Cementerios para dar la vuelta al mundo
Del famoso camposanto de Père-Lachaise, en París, a la Isla de las Muñecas, en Ciudad de México, Fernando Gómez recorre 80 necrópolis curiosas en un libro
La tumba de Julio Verne, en el cementerio de la Madeleine, en Amiens (Francia), muestra la figura de hombre atlético y barbudo, con el torso desnudo, trasunto del propio escritor, fallecido el 24 de marzo de 1905. La particularidad de la estatua es que no posa hierática llena de orgullo, sino que se rebela contra el ciclo de la vida y de la muerte, emergiendo con fuerza y rompiendo la lápida con el brazo hacia lo alto: se llama Hacia la inmortalidad y la eterna juventud.
Esta tumba es una de las favoritas del novelista Fernando Gómez, y de ella parte su reciente libro La vuelta al mundo en 80 cementerios (Luciérnaga), de evidentes resonancias vernianas, que hace un recorrido por ese número de camposantos a través de todo el orbe terrestre, a medio camino entre la novela (hay un hilo narrativo en el que participan dos personajes) y el libro de viajes literario.
La idea de explorar los cementerios surgió de una pequeña sección que Gómez tenía en un programa de radio. “Me di cuenta de que en estos lugares se hallan una gran cantidad de historias”, dice el autor, “así que me puse manos a la obra siguiendo siempre el criterio de la belleza, de las anécdotas, de las curiosidades”.
Si el visitar cementerios por placer puede haber sido visto a veces como cosa de gente rara y siniestra, lo cierto es que hay una creciente afición a hacer algo así como turismo de cementerios. Proliferan las visitas guiadas, sin ir más lejos las que ha empezado a organizar recientemente el cementerio de La Almudena de Madrid, donde, además de botánica y arquitectura, se encuentran las tumbas (y las historias) de personajes como Lola Flores, Tierno Galván, Dámaso Alonso, Lina Morgan, Estrellita Castro, Pablo Iglesias (senior), Pasionaria, Francisco Giner de los Ríos o Pío Baroja.
“Cada cementerio es un reflejo de la ciudad donde está enclavado”, dice Gómez. Y si a veces el camposanto nos puede sugerir referencias a lo terrorífico, lo misterioso o lo morboso, no tiene por qué ser así. “Un cementerio puede ser concebido como un museo al aire libre”, explica el autor, “un lugar por el que pasear, disfrutar de en un ambiente confortable y estar en paz, como en un jardín”.
A continuación, algunos de los cementerios más interesantes reseñados en la obra.
Los más visitados
Si hablamos de cementerios tenemos que hablar del que probablemente sea el más turístico del mundo, el de Père-Lachaise, en París. Allí encuentran el descanso eterno figuras como Jim Morrison, Oscar Wilde, Molière, Frédéric Chopin, María Callas, Marcel Proust, Edith Piaf, entre un larguísimo etcétera de celebridades. Gómez reseña la historia de Abelardo y Eloísa, que tras vivir un turbulento amor imposible fueron enterrados juntos para descansar así durante toda la eternidad. En la tumba de Wilde es costumbre pintarse los labios con carmín encarnado y dejar un recuerdo dando un beso en el muro.
No le va a la zaga el cementerio de Highgate, en Londres. “En una época de gran contaminación y smog fue construido en lo alto de una colina donde se puede respirar aire puro”, dice Gómez. Allí arriba uno de los focos de los selfies es la enorme cabeza de Karl Marx. No está solo: por allí yace el recuerdo de otros nombres como Michael Faraday, Lucien Freud o la familia de Charles Dickens (excepto el propio Charles, que yace en la Abadía de Westminster). No hace mucho, en los años setenta, se popularizó la leyenda urbana de que por este cementerio pululaban vampiros, lo que atrajo a curiosos y cazavampiros hasta el punto de que la cosa acabó con condenas por vandalismo y profanación. No en vano es el cementerio que aparece en el Drácula de Bram Stoker.
