Por qué Florencia es la ciudad a la que siempre volveré
Un extenso museo al aire libre, callejones que resguardan secretos y la máxima expresión del ímpetu artístico humano dan vida a la capital de la Toscana
El tren está a dos minutos de ponerse en marcha y mi trayecto de Roma a Florencia a punto de comenzar. Mientras camino por los pasillos buscando mi asiento, observo a una señora que fija la mirada en el sudor que me escurre por la frente. En la espalda cargo una mochila de 10 kilos y en las manos todo lo que me cabe: dos cámaras, una libreta, mi boleto y un panini. Entre las prisas y la incomodidad, mi voz interna me reprocha: “Mariel, ¿cuándo vas a cambiar?”. En mis 15 años como periodista de viajes siempre me recuerdo así.
Apenas logro sentarme y desparramar el cuerpo cuando el tren avanza. ¡Cuánta puntualidad!, expreso. Nací en Ciudad de México, una de las metrópolis más caóticas del mundo. Seguramente el ser chilanga forma parte de la raíz que me define: acelerada, intensa, aventada, errante y apasionada. Decidí estudiar Periodismo en un país que considera esta profesión de alto riesgo. A los 19 años nació en mí la incesante necesidad de explorar el mundo para narrar mis historias de viaje en radio y prensa escrita. Al paso del tiempo, y después de desarrollarme en medios tradicionales, comencé una trayectoria en la producción de vídeos profesionales dando un salto a los medios digitales para convertirme en Mariel de Viaje.
¡Qué ganas tenía de volver a Florencia! Mientras camino por las estrechas calles de la capital toscana, veo, bajo el borde de mi paraguas, puestos ambulantes donde venden artículos hechos con cuero: chamarras, bolsas, zapatos, etcétera. Esta no solo es la cuna del Renacimiento, es una de las ciudades donde se fabrican los mejores productos de piel del mundo, elaborados con técnicas milenarias. La marroquinería tiene orígenes en la época de los etruscos, y aunque todavía quedan algunos talleres artesanales de manufactura italiana la oferta dificulta la distinción entre la mercancía auténtica y la importada.
Me dirijo hacia la Piazza del Mercato Centrale y sigo la ruta de Google Maps para llegar al departamento en el que me hospedaré. Después de subir varios pisos oscuros y conectados por escaleras empinadas, me encuentro con una habitación que bien podría ser la casa de una muñeca: muebles de madera en perfecto estado, floreros, paredes lisas de las que sobresalen algunos ladrillos (arquitectura propia de la Toscana) y un tapanco con una tina, contigua a una sala de lectura.
El Duomo es la catedral de Florencia
Pisar Florencia es entender lo que es un verdadero museo al aire libre, es contemplar el arte en su máxima expresión. De las esquinas resaltan esculturas de una belleza abrumadora y construcciones que denotan la eterna presencia de genios como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Filippo Brunelleschi, Sandro Botticelli, entre otros.
Mi primera parada es la Piazza del Duomo. De forma inesperada, una mujer me pregunta: “¿Sabes cuál es el Duomo y cuál es la catedral de Florencia?”, a lo que le respondo que es lo mismo. La palabra duomo es utilizada para referirse a la catedral principal de una ciudad italiana. Es precisamente la basílica de Santa María del Fiore, o el Duomo de Florencia, unas de las obras maestras del arte gótico, diseñada por Arnolfo di Cambio. Una construcción de mármol blanco, verde y rosa custodiada por la famosa cúpula de Brunelleschi, el campanario de Giotto y el baptisterio de San Juan. Aunque el acceso es gratuito, conocer el interior de estas construcciones históricas tiene un costo. Para la venta de entradas, existe una oficina ubicada a un costado del campanario.
Busco la gelatería en la que años atrás probé el que para mí fue el mejor helado de Italia. Sin anuncios llamativos y apenas visible entre la calle, la ubico. Su nombre es La Strega Nocciola Gelateria y se encuentra en la Via Ricasoli. A diferencia de los gelatos populares, los de este local no tienen colores vibrantes ni conos que parezcan de caricatura. Son más bien de aspecto aburrido, pero con un sabor inmejorable que no endulzan el paladar, lo que los vuelve adictivos. Mi favorito es el de pistache.
Siguiendo por esa misma calle llego a la Galería de la Academia, uno de los museos más visitados del mundo por albergar al David de Miguel Ángel. Al entrar hay una antesala conformada por obras de los siglos XV y XVI. Del otro lado de la pared, los Esclavos de Miguel Ángel, cuatro esculturas que parecen custodiar la obra maestra del artista. Pensaríamos que es la fama del David la que puede obligar al turista a mostrar expresiones de asombro, pero es todo lo contrario, su perfección te dejan genuinamente boquiabierto. No exagero, la piel se me erizó al verlo.
