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Recorriendo Graz, capital del estado austriaco de Estiria, a bordo de un tranvía

Subiendo y bajando de la línea 1 se llega al imponente castillo de Eggenberg o a la basílica de Mariatrost y, entre medias, se puede disfrutar de la monumentalidad de la ciudad o de un paseo por el bosque de Leechwald

Un tranvía pasa frente al Kunsthaus, en la ciudad austriaca de Graz.
Un tranvía pasa frente al Kunsthaus, en la ciudad austriaca de Graz.Fotofritz / Alamy / CORDON PRESS

Graz es una ciudad hecha a la medida del hombre. Recoleta, monumental y llena de vida y atractivos de los que disfrutan sus 300.000 habitantes, de los cuales unos 50.000 son estudiantes. Al conocerla desde el palco preferente del Grand Hotel Wiesler se observan escenas simultáneas. El correr tumultuoso del río Mura dividiendo la ciudad en dos, la estructura plastificada, gigante y azul del Kunsthaus, el museo de arte contemporáneo situado a orillas del río y construido por los arquitectos Peter Cook y Colin Fournier con motivo del nombramiento de la ciudad como Capital Europea de la Cultura en 2003. Su silueta, a la que llaman familiarmente “el amigo Alien”, recuerda a un corazón, un órgano, algo que vive, y en ella se refleja la capital del estado austriaco de Estiria.

Sobresale la colina Schlossberg con su magna fortaleza que nunca fue conquistada, y la Torre del Reloj, símbolo inequívoco de la ciudad. Sin embargo, lo que desvía la mirada, a un lado, a otro, y en cada instante, es la sucesión de tranvías, silenciosos ellos, que circulan por Graz.

El tranvía, así como el tren, entraña romanticismo en sus vagones. En cuantas películas, como Un tranvía llamado deseo, Tranvía a la Malvarrosa o Budapest Noir, aparece o se menciona al legendario vehículo.

De los muchos tranvías que salen de Hauptplatz es recomendable subir al número 1 por la interesante ruta que recorre, desde el castillo de Eggenberg hacia la basílica de Mariatrost y viceversa. Un parada estratégica donde comenzar el trayecto podría ser la de Südtiroler Platz, cercana al puente Tegethoff, que da entrada al casco viejo y desde donde se divisan la iglesia de los franciscanos y el puente-isla del Mura, Murinsel, un edificio flotante y cristalino que si se instaló con carácter temporal durante la capitalidad cultural de Graz la grata acogida de sus habitantes le hicieron, no solo alcanzar la permanencia, sino convertirse en un emblema. No hay que subir al tranvía sin haber entrado en la tienda de jardinería más antigua de Graz, frente a la parada, y comprar semillas de flores aromáticas para llevar a casa, o saborear un buen café en el Kunsthauscafe, pegado a las vías del tranvía y punto de reunión de la juventud.

Vista del Murinsel, el puente-isla del río Mura.
Vista del Murinsel, el puente-isla del río Mura.makasana photo (Alamy / CORDON PRESS)

Por último, y antes de emprender ruta, conviene echar un vistazo al distrito, el número,5, lleno de galerías de arte como la de Artelier Contemporary, que también tiene talleres, véase el de barro, regentado por Anna Maria, donde se observa a la artista modelando un jarrón de vastas dimensiones, y se echa un vistazo a las vajillas, esculturas y demás maravillas que nacen de sus manos.

Camino de Eggenberg

Se ve el tranvía llegar. A correr, y cogerlo en dirección Eggenberg. Qué placer sentarse y observar a través de la ventanilla la sucesión de cuidadas casas barrocas, la ventanita del tejado donde una joven asomada observa el ritmo de la ciudad. El tranvía pasa por la plaza del Esperanto, cuya escultura recuerda el congreso de la curiosa lengua que intentó terminar con la Torre de Babel, celebrado en 1949. Transcurren barrios de un vivir sereno donde los ciclistas circulan tranquilos y los niños se mueven en patinete. Poco tráfico y mucho verde a cada lado de las vías. Y así, sin prisa, pero sin pausa, se llega a Eggenberg Schloss. Una visita a la que hay que darle tiempo si se quiere apreciar en todo su contexto.

