Caminando entre volcanes
Del parque natural de la Garrotxa a los maares del Campo de Calatrava, en La Mancha, una ruta que invita a mirar con asombro prodigios geológicos diseminados por la España peninsular
¿Volcanes en España? Los de Canarias, cierto. Aunque también los hay —menos jóvenes, pero aún evidentes— en la Península. Solo en el manchego Campo de Calatrava hay más de 300 cerros y lagunas de origen volcánico. Y en Girona dan nombre y carácter a un precioso parque natural, la Zona Volcánica de la Garrotxa, donde coexisten cráteres, hayedos y templos románicos. Son los mejores volcanes: están cerca y no queman.
Muchos de estos volcanes peninsulares se formaron hace millones de años, cuando aún no había nadie para temerlos y admirarlos. El Croscat de la Garrotxa, en cambio, surgió hace tan solo 11.500 años, a comienzos del periodo Holoceno, cuando los humanos ya miraban con ojos asombrados el mundo y pintaban las paredes de sus cavernas. Las duras rocas volcánicas de los cabezos murcianos fueron aprovechadas por los romanos para construir el teatro de Cartagena y las cenizas de Cerro Gordo, en la provincia de Ciudad Real, se siguen usando para fabricar cemento. Senderos, observatorios, centros de interpretación e incluso un volcán musealizado invitan a mirar estos conos prodigiosos sin codicia, solo con asombro, como hacían los hombres prehistóricos cuando la Tierra reventaba.
Cráteres, hayas y románico
Zona Volcánica de la Garrotxa (Girona)
El del entorno de Olot es el más joven y mejor conservado paisaje volcánico de la península Ibérica, con 20 coladas de lava y 40 cráteres casi intactos, porque no han pasado ni 12.000 años desde la última gran erupción y eso son dos telediarios en términos geológicos. Hay que recorrer, sí o sí, el itinerario pedestre número 1 del parque natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa: una ruta circular bien señalizada de 11 kilómetros (y cuatro o cinco horas de duración) que pasa por lugares extraordinarios, casi de ensueño, como la Fageda d’en Jordà, un hayedo excepcional por su belleza y su rareza —está a solo 550 metros de altitud y sobre llano, cuando lo normal es que las hayas medren entre los 1.000 y los 1.700 metros y en terrenos más bien empinados—. También pasa por el volcán de Santa Margarida, en cuyo cráter, de 330 metros de diámetro, hay un prado circular y, haciendo diana en el centro, una ermita románica. Además, se visita el Croscat, un volcán de tipo estromboliano cuyo cono es el más grande de la Península, de 160 metros de altura, y también el último que se formó. Durante años se extrajeron las gredas de este cráter para hacer ladrillos y pistas de tenis, provocando un impresionante corte colorado en su flanco noreste, como una herida sangrante.
Tres poblaciones de obligada y muy grata visita delimitan la Zona Volcánica de la Garrotxa. Olot, la capital de la comarca, en cuyo casco urbano se alza el volcán de Montsacopa —con un cráter de 120 metros de diámetro y 12 de profundidad—, y, también, el Casal dels Volcans, un palacete modernista que alberga el centro de interpretación del parque natural y está circundado por un romántico jardín botánico. La segunda parada es Castellfollit de la Roca, pueblo encaramado sobre una colada de lava que formó, hace 200.000 años, un acantilado de basalto de más de 50 metros de altura. Y, finalmente, Santa Pau, villa declarada monumento histórico-artístico, con su castillo medieval, su iglesia gótica y su plaza porticada.
Ocho restaurantes de la zona cultivan la denominada cocina volcánica, la cual hace hincapié en los productos de la tierra, como el alforfón, los nabos negros, las alubias de Santa Pau, el tomate Montserrat o las patatas de la Vall d’en Bas. Sobre estas últimas, cuanto más viejas son, es decir, cuanto más tiempo pasan enterradas, mejor.
“En un maar de La Mancha…”
Campo de Calatrava (Ciudad Real)
“En un maar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Así podría haber empezado también El Quijote porque Ciudad Real está lleno de maares, cráteres formados al entrar en contacto (y estallar como una olla) el agua subterránea y el magma que hervía allá abajo hace poco, geológicamente hablando: entre 8,7 y 1,75 millones de años. En Valverde, a 11 kilómetros de Ciudad Real, se halla uno de los maares más evidentes y bellos: la laguna de Fuentillejo o de la Posadilla. El cráter inundado tiene un diámetro de 500 metros y una profundidad de 100 en su borde más elevado. Para dar con él hay que salir de Valverde hacia el sur por la calle de la Ronda del Prado y seguir 2,7 kilómetros por su prolongación —el camino de la Posadilla—, primero de asfalto y luego de tierra. Dos altos mojones de piedra flanquean el camino en el lugar donde hay que dejar el coche y echarse a andar hacia la izquierda, bordeando un olivar, para asomarse en 10 minutos al cráter. Si se hace todo el camino a pie o en bici desde Valverde, mejor.
