Latas de atún en el arcén
Nunca volvió a viajar como en aquella ocasión. El actor Antonio Molero recuerda una aventura en 'autostop' a los 18 años. El destino era Italia, aunque no llegaron
Un detalle tan aparentemente inocente como el nombre de un futuro bebé desata todo tipo de reacciones extremas en El nombre, la comedia que Antonio Molero ya ha paseado por toda la Península y con la que ahora vuelve a Madrid. Más allá de las giras, asegura que ha viajado de todas las maneras y en todas las condiciones, pero nunca ha vuelto a hacerlo como la primera vez.
¿De qué edad estamos hablando?
De los 18 años. Un día andaba por Alcalá de Henares con mi mejor amigo y nos dijimos: “Oye, no tenemos dinero, pero podemos viajar haciendo autoestop. ¡Vámonos a Italia!”. En realidad nos daba igual el destino, lo que queríamos era una aventura potente.
¿La tuvieron?
Desde luego. Teníamos como diez mil pesetas cada uno, tirando alto. Como nos daba mucha vergüenza hacer dedo en Alcalá, nuestra primera inversión fue un tren de cercanías a Guadalajara. Después no nos costó mucho llegar a Zaragoza, pero a partir de ahí se volvió muy complicado, sobre todo en España.
¿No les paraban?
Qué va, era dificilísimo. Lo que hacíamos luego es pasar un montón de horas en las áreas de servicio y comerles la oreja a los camioneros. Teníamos mucho arranque, pero poquísima sensatez.
¿Llegaron a Italia?
Pues no. Hubo un momento en Niza en que nos dimos la vuelta a los bolsillos, vimos que no teníamos ni un duro, calculamos el tiempo que habíamos tardado en llegar y decidimos volver.
Se encontrarían de todo por el camino.
Hubo varios momentos de riesgo, pero siempre aparecía algún ángel. Una vez en forma de Renault 4 en el que iban cuatro chicas, que nos llevaron a cenar y a dormir en unos bungalós en los que se alojaban.
¿Cómo estiraron el presupuesto?
Como podíamos. Dormíamos casi siempre al raso y para comer recuerdo que comprábamos cada mañana una botella de yogur líquido y una barra de pan. El resto, latas que llevábamos desde España. ¡Ese atún con sabor a gasoil comido en el arcén de la carretera!
Ahora viene cuando me dice que valió la pena.
¡Claro! En un viaje así cada día te pasan un millón de cosas. Algunas divertidas, otras terribles. Pero luego vuelves a casa y no te pasa nada en un año. Me sigo llevando muy bien con mi amigo y hemos viajado mucho juntos después, pero siempre nos acordamos de aquello.
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