a princesa con solo dejarse el pelo suelto hasta la refinación de Julia Roberts en Pretty Woman. Vivian irrumpía en la película haciendo la calle con una peluca rubia (es decir, esa no era realmente ella), al día siguiente Richard Gere aprobaba sus rizos indómitos (“mucho mejor de pelirroja”), pero se pasaba toda la película reprendiéndola por su tic de atusarse el pelo. En cada nueva cita, ella se recogía el pelo dócilmente para parecer más recatada pero acababa harta y, en la escena del final feliz, su peinado simbolizaba el acuerdo al que habían llegado: volvía a estar suelto y voluminoso, pero ya no tenía rizos sino un ondulado bien hidratado y respetable. Cabe imaginar que si Vivian acabase rompiendo con él lo primero que haría sería cortarse la melena.
Rapar a las mujeres ha funcionado como maniobra de humillación en todas las guerras. De ahí el impacto de ver a Natalie Portman en V de Vendetta, a Anne Hathaway en Los miserables o a Lena Headey en Juego de tronos despojadas de su femineidad y por tanto anuladas como seres humanos. Por eso resulta liberador cuando es la propia mujer quien toma la decisión de raparse: Demi Moore en La teniente O'Neill, Jo en Mujercitas (vendía su cabello para ayudar económicamente a su familia en un rito de madurez que horrorizaba a la frivolona de su hermana Amy, que exclamaba “¡pero si era tu única belleza!”) o Charlize Theron en Mad Max. Su personaje era una de las esposas del emperador, pero fue descastada por estar defectuosa (era infértil). En todos estos casos, la femineidad era un estorbo y despojarse de la melena era una metáfora inmediata como cuando Lady Macbeth maldecía su debilidad femenina deseando que sus pechos albergasen hiel en lugar de leche. Y si no que se lo digan a Britney Spears, quien se rapó sonriente como si su rebelión fuese parte del espectáculo: ese pelo (al que habían hecho coletitas con pompones, que habían humedecido para darle aspecto sudado y que ella movía compulsivamente en sus bailes con la energía de un revolcón) solo le había dado disgustos.
El rapado de una mujer puede representar, por tanto, subversión, trauma (Jodie Foster en Acusados), castigo (Juana de arco) o supervivencia. Este año, Aves de presa incluía una pelea en la que Harley Quinn le ofrecía a su secuaz un coletero para que repartiese hostias con más comodidad. Cuando June se cortaba el pelo en El cuento de la criada, aprovechaba para arrancarse un rastreador que le habían insertado en la oreja: la liberación nunca fue tan literal. Y cuando la Okoye de Black Panther tenía una misión en el mundo real y la obligaban a llevar peluca, una incomodidad que ella no comprendía, acababa utilizándola como arma arrojadiza contra uno de los malos. Las mujeres negras han sido ridiculizadas por su cabello durante décadas, lo cual las empujaba a un complejo de raza y de clase que intentaban paliar con pelucas y alisados. Por eso cada movimiento de reivindicación negra ha estado subrayado por la emancipación de los afros o por la renuncia a ponerse peluca. El pelo es a la vez privado y público. Estético y político. Puede mandar un mensaje, puede evocar erotismo y puede reconfigurar la identidad. Cuando la niña Millie Bobbi Brown se rapó para Stranger Things, se puso a llorar desconsoladamente pero no por perder su belleza o su femineidad, sino porque temía perder futuros papeles si la serie de Netflix no funcionaba.
En la España medieval los fueros decretaron que agarrar a una mujer por el pelo era una violación de su honor. Pero con los siglos la estética capilar se convirtió en una herramienta para subyugar a las mujeres: una mujer que no cuidaba su cabello era percibida como una persona que no se cuidaba a sí misma ni a los suyos. Mulán, no por casualidad, se desprendía de ese lastre utilizando una espada (un arma de violencia, pero también un instrumento de honor) y acababa salvando China, pero ahora reclamando su femineidad: escalaba columnas con un fular, se enfrentaba al villano llevando un vestido y lo derrotaba con un abanico. Mulán se proclamaba como heroína reconciliándose con su condición de mujer, pero para eso tuvo que deshumanizarse y neutralizar su femineidad primero. Menudos debates deben de montarse en las reuniones de princesas Disney.
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