Iguanas que bucean, cormoranes que no vuelan y café en Galápagos
Un recorrido por la riqueza evolutiva del archipiélago ecuatoriano que se abre a un mundo perdido
Una sensación de otro mundo invade al viajero cuando aterriza en el aeropuerto de Baltra, la puerta de acceso a Galápagos. De otro planeta, sí, porque no se parece a nada que el viajero haya visto anteriormente en este.
El archipiélago lo forman 13 grandes islas volcánicas, seis islas más pequeñas y 107 rocas e islotes. Pertenece a Ecuador, pero está situado a 1.000 kilómetros de la costa continental americana. Lo rodean fosas marinas de más de 2.000 metros de profundidad y corrientes que han impedido durante siglos, quizá durante millones de años, que nada arribara a sus costas. Y las islas son tan secas y áridas que los mamíferos no encontraron ninguna chance para sobrevivir. En Galápagos solo prosperaron reptiles y aves marinas. No es de extrañar por tanto que todos los viajeros tengan esa extraña sensación cuando llegan. Ya le ocurrió a un tal Charles Darwin cuando las visitó en 1835.
Baltra es un islote vecino a la isla de Santa Cruz, una de las más grandes y de visita obligada porque aquí está Puerto Ayora, uno de los escasos núcleos con servicios del archipiélago, y sobre todo la Estación Científica Charles Darwin y el anexo centro de cría de galápagos gigantes, que tiene visitas abiertas al público. Los vientos oceánicos fríos y húmedos y la existencia de un rico suelo volcánico en Santa Cruz ha permitido a sus colonos cultivar variedades muy especiales, entre ellas las del café arábica con el que Nespresso hace el Galápagos Santa Cruz, un café con notas dulces de cereales y galletas tostadas, redondo e intenso, muy apropiado para tomar como espresso.
Los galápagos que han dado nombre al archipiélago, y que ahora se crían en cautividad en la isla de Santa Cruz, deambulaban por cientos en las islas cuando aparecieron por aquí los primeros barcos a vela. Su adaptación al medio fue tan brutal que los de una isla eran diferentes a los de la vecina, porque el hábitat también era distinto. Pero los marinos pronto se dieron cuenta de que suponían una fuente de carne abundante, gratuita y fácil de conservar si se la llevaban viva a bordo. Tal fue la sobrecaptura de tortugas que en 1965, cuando se creó la Estación Científica Charles Darwin, varias especies habían desaparecido y las que quedaban estaban en alto riesgo de hacerlo. Desde entonces, el programa de crianza en cautiverio ha logrado sacar adelante y repatriar a sus lugares de origen a más de 2.500 tortugas gigantes en Santa Cruz, 1.500 entre las varias especies de la isla Isabela, más de 600 de la isla Pinzón y unas 1.600 de la Española.
Precisamente, Isabela y Española son otras dos de las islas interesantes para el viajero. Isabela es la más grande del archipiélago y quizá la de paisajes más marcianos, en especial los de la costa oeste, la que da al canal de Bolívar. También otra de las pocas que tiene servicios turísticos en su único asentamiento humano, Puerto Villamil, además de siete kilómetros de playas de arena blanca.
La Española, en cambio, está deshabitada y solo se puede visitar en barcos con excursiones organizadas. A cambio tiene grandes colonias de aves marinas de todo tipo: piqueros de varios colores, cormoranes, fragatas, gaviotas… Por cierto que las fragatas, con su estiloso vuelo y su grácil silueta, son en realidad pájaros-ladrones. Sus plumas no tienen protección frente al agua y no pueden sumergirse para pescar. Para solucionarlo aprendieron a atacar a los piqueros y a otras aves cuando llevan algún pescado en el pico para robarles las capturas.
Y hablando de adaptación —la palabra mantra en Galápagos: todo ser vivo aquí tuvo que hacerlo para sobrevivir— otro ejemplo de libro son las iguanas, de las que hay miles en la isla Española, sesteando indolentes entre las rocas o en mitad del muelle, sin importarles si los visitantes pasan a centímetros de ellas o les ponen el objetivo en el mismo morro para fotografiarlas. Las iguanas son seres terrestres que se alimentan de vegetales, pero en Galápagos, ante la ausencia de estos en tierra, se hicieron marinas y aprendieron a bucear para alimentarse de algas marinas. Para solucionar el exceso de sal de semejante dieta, desarrollaron una glándula salífera nasal por la que la expulsan. Un perfecto ejemplo de adaptación al medio que llamó mucho la atención de Darwin y contribuyó a que fuera pergeñando su teoría de la evolución de las especies. Esas iguanas marinas son la única especie de su género y son endémicas de las Galápagos.
Más ejemplos: el cormorán de la isla Isabela, el único del mundo que no sabe volar. Dado que no tiene depredadores en Galápagos, ¿qué necesidad había de gastar energía volando? Aprendió a bucear hasta a 80 metros de profundidad para procurarse el sustento y se olvidó de su condición de pájaro.
Así de increíbles son estas islas. Un arca de Noé no solo en superficie, también debajo de ella. Durante la temporada seca, desde finales de agosto hasta mediados de noviembre, cuando gracias a las tres grandes corrientes que aquí confluyen (la Humboldt, la de Panamá y la de Cromwell) el mar que las circunda se convierte en una nutritiva sopa de plancton, aparecen los grandes viajeros del océano, mamíferos marinos y peces pelágicos atraídos por la abundancia de sustento. Tiburones de varias especies, tortugas, delfines, lobos marinos y grandes cardúmenes de pescado hacen las delicias de los buceadores y convierten este archipiélago ecuatoriano en un laboratorio viviente de la biodiversidad.
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