Una copa con William Faulkner en Nueva York
Por los bares literarios más estimulantes e inspiradores de Manhattan en busca de la generación perdida
Bajo la luz enrarecida del sol otoñal, vi una enorme multitud cruzando la pasarela del puente de Brooklyn. Se trataba de una masa compacta de manifestantes deseosos de acabar con una enfermedad vinculada a la pérdida de memoria: Walk to end Alzheimer’s (camina para acabar con el alzhéimer), rezaban sus pancartas. La manifestación parecía secundar mis deseos, pues me había acercado al puente con el propósito de recordar los pasos perdidos de Henry Miller, que acostumbraba a detenerse en mitad de la pasarela para levitar entre el pasado y el futuro, y tocar las cuerdas del “arpa de la muerte”.
En la taberna White Horse Dylan Thomas agarró algunas de sus más soberbias y melancólicas borracheras
Cuando me arrastra la idea de evocar danzas entre la vida y la muerte, voy subiendo por la calle Bedford, donde se encuentra el Chumley’s, que fue un bar clandestino, además de uno de los locales preferidos de Faulkner y Dos Passos. El visitante actual lo encontrará demasiado remodelado, y es que el tiempo nunca pasa en balde en Nueva York: una ciudad que sabe asentarse en sí misma sin por eso renunciar a su espíritu devastador. Si te gusta especialmente algún lugar de la ciudad, visítalo ya, que en Nueva York la eternidad no es moneda de cambio. Siguiendo por la calle Hudson hasta el número 567 te toparás con la taberna White Horse, también remodelada, donde Dylan Thomas agarró algunas de sus más soberbias y melancólicas borracheras.
En el White Horse puedes preguntarle al camarero si te hallas en el local donde Thomas apuró su última copa, la de la muerte: te dirá que sí, ya que el local vive de su leyenda. En Nueva York hay unos cuantos lugares que se sostienen gracias a las leyendas, si bien cada día quedan menos. La última vez que estuve en el White Horse me encontré con un cubano que no había leído a Thomas, pero que se sabía de memoria Poeta en Nueva York. Me recitó con fluidez y fiereza Ciudad sin sueño. Sus palabras me trastornaron más que el whisky que estaba tomando.
Otro bar recomendable por su pasado literario es Old Town Bar Restaurant, a la altura de la calle 18. Se trata de uno de los más antiguos de la ciudad y que aún conserva el reservado clandestino de la ley seca, al que se accede por una vertiginosa escalera no apta para borrachos. En el Old Town he pasado tardes memorables. La camarera cuenta que en el reservado Fitzgerald se emborrachó una noche y pretendió batirse con Hemingway, pero uno no está obligado a creerla. Tanto en la parte clandestina como en la oficial el ambiente es grato, y su barra de mármol y caoba parece surgida de la edad de oro de Nueva York, cuando las tabernas eran los templos donde se desplegaba su más íntima y sustancial magnificencia y aún no se había impuesto la prohibición, que solo sirvió para acrecentar el alcoholismo y poner en circulación los licores peor destilados de la historia.
Extraño embrujo
Volviendo a los lugares frecuentados por el incomparable Dylan Thomas, no hay que olvidarse del hotel Washington Square, donde vivió tras haber sido expulsado de otros hoteles por bárbaro y ruidoso. Es un local lleno de un extraño embrujo, que te sumerge en una atmósfera cromática parecida a la de la serie Twin Peaks. Al hallarse en pleno East Village, el viajero tiene a su alcance las zonas más vitales de la ciudad. En el Washington Square la noche parece una realidad incandescente, y en su bar estilo art déco uno se siente inmediatamente inspirado. La camarera asegura que fue allí donde Dylan Thomas escribió Bajo el bosque lácteo.
Hemos hablado de bares vinculados sobre todo a la generación perdida y sus contemporáneos, pero si queremos adentrarnos en una mitología más moderna urge acercarse al Corner Bistro, el bar por excelencia de la generación beat. Pocos locales de Nueva York resultan tan acogedores, tan familiares y a la vez tan poco pretenciosos. Tiene amplios ventanales que dan a la calle Jane, se pueden degustar las mejores hamburguesas del lugar y el surtido de cervezas y whiskys americanos es excepcional. En el Corner Bistro aún se siente el aliento bohemio, tabernario y de precios razonables que impuso la generación beat, y es uno de los mejores lugares para tomar una copa a media tarde y ver cómo va cayendo la noche sobre Jane Street. El Corner Bistro es donde leí por primera vez A Far Rockaway of the Heart, de Ferlinghetti, y sufrí un ataque de poesía que me animó a escribir varias páginas de un tirón mientras se sucedían las copas de whisky americano sobre mi mesa. Cuando salí del bar, Nueva York me pareció la ciudad de la más alta poesía y la más alta ambición. Nueva York tiene demasiados iconos, y algunos de ellos excesivamente publicitados; que lugares como el Old Town y el Corner Bistro se salgan un poco de esa norma los hace aún más recomendables para el viajero que busca un cierto calor, un cierto sabor y la evocación de las épocas más gloriosamente literarias de Manhattan.
Jesús Ferrero es autor de Doctor Zibelius (Algaida, 2014).
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