Una de las estancias del palacio de Eggenberg, en Graz (Austria).
Una de las estancias del palacio de Eggenberg, en Graz (Austria).Lucas Vallecillos (Alamy / CORDON PRESS)

Antes de entrar en las dependencias del castillo, al que rodean bosques pero también jardines versallescos por los que deambulan pavos reales, hay que aclarar que en la esquina norte de los jardines de palacio se encuentran el Jardín Planetario y el Lapidario, de piedra romana. Y de reciente apertura es el encantador Museo Arqueológico, que alberga exposiciones de la antigua Roma, Oriente Medio y Egipto, y una muy reveladora sobre los descubrimientos del periodo prehistórico de Estiria.

Visto desde fuera, el palacio recuerda al Escorial español, en el que inspiró el arquitecto italiano Giovanni Pietro de Pomis cuando recibió en 1627 el magno encargo del príncipe Hans Ulrich von Eggenberg. Sin embargo, puertas adentro el panorama cambia radicalmente. El número de ventanas y puertas y el interiorismo de las estancias están basados en el calendario gregoriano, símbolos del cosmos, astronomía, astrología y alquimia. Enumera 365 ventanas, de las que 54 representan las semanas del año, situadas en las 24 habitaciones de la planta principal. Hay 12 puertas blancas que emulan las horas del día, así como las otras 12 negras lo hacen con la oscuridad nocturna. Las cuatro torres representan los puntos cardinales. En el salón de las fiestas, las pinturas al oleo de Hans Adam Weissenkircher contienen los cuatro elementos, 12 signos del zodiaco y los siete planetas por entonces conocidos. Y muchos más detalles mágicos, insólitos, se suceden por todo el palacio; la habitación china, la japonesa. La serie de puertas colocadas de forma consecutiva muestran su amplitud, y se ven aquellas de mayor apertura, que tuvieron que agrandar para dar cabida a los miriñaques de las damas. El castillo de Eggenberg no tiene electricidad y en ocasiones se prenden las 600 velas de sus cámaras, logrando un espectáculo fantasmagórico, único. El palacio alberga en sus patios la Galería de Arte Antiguo y el Gabinete de la Moneda que, con el resto del conjunto de Eggenberg, son parte de la Universalmuseum Joanneum.

Subiendo y bajando del 1

Durante el camino de vuelta en el tranvía, da tiempo a repasar la magnitud de lo visto en Eggenberg. El 1 regresa al puente Tegetthoff y entra en el casco viejo hasta llegar a la plaza del mercado, Hauptplatz, de donde salen la mayoría de los tranvías. La plaza es enclave del Ayuntamiento renacentista y está protagonizada por la estatua del archiduque Juan de Habsburgo, al que rodean puestos de flores, comida y souvenirs. Le cortejan la legendaria farmacia Adler, de 1535, y los soportales de Luegg Haus del siglo XV.

