Harry Potter, 20 años mágicos
De los estudios donde se filmaron las películas a los escenarios literarios, Londres celebra el vigésimo aniversario de la saga imaginada por J. K. Rowling
"Sesión de entrenamiento de movimientos con la varita mágica, paseo por el Bosque Encantado, el Gran Comedor, volar con una escoba, la colección de varitas…”. Sentados en el metro de Londres, Luna, de ocho años, y Max, de seis, repasan los hitos de la visita del día anterior a los estudios donde se filmaron las películas de Harry Potter, a las afueras de la ciudad. Pero ahora estamos en camino a otro punto clave del Londres del aprendiz de mago, quizás el más emblemático, allí donde comienza a los 11 años su gran aventura: la estación de trenes de King’s Cross.
Bajo la espectacular cubierta semicircular de tubos de acero blancos cuyo entramado semeja un enorme árbol, obra del arquitecto John McAslan, decenas de personas de todas las edades guardan con paciencia y nervios una considerable cola. Algunos llevan largas capas de mago. Otros, gafas negras sin cristales. O bufandas de rayas color rojo vino y amarillo mostaza (los potterheads, que así se denominan en inglés a los fans de la serie, reconocerán los colores de Gryffindor, la casa a la que Harry Potter pertenece en el colegio de magia). Esperan para hacerse una foto empujando un carrito portamaletas que parece estar atravesando una pared de ladrillos rojos para acceder, en la otra dimensión, al andén 9¾ del que parte el Hogwarts Express rumbo al internado de hechiceros. Entre risas y gestos de asco, unos pequeños se entretienen comiendo grageas de Bertie Bott, los caramelos de todos los sabores que fascinan a los aprendices de mago. Son de manzana, de canela, de hierba, de cerumen, de moco de trol, de vómito… Y se pueden compran en la tienda oficial, justo al lado.
Este trozo de pared es una de las nuevas atracciones turísticas del Londres del siglo XXI. Y este año lo es más que nunca. Han pasado 20 años desde que la escritora J. K. Rowling publicara, el 26 de junio de 1997, el primer libro de la exitosa saga. Desde entonces, Harry Potter y la piedra filosofal ha vendido más de 90 millones de copias en todo el mundo. Las siguientes siete entregas elevarían las cifras por encima de los 450 millones de libros vendidos en 79 idiomas. Algo ciertamente mágico. Entre 2001 y 2011 vendrían los estrenos de las ocho películas, que se convertirían en una de las series cinematográficas más exitosas de todos los tiempos. Este junio, para conmemorar los 20 años, la editorial Bloomsbury lanzó cuatro ediciones especiales del libro inaugural con los colores de las cuatro casas de Hogwarts —Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin— con ilustraciones del artista Levi Pinfold, que se convertirán previsiblemente en piezas de coleccionista.
“Londres está lleno de lugares de peregrinación de la saga de Harry Potter, pero mi favorito es el andén 9¾, en King’s Cross. No solo porque es el primer paso en el viaje de Harry a Hogwarts, sino porque tantos fans de todo el mundo vienen a visitarlo”, dice Krystal Sim, redactora jefa de Pottermore.com, la plataforma digital de J. K. Rowling a través de la que el mundo mágico de Harry Potter crece sin parar, éxito tras éxito. El último ejemplo: una obra de teatro. En verano de 2016 se estrenó con gran éxito en el West End londinense, el barrio de los teatros, Harry Potter and the Cursed Child (Harry Potter y el legado maldito). “Un emocionante espectáculo teatral”, escribió Michael Billington, crítico de teatro del periódico The Guardian, tras asistir con su nieto de 11 años a las dos partes de la obra, de dos horas y media cada una. “Al fin le encontré el punto a estar loco por Harry”, concluyó su crítica. Cuando el guion de la obra teatral, firmado por Jack Thorne y basada en una historia de Rowling, llegó a las librerías de Reino Unido, se vendieron 680.000 copias en los tres primeros días. Publicado en España por Salamandra, se convirtió en tres meses, de septiembre a diciembre, en el libro más vendido de todo 2016.
