Un túnel de bambúes gigantes o una araucaria de 48 metros: siete jardines españoles cerca del mar
No hay mejor forma de vivir la primavera que pasear entre rosas y arte en el museo mallorquín Sa Bassa Blanca o por una floresta de aires tropicales con 170 años de historia en Málaga
Viajar también es decidir que hay que darse un respiro y descansar. En primavera, embriagados por una diversidad de plantas y un fragor de colores y aromas, es buen momento para animarse a descubrir siete jardines históricos, románticos, exóticos o rebosantes de arte. Siete vergeles cuya belleza acompaña cerca del mar.
Yannick en su rosaleda
Museo Sa Bassa Blanca, Alcúdia (Mallorca)
Esta mansión de estilo arábigo, diseñada por el arquitecto Hassan Fathy, ocupa un paraje de arrebatador atractivo que sirve de inspiración al matrimonio de escultores Yannick Vu y Ben Jakober, titulares de la fundación que da vida al enclave. Aquí, en el norte mallorquín, se produce una fusión perfecta entre sensibilidad y creatividad, naturaleza litoral y arte. “El antiguo huerto de los payeses lo convertí, en memoria de mi hija fallecida, en un hortus conclusus medieval: un jardín cerrado en el que la rosa, la flor más bella del universo, la flor de María, es la protagonista, algo que me encanta compartir”, apunta Yannick. La rosaleda incorpora un centenar de variedades antiguas, tan perfumadas, y se combina con plantas aromáticas, inundando el aire de balsámicas esencias. Este año el periodo de floración viene retrasado.
Las exposiciones de la mansión (entrada: 25 euros) se enseñan en visita guiada y cita previa; su patio se abre como un abanico azul de jacarandas y agapantos invitando a reunirse. También existe un parque de esculturas zoológicas. Pero si algo impresiona es la Galería Nins: medio centenar de retratos infantiles con los cuales se entroncaba la realeza y la alta nobleza en los siglos XVI y XIX. El espacio Sokrates guarda arte contemporáneo de artistas de la talla de James Turrell y Miquel Barceló. Entrada general, 10 euros. Solo rosaleda y parque de esculturas, 5 euros.
Un río azul de hortensias
Bosque-Jardín de la Fonte Baxa, Luarca-Valdés (Asturias)
Fue apodado durante dos décadas El Jardín de Panrico, en alusión a su propietario, el empresario José Javier Rivera, si bien su paisajista desde los inicios, en 1994, fue el valdesano Rafael Ovalle, que actualmente dirige la restauración de este oasis que ha ganado sensiblemente con la nueva gestión municipal. “Fue gracias a su ajardinamiento que esta depresión de 10 hectáreas junto al acantilado generó un clima subtropical en el que las especies se defienden unas a otras. Crecen en abundante pluralidad camelias —entre las variedades más antiguas de Europa—, azaleas, rododendros, así como especies de los cinco continentes, como los helechos arbóreos de Tasmania”, resume Ovalle. Además de los cuatro estanques hay miradores que atrapan: el de la Pirámide, que facilita 360 grados de visión, y el de los Sueños, próximo al mar acabando en las columnas romanas, que brinda quizá la mejor panorámica de Luarca en calidad de pueblo blanco.
Ovalle guarda una sorpresa: ha plantado infinidad de hortensias junto al arroyo, de manera que se convertirá este verano, cuando florezcan, es una suerte de río azul que descenderá por la vaguada hasta el Cantábrico. Las visitas guiadas se contratan aparte; una excelente opción la proporciona Nike García (677 69 82 39; 5 euros, incluida la entrada general de 3 euros).
Homenaje a la sostenibilidad
Jardín de l'Albarda, Pedreguer (Alicante)
La Fundación Enrique Montoliu tiene por misión la conservación de la flora y fauna mediterránea. Y a fe que lo ha conseguido si nos atenemos a este vergel valenciano de herencia árabe (entrada, 6 euros; fines de semana, 8) situado al abrigo del macizo del Montgó. Consta de cinco hectáreas —incluida la villa palladiana— con solo cuatro décadas de vida vegetal, y se inspira en el renacentismo italiano de Villa Medici. “Fomentar la jardinería de bajo consumo y ecológica, así como la lucha contra el cambio climático, se traduce en 750 especies de plantas mediterráneas, entre endemismos como la Silene ifacensis, del peñón de Ifach, o especies como el Carduncellus dianius (cardo santo), emblema del parque natural del Montgó”, explica Montoliu. Ni una casa a la vista. El tiempo se dilata internándonos en la zona de líneas formales y, rodeándola, en la de estilo inglés, en cuidado desorden, donde no falta la montaña dotada con cueva, cascada y lago. Por el arbolado pulula la fauna propia de un entorno sostenible: sapos, ranas, ardillas, lagartijas... También son dignos de mención los recitales y conciertos (15 euros). Este domingo 29 de mayo cantará la soprano Mireia Lallart, acompañada al piano por Elena Font.
