Las secuoyas cántabras que enseñan a cuidar el planeta
De un bosque singular en el parque natural de Oyambre, en Cantabria, a un ecocrucero fluvial en las sierras de Jaén, planes muy originales para celebrar al aire libre el Día Mundial de la Naturaleza
Casi una cuarta parte de las especies están en riesgo de extinguirse durante las próximas décadas, según la web oficial del Día Mundial de la Naturaleza, jornada con la que la ONU intenta, cada 3 de marzo desde 2013, sensibilizar sobre la necesidad de preservar la biodiversidad de nuestro planeta. “Dar a conocer los espacios protegidos para aprender a valorarlos y conservarlos”, dice Noemí Campo, coordinadora del centro de interpretación del parque natural de Oyambre, en Cantabria, uno de los cinco enclaves españoles que visitamos para ello.
Un bosque
Secuoyas del Monte Cabezón (Cantabria)
“Tienen 40 metros de altura y hacen falta unas tres o cuatro personas para rodear sus troncos, pero en realidad estas secuoyas son unas jovencitas”. Noemí Campo nos introduce en la singularidad del monumento natural de las secuoyas de Monte Cabezón, más propio de otras latitudes que de las inmediaciones de Cabezón de la Sal. “Sobreviven gracias al clima húmedo templado del litoral cántabro; no hace tanto calor como en California, pero el mar suaviza el frío”. El origen de este bosquete con 848 ejemplares de secuoya de costa, especie que puede vivir miles de años, de ahí la juventud a la que se refiere Campo, es un experimento forestal: fueron plantadas en la década de 1940 para la posible explotación de madera. Ahora es un enclave protegido por su valor paisajístico, al que las visitas guiadas que organiza el centro de interpretación (+34 942 04 94 38) a través del programa Natureando en corto suman el factor de la educación ambiental. “Tratamos de aprovechar la degradación visible que sufre el lugar debido al creciente flujo turístico –más de 21.000 visitantes en 2019, según Campo– para hacer reflexionar a los visitantes sobre el impacto que generamos en la naturaleza".
La ruta, gratuita y de una hora de duración, no tiene dificultad técnica (incluso una parte está adaptada a personas en silla de ruedas). Comienza en el aparcamiento del monumento natural y no requiere reserva previa (basta con presentarse allí unos minutos antes), aunque las plazas son limitadas. Se puede consultar la fecha y el horario de las próximas visitas concertadas en la web de Naturea Cantabria.
Un barranco
Estrechos de Valloré (Teruel)
La comarca del Maestrazgo, que se extiende por las provincias de Teruel y Castellón, conserva tesoros ocultos para el disfrute al aire libre. Hasta uno de ellos se llega a pie desde el pueblo de Montoro de Mezquita, a unos 100 kilómetros al noreste de la capital turolense. Los estrechos de Valloré, cuyo interior recorre un sistema de pasarelas de madera que permite contemplar cómodamente (niños incluidos) la espectacular verticalidad de sus cortados, responden a estratos calcáreos originarios del Cretácico superior pacientemente horadados por el río Guadalope, e integrados en figuras de protección como la ZEPA Río Guadalope – Maestrazgo y el LIC Muelas y Estrechos del río Guadalope, ya que estos congostos acogen especies como alimoches, buitres, águila real y águila perdicera-azor, o halcón peregrino.
La ruta, de 2,5 kilómetros y baja dificultad, parte en dirección al mirador de Valloré (sendero PR-TE 81). Al llegar a un cruce, se desciende hacia el paseo fluvial que se adentra en el primer estrechamiento por el voladizo de madera, fijado a la pared del cañón (a poca altura), hasta asomarse al segundo estrechamiento, todavía inaccesible a pie. El regreso se realiza por la otra margen del río, fácilmente vadeable, pero si hay más ganas de caminar, en el cruce inicial se puede optar por subir primero hasta el mirador de Valloré (una hora, aproximadamente) por un trazado bien señalizado, de dificultad media y con algunos tramos aéreos, equipados con cuerdas y asideros de metal. La recompensa es una fantástica panorámica del barranco y sus afilados cuchillares rocosos. Recientemente, se ha habilitado una bajada desde el mirador hasta el valle y las pasarelas sobre el río, completando una escenográfica ruta circular.
