Explorando Sarajevo: variados museos, un desbordante paisaje y tentadores restaurantes
La ciudad balcánica se sacude los fantasmas del pasado y presume de sus numerosos y desconocidos atractivos
A principios de 1992, la guerra golpeó a Sarajevo. La capital de Bosnia-Herzegovina, ciudad de mil matices, mezcla ancestral de culturas, pasó a desintegrarse en las imágenes de los edificios en llamas, de las calles militarizadas. Hoy, ya lejos de aquel asedio, comienza a recuperar el magnetismo de sus grandes imperios. El escritor Marc Casals, quien ha residido más de una década en la ciudad balcánica, considera que “debemos encontrar el equilibrio entre obviar la guerra, que sería una frivolidad, y ver a Sarajevo solo por la guerra”. La metrópoli ofrece numerosos museos para aquellos que quieran conocer el oscuro periodo de la disolución de la antigua Yugoslavia —de inexcusable visita es la galería 11/07/95 o el War Childhood Museum—, pero también presume de otras apuestas culturales, además de un desbordante paisaje.
La primera parada que cualquier visitante primerizo debería hacer es Baščaršija, el barrio otomano, construido en el siglo XV cerca de una de las orillas del río Miljacka que cruza la ciudad. Entre sus callejones, atestados de pequeñas tiendas artesanales, hay un sinfín de opciones para empaparse de la tradición del lugar, degustando dulces como la baklava o el kadaif con un espeso café bosnio. Es justo al comienzo del antiguo mercado donde se encuentra la mezquita de Gazi Husrev-beg, del siglo XVI, uno de los edificios más atractivos del casco histórico y el más antiguo de la tradición islámica —uno de los tres grandes cultos— del país.
Para los interesados en los pormenores de la historia y el arte, el centro de la capital bosnia acoge una gran variedad de museos. Entre ellos, el de Sarajevo Museum, una pequeña galería sobre los años de dominio austrohúngaro, desde la conquista de la ciudad en 1878 hasta el asesinato en 1914 del archiduque Francisco Fernando de Austria en el puente Latino, a escasos metros de allí, lo que desencadenó la I Guerra Mundial. Mucho más ambicioso es el Museo Nacional, construido a finales del siglo XIX y remodelado tras la guerra de Bosnia. Este recinto hospeda un estimable número de exposiciones para todas las sensibilidades, como la galería de historia natural o la sección etnográfica, donde además se atesora la Hagadá de Sarajevo, uno de los manuscritos de la liturgia judía más valiosos del mundo. Se cree que fue escrito en el año 1350 en Barcelona y, tras salir intacto de numerosos periplos por Europa, la ciudad lo custodia no sin poco recelo, habiéndose negado ya a exponer el original en el Metropolitan de Nueva York. Y si se ansía continuar con la aún poco conocida historia judía de la ciudad, no se puede pasar por alto el Museo de los Judíos, emplazado en una sinagoga, la más antigua de Bosnia, y dedicado a los siglos de cultura sefardí. Como un ejemplo de la diversidad que un día singularizó a Sarajevo, el guía Ervin Tokić señala: “En apenas unos metros está la catedral católica, la mezquita otomana, la catedral ortodoxa y una sinagoga”.
Si uno prefiere sumergirse en el esplendor deportivo, conviene recordar que el Museo Olímpico reabrió en 2020, después de 30 años de su destrucción durante el asedio del edificio, la Villa Mandić. Fue diseñada por el arquitecto checo Karel Pařík, quien asimismo fue responsable del primer proyecto de la Vijećnica, el edificio de la actual Biblioteca Nacional y Ayuntamiento, de corte neomorisco; del solemne Teatro Nacional, de estilo neorrenacentista, y del Hotel Europe, el primero que se abrió en la metrópoli, muy transitado por autoridades y artistas diletantes durante el siglo pasado. Igualmente, el Museo Olímpico —donde se exhiben toda clase de recuerdos— adoptó numerosos usos hasta 1984, cuando el mundo volvió a mirar a Sarajevo.
Para aquellos que deseen otra imagen de una ciudad situada en un valle entre los Alpes Dináricos, Casals recomienda “subir caminando hasta alguno de los barrios históricos, como Kovači, Vratnik o Bistrik. Ofrecen una de las vistas más bellas de Sarajevo. Desde allí es posible vislumbrar las grandes etapas históricas por las que ha pasado la ciudad: la otomana, la austrohúngara y la socialista”, visibles en sus arquitecturas. En Vratnik se conservan diversas fortificaciones por las que se conoce al centro del barrio como la ciudad amurallada. La más transitada es la Žuta Tabija (Bastión Amarillo), los restos de una fortaleza del siglo XVIII, desde la cual perderse en la luz que baña Sarajevo al atardecer, o en el manto de nieve que cubre los tejados desde principios de diciembre hasta los últimos días del invierno. Unos meses en los que la pista de esquí del monte Igman —a 22 kilómetros del centro—, distinguida por su privilegiado entorno vegetal y por haber sido una de las joyas de las competiciones olímpicas, atrae cada vez a más amantes de los deportes de invierno.
La mejor pausa
En Sarajevo espera, además, una respetable cantidad de restaurantes donde rematar la jornada probando la cocina tradicional bosnia, más allá del típicoćevapi (con carne a la parrilla). Entre ellos, el Dženita, considerado el mejor en la zona de Baščaršija, del que uno no puede salir sin degustar la sopa begova corba y los keple. No se queda atrás el Srebrena Školjka, un acogedor mesón al que no se llega por azar. Situado en los altos del mercado municipal, dispone de una abrumadora variedad de guisos de carne y unos ventanales desde los que observar el interior del mercado, incrustado en un edificio del siglo XIX.
Para hacer cima gastronómica, Tokić aconseja el Caffe Ideja, “en el que para muchos hacen la mejor krempita, un suave pastel de nata”. Aunque, si de dulces se trata, hay una cita inaplazable con Egipat, una diminuta pastelería en la calle Ferhadija, conocida por sus helados. Si la noche es joven, y además se busca un toque sofisticado, merece una visita el Žara iz Duvara, un lugar en el que catar infinitos tipos de rakija, como su singular rakija de ortiga (un aguardiente no apto para los más delicados), y donde dejarse llevar escuchando música tradicional. Porque la otra Sarajevo, la diversa y brillante, hace tiempo que está decidida a seguir viviendo más allá del recuerdo de su última guerra.
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