Mónaco más allá del circuito de fórmula 1 y Grace Kelly
La panorámica desde el Trofeo de Augusto, las joyas del Museo Oceanográfico y el mercado de la Condamine protagonizan una ruta alternativa por la pequeña ciudad-estado
La carretera M6098 con sus curvas, sus pequeños túneles excavados en la roca y el mar de fondo recortando la costa; así se entra en Mónaco. La pequeña carretera se convierte en una intrincada red de túneles de varios kilómetros, aparecen los rascacielos que se mezclan con las pequeñas casas y mansiones de todas las épocas y en cada esquina se oye el rugir de los coches que se dirigen, cómo no, al corazón del principado: la plaza del Casino.
Cada día aparcan aquí los últimos modelos de las marcas más caras del mercado junto con vehículos clásicos igual de inaccesibles. En este lugar no hay una separación física entre los viandantes y los seres de otro planeta que se bajan de estos coches, unos y otros encantados de cumplir cada uno con su papel: el de admirar y ser admirado. No importa el día ni la hora, esta plaza tiene vida propia. Aquí van a parar las mesas de la terraza del Café de Paris donde se puede observar a toda esta gente que va vestida día y noche como para una boda.
El alma de Grace Kelly, la actriz convertida en princesa a los 27 años, se respira en cada rincón de Mónaco, hay una anécdota en cada esquina, incluso hay fotografías suyas recordándola por toda la ciudad. Llevan su nombre el jardín japonés, el hospital, el teatro, la biblioteca y la rosaleda creada en su nombre poco después de morir en 1982. Fue ella la que consiguió darle un nuevo aire a Mónaco con su elegancia y glamur seduciendo a periodistas y famosos, lo que unido a ventajas fiscales que impulsó Rainiero atrayendo a las grandes fortunas hizo que el principado viviera en los años cincuenta y sesenta su momento de mayor esplendor.
Si nombramos Mónaco, de lo primero que nos viene a la mente es su prestigioso premio de fórmula 1 (que se celebra este domingo 29 de mayo), Grace Kelly con su angelical sonrisa y su trágico final, un Ferrari descapotable rugiendo, o el lujo del casino de Monte-Carlo, cuyo interior se puede visitar e incluso se puede comer en su restaurante Train Bleu por un precio bastante asequible. Pero Mónaco, una ciudad cada vez más visitada por turistas de cualquier condición, es mucho más que eso.
Es el segundo Estado independiente más pequeño del mundo con sus dos kilómetros cuadrados de superficie, y para hacerse una idea de este estado-ciudad hay que subir al desconocido Trofeo de Augusto: un monumento romano que sobresale de la panorámica del pueblo de La Turbie, con sus cuatro blancas columnas aún en pie sobre su inmenso pedestal. En el camino por los jardines de su entrada veremos la totalidad del principado a nuestros pies. La pequeña zona de las playas a lo lejos, sus dos puertos, zonas verdes aquí y allá, torres de pisos y rascacielos. Una pequeña península en forma de coma llama la atención, es la Roca donde comenzó todo, Mónaco-Ville. Sus pequeñas calles peatonales van a dar al palacio Grimaldi, donde aún viven los príncipes y en cuya plaza cada día a las 11.55 se puede presenciar un majestuoso cambio de guardia. En este pequeño apéndice están los monumentos más importantes: el Palacio de Justicia, el Museo Oceanográfico y la catedral de estilo romano-bizantino, donde cada fin de semana se suceden las bodas de monegascos y donde están enterrados los restos de Rainiero y Grace Kelly.
Uno de los edificios más bellos de la ciudad es el Museo Oceanográfico: una de sus fachadas se funde con un acantilado de 85 metros dando una imagen impresionante desde el mar. Abrió sus puertas en 1910 y su director durante muchos años fue el mismísimo Jacques-Yves Cousteau. Cumple con las expectativas de cualquier acuario, pero además tiene unas cuantas pequeñas joyas que suelen pasar desapercibidas, como el cefalópodo Nautilus pompilius, un fósil viviente similar a los amonites que habita a más de 200 metros de profundidad, o varios ajolotes (Ambystoma mexicanum), unos curiosos anfibios endémicos de una pequeña zona de México que son muy estudiados por su capacidad para reproducir sus extremidades. La planta alta acoge gran cantidad de objetos de todo tipo recopilados por el príncipe Alberto I de Mónaco (1848-1922) en sus 28 exploraciones científicas.
En cuanto uno se aleja de la orilla, las calles comienzan su pronunciado ascenso. Para superarlos existen ascensores que a los viajeros les cuesta encontrar. Los habitantes de Mónaco tienen que convivir con el lujo y los turistas en su día a día, pero ellos viven en otra realidad. El monegasco de a pie no puede permitirse comprar una casa al precio de mercado, así que es el Estado el que les provee de una vivienda en alguna de sus altas torres. Uno de los puntos de encuentro de los vecinos es el mercado de la Condamine, en la plaza de Armas, que cada mañana se cubre de puestos con productos de temporada y terracitas donde alternar al sol y probar los aperitivos típicos: los barbajuan (raviolis fritos).
Otra curiosidad de este pequeño territorio es que Mónaco tiene su propio licor local, L´Orangerie, fabricado con las naranjas que se recogen de los árboles que se encuentran en las calles y producido en una pequeña destilería que, a su vez, hace de tienda. Terrae, un proyecto creado por Jessica Sbaraglia que tiene su huerto-granja a los pies de la torre de Odeon (el edificio más alto de Mónaco), provee de huevos y verduras a particulares y restaurantes. También se plantan huertos por toda la ciudad, en rotondas, en el hospital, azoteas, restaurantes, escuelas o empresas. Intentando modernizar así esta urbe, con una de las mayores densidades de población del planeta, con otro tipo de lenguaje y acercarla a la naturaleza
Guía práctica
Dónde comer
Dónde dormir
- Café de Paris, en la Place du Casino.
- Beefbar, en el número 42, de la calle Quai Jean-Charles Rey.
- Le Train Bleu, en el casino de Monte-Carlo (Place du Casino).
- Hotel de Paris, en la Place du Casino.
- Hotel Hermitage Monte-Carlo, Square Beaumarchais.
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