Cuenta atrás para un baño de naturaleza
Elegimos 17 maravillas naturales, una por comunidad autónoma, para descubrirlas una vez superada la fase tres de desescalada. Enclaves tranquilos, puros y, encima, gratuitos
Por el vertiginoso sendero de las pasarelas de Montfalcó, una excursión al pico Anboto o un chapuzón en tranquilas calas murcianas. Es el momento de planear el próximo miniviaje, con botas o en bañador.
1. Cala de Enmedio. Almería (Andalucía)
Menos conocida que otras playas salvajes del parque natural del Cabo de Gata-Níjar, esta cala hechiza por sus arenas y rocas blanquísimas, que sacan a relucir los colores más alucinantes de la paleta marina: turquesa, esmeralda, verde botella… Para llegar hay que andar una media hora desde Agua Amarga hacia poniente, por el cerro del Cuartel, sin una sombra a la vista. La recompensa: 130 metros de arena flanqueados por acantilados y plataformas de blancas calizas arrecifales, que parecen de nieve, cuando en realidad esta es la esquina más árida y ardiente de España.
2. Pasarelas de Montfalcó. Huesca (Aragón)
Puede que en España exista una garganta más profunda. Lo que no hay son muchos más senderos tan espectaculares como este: unas pasarelas de madera, instaladas en 2013, que suben y bajan por los cortados calizos de 500 metros de altura que bordean el Noguera Ribagorzana, en el embalse de Canelles. Al final, a 60 minutos del albergue de Montfalcó donde se inicia el camino, un puente colgante salva estas aguas de un verde insolente, como un elixir de menta.
3. Río Infierno. Asturias
Pese a su nombre, el río Infierno baja brincando por un bosque celestial del concejo de Piloña, en el oriente del Principado, arropado por castaños gigantescos, robles y hayas. Para verlo, hay que acercarse al área recreativa de la Pesanca, a poco más de dos kilómetros de la aldea de Riofabar, y seguir a pie por la pista de tierra que es una prolongación de la carretera. En media hora se llega al estrecho de la Lanchosa, donde el río forma cascadas y pozas perfectas para el baño. Es el cielo del Infierno. Otra maravilla que baña este río es Espinaredo, el pueblo que más hórreos (26), y más antiguos (algunos datan de los siglos XVI o XVII), posee de toda Asturias.
4. S’Albufera des Grau. Menorca (Baleares)
A unos 18 kilómetros al norte de Maó, dentro del parque natural de S’Albufera des Grau, se yergue el faro de Favàritx sobre una oscura punta pizarrosa de formas fantásticas. Es un paisaje pedregoso, pelado, lunar, que para muchos tiene algo de sobrenatural. Al final de la carretera hay una balsa formada por las lluvias y las olas del invierno; según la leyenda, si se camina por sus aguas someras durante las noches de luna llena se reciben los efectos combinados del satélite y del mar: fuerza, energía y fertilidad.
5. Península de Anaga. Tenerife (Canarias)
La península de Anaga reúne más endemismos que ningún otro lugar de Canarias
Anaga, la punta nororiental de Tenerife, es un rompeolas de los vientos alisios y una de las zonas más lluviosas de la isla. Es una isla dentro de la isla que, en pocos kilómetros, reúne todos los paisajes posibles y más endemismos que ningún otro lugar de Canarias y del resto de Europa. Muchos endemismos, pero pocas carreteras; aún hay pueblos a los que solo se llega a pie o en barco. En tres horas y media se unen caminando los remotos caseríos y las playas salvajes de Benijo y Roque Bermejo a través de una selva digna de Tarzán. Una vez disfrutado del tiempo en Roque Bermejo, de allí se puede salir en taxi acuático.