Otra erupción freatomagmática creó la laguna de La Inesperada, en Pozuelo de Calatrava. Es estacional y la más salina de la comarca, tanto que hace años su agua era embotellada y vendida como medicinal. En invierno, cuando se inunda, ocupa una superficie grande, de más de 50 hectáreas (como 100 campos de fútbol), y atrae tanto a las aves —el flamenco es habitual— como a los amantes de los pájaros y de los fenómenos telúricos, porque en su orilla está el Centro de Interpretación de las Aguas Volcánicas.
También en el Campo de Calatrava, cerca de Granátula, se encuentra Cerro Gordo, el primer volcán musealizado de la península Ibérica, con aparcamiento, horarios, guías, pasarelas, paneles informativos, página web y todo lo que se supone que debe de tener un museo. La visita, de una hora de duración, aprovecha los pasadizos y los enormes cortes que se han practicado en este cerro para extraer la puzolana, la ceniza volcánica con la que los romanos ya hacían cemento en Puteoli, la actual Pozzuoli, en las faldas del Vesubio. No es que la cementera que ha explotado este volcán durante 30 años haya sentido un repentino amor por la geología, o un ataque de remordimiento por la grave herida que le ha infligido, y haya decidido convertirlo en un museo. Es que resulta más rentable mantener abierto el gigantesco socavón y mostrárselo a los curiosos que volver a rellenarlo y dejarlo tal y como estaba antes. En Granátula de Calatrava, por cierto, nació en 1793 el no menos volcánico general Espartero.
Tapeando sobre un volcán
Plaza del Pilar (Ciudad Real)
Ciudad Real, la capital de la provincia, lo es también de los volcanes. Está en el centro de la región volcánica del Campo de Calatrava, asentada sobre cuatro de ellos. En algunos terrenos sin edificar se aprecian sismitas, huellas ondulantes provocadas por los terremotos de más de siete grados en la escala de Richter sobre materiales volcánicos procedentes de una explosión freatomagmática. En la céntrica plaza del Pilar, que lleva edificada un siglo largo, no se nota que hubo un volcán debajo, pero sí se siente un runrún de caldera, ronco y burbujeante. Que no cunda el pánico. Es el rumor de la mucha gente que viene atraída por los bares de tapas y restaurantes que hay en la propia plaza y en las calles aledañas: Los Faroles de Tomás, España, Bodegas Galiana, Gabinadas, Lacava, Miami Gastro… Para quemar el exceso de calorías ingeridas en esta zona volcánica, es buena idea pasear o pedalear desde la misma ciudad por la vía verde de Poblete. Tiene 5,7 kilómetros y dos calzadas (para peatones y para ciclistas), sigue el trazado del antiguo ferrocarril de Ciudad Real a Badajoz y bordea cerca de su final el maar de la Hoya del Mortero. Es un cráter grande, de 124 hectáreas. No tiene una laguna dentro, como otros maares, pero su hondonada es llamativa en medio de la llanura cerealista.
Las playas del primer día
Cabo de Gata (Almería)
La gente no viene al parque natural Cabo de Gata-Níjar atraída por sus volcanes, sino por sus playas. Pero aunque uno no haga otra cosa que ir a las playas, en ellas apreciará perfectamente las huellas de las erupciones y los ríos de lava que abrasaron esta esquina suroriental de la Península hace 10 o 15 millones de años. Caminando tres cuartos de hora entre la playa de los Genoveses y la de Mónsul, en San José, por el borde de los acantilados y por la orilla misma del mar, se llega a la cala del Lance, inconfundible por las columnas de basalto que afloran en mitad de la arena, como un órgano de viento petrificado. Es un paisaje telúrico, estremecedor, del primer día del mundo.
Un volcán que es difícil no ver en este parque natural es la caldera de Majada Redonda, que se alza imponente junto a la pedanía nijareña de Las Presillas Bajas, a medio camino entre San José y Rodalquilar. Es un cráter considerable, ligeramente ovoidal, de unos 1.200 metros de diámetro y con una máxima altura de 485 metros —el cerro de Peñones—, donde, para más señas, hay instalado un radar. Desde Las Presillas Bajas, una sencilla senda señalizada de 2,8 kilómetros lleva en una hora al interior de la caldera, subiendo por la misma rambla sinuosa en la que se halla ubicada esta población, que no es sino el desagüe por el que salió en su día del cráter un río de lava. Ríos de los otros, los de agua, ni los hubo ni los hay en esta esquina desértica de la Península. Para saber más, se debe visitar el ecomuseo La Casa de los Volcanes, junto a las antiguas minas de Rodalquilar.
