Planes de nieve y vino en el Alto Aragón
Esquí y excursiones con raquetas en la estación de Formigal, la experiencia de pasar la noche en un iglú a 1.800 metros de altitud rodeado por las montañas del Pirineo de Huesca y un fin de viaje entre vides y catas en Barbastro
Comenzamos el viaje en la localidad de Lanuza, un pequeño pueblo pirenaico a orillas del embalse que lleva el mismo nombre. Este lugar, desalojado en 1978 para la construcción del pantano, volvió a la vida en los años noventa cuando algunos vecinos regresaron. Reconstruyeron primero la iglesia, luego las casas que habían quedado a flote y se trasladaron a vivir aquí de nuevo. Hoy las aguas del embalse están heladas y, desde lo alto de la aldea, la combinación de piedra, pizarra, nieve y silencio crea un maravilloso efecto. En el pueblo hay un bar, un hotel y un auditorio que flota en el embalse y donde cada verano ―este 2023, del 7 al 29 de julio― se celebra el Pirineos Sur, un festival de música con la Peña Foratata como telón de fondo.
Sallent de Gállego dista tan solo cinco kilómetros de Lanuza, pero es otro mundo. Este pueblo tan vivo en verano como en invierno, con uno de los mayores número de bares por habitante de toda España, ha sabido hacerse un hueco entre los turistas y no es de extrañar, ya que está situado en un enclave perfecto para practicar deportes en todas las estaciones del año: esquí, senderismo, montañismo, escalada, barranquismo… Incluso hasta hay una tirolina.
Delia, nuestra guía de montaña, una zaragozana que lleva 10 ños viviendo en el pueblo con su familia, cuenta que en 1914 un sacerdote francés llegó procedente de la localidad francesa de Pau cruzando el Portalet con los primeros esquíes que se habían visto en estas tierras, y cómo la gente del pueblo comenzó a replicarlos. Así comenzó todo. En 1946 se inauguró el primer telesilla, seguido de una telecabina, hasta llegar a los 137 kilómetros de pistas con los que cuenta hoy la estación de Formigal, donde se puede esquiar un día entero sin repetir pista, con descensos de todos los colores para todos los niveles, incluidos los niños pequeños, que cuentan con un arrastre cubierto.
Y entre descenso y descenso, hay varias opciones donde reponer fuerzas, como el Asador Montañés, donde sirven carnes a la parrilla. Si el tiempo acompaña, la terraza Boutique Sarrios o la Cabaña Izas son ideales para comer en la estación con las mejores vistas.
Cuando se cierran las pistas, nos viene a buscar el Ski Ratrack, una máquina pisapistas con maletero, para llevarnos a Las Mugas, un alojamiento formado por seis iglús (en realidad, cúpulas geodésicas) que se funden con el paisaje nevado a 1.800 metros de altitud. Rodeados de montañas blancas que ahora se tornan de un rosa anaranjado antes de apagarse y volver a encenderse de nuevo horas después al ser iluminadas por la Luna. La estancia no puede ser más acogedora ni tener mejores vistas, con especial mención al baño con paredes de madera. Da pena tener que abandonar la habitación para salir de nuevo al frío y recorrer los pocos pasos que nos separan del iglú principal, donde esperan Toni Urtado y Beatriz Navas para ofrecernos una maravillosa cena con las estrellas de fondo. “Levantaos a las siete”, recomienda Beatriz, “y así veréis desde la cama cómo amanece en las montañas”.
Sale el sol en Las Mugas, el cielo aún tiene las estrellas puestas, abajo todo es blanco y el único sonido es el de los pequeños desprendimientos de nieve que se producen en algún lugar de las cumbres. Enfrente, las cumbres ―todas ellas tresmiles― de Los Infiernos, el pico Tebarray, el Argualas, Peña Foratata y, sobre todo, el Anayet, que señala la cercana frontera con Francia donde se ven a lo lejos las luces de las pocas casas que conforman el Portalet, el último pueblo del país.
Toca pasear en raquetas de nieve con Rubén Martín, que no es solo conocedor de todo lo que le rodea y amante de la zona; es, sobre todo, un ser feliz que disfruta de la vida cada momento y lo trasmite en cada frase, así que la travesía pasa a ser un aprendizaje en todos los sentidos. Martín es guía de media montaña y está encantado con la tremenda nevada que ha caído dejando esas cornisas blancas y suaves en la zona sur, “porque el viento venía de norte”, explica traduciendo el paisaje. También cuenta cómo la nevada hace posible nuevas vías que permiten ascender a picos que sin nieve son impracticables, o enseña cómo mide el riesgo de alud el termómetro que lleva consigo.
Nada más ponernos las raquetas, descendemos la primera cuesta, de nombre Paco, una de las pistas negras de la estación de esquí de Formigal, bautizada así en honor al esquiador Paco Fernández Ochoa, muy querido en la zona. Con las raquetas vale todo: pasos cortos, pasos largos, correr, deslizarse o usarlas (sentados en ellas) como tobogán. Se trata de disfrutar de la nieve, del paisaje, de respirarlo todo. Por el sendero nevado nos topamos con unas huellas de zorro por aquí; con otras de liebre por allá; con el fruto de un pino que pensó que ya era primavera y, sobre todo, con nieve de todos los espesores y durezas, que se termina ablandando bajo las raquetas mientras subimos y bajamos las lomas.
Nos despedimos de la nieve cruzando el puente de Escarrilla y dejamos atrás Sabiñánigo para hacer la última parada de la escapada en la bodega de Sommos, en Barbastro. Proyecto del arquitecto riojano Jesús Marino Pascual, el camino de entrada ofrece una panorámica de los viñedos y del edificio, cuyas formas angulares imitan las de la Cotiella, este macizo calcáreo del pirineo Aragonés que contrasta con la planicie de las vides. El edificio consta de 27 metros cuadrados subterráneos y otros 27 metros en superficie; abajo están los tanques de cemento que mantienen el vino a temperatura constante; arriba, el techo en pico de la tercera planta, donde se sirve la comida, maridada con tintos, blancos, rosados y con un Sommos Chardonnay 2020 que deja a todos con la boca abierta.
Pero aquí no solo se viene comer y a catar vino, la finca se puede recorrer a caballo, a pie o en bicicleta. José Javier Echandi, director técnico de la bodega, cuenta lo especial que es cada parcela de la finca; de esta sale el tempranillo catado anteriormente, está plantado aquí por su cercanía al río Cinca, por sus cantos rodados con alto contenido en granito; de esta otra, el blanco con ese final a mar, porque si miramos el suelo eso que brilla son las sales que abundan en todo este terreno... Y, sin darnos cuenta, hemos vuelto a alzar la copa y seguimos catando en medio de las viñas y ahora al vino se han unido los deliciosos quesos en tres variedades de Radiquero, fabricados en la cercana Adahuesca. Y así, copa en mano y viendo como el sol se pone en los viñedos y va cambiando de color el edificio principal, nos despedimos de estas tierras.
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