Diez poderosas razones para visitar Guatemala
Pirámides verticales que se asoman entre la jungla, mercados llenos de color, ciudades coloniales y exuberantes volcanes, lagos y cuevas. El país centroamericano ofrece instantáneas inolvidables
Las pirámides de Tikal, con sus pendientes casi verticales, son el monumento maya más famoso de Guatemala, aunque en realidad todo el país es un vivo homenaje a esta cultura ancestral. Pero Guatemala es mucho más que la impronta maya. Hay multitud de huellas de la conquista de los españoles, siendo la más espectacular de ellas la arquitectura: plazas pulcras, edificios en ruinas, catedrales como la de Ciudad de Guatemala, vistosas iglesias… todo un mundo colonial en forma de ladrillos, azulejos, estatuas y religiosidad.
Y a todo ello hay que sumar las maravillas naturales de este pequeño país centroamericano. Con apenas un 2% de superficie urbanizada, Guatemala ofrece un paisaje natural soberbio. Hay pocos parques nacionales, pero estos son impresionantes, sobre todo en la vasta región de Petén. Estas son las 10 instantáneas imprescindibles para entender el colorido y la magia guatemalteca.
1. Tikal, pirámides que asoman sobre la jungla verde
Los templos mayas se alzan desde hace siglos en un rincón de la selva de Petén, en el extremo septentrional del país. El más impresionante complejo arqueológico es el de Tikal, que se eleva imponente más de 44 metros de altura. Pero lo que lo hace diferente al resto es que está envuelto por una densa jungla, y aunque sus templos han sido descubiertos y parcialmente restaurados, y de sus plazas se han retirado árboles y lianas, desplazarse de un edificio a otro por sus anchas calzadas de caliza supone hacerlo bajo un tupido techo de selva. Las pirámides de Tikal, cuyo apogeo tuvo lugar entre el año 200 y el 900 después de Cristo, asombran por su tamaño, pero también por su increíble destreza arquitectónica. El mejor momento para visitar la Gran Plaza, el corazón del yacimiento arqueológico, es a primera hora del día, antes de que la invadan los turistas. Y la mejor panorámica de todo el yacimiento es tal vez la que se tiene desde el templo de la Serpiente Bicéfala, también conocido como templo IV, en el límite occidental del recinto, sobre todo al atardecer, con una espectacular visión de los templos elevándose sobre la jungla, o al amanecer, con unas vistas casi místicas. También merece la pena admirar la exuberante fauna y flora en torno a los centros ceremoniales.
2. Antigua, calles coloniales en color pastel
La antigua capital de Guatemala es la ciudad más atractiva del país y también la más visitada. Con enormes picos volcánicos y laderas cubiertas de cafetales como telón de fondo, Antigua, a 25 kilómetros al sur de la capital, Ciudad de Guatemala, es el lugar que mejor combina la herencia colonial, los paisajes atractivos, la gastronomía, la vida nocturna y la animación de los mercados. Las vistas de postal irrumpen en cada esquina, por lo que será difícil dejar de hacer fotos. En sus calles se suceden casas de color pastel junto a edificios coloniales bien restaurados y pintorescas ruinas entre jardines. Tanta belleza fue reconocida en 1979 por la Unesco, que la catalogó como patrimonio cultural de la humanidad. De hecho, hasta las más humildes pizzerías se ocultan tras fachadas históricas. Antigua es también un lugar conocido por sus muchas escuelas de español, que atraen estudiantes de todo el mundo.
En los alrededores, las comunidades mayas, los cafetales y los volcanes son los tres grandes ejes que justifican una excursión. Así, se puede escalar el volcán Acatenango para disfrutar de unas vistas apabullantes de sus volcanes gemelos, como el llameante Fuego, o acercarnos a la Ciudad Vieja, a escasos siete kilómetros de Antigua y primera capital del país, que hoy atrae a los visitantes por sus innovadores circuitos comunitarios y por su plantación de nueces de macadamia, donde se pueden visitar los cultivos, probar este fruto seco y los aceites y cosméticos que se elaboran con el.
Antigua suele estar llena de turistas, pero en sus alrededores encontramos pueblos en los que tendremos una visión mucho más solitaria y auténtica: Santa María de Jesús, a los pies del volcán Agua, con un importante mercado dominical, San Juan del Obispo, con una singular iglesia colonial y vistas panorámicas de Antigua, o San Felipe, una villa de artesanos que elaboran las mejores piezas de jade, plata y cerámica de la zona.
