Hamburgo, rojo ladrillo en el Elba
Frenesí de música, literatura, teatro y arquitectura en la culta y placentera ciudad alemana
A esta ciudad fundada en el siglo IX, en la época de Carlomagno, que empieza a acercarse a los dos millones de habitantes y mira a Escandinavia y al mar Báltico, se le ha llamado nada menos que la puerta del mundo, la Venecia del norte o la ciudad de los mil puentes. Y si Hamburgo resulta tan atractiva y singular quizá sea porque tiene algo reconocible de Ginebra, Ámsterdam, Milán, Helsinki e incluso de Barcelona. A pesar de estar situada a 100 kilómetros del mar, en la desembocadura del Elba, los canales y puentes le proporcionan una apariencia marítima.
Lo admirable es que tras su esplendoroso pasado entre los siglos XII y XVI como ciudad hanseática, y habiendo sido víctima de grandes epidemias e incendios y objeto de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, haya logrado renacer, para acabar convirtiéndose en una urbe cosmopolita. Y teniendo una fuerte vocación comercial, su Bolsa data de 1558, la primera alemana, no en vano todo el centro aparece minado por infinidad de galerías comerciales que empezaron a gestarse en los años setenta del pasado siglo, donde se puede comer o comprar todo tipo de prendas y objetos. Así, en los crudos días del invierno, cuando apenas deja de lloviznar (Nieselwetter llaman a este tiempo), uno puede pasar las horas deambulando por entre las tiendas y cafés sin mojarse.
Y siendo una ciudad abocada al comercio y con la naturaleza tan presente en sus canales, islotes, lagunas, parques y jardines, también rebosa cultura, desde la presencia del estilo liberty, un peculiar art nouveau, hasta la arquitectura de ladrillo rojo gótico. En la fachada del sugestivo Kunsthalle se les rinde homenaje a numerosos artistas, ocupando un lugar prominente Miguel Ángel y Rafael, si bien en sus salas conviven los maestros antiguos y las videoinstalaciones. Debe uno detenerse, sobre todo, en el retablo de Bertram von Minden (siglo XIV) y en el del llamado Maestro Francke (siglo XV), en los cuadros de Friedrich, aunque el museo atesora una notable colección de pintura en la que no faltan obras de los Cranach, Rembrandt, Fuseli (el impresionante La creación de Eva), Goya, Carus, Böcklin, Munch, Rousseau (otra Eva), Grosz, Schad, Klee, la extraordinaria y creo que poco conocida Anita Rée, Beckmann, Bacon, Kitaj o Richter, por solo citar algunos artistas.
Desde tiempo inmemorial, las cinco iglesias principales vienen compitiendo por atesorar los mejores órganos
La presencia de la música, como no podía ser menos en una gran ciudad alemana, resulta apabullante. Al viejo teatro de la ópera y a la sala de conciertos Laeiszhalle acaba de sumarse la espectacular Filarmónica del Elba, ya conocida como Elphi, creación de los arquitectos Herzog & De Meuron, con sus cuatro fachadas a la vista, aunque la duración de las obras y el presupuesto se multiplicara respecto a lo proyectado. De unas dimensiones más humanas, pero atractivo también, resulta ser el KomponistenQuartier, el KQ, el barrio de los compositores, con la casa de Brahms, hijo de la ciudad, y junto a ella el pequeño museo dedicado a los otros músicos vinculados a Hamburgo: Telemann, C. Ph. E. Bach y J. A. Hasse, a los que pronto se unirán Fanny y Felix Mendelssohn y Mahler.
Por lo que se refiere a la literatura y al arte dramático, tampoco falta el reconocimiento monumental a sus grandes escritores, como Heine, cuya escultura se encuentra en la plaza del Ayuntamiento; el retrato del dramaturgo naturalista Gerhart Hauptmann, autor de Los tejedores (1892), obra de Max Liebermann, se conserva en el Kunsthalle (también le dedican una céntrica plaza); a Lessing y Schiller se les han erigido estatuas, y no falta el monumento a Lutero, el reformador y escritor. Súmense además los numerosos teatros, como el Thalia y el Deutsches Schauspielhaus, no en vano en 1648 se inauguró en la ciudad el primer teatro de la ópera en Alemania. Por el contrario, produce vértigo el descomunal monumento a Bismarck, casi camuflado entre los árboles del Alter Elbpark. Si uno decide acercarse al barrio de Altona, el cual, tras pertenecer a Dinamarca y a Prusia, pasó a formar parte de Hamburgo en 1937, es obligado visitar su impresionante fuente de los centauros.
Conciertos gratuitos
Otro de los mayores atractivos de la ciudad son sus cinco iglesias principales, que, desde tiempo inmemorial, vienen compitiendo por atesorar los mejores órganos y programar los conciertos más atractivos, a menudo gratuitos: St. Petri; St. Jacobi, en cuyo órgano tocó J. S. Bach; en la cripta de St. Michaelis, a la que la gente conoce como Michel, está enterrado C. Ph. E. Bach, y su órgano, púlpito y el gigantesco arcángel San Miguel venciendo al mal, situado en una de las fachadas (recuérdese la identificación que hacía el nacionalsocialismo entre este, Sigfrido y el canciller Bismarck), merecen una visita detenida; St. Katharinen y St. Nikolai. Sus afiladas torres forman parte del paisaje de Hamburgo, ocupando el horizonte como puntos de referencia para paseantes y marinos.
Pero para poder recorrer una ciudad hay que descansar y disfrutar de su comida, y en ese terreno Hamburgo tampoco decepciona. Están, por ejemplo, las clásicas cervecerías Franziskaner o Paulaner’s. Pero si tuviera que apostar por un restaurante, recomendaría el del teatro Thalia, por su terraza y su menú de 16 euros.
Si visitan la urbe en las épocas en que funciona la Dom, una mezcla de feria y parque de atracciones, algo que ocurre tres veces al año (en primavera, verano y Adviento), o coinciden con la celebración del Christopher Tag, día de exaltación del orgullo gay (en agosto), la alegría, la diversión y las ganas de bailar la tienen asegurada. Si no, siempre les queda la posibilidad de darse un garbeo por Sankt Pauli, por la Reeperbahn, la clásica ruta del pecado, para comprar una camiseta negra estampada con la calavera y las tibias cruzadas.
Fernando Valls es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.
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