6. Costa Quebrada. Cantabria
Al oeste de Santander, desde la misma ciudad hasta poco más allá de Liencres, se extiende el parque geológico de Costa Quebrada: 20 kilómetros de acantilados e islotes derruidos sin cesar a lo largo de un mar brutal. Una sencilla senda permite recorrer en dos horas (vuelta incluida) su tramo más espectacular, de la playa de la Arnía a la de Somocuevas, caminando por la escarpada ribera, semejante a la cresta dorsal de un dinosaurio. Un dato curioso: estas afiladas rocas calizas pertenecen al sinclinal de San Román-Santillana, o sea, el mismo lienzo pétreo en el que pintaron los hombres de Altamira.
parquegeologicocostaquebrada.com
7. Torcas de los Palancares. Cuenca (Castilla-La Mancha)
Extraños cráteres de bordes escarpados y hasta 100 metros de profundidad salpican el monte de los Palancares, 22 kilómetros al sureste de la ciudad de Cuenca. No son volcanes. Ni impactos de meteoritos. Son torcas, antiguas cavernas formadas por la disolución de la roca caliza cuyos techos han acabado por desplomarse, creando este campo de golf para gigantes. Hay una treintena de ellas. Cerca están las lagunas de Cañada del Hoyo. Se trata también de torcas, pero en este caso se han anegado al alcanzar el manto freático con aguas de todos los verdes imaginables: esmeralda, botella, cardenillo…Pese a su aspecto tentador, está prohibido el baño desde 2007, cuando la Junta de Castilla-La Mancha las declaró monumento natural para proteger su ecosistema acuático, de gran valor y fragilidad.
8. Sabinar de Calatañazor y la Fuentona de Muriel. Soria (Castilla y León)
A tres kilómetros de Calatañazor, uno de los pueblos más bellos de Soria, donde Almanzor libró hace poco más de mil años su última batalla contra los cristianos, por la solitaria carretera que va a Muriel se descubre un bosque de sabinas que maravillan por su tamaño y su longevidad, pues las hay de casi dos milenios. Y a dos kilómetros del bosque, en Muriel, se halla el monumento natural de La Fuentona, donde el río Abión nace formando una laguna esmeralda en la que se reflejan, retorcidas y esculturales, como bonsáis gigantes, otras viejas sabinas.
9. Zona volcánica de la Garrotxa. Girona (Cataluña)
Como solo han pasado 10.000 años desde la última erupción (un suspiro, en términos geológicos), este parque natural en las vecindades de Olot, en el Prepirineo gerundense, posee el más joven y mejor conservado paisaje volcánico de la Península, con 40 cráteres casi intactos. El sendero número 1 del parque, circular, de cuatro horas largas de duración, atraviesa la Fageda d’en Jordà (un hayedo insólito, en terreno llano y a solo 550 metros de altitud) y el volcán de Santa Margarida, en cuyo cráter, de 330 metros de diámetro, hay un prado circular y, haciendo diana en el centro, una ermita románica.
10. El Charco Azul. Valencia (Comunitat Valenciana)
En el solitario y montuoso interior de Valencia se esconde Chulilla, pueblo bonito a rabiar que esconde al pie de su blanco caserío un rincón difícil de creer: un remanso de aguas tersas (más verdes que azules), con una extensión de unos 60×30 metros, que duplica como un espejo la belleza de los acantilados calizos del Alto Turia. De excepcional belleza es también la ruta de los Pantaneros (poco más de 5 kilómetros de recorrido de dificultad media-alta), la cual revive el camino que seguían los obreros hace medio siglo desde Chulilla hasta la presa de Loriguilla, cruzando el río encañonado a través de puentes colgantes de madera que recuerdan a los del Himalaya.
11. Sierra de Gata. Cáceres (Extremadura)
Esta desconocida sierra del noroeste de Cáceres, fronteriza con Portugal, posee una lengua propia, la fala; un aceite de primera, elaborado con manzanilla cacereña; y, lo que ahora más nos importa, el mayor castañar de Extremadura, el de los Ojestos, un bosque inmenso y sombrío donde perderse no es una contrariedad, sino un placer. Eso sí, el caminante hará bien en seguir las indicaciones de la ruta de A Fala, desde San Martín de Trevejo hasta el puerto de Santa Clara. Son dos horas de subida por un camino bien señalizado con letreros y marcas de pintura blanca y amarilla.