Pottermore ha elaborado el mapa definitivo de Londres para recorrer los escenarios potterianos, los que aparecen en los libros y los que sirvieron para filmar secuencias de los largometrajes. En total, once lugares. Por ejemplo, la Casa de los Reptiles del Zoo (donde Harry vive su primera experiencia sobrenatural). O Charing Cross, calle en la que se encuentra el bar El Caldero Chorreante, en cuyo interior está la entrada secreta al Diagon Alley, la calle de compras de los magos londinenses. O el puente del Milenio, que queda destruido por un maléfico ataque de mortífagos en la película Harry Potter y el misterio del príncipe. Y, por supuesto, King’s Cross y el andén 9¾. En realidad, las escenas del ferrocarril se rodaron en un tramo de muro entre los andenes 4 y 5, aunque el carrito para hacerse la foto esté ahora instalado en el vestíbulo principal con el que se amplió la estación en 2012. “¿Se imagina semejante follón en los andenes?”, apunta con mucha razón la vigilante. Decidimos no esperar la fila porque esta foto ya nos la hicimos en los estudios. Y sin cola.
Trastienda cinematográfica
Abierto al público en 2012 en Leavesden, a unos 30 kilómetros al noroeste de la capital, Warner Bros. Studio Tour London son los estudios donde se filmaron la mayor parte de las escenas de las ocho películas de Harry Potter (pinche aquí para un paseo fotográfico). Es un entretenido híbrido entre museo y parque temático. Aquí están escenarios originales del rodaje como el Gran Comedor del colegio Hogwarts de magia, con sus sólidas mesas de roble y pino construidas y envejecidas para la película (y en las que los actores alumnos iban marcando garabatos). También está una gran maqueta del colegio Hogwarts, iluminada con 2.500 luces led; el despacho del director Dumbledore, repleto de cacharros científicos, y el retorcido callejón Diagon, donde los magos compran sus varitas, libros de encantamientos y utensilios mágicos.
También se puede ver el dormitorio de Harry Potter en el internado, con su cama —y una maleta marcada con las iniciales H. P.—, que se quedó pequeña cuando el actor creció y obligó al equipo de rodaje a realizar auténticos malabarismos visuales. Daniel Radcliffe (Harry), Emma Watson (Hermione) y los demás niños magos crecieron con las películas y prácticamente vivieron en los estudios durante la década de producción. Para facilitar los horarios, se construyó una escuela allí mismo, así que fueron compañeros de colegio no solo en la ficción, sino también en la vida real.
A lo largo del recorrido se descubren cientos de piezas de vestuario, pelucas, máscaras, vestidos y miles de otros objetos, como brújulas, cuadros, libros, telescopios, el famoso autobús violeta de tres pisos, el coche volador, las puertas, el Ministerio de Magia, las grandes piezas del ajedrez mágico… Todo parece antiguo, aunque fuera fabricado ad hoc por un ejército de expertos artesanos encargados del atrezo. También están las criaturas mágicas, como Dobby o el hipogrifo, un sofisticado robot de movimientos sorprendentemente realistas.
Impresiona la cantidad de detalles y la perfección de las piezas. El laboratorio de pociones del profesor Snape, por ejemplo, cuenta con 900 frascos de cristal creados para la saga, y en la tienda del señor Ollivander —“Fabricantes de excelentes varitas desde el 382 antes de Cristo”— se amontonan miles de cajitas de cartón caligrafiadas a mano para darles mayor realismo (a lo largo de los años de filmación se fabricaron 17.000). Una audioguía va contando historias y anécdotas, y hay muchas. Para lograr la impresión de que Hagrid, el guardián de llaves de Hogwarts, es un gigante, los objetos de su casa se fabricaron en dos tamaños diferentes que se usaban según en manos de quién estaban.