De La Mancha a la Luna
Pitón de Cancarix (Albacete)
En el sureste de Albacete, visible desde la autovía de Murcia, se erige un formidable cerro de columnas de basalto, como si la Calzada de los Gigantes irlandesa se prolongara subterráneamente hasta La Mancha. Es la lava que borboteaba dentro de un volcán hace siete millones de años, que al solidificarse conservó la forma del cráter, como sacada de un molde. Mezclados con el basalto hay minerales tan extraños como la armalcolita, que se descubrió primero en la Luna —de ahí su nombre, acrónimo de Armstrong, Aldrin y Collins, los astronautas del Apollo 12— y después en contados lugares de la Tierra. El pitón está declarado monumento natural y cuenta con un sendero circular señalizado (PR AB-01) de 7,7 kilómetros y unas tres horas de duración.
Una isla en forma de C
Illa Grossa (Columbretes / Castellón)
Vista cenitalmente, desde un avión o con un dron, Illa Grossa dibuja una C mayúscula perfecta. Forma muy apropiada para la mayor de las Columbretes, pero poco habitual para una isla, salvo que sea el cráter de un antiguo volcán. Volcánicas son, en efecto, estas islas que los griegos llamaban Ophiusas y los romanos Columbrarias, que distan 50 kilómetros de Castellón y que albergan varias especies animales y vegetales escasas en el resto del Mediterráneo, como la gaviota de Audouin, el halcón de Eleonora o la rarísima planta Reseda hookeri. De abril a octubre, el barco Clavel I navega (por 60 euros) a las Columbretes desde el Grao de Castellón. También hay salidas desde Peñíscola y Oropesa del Mar.
Cuando explotó Cofrentes
Cerro de Agrás (Valencia)
Cofrentes hoy es conocido por su central nuclear, pero hace dos millones de años hubo aquí algo mucho más explosivo, un volcán que aún hace burbujear el agua en el balneario de Hervideros. Sobre una de sus chimeneas se alza el castillo de Cofrentes. Sobre otra, en el cráter del cerro de Agrás, yace una pétrea bomba volcánica de dos metros y medio de grosor, como un huevo de Godzilla. Si las bombas eran de este calibre, cómo debían de ser las explosiones… El cráter se encuentra a tres kilómetros de la localidad, a una hora de cómodo paseo siguiendo el sendero señalizado PR-CV 379.
Con vistas al mar Menor
El Carmolí (Murcia)
Los romanos, que lo hacían todo para que durase 2.000 años como poco, construyeron el teatro de Cartagena usando andesita, una roca volcánica durísima que extraían de los cabezos de los alrededores. Estos volcanes (porque eso son los cabezos) se formaron al hundirse la placa africana bajo el borde de la euroasiática, provocando fricciones, fusiones y erupciones; las más antiguas de hace 7,2 millones de años, las más recientes de hace solo un millón. Como hay un montón de cabezos volcánicos en tierra firme (Beaza, de la Fraila, Ventura, Calnegre, Monteblanco, Negro, Cebolla, Los Pérez, Aljorra…) e islas de idéntico origen en el mar Menor (Perdiguera, la del Barón, la del Ciervo, Rondella y la del Sujeto) y en el Mediterráneo (la Grosa), lo más interesante, salvo que se quiera hacer una tesis doctoral, es dirigirse al pueblo de Los Urrutias y trepar al Carmolí, que es el monte que reúne las mejores muestras de los procesos volcánicos del Campo de Cartagena: flujos piroclásticos, coladas de lava, disyunciones columnares y pequeños domos volcánicos. El Carmolí se originó hace unos siete millones de años, durante el Mioceno superior, al mismo tiempo que las islas del mar Menor. Está compuesto de andesita y presenta llamativas formaciones rocosas, especialmente en la ladera oriental. Una de las más famosas semeja la cabeza de un león, pero con imaginación se puede ver también un águila con las alas abiertas y un lagarto. El Carmolí forma parte del paisaje protegido Espacios Abiertos e Islas del Mar Menor. Hay que aparcar en la parte más alta de la calle Lago Superior, que nace en la playa de Punta Brava, y echarse a caminar por un sendero señalizado muy sencillo, circular, de poco más de dos kilómetros, que en una hora permite rodear y coronar esta cima de 113 metros de altura, desde la que se abarca con la mirada todo el mar Menor, La Manga, el cabo de Palos y la sierra minera de Cartagena-La Unión.
¿Volcán o meteorito?
No es un volcán, sino el cráter de un meteorito que cayó en Las Hurdes hace uno o dos millones de años, pero en todos los letreros aparece como tal, incluidos los que señalizan el sendero que lleva en una hora desde la localidad de El Gasco hasta este agujero de 50 metros de diámetro. El tremendo boquete hoy no sirve más que para hacerse frotar los ojos a los turistas, pero en los años ochenta del pasado siglo se usaba la piedra pómez de su zona cero para lavar y envejecer vaqueros y para fabricar pipas de fumar.
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