El sabor de la historia
Jardín Botánico-Histórico de La Concepción, Málaga (Andalucía)
Tropicalista y lujuriante, de solera vegetal y veteranía histórica. Así se manifiesta esta floresta de hace 170 años, fruto de los anhelos botánicos de los marqueses de Casa Loring. Resulta milagroso que se haya conservado intacto este jardín paisajístico romántico al modo inglés del siglo XIX. Y es de agradecer su fácil acceso junto a la autovía A-45. De tan agradable como es uno apenas es consciente del subibaja que exige esta ladera salpicada de especies tropicales y subtropicales. Del jardín histórico se conservan glicinas que, no contentas con tapizar el cenador de hierro (de 1860), trepan por el arbolado hasta alcanzar 25 metros de altura. Muy cerca está el Museo Loringiano, imponente templete dórico que sirvió de museo arqueológico a sus dueños y que hoy alberga copias de la Lex Flavia Malacitana y del mosaico de Hércules. El jardín histórico se ve abrazado por el botánico, en el que priman las hipérboles: el túnel de bambúes gigantes, palmeras de corpulenta talla, la mayor planta acuática del mundo —la Victoria cruziana amazónica—, cuando no el árbol más talludito de la provincia de Málaga: una araucaria de 48 metros de altura.
El recorrido guiado, también lo hay nocturno (entrada 5,20 euros; el precio de la visita guiada se adecua al número de visitantes), equivale a un tratamiento antiestrés, también durante las horas centrales del día, vista la umbrosidad y humedad imperante. En junio está prevista una intervención artística en el jardín a cargo del colectivo Gabinete Hyde.
Robles, pétalos y una ferrería
Jardín Botánico de Iturraran, Aia (Gipuzkoa)
A solo seis kilómetros del mar y de la autopista AP-8, Iturraran se esconde en el corazón del parque natural de Pagoeta, lo que es decir 25 hectáreas de media montaña de un verde denso al beneficiarse de 1.500 milímetros de precipitaciones anuales. “Iturraran cuenta con 5.500 tipos de plantas, desde climas fríos a subtropicales”, explica José Almandoz, jardinero mayor, “y una tierra arcillosa responsable de la mejor colección española de robles (350 especies), arces (150 especies) y magnolias”. Todo el caserío (de entrada gratuita), que conserva el vigamen del siglo XVIII y cobija el centro de interpretación del parque natural, se ve rodeado por un espacioso y exuberante jardín botánico, bien etiquetado, dividido en ocho grandes zonas cuya aspiración visual invita a recorrer despacio sus senderos. Pertenece a la Diputación Foral de Gipuzkoa. No hay día del año en que no florezcan especies; en primavera, un manto blanco cubre los cornejos de Kousa. El Jardín de la Biodiversidad, decorado con rocalla y estanques, constituye un catálogo de especies vascas en peligro de extinción: lo que hay que preservar.
No hay nadie que, junto al aparcamiento, rechace un selfi con la Gunnera insignis, procedente de Costa Rica, de tallos rojizos y hojas descomunales. Los fines de semana se puede combinar la visita con la asistencia a la puesta en funcionamiento del martillo pilón del conjunto ferro molinero de Agorregi (1754), con el que el ferrón obtiene delante del público un lingote de hierro.
La Ciudad de las Flores
Jardines de la Marquesa y parque municipal, Arucas (Gran Canaria)
El clima privilegiado del que disfrutan las islas Canarias a pie de mar, ese que permite moverse todo el año en camiseta, alienta el crecimiento de zonas verdes a cuál más exótica. Tal ocurre en el jardín de la Marquesa, ocho hectáreas propiedad de los descendientes del marquesado de Arucas. Cualquiera que pasee al pie de la montaña del mismo nombre tendrá la retina atestada con 500 especies de palmeras; botánica del sudeste asiático, con el rarísimo árbol del pan; bambúes negros; araucarias que duplican la altura del palacete de 1880, erigido en la característica piedra azul aruquense. La impresión serpenteante, de sabor romántico, se desprende pasando por el túnel de las buganvillas y fotografiando pavos reales. Mediante códigos QR se documentan las especies. Entrada, 6 euros; fin de semana, 8; visitas guiadas, 10 y 12 euros, respectivamente.
Sería un grave error estar en Arucas y, tras pasear por la calle León y Castillo, no internarse en su parque municipal, entre cantoneras de roca que reparten el agua por las acequias y esterlizias (flor representativa de Canarias), sin contar los agapantos, que en estas fechas se tiñen de un blanco y violeta intensos.
Perdidos en el laberinto
Parque Samà, Cambrils (Tarragona)
El parque Samà, a cinco kilómetros del Mediterráneo, es magnífico como alternativa a una jornada playera; o tras las emociones vividas en PortAventura, situado a solo 12 kilómetros. Este jardín-botánico de 14 hectáreas (entrada: 11 euros) traslada a 1881, cuando la nostalgia por Cuba movió al indiano Salvador Samà, marqués de Marianao, a encargar el diseño de un bosque poético a Josep Fontserè. Delante del fino palacio de estilo colonial crecen exotismos botánicos, como yucas brasileñas, castaños de Indias, palmeras daltileras o arbolado filipino. Dejándose llevar por la intuición el paseante desemboca en el armónico entorno del lago, con isla central, Gruta del Pirata, puentes colgantes y el altivo gran ciprés de los pantanos. Algo apartada queda la torre angular, que tan sugerente resulta vista desde la carretera.
Es incuestionable la vocación familiar del recinto, vista la presencia de gamos, guacamayos, tortugas, erizos. Pero, aparte del invernadero, merece la pena acercarse al laberinto vegetal, compuesto de plantas de maíz que empiezan a crecer —y a ocultar los senderos (aquí está la gracia)— a mediados de junio, momento en que se abre al público. Unos carteles dan pistas, con preguntas sobre el desarrollo sostenible, para llegar a su eje, señalado con la escultura del dios Heracles.
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