El más verde
Si los cementerios se pueden considerar un jardín, el cementerio que tiene una conexión más profunda con la naturaleza es el de Tulcán, en Ecuador. “Parece hecho por Eduardo Manostijeras”, dice Gómez en referencia a la proliferación de setos podados en forma de diferentes figuras en las que se representa la flora y fauna de la zona o imágenes de las culturas romanas, griega, inca o azteca. En 2007 el cementerio sufrió fuertes daños a consecuencia de un incendio: al parecer, según recoge el libro, el fuego fue producido por unos rituales de brujería.
El más marítimo
El cementerio simbólico de Las Cruces, en Talcahuano, Chile, se asoma a la orilla del mar. Tiene la particularidad de que no hay cadáveres, sino el recuerdo de los náufragos que ya no volverán. “El océano es el más extenso de los cementerios”, escribe Gómez. Es un cementerio simbólico: las tumbas se encaran al Pacífico, pero están vacías. En los velatorios en vez de llorar a los cuerpos, desaparecidos, se llora a las ropas del difunto que es lo que posteriormente se entierra mientras los pescadores hacen un círculo de embarcaciones en el mar y disparan bengalas.
El más raro
Uno de los más raros está “lleno de muñecas, muchas rotas y deterioradas, que genera una sensación muy inquietante”, dice Gómez. La llamada Isla de las Muñecas, entre los coloridos canales de Xochimilco, en Ciudad de México, es una de las atracciones más curiosas de la capital del Estado mexicano. Se llega en una barca (hay barqueros que, por superstición, se niegan a navegar hasta allí) y las muñecas están diseminadas por toda la isla, “como si fueran el único fruto que es capaz de producir su tierra”, escribe el autor. La historia dice que la isla era propiedad de un agricultor, Julián Santana Barrera. Un día, a su esposa se le cayó la niña al agua: su cuerpo nunca apareció. Entonces el padre empezó a recolectar muñecas y colocarlas en aquel lugar, ahora es una tradición popular dejar allí las muñecas, incluso colgadas de los árboles.
El más animal
El Cementerio de Perros de París alberga a canes, gatos, caballos, gallinas, monos y otros animales domésticos (hay hasta un león). Se fundó en 1899, cuando se prohibió dejar los cadáveres de los animales en las calles (también se arrojaban al Sena) por el peligro que suponían para la salud pública. Allí reposa Mysouff, el gato de Alejandro Dumas, o el célebre y cinematográfico Rin Tin Tin. En 2012, la tumba de un caniche llamado Tipsy fue profanada para arrebatarle el collar de diamantes con el que fue enterrado. Estaba valorado en 9.000 euros.
Los más terroríficos
“En las catacumbas es donde más se siente la presencia de la muerte”, dice el autor. Oscuridad, estrecheces, aire enrarecido, las hay en varios lugares: París, Palermo, el Vaticano (las grutas que hay debajo de la Basílica de San Pedro) o Nápoles (en el cementerio de Fontanelle, excavado en las colinas). Tampoco falta el humor negro: en estas últimas, según recoge Gómez, hay una inscripción al lado de una calavera que reza: “Yo era lo que tú eres; tú serás lo que yo soy”.
El más preñado de anécdotas
“Cada lápida en el cementerio de Colón de La Habana es una historia”, dice Gómez, “debe ser por el carácter de ese pueblo que siempre mantiene la sonrisa, hasta en la adversidad”. Gómez se refiere al enorme camposanto donde se entierran ocho de cada diez personas que fallecen en la capital de Cuba y donde el realismo mágico se mezcla con el sabor caribeño y lo trágico con lo misterioso. Allí se encuentra la tumba de un proxeneta que dicen era visitada por prostitutas en busca de buena suerte. O la de un matón a sueldo que llegó a hacer una vertiginosa carrera política y mandó ser enterrado de pie, porque toda la vida había caído de pie. Amelia Goyri de la Hoz habita en la tumba más visitada: la llaman La Milagrosa, porque murió en el parto del bebé con el que fue enterrada y cuando abrieron la tumba ambos estaban abrazados. Ahora la gente va a pedirle imposibles.
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