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Las clases por tele y radio que no llegaron a las zonas rurales César vive en una de las muchas casas sin electricidad de Alta Verapaz, Guatemala. En este departamento solo uno de cada cinco hogares cuentan con luz. Aquí no llegaron los programas virtuales de ‘Aprendo en casa’ del Ministerio de Educación, pero sí llegaba la seño Carmen, quien se negó a que sus niños perdieran un año El 15 de marzo de 2020 cerraron las 34.000 escuelas de Guatemala. Inicialmente, se pensó que no duraría más de 21 días. Sin embargo se extendió casi un año. El Ministerio de Educación de Guatemala y Unicef se pusieron manos a la obra para hacer llegar las clases a las casas de casi cuatro millones de estudiantes. Uno de los programas que crearon fue ‘Aprendo en casa’, una cadena de contenidos que se emitieron a través de canales de televisión y radio. Jaime Villanueva / Noor Mahtani El proceso inicial fue algo rudimentario. Se grababa en los jardines del ministerio o en salas en desuso con los propios móviles de los funcionarios. Así lograron la primera emisión cuatro días después del cierre de colegios. Meses después consiguieron adaptar seis salas del edificio y contratar un equipo profesional de grabación y edición del contenido, creado a partir de las guías de autoaprendizaje que se repartieron a todos los padres de familia. Jaime Villanueva / Noor Mahtani A pesar de todo el esfuerzo, esta formación complementaria solo llegó a los niños más afortunados: los que cuentan con acceso a luz o unas monedas para comprar pilas para la radio. Todo el trabajo del sector educativo durante la pandemia se dio de bruces con un país que crece a diferentes velocidades. Jaime Villanueva / Noor Mahtani La ministra de Educación, Claudia Ruiz Casasola, conocía los retos de su comunidad. En una entrevista con Planeta Futuro aseguró que “no fueron un obstáculo”: “Nuestra estrategia no está pensada para los niños que tienen electricidad; sino para los niños de las áreas rurales lejanas. Y nuestros materiales van impresos para todos, no importa en dónde estén. [...] Para nosotros lo prioritario son los materiales impresos, que los niños no tengan energía no es ningún obstáculo. La televisión y la radio son un complemento”. Jaime Villanueva / Noor Mahtani Más de 260 profesores se han acercado para grabar parte de estas cápsulas educativas de manera altruista y voluntaria. Cambiaron la pizarra y la tiza por un plató de televisión y cámaras de vídeo. Pero la pasión y las ganas de que llegara el conocimiento eran las mismas. Entre lección y lección, recomendaciones para protegerse del virus, gajes del nuevo oficio. “Y antes de irte, no olvides lavarte bien las manos con jabón. Así, bien, bien. Y decile también a tus papás”, coreaba una de las maestras, disfrazada de payaso. Jaime Villanueva / Noor Mahtani En el país centroamericano conviven 22 lenguas nacionales además del español. El contenido de radio, que emitía capítulos cortos cada semana, tradujo la información a nueve de estos idiomas. Además, los programas de televisión se doblaban siempre a lenguaje de signos. Jaime Villanueva / Noor Mahtani Laura Rosemary nunca escuchó las clases. La barrera no fue la idiomática, sino la enorme brecha digital de Guatemala. Esta estudiante de seis años vive en el Caserío San Antonio Cabañas, una aldea del departamento guatemalteco de Alta Verapaz a la que no llega la electricidad. El centro con luz más cercano es su escuela y para llegar a ella toca caminar del lado del río Tampomá durante una hora y media. Jaime Villanueva / Noor Mahtani Es 22 de febrero y Laura está contenta porque conoció al presidente de la República de Guatemala, en el acto de reapertura de las clases. Ir de nuevo al colegio la hace más feliz aún. Está deseando volver. “Ya quiero estar con mis amigos y ver a mi profe Víctor, porque con él aprendía mejor”, cuenta