Verónica Forqué, devoción por India
La actriz ha estado siete veces en el subcontinente, donde hace retiro y meditación con un gurú hindú de 'ashram'
La actriz madrileña dice de Margarita, la mujer a la que interpreta en Buena gente,que es como ella, “pero con menos libros leídos y menos suerte en la vida”. La obra, una historia de segundas oportunidades, ganó un Tony en 2011 y está en cartel en el teatro Rialto de Madrid dirigida por David Serrano. Forqué, feliz de interpretar a esta “heroína cotidiana”, lamenta no haber viajado tanto como quisiera, pero asegura que a partir de ahora lo hará, y mucho. “Ya no tengo que pedir permiso a nadie”, sentencia. Su destino preferido es siempre el mismo, India.
¿Cómo fue su primera vez?
En 1985. Fuimos toda la familia, mi hermano Álvaro, mis padres y yo. Fue un viaje muy feliz. Estuvimos en Sri Lanka y en el sur de India, en Pondicherry y en Madurai, que es maravillosa. Me di cuenta de la alegría que hay en ese país a pesar de la miseria. Recuerdo que cogimos un rickshaw y a mí me sabía fatal, me daba un apuro tremendo por el pobre señor. Mi hermano me decía: “Que no, mujer, que está encantado”.
El viaje la enganchó…
Después he vuelto unas cinco o seis veces, siempre para hacer retiro y meditación al ashram de mi gurú, Sai Baba. Aquí tener devoción por un maestro es una cosa muy rara y muy difícil de contar. La Iglesia católica, que siempre se ha dedicado a machacar a la gente, ha contaminado el sentido de la fe y de la devoción, pero para mí ha sido un regalo en la vida. En mi primera vez allí fui también a visitar a Vicente Ferrer. Recuerdo que me dijo que Sai Baba era un iluminado.
¿En el buen sentido?
¿Qué otro sentido puede tener? Iluminado es el que da luz.
¿Cómo es un día en el ashram?
Nos levantamos muy temprano, cuando todavía es de noche y se ven las estrellas. Te lavas en un grifo con un barreño y sales al alba a hacer una práctica que consiste en cantar bhajans en sánscrito en fila india. Entonces era el momento de ir a ver al maestro, pero él murió en 2011. Después se desayuna y luego ya no paras en todo el día. Igual vas a prácticas de canto que a pelar verduras a la cocina o a mil conferencias. Te acuestas en tu colchoncillo sobre el suelo a las ocho o las nueve. Todo el mundo comparte habitación, claro.
Al regresar, ¿se sufre un choque cultural?
Cuando vuelves estás divinamente, en otro lugar. Aunque también echas de menos tu cama y una tortilla de patata.
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