Duro entrenamiento
Mientras los padres se entregan a descubrir las complejidades técnicas, las maquetas y los planos arquitectónicos detrás de las producciones cinematográficas, los niños van saltando de una diversión a otra, del entrenamiento de movimientos de varita mágica (lo que más les gustó a Luna y a Max) a volar en escoba sobre un fondo verde que el ordenador sustituye con escenarios de las películas. También uno se puede subir al Hogwarts Express, un tren de vapor de la Great Western Railway modelo 5972 Olton Hall 4-6-0 construido en 1937 y que funcionó hasta 1963. Contra lo que se pudiera pensar, los números 4-6-0 no forman parte de un conjuro mágico, sino que hacen referencia a la configuración de las ruedas: cuatro delante, seis en el centro y ninguna en la parte trasera.
Ocho millones de personas han visitado los estudios desde su apertura en 2012. Vale la pena tomarse tiempo para el recorrido. Las tres horas que calcula el estudio se quedan cortas. Con alguna parada en medio del camino para tomar una cerveza de mantequilla y picar algo, es fácil superar las cinco horas. Sin contar el paso inevitable por la gran tienda al final. Los tiques se compran online de antemano con un horario de entrada. Algo que a primera vista parece engorroso y exige planificación, pero que resulta muy cómodo, ya que la llegada de visitantes se hace de manera escalonada y prácticamente no existen las aglomeraciones. La agencia Golden Tours vende paquetes de entradas con transporte desde el centro de Londres, aunque también es fácil ir en tren (y en el autobús oficial de los estudios para el último tramo). Pero quizás lo más fácil, y con un precio muy similar si viajan tres o cuatro personas, es ir y volver en Uber, omnipresente en Londres y también en los alrededores de los estudios. Se agradece después de seis horas de estar de pie.
Para celebrar el 20º aniversario de Harry Potter, la British Library añadirá otra cita al Londres mágico, una gran exposición que se podrá ver del 20 de octubre al 28 de febrero de 2018. Además de objetos de los archivos de J. K. Rowling, la muestra incluirá una exquisita selección hecha entre los 200 millones de piezas de la Biblioteca Nacional de Reino Unido. Libros, manuscritos y objetos mágicos que relatarán la historia y mitología de la magia. “Una de mis piezas favoritas es la primera imagen impresa de brujas usando un caldero. Data de 1489 y muestra a dos ancianas colocando un gallo y una serpiente en un caldero con el fin de crear una tormenta de granizo. El libro fue tan popular que influyó en la percepción moderna de la brujería”, explica Julian Harrison, comisario de la exposición, que lleva más de un año trabajando en este proyecto.
Los libros de J. K. Rowling también han tenido una influencia casi mágica, no solo en las generaciones que se aficionaron a la lectura con las aventuras de Harry, sino incluso en el lenguaje. Cuatro años después de su primera aparición, un tiempo récord para estos asuntos, el Diccionario de Oxford de la lengua inglesa incluyó la palabra muggle en su repertorio. Es el término que Rowling inventó para denominar a las personas sin poderes mágicos, una palabra que se empezó a utilizar poco después para describir a cualquier persona torpe o sin conocimiento, por ejemplo en el ámbito de las tecnologías. También incluyeron, aunque solo en la versión online, el nombre del deporte favorito de los magos, el quidditch (que, por cierto, se juega ya en varias universidades, aunque las escobas en la versión muggle no se despegan del suelo, claro). Los editores del diccionario le siguen actualmente la pista a varias palabras más. “Nadie podía imaginar que los libros iban a tener tanta influencia. Además de palabras sueltas, está, por ejemplo, la manera de referirse al malvado de la saga, Voldemort, el-que-no-debe-ser-nombrado, una fórmula que se está generalizando para describir a cualquier persona negativa”, explica Rebecca Hotchen, una de las editoras del diccionario.
Literatura, cine, teatro, lenguaje y turismo, todos tocados por la magia. Y en el epicentro, Londres, que contó en 2016 con 19 millones de visitantes. “Harry Potter sin duda ha desempeñado su papel en el éxito de Londres, y las producciones de teatro de El legado maldito en el West End son la última encarnación de esta serie enormemente popular”, dice desde el Ayuntamiento Rajesh Agrawal, teniente de alcalde encargado de asuntos económicos.