desde un rinconcito de su casa. Esta futura matemática dice que no ha sido nada fácil la educación a distancia: “Si no entendía un ejercicio, no le podía preguntar a mis papás porque no saben”. Ambos son campesinos analfabetos. Jaime Villanueva / Noor Mahtani Vilma, la hermana mayor, pasó a tercero Básico y le toca volver a las clases martes y jueves si los indicadores sanitarios lo permiten. Los últimos meses reservó una de las mesas de la casa como su escritorio. Cada vez que hacía los deberes, desocupaba el mueble y se lo llevaba al patio para aprovechar la claridad del día. Jaime Villanueva / Noor Mahtani Mauro, el padre de esta familia, no quiere que sus hijos dejen de estudiar. “Nos preocupa que puedan contagiarse, pero es un riesgo que tenemos que asumir. Tienen que volver a las clases”, narra. Es una familia muy humilde que vivía antes con cinco euros diarios y desde que estalló la pandemia se las apañan con la misma cantidad para toda la semana. “Soy jornalero y ya no me llaman”, lamenta, “Así que mis hijos también tuvieron que ayudarme con la milpa [maíz] y el palmito”. Jaime Villanueva / Noor Mahtani César ve llegar a la 'seño' Carmen desde bien lejos, asomado a la barandilla del patio, hecha de cañas. Y desde que la reconoce cargando una radio y algún juguete en la otra mano empieza la fiesta. César Enrique Bol Coy es un estudiante con discapacidad cognitiva y psicomotriz que el año pasado cursaba tercero de Primaria con la profesora María del Carmen Cú Tipol, la única maestra de la escuela de la Aldea Coxopur, en Cobán, Guatemala. Durante la pandemia, ella se acercaba al menos una vez por semana para repasar juntos el contenido. “A él no se le podía dejar con guías de autoaprendizaje”, dice en alusión al material impreso que repartió el ministerio. Jaime Villanueva / Noor Mahtani “¿Cuál letra es esta, papito?”, repite incansable. Ella le enseña en español y q'eqchi, la lengua maya que se habla en la zona. A la madre de César se le nota el alivio en los ojos: “Ha sido muy difícil estar un año con él en casa porque nosotros no sabíamos cómo hacerle. Ahora la 'seño' me lo explica a mí y yo soy la que se lo va enseñando despacito”. Es el rostro de la perseverancia. Jaime Villanueva / Noor Mahtani Cú Tipol no se olvida de cómo era el pequeño antes: “Llegó a la escuela con los dedos blanditos. No era capaz siquiera de agarrar un 'crayon'. Hoy día escribe. Lentito, sí. Pero escribe y pinta. ¿Verdad que sí, papito?”. Este la mira con los ojos bien abiertos y asiente rápido. Gracias a la insistencia de la docente, el rincón del estudio de la casa luce colorido, con un herbario colgado en la pared y decenas de juguetes para aprender a sumar hechos con restos y tapas de botellas. Es el pequeño altar de César. Jaime Villanueva / Noor Mahtani En la clase de la profesora están colocados todos los trofeos de sus niños: tiovivos de cartón y muñequitos que van con pilas, ruletas de las sílabas tónicas, títeres caseros y coronas con el abecedario. “No dejé que su formación fuera únicamente completar un libro”, cuenta. Esta profesora multigrado, enseñaba en el mismo grupo a 25 alumnos de primero a sexto de primaria y en su metodología hay varios guiños a María Montessori: “Todos los niños tienen derecho a la mejor calidad educativa. Seas de la Ciudad de Guatemala como de la aldea de Coxopur”. Jaime Villanueva / Noor Mahtani Para llegar a la escuela, Cú Tipol se demora casi dos horas en transporte público. Por eso aplicó a unas oposiciones que le ofrecían un puesto en una clase más cerca de su casa. “Me da mucho apuro pensar en mis niños pero es que se me van cuatro horas diarias…”. César no sabe aún nada. Jaime Villanueva / Noor Mahtani En esta comunidad, Cú Tipol es el motor. Y la suerte de sus niños. “No llegó la radio, pero ella no faltó”, dice agradecida Lolita, la madre de otro de sus alumnos. Jaime Villanueva / Noor Mahtani