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Murallas, atardeceres y un bar clandestino en Manila

Inabarcable y apabullante, la ciudad de Rizal y Gil de Biedma propone una caminata por Intramuros, la mejor puesta de sol sobre la bahía y una noche delirante en Makati, el barrio más burbujeante de la capital filipina

El Fuerte de Santiago, en Intramuros (Manila).
El Fuerte de Santiago, en Intramuros (Manila).GARDEL Bertrand (age)
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Como buena megalópolis asiática, Manila resulta inabarcable. Está llena de contrastes, largos desplazamientos, tráfico apabullante y diferencias sociales. Uno se pasa el tiempo tratando de entenderla y se va sin conseguirlo. Así el viajero se adhiere a un acto de resistencia insólito dando vueltas entre los 24 millones de habitantes de una de las ciudades más densamente pobladas del mundo, con 43.079 habitantes por kilómetro cuadrado. Según los autóctonos hay dos estaciones: la calurosa y la más calurosa. Y cuando se pregunta por un monumento imprescindible, eligen la puesta de sol sobre la bahía.

10.00 El Fuerte de Santiago

Conviene empezar por Intramuros (1), o lo que queda del centro histórico, que vivió su época de esplendor hasta que las bombas de la aviación estadounidense lo devastaron en la II Guerra Mundial. Fue construido bajo el dominio español en 1571, cuando Miguel López de Legazpi fundó la que es hoy la capital de Filipinas. Con fines protectores se rodeó de muros (de ahí el nombre del distrito) al conjunto arquitectónico que ejercía de centro político, cultural, eclesiástico y comercial. Según el ensayista filipino Nick Joaquín, “Intramuros fue el mayor altar alrededor del cual Manila se unificaba”. La ciudad fue vendida en 1898 por 20 millones de dólares a Estados Unidos. En 1941 llegaron los japoneses. Aún resisten las murallas (2), una versión modernizada del Palacio del Gobernador (3), muchas iglesias católicas y los restos del Fuerte de Santiago (4) (atención a la plaza de Armas y al Rajah Sulayman Theatre), lugar determinante, pues unas señales en el suelo indican los últimos pasos que dio José Rizal desde la capilla de Santa Bárbara hasta su lugar de ejecución.

cova fernández

11.00 Recuerdo de un héroe nacional

La figura de José Rizal (1861-1896) extiende su aura por toda la ciudad. Era muy viajado, cosmopolita y lúcido. Hablaba siete lenguas. Médico, oftalmólogo, lingüista, poeta, escultor, historiador, patriota, político, mártir y héroe nacional. Por instigar contra las órdenes religiosas fue acusado de revolucionario y considerado traidor, para posteriormente ser fusilado. En sus diarios, el poeta Jaime Gil de Biedma, que llegó a Manila en 1956 como empleado de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, habla de él: “Su estatua a la vista cuando salgo del hotel, cerca del lugar donde le fusilaron, lo poco que conozco de su vida y las elocuentes prédicas rizalianas de Chris me han despertado un sentimiento muy vivo de interés, hecho de simpatía, piedad, admiración y de vergüenza española por la brutal injusticia cometida. Casi diría que estoy un poco enamorado de él”. También Unamuno lo nombró en su famoso soneto La sangre de mi espíritu.

La sombra de Rizal es alargada. Vale la pena visitar su casa museo (Rizal Shrine) (5), en Intramuros. A un lado del cercano baluarte de Santa Bárbara (6) aparecen en varios idiomas los versos de Mi último adiós, el poema escrito cuando estaba en capilla (minutos previos al fusilamiento). Hay allí un verso penúltimo que parece escrito por un poeta de este siglo: “Adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría”.