En Antigua hay unos 150 hoteles, posadas y alberques, pero el flashpacking (mochileros que no renuncian a la comodidad de un hotel confortable) ha llegado también a la antigua capital colonial y existen modernos y elegantes hostels con habitaciones colectivas baratas, como Maya Papaya o Adra. Y para los seguidores de El Señor de los Anillos y la Tierra Media hay un rincón especialmente curioso. El Hobbitenango, en el cercano pueblo de El Hato, es un lodge cuya estética está inspirada en la obra de J.R. Tolkien. Tiene dos restaurantes y se puede pasar la noche, con vistas a los volcanes, en dos casitas semienterradas con acogedoras chimeneas y las características puertas redondas y techos cubiertos con césped, un calco de las imaginarias moradas hobbits inmortalizadas en el cine por Peter Jackson.
3. La energía cósmica del lago de Atitlán
Para muchos, el Lago de Atitlán, al sudoeste de Guatemala, es el rincón más bonito del país centroamericano. Incluso el visitante con más kilómetros en la mochila se quedará extasiado contemplando este lago azul rodeado de volcanes. Es el corazón del altiplano que se extiende desde Antigua hasta la frontera mexicana y, en cierto modo, es la región más impresionante de Guatemala. Aquí la identidad maya está más acentuada, con la presencia de una docena de grupos distintos, cada uno con su propia lengua y modo de vestir. La tradición indígena se fusiona con la española y los rituales mayas se celebran en el interior y a la entrada de las iglesias coloniales.
La principal localidad a orillas del lago es Panajachel, donde llegan casi todos los visitantes para empezar a explorar la región. Pero en torno al lago hay otras aldeas más tranquilas, como Santiago Atitlán, con su próspera cultura indígena, o San Marcos, un refugio para quien busque conectar con la “energía cósmica” de sus aguas. La zona es un paraíso para el ciclismo y el excursionismo que se practica en colinas y valles, e incluso para el parapente y el kayak.
Sin salir de Panajachel se puede también disfrutar de una cultura más contemporánea en sitios como la Casa Cakchiquel, uno de los primeros hoteles en torno al lago construido por una condesa sueca en 1948. Hoy en día acoge una emisora de radio, un restaurante japonés y una estupenda galería con fotos y postales del Atitlán de otra época, cuando los barcos de vapor surcaban el lago. En su máximo esplendor, allá por 1950, ilustres huéspedes como Ingrid Bergman, Aldous Huxley y Ernesto Che Guevara se reunían para charlar en torno a su chimenea.
4. Chichicastenango, tradición indígena en mil colores
Chichicastenango, 145 kilómetros al sur de Ciudad de Guatemala, es una ventana abierta a la tradición indígena, un antiguo cruce de caminos para los mayas de etnia quiché que pueblan la zona y un lugar cargado de espiritualidad. La ciudad, rodeada de valles y montañas, puede parecer aislada en el tiempo y el espacio del resto del país, sobre todo cuando la niebla envuelve sus tejados y sus estrechas calles adoquinadas. El colorido mercado, que se celebra todos los jueves y domingos, es un lugar perfecto para comprar recuerdos, especialmente si se buscan tejidos exquisitos o máscaras de madera tallada. A pesar de su ambiente mundano y comercial, conserva un halo de misterio. En la iglesia de Santo Tomás, en el centro de la población, y en la colina de Pascual Abaj, en el límite sur, los rituales mayas se fusionan con la iconografía cristiana en un sincretismo que es característico de esta parte del mundo. Los masheños (los naturales de esta ciudad) son famosos por su fidelidad a las creencias y ceremonias precristianas, y las cofradías llevan en procesión a sus santos alrededor de la iglesia de Santo Tomás. El suelo del templo suele albergar ofrendas, con flores y botellas de licor envueltas en hojas de mazorcas de maíz.
Si queremos huir de los turistas, en otras poblaciones del departamento de Quiché encontraremos un aire más rural. Así ocurre en Santa Cruz del Quiché, a 20 kilómetros al norte de Chichicastenango, que celebra también un mercado semanal y cuenta con unas ruinas sorprendentes a las afueras de la ciudad: Gumarcaaj, antigua capital maya quiché que sigue siendo un lugar sagrado donde se continúan haciendo rituales.