A partir de aquí, los pottermaniacos pueden ir en busca de más escenarios en otros puntos de Inglaterra (la catedral de Durham, el colegio de Christ Church de Oxford, el castillo de Alnwick, la catedral de Gloucester, la abadía de Lacock), en Gales y en Escocia. O aún más lejos: visitar las atracciones de Harry Potter en los parques temáticos de los estudios Universal de EE UU (Orlando y Hollywood) y Japón (Osaka). O descubrir los rincones de Oporto que tienen que ver con la historia de J. K. Rowling. Como una premonición, en las primeras páginas la autora ya lo puso en boca de un personaje, la profesora McGonagall: “¡Será famoso…, una leyenda… Escribirán libros sobre Harry…, todos los niños del mundo conocerán su nombre”.
Las huellas de Oporto
Oporto tiene un papel crucial en Harry Potter y, sobre todo, en la vida de Joanne Rowling. La muerte de su madre en 1991 la llevó a querer abandonar Inglaterra como fuera. Vio en la prensa un anuncio que buscaba una profesora de inglés para la escuela Encounter English en Oporto y pidió el puesto. Llegó en 1992, ya con un manuscrito de Harry Potter y la piedra filosofal, y residió en la ciudad durante 18 meses, un tiempo agrio por un matrimonio fugaz, y de alegrías por el nacimiento de su hija Jessica y por la inspiración que le dio Oporto para la saga de Harry Potter.
Rowling frecuentaba mucho los cafés y bares de la ciudad, donde aprovechaba para escribir, especialmente el Majestic, con su estilo barroco, sus mesas de mármol y los espejos, de ahí el título del capítulo del primer libro, El espejo de los invisibles. Pero el sanctasanctórum de los pottermaniacos es la librería Lello & Irmão, probablemente la única tienda del mundo donde se cobra por entrar. Tan largas eran las colas que sus dueños implantaron hace dos años una tarifa; desde que lo hicieron, venden el triple de libros. Este maravilloso lugar da pie a toda la mitología de la saga por sus escaleras de madera en forma de caracol, que se pueden imaginar en la descripción del colegio Hogwarts. Sus mágicos alumnos visten capas negras como los universitarios de Oporto y de otras universidades portuguesas, lo que sin duda llamó la atención de la escritora.
Con el tiempo van apareciendo más referencias portuguesas y portuenses en la saga de Harry Potter, como el nombre del cofundador de Hogwarts, Salazar, el del dictador portugués; o la dedicatoria del tercer libro de la saga, El prisionero de Azkaban: "Para Jill Prewett y Aine Kiely, madrinas del Swing". Jill y Aine fueron sus compañeras de piso y escuela y, por lo que se deduce, asiduas las tres a la discoteca Swing, cerca de la avenida de Boavista.
La imaginación da pie para ver escenarios oportenses en los libros que escribió. Es el caso de los jardines del Palacio de Cristal, que ella visitaba y que algunos quieren ver como el Bosque Prohibido. Cada cual se hace su novela, pero en ella Oporto siempre está presente.
Comedor misterioso en Oxford
Fascinado por su solemnidad y elegancia típicas del Renacimiento inglés, el diseñador de producción de las películas de Harry Potter, Norman Stuart, tomó como modelo The Hall, nombre del comedor del college (colegio universitario) de Christ Church en Oxford (Reino Unido). Tanto le gustó que se reprodujo libremente como el comedor de Hogwarts, el colegio de magia y hechicería, en los estudios de rodaje, donde se puede visitar. Pero los amantes de la saga literaria juvenil de J. K. Rowling harán bien en dar un salto desde Londres hasta la ciudad universitaria para visitar el original. Data de 1520 y, aún en uso, en él se sirven tres comidas diarias. Allí ofreció en 1793 un pantagruélico banquete el duque de Portland (rodaballo con salsa de langosta, rosbif, cordero, pato, ganso, pollo, pastel de ternera y crema con fruta). En la página del colegio se detalla el horario de visitas a Christ Church (www.chch.ox.ac.uk; de lunes a sábado, de 10.00 a 17.00, y el domingo, de 14.00 a 17.00; unos 8 euros la entrada).
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