13.00 La vida en la época colonial

Aún en el distrito amurallado conviene visitar la catedral (7), siete veces reconstruida (entre 1581 y 1958), así como la iglesia de San Agustín (8), erigida por el soldado y arquitecto Juan Macías en 1586. Para vivir una experiencia arqueológica, nada como la iglesia de San Ignacio (9). En esta vieja Manila también sobresale el colegio de Santa Isabel y su plazuela y, sobre todo, la visita a Casa Manila (10), un museo sobre el estilo de vida colonial, una indagación enriquecedora sobre las viviendas tradicionales (con mobiliario original en sus incontables habitaciones) y la vida de los ricos filipinos entre los siglos XVII y XIX. Enfrente, junto al Instituto Cervantes, el bar Barbara’s (11) (plaza de San Luis) es un buen lugar para una parada técnica.

El atardecer en la bahía es una cita imprescindible en Manila, y la experiencia mejora cenando en restaurantes de la zona, como el Mecha Uma (en la imagen).
El atardecer en la bahía es una cita imprescindible en Manila, y la experiencia mejora cenando en restaurantes de la zona, como el Mecha Uma (en la imagen).

15.00 Un rincón romántico

Como indica Andreu Jaume en el prólogo de los diarios de Gil de Biedma, el escritor pretende en Manila dejar atrás sus años de adolescencia y emprender el camino a la madurez. Aquí descubre una nueva forma de relación con el mundo que acabará influyendo en su poesía. La ciudad le ofrece la oportunidad de explorar su sexualidad con “una libertad desconocida, euforizante y también problemática”. El hotel Luneta (12) (414 Kalaw Ave) es el primer lugar en el que se instala. Sigue en pie frente a la línea de árboles de la bahía, esa gran tribuna iluminada. Proyectado por el español Salvador Farre en 1919, conserva su mística. Por sus estudiadas proporciones, buhardillas, balcones y detalles escultóricos, la conservadora Bambi Harper lo definió como un intento de reminiscencia de la arquitectura renacentista francesa. También el presidente Eisenhower escribió sobre él (“permanece en mi memoria como uno de los más placenteros y románticos lugares que he conocido en el mundo”), además de elogiar la belleza de la puesta de sol de la bahía de Manila desde sus ventanas.

Para comer, una opción cercana es Harbor View (13) (1000 South Drive, Rizal Park, Ermita): por la calidad y la cantidad del pescado, y porque su embarcadero, adentrado en las aguas, es uno de los mejores lugares para contemplar ese reputado atardecer.

Un colorido 'yipni', en Manila (Filipinas).
Un colorido 'yipni', en Manila (Filipinas).age

17.00 De compras en yipni

Tomar un yipni —taxi colectivo, muy popular y simbólico de la cultura filipina— es obligado. No hay transporte más genuino. La palabra, combinación de jeep y knee (rodilla en inglés), es un indicador claro de sus proporciones, pues es inevitable chocar con quien esté enfrente. Reconocidos por sus extravagantes decoraciones, en algunos tienen hasta karaoke (el deporte nacional). Con un yipni se puede ir, por ejemplo, al centro comercial Greenhills (14) y disfrutar de una experiencia antropológica de primer nivel, pues es el paraíso de las imitaciones y porque no hay ni un turista. O ir al barrio de Pásay (15) y buscar la tienda de diseño A11 (16), todo un descubrimiento.

Una terraza con vistas al barrio de Makati.
Una terraza con vistas al barrio de Makati.Hannah Reyes (getty images)

20.00 Noche delirante

El barrio de Makati (17) es el más burbujeante en cuanto a tentaciones gastronómicas. Es perfecta la propuesta del restaurante Lámpara (18) (5883 Enriquez), aunque si se encuentra sitio siempre será prioritario el japonés Mecha Uma (19), a cargo del chef Bruce Ricketts, en el exclusivo distrito BGC (Bonifacio Global City). Tras la cena, basta seguir un pasillo interior que atraviesa el edificio, dar con un Seven-Eleven y entrar en el supermercado. Cuando detecte a un vigilante ante la puerta que hay a la izquierda del mostrador, acérquese, ese hombre le abrirá el Bank Bar… Nunca lo clandestino fue tan delirante. Dejémoslo aquí.

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Sobre la firma

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Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela

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