5. Lívingston, el Caribe guatemalteco
Lívingston es un lugar único y diferente. El pueblo garifuna, original de esta zona caribeña de Guatemala, lo impregna todo con sus colores, cultura, ritmo, sabores y estilo de vida. Descendientes de caribes, arahuacos y africanos, los garifunas son probablemente la etnia más singular de los 23 grupos indígenas de Guatemala. Tienen su propia religión, cocina, danza y música, lo que ha dado como resultado una recia identidad cultural que ha sobrevivido a los intentos de aplastarla.
Lívingston, a la que solo se puede llegar en barco, tiene fama de disfrutar de una atmósfera divertida y relajada, con un ritmo de vida sencillo, lento y encantador, con ese aire indolente que tienen muchos rincones del Caribe. Lo primero que se hace imprescindible es escuchar la peculiar música que tocan las bandas garifunas, interpretada generalmente en su lengua, un idioma con influencias de arahuaco, francés y lenguas del África occidental, aunque a veces las composiciones son en español. Los más curiosos pueden apuntarse a clases de danza o de cocina garifunas en el centro cultural Rasta Mesa.
La forma más directa y económica de acceder a la ciudad es desde el cercano Puerto Barrios, aunque merece la pena tomarse un tiempo extra y llegar a Lívingston remontando el río Dulce: los acantilados envueltos en bruma, la densa jungla, el agua color jade en la que se ocultan muchos manatíes (vacas marinas) hacen que la entrada por el río a este curioso pueblo caribeño sea inolvidable. Las playas, por el contrario, son un poco decepcionantes porque en casi todas partes las construcciones llegan hasta el mar y muchos arenales están contaminados. Pese a que aun es posible encontrar algún rincón bonito donde bañarnos, como Playa Blanca, es mejor dirigirse, siguiendo el curso del río, hacia el noreste, donde están Los Siete Altares: una sucesión de cascadas de agua dulce que constituye un destino agradable para ir de picnic o a nadar. Otra de las opciones más interesantes es la observación de manatíes en alguno de los circuitos que salen de la ciudad.
6. Río Dulce, entre manglares y manatíes
Río Dulce conecta el mayor lago de Guatemala, el Izabal, con la costa del Caribe. Por su sinuoso caudal, a través de un valle de altas pendientes y vegetación exuberante, se escuchan cantos de aves si se realiza el clásico e imprescindible paseo en lancha. No se trata de un crucero turístico, sino de una vía de transporte, pero se puede atracar en un par de lugares para visitar comunidades fluviales y aguas termales. Una experiencia inolvidable que las agencias y la mayoría de marinos del muelle de Lívingston ofrecerán al turista en circuitos que ocupan una jornada completa y que culminan en el pueblo de Río Dulce. Mientras navegamos, el río va dejando en sus orillas comunidades indígenas quichés, o lugares como la Cueva de la Vaca, un cañón envuelto en la jungla con el griterío de las aves tropicales flotando en el aire húmedo. Hay fuentes termales o reservas biológicas como el Biotopo Chocón Machacas, dentro del Parque Nacional Río Dulce, para proteger el bello paisaje fluvial, los valiosos bosques, los manglares y la fauna de los habita, con criaturas tan raras como el tapir y el manatí. Una red de “senderos de agua” (rutas en lancha por varias lagunas de la jungla) permite ver otras formas de vida animal y vegetal de la reserva. Y para meternos más en la cultura local, nos podremos alojar en el hotel Q’ana Itz’am, un refugio de gestión comunitaria en Lagunita Salvador.
7. Quetzaltenango, el territorio de los mayas quichés
La segunda ciudad de Guatemala es más conocida por el nombre de Xela que por el suyo real, Quetzaltenango. Ni demasiado grande ni demasiado pequeña, ofrece una buena gama de hoteles y restaurantes, pero no tantos como para que pierda su naturalidad. Su mezcla de paisaje montañoso, vida indígena del altiplano, bonita arquitectura y sofisticación urbana atrae a muchos turistas. Además, es una buena base desde donde realizar excursiones a destinos de altura, como la laguna Chicabal, un lago en un cráter y un lugar de peregrinaje maya, o las Fuentes Georginas, un paraíso natural de aguas termales acurrucado en un frondoso valle.