Las vías conducen al Parlamento, cuya armería se jacta de ser la más completa del mundo: Landeszeughaus guarda 32.000 piezas de armamento, herramientas y armaduras. Un salto del tranvía en la estación de Kaiser Josef Platz Oper para ver el neobarroco Teatro de la Ópera de Graz, frente al mercado Káiser Josef, donde se encuentran las muchas delicias que ofrece Estiria. La ópera levantó el telón por primera vez con la obra de Guillermo Tell de Friedrich Schiller en 1899. Se sitúa dentro de la Corona de Graz, una serie de calles así llamadas por su monumentalidad, entre las que se puede señalar la catedral de San Gil, de gótico tardío con un fantástico órgano, o el impresionante mausoleo del emperador Fernando II, ejemplo de manierismo y obra del ya mencionado arquitecto italiano Giovanni Pietro de Pomis. También está en esta zona el seminario renacentista de los Jesuitas, en cuyo patio mora la escultura al hombre de nieve con un charco de agua en la base; símbolo de la temporalidad de la vida. Sin obviar la ineludible escalera de espiral, del siglo XVI, situada en la antigua residencia de los Habsburgo, cuyos peldaños pétreos se unen y desunen, para volverse a unir, en cuestión de un ascenso. La “escalera de la reconciliación”, así bautizada por su original diseño, es una obra maestra arquitectónica de mediados del siglo XV a la que se ha tildado en más de una ocasión como símbolo de la eternidad.

Landeszeughaus, cuya armería se jacta de ser la más completa del mundo.
Landeszeughaus, cuya armería se jacta de ser la más completa del mundo.Gacro74 / Alamy / CORDON PRESS

El tranvía pasa por la Universidad de Graz, la más grande de Estiria y la segunda más antigua de Austria, tras la de Viena. Se detiene en la estación de Hilmteich, donde hay que dar otro salto del vagón para disfrutar de su Jardín Botánico de principios del siglo XIX con plantas de cuatro zonas climáticas, la histórica Casa de Palmeras y modernos invernaderos.

No está de más bajar en la siguiente parada, la de Schönbrunngasse, para tomar el aire paseando por el bosque de Leechwald, con 18 kilómetros preparados para ciclismo de montaña, y una ruta que empieza en Hilmeteich y termina en Mariatrost.

Mariatrost, fin del trayecto

En Mariatrost tiene el 1 su última parada. Tras pasar por antiguos palacetes y bellas residencias, termina su recorrido a los pies de esta basílica barroca y uno de los lugares de peregrinación más importantes de Austria. Se alza en la colina de Purberg, a la que se llega tras ascender 200 escalones. Una vez arriba, hay muchos motivos de admiración, como pueden ser los frescos del techo de Lukas von Schram y Johann Baptist Scheidt, o el púlpito, obra maestra del mobiliario, realizada por Veit Königer.

A los pies de la basílica se encuentra el entrañable Museo del Tranvía que habla sobre la importancia que ha tenido y tiene la red de tranvías en Graz. Está ubicado en el antiguo depósito de vagones, en la terminal Mariatrost de la ruta 1 del tranvía de Graz. Pasado el museo, el 1 da una vuelta de noventa grados para emprender el regreso, cruza entre la espesura y vuelve al centro de la ciudad.

El Triángulo de las Bermudas graciense

Al bajar en la parada de la Hauptpltz está a punto de anochecer. Es la hora perfecta de dar una vuelta por las plazas Mehlplatz y Färberplatz. Barrio al que se conoce familiarmente como Triángulo de las Bermudas, pues la gente se pierda en él. Lo hace entre los muchos bares y restaurante a donde acuden los estudiantes que le han hecho famoso por su vida nocturna.

Un tranvía a su paso por Hauptpltz, en Graz.
Un tranvía a su paso por Hauptpltz, en Graz.Martin Thomas Photography / Alamy / CORDON PRESS

Llega la hora de cenar y hay varias opciones. Esperar la caída del sol y disfrutar de las impresionantes vistas de Graz desde el restaurante Aiola Upstairs, en la colina de Schlossberg, bebiendo una cerveza y probando el producto por excelencia de Estiria: su aceite de calabaza, delicioso para aliñar ensaladas. Se puede saborear la cocina tradicional de Estiria y sus mejores vinos en el restaurante Steiner, o disfrutar de la excelente gastronomía del Salon Marie del Hotel Wiesler para luego subir a la habitación del alojamiento, abrir la ventana y observar la corriente del río Mura y la excepcional panorámica del casco antiguo de Graz.

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