El ‘lampredotto’ de mis sueños
Entre mis manos escurre la grasa y el líquido verde del pesto. Mis dientes trituran la sal de grano y al darle la primera mordida afirmo: “¡Sí, sabe al que me devoré en mi sueño!”. Cuatro años atrás descubrí que en un callejón sombrío —al que pocos turistas entran— se encuentra una estrecha puerta en la que venden lampredotto, un bocadillo de comida local florentina cuyo ingrediente principal es el cuarto estómago del vacuno. Estas tripas, que en México conocemos como pancita, las preparan con especias y las ponen en medio de un pan que remojan en el mismo caldo en el que las cuecen. Aunque no es un antojo del gusto de toda la gente, después de probarlo por primera vez este bocadillo apareció en mis sueños. El sitio secreto se llama Da'Vinattieri (Via Santa Margherita, 4).
Una vez que salí del que ya apodé como “mi callejón del lampredotto”, hago una parada en la cercana Piazza della Signoria, que a mi parecer es una de las más bellas del mundo. La torre de 94 metros del Palazzo Vecchio sobresale de esta cuadrícula y de las puertas del palacio, las esculturas de Adán y Eva, Hércules y Caco, y la recreación más fiel del David. En una esquina se ubica la fuente de Neptuno, esculpida por Bartolomeo Ammannati y criticada por la exagerada blancura de su mármol. Para rematar, la Logia dei Lanzi, un museo al aire libre conformado por esculturas como Perseo con la cabeza de Medusa, de Benvenuto Cellini, y El Rapto de las Sabinas, de Juan de Bolonia.
Los museos, el denominador de Florencia
Desafiando a las incansables multitudes de turistas que resguardan su turno, entro a la Galería Uffizi, un palacio que alberga algunas de las colecciones icónicas del arte renacentista. Entre esculturas, pinturas y objetos, destacan obras maestras como El nacimiento de Venus, La Primavera y El Retablo de San Ambrosio, todas ellas de Botticelli; además de la Maestà di Ognissanti de Giotto. Recorrer sus salas te puede llevar más de medio día y así como en la mayoría de los museos europeos, el truco para evitar las filas está en comprar las entradas en su página web.
Desde una ventana del Ufizzi saco la foto de una de las postales más conocidas de Italia: el reflejo del Ponte Vecchio y de las casas amontonadas sobre el río Arno, construcciones a las que precisamente les da magia el deterioro y el desorden. Este puente medieval, construido por los romanos en el año 150 antes de Cristo, es símbolo de la ciudad y uno de los más famosos del mundo. Después de ser una pasarela de madera, se reconstruyó en piedra con arcos rebajados. Actualmente, está repleto de tiendas en las que venden oro, de oleadas de gente que lo cruzan y de dos miradores.
Hablar de la historia de Florencia es mencionar a los Médici, una familia florentina de banqueros que se convirtieron en los amos de la región de Toscana en el Renacimiento. El Corredor Vasariano me conduce hasta el Palazzo Pitti, un complejo monumental que alberga su legado a través de varios museos, como la Galería Palatina con obras de Rafael, Tiziano y Correggio. Además de la Galería de Arte Moderno, el Museo de los Trajes, la Plata y la Porcelana. Detrás de esta residencia se encuentra el jardín de Bóboli, una de las áreas más verdes de la ciudad en la que sienta bien dar un respiro.
Terminar los días en miradores se ha vuelto una costumbre en mis viajes. La hora dorada no solo es la mejor para sacar fotos o vídeos, es un momento contemplativo. Para tener vistas que abarquen toda la ciudad, mis favoritos son el mirador de la Piazzale Michelangelo y la terraza de la Cúpula de Brunelleschi. Desde el primero se puede admirar el río, el Duomo y el Ponte Vecchio, y desde la terraza de la cúpula, el campanario de Giotto y prácticamente toda la capital toscana.
Observando cómo los últimos rayos del sol iluminan los tejados terracota y como el brillo del mármol de las esculturas deja de deslumbrar, pienso en silencio que Florencia es esa ciudad a la que volveré mil veces más.
Mariel Galán es creadora del canal de YouTube Mariel de Viaje y del blog marieldeviaje.com. A través de sus vídeos y reportajes da consejos útiles de viajes e inspira a la gente a recorrer el mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.