En el centro de la ciudad se palpa una mezcla muy habitual en todo el país: cultura indígena fusionada con la influencia española y la posterior de los alemanes, que llegaron cuando estos se fueron. Y de todo ello resulta una arquitectura curiosa, que parece sombría, casi gótica. La mayoría de puntos de interés de Xela se congregan alrededor de la plaza central, un lugar para sentarse y ver la vida pasar. A Xela llegan también muchos viajeros con tiempo para hacer voluntariado en pueblos quichés de los alrededores, para perfeccionar su español, o para ascender (con esfuerzo y tiempo) al cercano volcán Tajumuco (el punto más alto de Centroamérica) o para hacer una excursión al lago de Atitlán.
8. Semuc Champey, Lanquín y Cancuén, las maravillas desconocidas
Si buscamos un rincón al margen de los circuitos más habituales, podemos acercarnos a Semuc Champey, en el departamento de Alta Verapaz, al norte del país. Se trata de un oasis en medio de la selva, con cascadas de color turquesa que forman una serie de pozas calizas, creando un entorno idílico considerado por muchos como el lugar más encantador de Guatemala. Se puede visitar en un día, pero nos quedaríamos cortos, porque Semuc y la cercana aldea de Lanquin constituyen el ejemplo más exquisito de la Guatemala rural.
A Lanquín la gente acude para explorar el maravilloso sistemas de cuevas a las afueras del pueblo, pero sobre todo para ir desde aquí a Semuc Champey y sus pozas escalonadas, con colores que van desde el turquesa al esmeralda, y cuya visita compensa el esfuerzo de llegar hasta ellas.
Cada vez hay más gente que se anima a ir un poco más al norte, al considerado nuevo Tikal del país. Cancuén, en el departamento de Petén, es un gran yacimiento maya descubierto en el año 2000 cuyas excavaciones siguen en curso y que podría llegar a rivalizar en tamaño con la mismísima Tikal. Se cree que fue más un centro comercial que religioso ya que no se han encontrado los templos y pirámides habituales, pero sí un palacio en torno a 11 patios y unas tallas impresionantes. .
9. El Mirador, una excursión para arqueólogos intrépidos
Los más aventureros encontrarán en el trekking hacia la ciudad maya de El Mirador una oportunidad emocionante de explorar los orígenes de la historia de esta civilización en un lugar donde aún trabajan equipos de arqueólogos con los que se puede conversar. Recibió ese nombre de los chicheros de la zona por las magníficas vistas que se contemplaban desde algunas de sus pirámides. El Mirador está enterrado en la zona más alejada de la selva de Petén, solo a 7 kilómetros de la frontera mexicana. Fue capital del mundo maya y reúne posiblemente el mayor grupo de edificios en un solo yacimiento de esta civilización. En su época de esplendor ocupaba más de 16 kilómetros cuadrados y la habitaban decenas de miles de personas. Los investigadores todavía no se explican cómo prosperó en una zona en la que hay pocos recursos naturales y ninguna fuente de agua. Entre sus cientos de templos cubiertos de vegetación está la Gran Pirámide de La Danta, conocida también como la Gran Pirámide de Guatemala o la Gran Pirámide de Petén. Es la construcción maya más alta del mundo, con 76 metros, y al final de su ascensión se tiene una perspectiva imponente de la selva. Una advertencia: visitar este lugar implica una ardua caminata de ida y vuelta (unos sesenta kilómetros cada trayecto), que supone un mínimo de seis días entre fango y mosquitos, a menos que se haga en helicóptero.
10. Flores, la ciudad-isla de colores
Con sus casas de tonos pastel que descienden desde la plaza central hasta las aguas esmeraldas del lago Petén Itzá, la ciudad-isla de Flores, al norte del país. Una calzada elevada conecta Flores con su modesta ciudad hermana de Santa Elena, en tierra firme.
Situada frente a una vasta reserva selvática, la apacible isla de Flores es un lugar ideal para reponer energías y una excelente base para explorar el lago Petén, que ocupa una superficie de 99 kilómetros cuadrados y es el tercero en extensión después del lago de Izabal y el de Atitlán. Mientras se toma un trago en alguna de las tranquilas terrazas que dan al lago o se navega en un viejo barco hacia islas aún más pequeñas, podremos charlar con otros aventureros que van a Tikal o a yacimientos más remotos. Hay hotelitos y restaurantes diseminados por sus calles, muchos con azoteas que dan al lago. Es una ciudad que invita a pasear y también un enclave optimo para la observación de aves.
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