12. Fragas do Eume. A Coruña (Galicia)
Cerca de Pontedeume, río Eume arriba, se halla el bosque atlántico costero mejor conservado de Europa, una espesura casi impenetrable de robles, castaños, abedules, fresnos, avellanos, acebos, madroños y helechos de tiempos de los dinosaurios. La luz del sol, desde luego, apenas penetra: lo justo para mostrar al Eume y a su afluente el Sesín saltando aquí y remansándose allá. El corazón y mejor mirador de esta selva húmeda y sombría es el romántico y desértico monasterio de San Xoán de Caaveiro, donde san Rosendo y otros eremitas se reunieron en 936 para hacer vida retirada. Pero que muy retirada.
galicianaturaleunica.xunta.gal
13. Cañón del río Leza. La Rioja
Nada más pasar por la localidad de Soto en Cameros, el Leza se retuerce por el fondo de un sinuoso cañón de seis kilómetros, comprimido entre escarpas de 700 metros de alto, bajo un cielo lleno de buitres leonados (en la zona viven 50 parejas, más los solteros). El origen de este tremendo tajo, parte de la red Natura 2000, se debe a la erosión fluvial de materiales depositados en el Jurásico, cuando esto era un delta donde el Leza prehistórico desembocaba no en el Ebro, sino en el mar de Tethys, y donde en lugar de vacas pacían los dinosaurios. En el cañón se ven huellas de saurópodos que protegían a sus crías rodeándolas, como los búfalos o los elefantes.
14. El Elefantito de La Pedriza. Madrid
La Pedriza, laberinto de granito donde nace el río Manzanares, en la sierra de Guadarrama, contiene peñas zoomorfas asombrosas como el Pájaro, el Caracol, la Foca, el Camello… y, la que más, el Elefantito. Desde el aparcamiento del Tranco, en Manzanares El Real, hay que subir una hora por la senda de las Carboneras, marcada con trazos blancos y amarillos, hasta salir a la amplia pradera de la Gran Cañada. Luego toca ascender media hora más sin señales por la vaguada de las Cerradillas. Pero, lo dicho, La Pedriza es un laberinto, así que mejor seguir las indicaciones de la web de senderismo elviajero-digital.com.
parquenacionalsierraguadarrama.es
15. Bahía de Cope. Murcia
El parque regional de Calnegre y Cabo Cope, entre Águilas y Lorca, atesora 17 kilómetros de costa salvaje, tan solitaria como en tiempos de los piratas. En el sur del parque, a 10 kilómetros de Águilas, está la torre de Cope, que se levantó entre 1530 y 1576 para prevenir precisamente los ataques de corsarios berberiscos. Y hacia el norte, las playas de Baño de las Mujeres, El Siscal y Calnegre, recónditas calas de arenas doradas y aguas calmas donde nada cuesta imaginarse una galeota pirata fondeada, cinco siglos ha.
16. Selva de Irati. Navarra
Con 17.000 hectáreas, es el segundo hayedo-abetal más extenso y mejor conservado de Europa, después de la Selva Negra alemana. En la presa de Irabia, a 13 kilómetros de Orbaizeta, nace el sendero Los Paraísos-Erlan, facilón, circular, de una hora y media de duración, que discurre cerca de este embalse donde el río Irati se vuelve un espejo. Una ruta ideal para hacer en familia (y para sacar mil fotos). En la cola del mismo embalse arranca la senda de Contrasario, un sencillo paseo de siete kilómetros que lleva a la reserva integral de Lizardoia, donde viven las hayas más viejas de la Península, de porte hercúleo.
17. Pico Anboto. Bizkaia (País Vasco)
Hay otros montes más altos en el País Vasco, pero ninguno puede compararse en verticalidad y belleza con el Anboto, el techo de la sierra de Urkiola (1.331 metros). La cresta final es tan angosta que uno no puede ni pararse a mirar la hora sin estorbar el paso. Lo que más impresiona, sin embargo, es la vista casi cenital que hay sobre el valle de Atxondo. En subir desde el puerto de Urkiola, observar la panorámica y bajar se echan cuatro horas y media, por un sendero sencillo y bien señalizado.
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