Un crucero fluvial
Barco solar de El Tranco (Jaén)
El parque natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, reserva de la biosfera desde hace más de 35 años, alberga, según este programa de conservación de la Unesco, “una de las floras más ricas de la vertiente mediterránea, con más de 2.200 especies catalogadas, 157 endemismos ibéricos y 35 endemismos locales”. Pero el paisaje que define este paraje protegido que supera las 200.000 hectáreas son las inabarcables extensiones de pinares que se contemplan desde el barco solar que discurre cada fin de semana por El Tranco de Beas, el embalse que baña el corazón del parque. “Sobre todo se ve pino carrasco y salgareño (laricio), mezclado con sotobosque mediterráneo y matorral, con especies como coscoja, quejigo, lentisco y encina”, dice Antonio Mudarra, uno de los guías del centro de ocio El Tranco que gestiona este crucero ecológico con capacidad para 60 personas. Ofrecen dos travesías alternativas de una hora de duración (6 euros por ruta y persona): la ruta de Hornos, hacia el norte del embalse y el entorno de la cascada del Chorreón, un espectacular salto de agua de unos 15 metros de caída que –en épocas de lluvias– vierte directamente al pantano, y, hacia el sur, la ruta Bujaraiza, que mira a la sierra de las Villas y bordea la isla de Cabeza de la Viña.
La navegación silenciosa del barco ecológico (impulsado por la energía solar que acumulan los paneles de su techo) favorece el avistamiento de fauna local a bordo. Aves como “cormoranes, águila pescadora y perdicera, somormujos y gaviotas argénteas, especie ya residente en el parque”, añade Mudarra, "y en tierra, cabras montesas, ciervos y gamos". De hecho, una de las actividades más demandadas del centro es la ruta de la Berrea, entre mediados de septiembre y mediados de octubre. Se trata de una travesía fluvial de unas dos horas de duración (24 euros por persona) que zarpa a las ocho de la mañana (incluye desayuno en el barco) y navega hasta los Llanos de Bujaraiza para avistar y escuchar la berrea y la ronca, época de celo de los ciervos y de los gamos. Para ello, el barco se detiene frente a algunas localizaciones que Félix Rodríguez de la Fuente escogió para inmortalizar este espectáculo natural. Al regresar al centro, la ruta se completa en tierra con una pequeña marcha para contemplar a estos animales más de cerca.
Una playa virgen
Cala Coll Baix (Alcúdia, Mallorca)
Qué mejor plan para celebrar el día de la Naturaleza que una playa de entorno salvaje y aguas de un turquesa que raya lo quimérico. Oculta bajo la elevación del cabo Pinar, en el litoral noreste de Mallorca, la cala Coll Baix suele pasar desapercibida a los foráneos. Contribuye a ello su disuasorio acceso senderista, una caminata de unos 30 minutos, y la obligación de acarrear a cuestas todo cuanto se necesite, pues no hay servicio alguno sobre la arena. Bajo la vigilancia de sa Talaia d’Alcúdia (o sa Talaia de la Victòria), torre defensiva del siglo XVI que domina esta franja litoral al noreste de Mallorca, la marcha comienza junto al aparcamiento situado a unos 200 metros del refugio municipal de Es Coll Baix (a unos siete kilómetros de Alcúdia; caib.es), inmersos en un paisaje boscoso declarado Área Natural de Especial Interés, con pinos de Alepo y acebuches, abundante en palmito y cipresillo, y salpicado por vistosas especies como la dedalera y la rapa mosquera.
Desde el refugio se inicia el descenso por un camino cómodo y bien señalizado, cuyo último tramo sí requiere más atención pues discurre entre rocas, bordeando la costa. Al fondo aparece la amplitud color plomo de Coll Baix; unos 200 metros de arena y fina grava acotados por acantilados y un fondo marino que rápidamente coge profundidad. Al no contar nunca con socorrista, conviene ser cautos en el baño si el oleaje toma brío.
Un mirador ornitológico
Colegiata de San Miguel (Alfaro, La Rioja)
La cercanía de la reserva natural de los Sotos de Alfaro, que conserva secciones del bosque fluvial que antaño cubría la vega del Ebro, explica el curioso fenómeno: la mayor colonia urbana de cigüeña blanca en un solo edificio. Los tejados, cornisas y pináculos de la colegiata de San Miguel, en Alfaro, albergan más de un centenar de nidos durante la época de cría, entre enero y julio. Hay dos puntos para observarlos de cerca: el mirador ubicado en la trasera del templo y un centro de interpretación, frente a la colegiata, donde, además de una zona expositiva sobre la biodiversidad de la cercana reserva fluvial, los visitantes pueden observar en tiempo real la vida de las cigüeñas a través de webcams ubicadas en las torres y el ábside central de la iglesia.
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