La herida italiana de Hemingway
Un mortero alcanzó al escritor a orillas del río Piave en 1918. La italiana Fossalta organiza una ruta para descubrir cómo el horror de la Primera Guerra Mundial inspiró 'Adiós a las armas'
Los que vieron a Ernest Hemingway borracho, bravucón o salvaje, es decir, absolutamente vulnerable, como su traductora al italiano Fernanda Pivano, aseguran que la tensión narrativa -siempre descarnada- de su literatura se gestó la noche del 8 de julio de 1918 cuando un mortero, activado por las tropas austrohúngaras, le hirió gravemente las piernas a orillas del río Piave.
Hemingway recordaría la detonación de la granada en la localidad véneta de Fossalta de Piave como si hubiera sentido el ruido de “una tos” detrás de él. Con esta imagen le describiría a su familia el lance en una carta y con esta imagen -la de una tos lejana, la de la máquina de un tren que echa a andar- comenzaría la narración del ataque a Frederick Henry, su álter ego en Adiós a las armas.
Hemingway avistó el final a sólo un palmo. “La muerte es algo muy simple”, escribiría días después en la misma carta a su padre, “he visto la muerte y lo sé de verdad”. Tenía 19 años y en los retratos suyos de la época, enfundado orgullosamente en el uniforme militar italiano, no tiene ni por asomo ese aire introspectivo de sus fotos de viejo con barba tupida; todo lo contrario, está contento y ligero: parece un muchacho inmortal.
Después de la explosión, con más de 200 esquirlas de metralla que el mortero le clavó en las piernas, recorrió ciento cincuenta metros, enfocado y encañonado por las tropas enemigas, con un soldado italiano a cuestas. Recibiría la Medalla de Plata por ese gesto en el campo de batalla. Meses después, el 21 de enero de 1919, llegaría a Nueva York embarcado en el Giuseppe Verdi y, en su país, recibiría la admiración de sus paisanos que habían leído su historia en los periódicos de la época.
Tabaco y chocolate
En el tiempo donde Hemingway fue herido, el río Piave se había convertido en una suerte frontera definitiva entre ambos ejércitos. Era un tramo crucial de la I Guerra Mundial en la región italiana del Veneto. La localidad de Fossalta de Piave, entre Treviso y Venecia, fue el lugar donde Hemingway quiso conocer el frente de batalla. Bajaba a las inmediaciones de las trincheras en bicicleta transportando chocolate y tabaco a los soldados que conformaban la quinta conocida como Ragazzi del 99. Una placa en el memorial que se asienta en el corredor de las trincheras los recuerda: ''A los heroicos defensores de esta orilla del río''.
Para evocar los días enardecidos de Hemingway en el frente de batalla y para que sus lectores puedan recorrer el germen geógrafico que dio lugar a Adiós a las armas, la localidad de Fossalta de Piave ha diseñado un itinerario de once kilómetros de longitud, La Guerra di Hemingway (www.laguerradihemingway.it), que narra la experiencia que el escritor americano vivió en sus días de voluntario en la Cruz Roja. Los tramos que conforman el recorrido pueden ser completados a pie o en bicicleta. El daguerrotipo de una suela de bota militar, algo así como una huella tintada con pintura azul, indica la continuidad de los caminos y conduce al visitante a los paneles informativos.
Antiguas trincheras
Cuando se conoce la historia de la I Guerra Mundial en Fossalta y se pisa la tierra donde estaban las antiguas trincheras, el río Piave adquiere algo así como un halo mitológico. Podría convertirse en el río que Marlow navega en busca de Kurtz en El corazón de las tinieblas. Y es que el Piave avanza con el ritmo lento con el que avanzan los ríos decididos. Estamos ante un paisaje tranquilo, aunque precisamente esa quietud excesiva afianza su carácter épico, el carácter épico que sólo tienen los antiguos campos de batalla. El visitante a Fossalta de Piave, siempre y cuando tenga reciente la lectura del capítulo donde Frederick Henry termina herido en Adiós a las armas, sería capaz de escuchar durante su paseo algunos silbidos o ecos metálicos de la Gran Guerra.
Al salir del término de Fossalta, el Piave hace un ligero meandro: la llamada curva Buso Burato. Fue en ese extremo donde Hemingway cayó herido. Hay otra placa conmemorativa. Muy cerca de ese lugar, todavía está erguida la Casa Gialla (la Casa Amarilla), una representación de todos los demonios del escritor. El joven Hemingway, herido, derribado en la tierra, veía dicha casa y la sentía cerca, muy cerca, pero infinitamente lejos como para sacar fuerzas y ponerse a salvo. Para Hemingway la Casa Amarilla era la casa de sus fantasmas y esa imagen se le quedaría impresa en sus pesadillas durante años. Décadas después, el viejo caserón ha sido forrado de ladrillo color crema y sus puertas y ventanas están pintadas de un tono azul turquesa. En cierta forma esta metamorfosis explica en qué se ha convertido el escenario de la guerra de Hemingway: ahora la Casa Amarilla se podría ubicar mucho mejor en una narración de los Hermanos Grimm, que un episodio agónico, en una pequeña porción, que ayuda a describir la guerra más grande del mundo.
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