Qué hacer 24 horas en Vigo en plena época navideña

Una ruta al encuentro de ‘El Sireno’, mercados y la llamada “calle de las ostras”, locales que recuerdan la Movida viguesa y, por su puesto, sus plazas iluminadas

La decoración para estas fiestas navideñas en las calles del centro de Vigo.MIGUEL RIOPA (AFP / Getty Images

Reinventarse o morir. En realidad, Vigo nunca estuvo muerta. ¿O sí? Cualquier pasado parece mejor en esta ciudad gallega abierta al gélido Atlántico y contenida entre siete montes que se expande perdiendo la identidad desde su núcleo original, el Casco Vello. Tuvo su época dorada con la Movida viguesa y el impulso de la moda gallega en los años ochenta. Tras la pandemia, se reinventa con u...

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Reinventarse o morir. En realidad, Vigo nunca estuvo muerta. ¿O sí? Cualquier pasado parece mejor en esta ciudad gallega abierta al gélido Atlántico y contenida entre siete montes que se expande perdiendo la identidad desde su núcleo original, el Casco Vello. Tuvo su época dorada con la Movida viguesa y el impulso de la moda gallega en los años ochenta. Tras la pandemia, se reinventa con un lavado de cara. De un lado, están los planes urbanísticos que incluyen escaleras mecánicas con estructuras de diseño, rampas o incluso algún ascensor para paliar los desniveles de su orografía. De otro, el interés por el turismo natural, con rutas en barco por la ría y sus islas, conocidas como el Caribe gallego por su belleza natural. Autores de novela negra, series televisivas e iniciativas culturales se suman al nuevo pálpito.

En mitad de todo ello, Vigo atrae las miradas con su célebre despliegue por Navidad y hasta 11 millones de luces que engalonan calles, plazas y árboles. Entre piedra y hormigón, unos hablan de reconversión viguesa. Los románticos, de nueva Movida. Este es un recorrido para ver su estado de eclosión en plena época navideña.

10.00 Cita con el hombre pez

Un buen punto de partida para comprender el microcosmos vigués es la antropomórfica escultura del hombre pez, conocida como El Sireno (1), hoy icono de la ciudad. Obra del escultor gallego Francisco Leiro y erguido cuan dios pagano, mira al mar y nos vigila sobre sendas e interminables columnas de mármol. Los vigueses le atribuyen una simbólica relación de la ciudad con lo que llaman “feísmo”, la tendencia que concede valor estético a lo feo, plasmada en sus edificios de hormigón. Nos encontramos en la Porta do Sol, centro neurálgico de la ciudad del pulpo a feira y el mejillón, donde desayunar en alguna de sus animadas terrazas, si la nube lo permite.

'El Sireno', una escultura de de Francisco Leiro en la Praza Porto do Sol, en Vigo.Geography Photos / Universal Ima

Entre sus clásicos edificios, destaca el recoleto y modernista Edificio Simeón, que invita a pensar en tiempos de guerra y alianzas con los galos, ingleses y portugueses, porque Vigo también se erigió a base de mamporros. Incluidos los de corsarios, monjes y templarios. Para disfrutar de las mejores vistas conviene empezar subiendo al parque Monte do Castro (2), a cuyos pies brotó esta desnivelada ciudad, con sus pazos. Uno es hoy la pinacoteca Francisco Fernández del Riego (Abeleira Menéndez, 8) (3), donde darse un baño de arte galego. Seguimos la muralla construida en el barroco y decadente siglo XVII, que abraza el centro, allá donde dejamos flotando a El Sireno.

Las vistas de la Ría de Vigo desde el parque Monte do Castro de la ciudad gallega.Dino Geromella (Alamy / CORDON P

11.30 Puente entre dos mundos

El concepto del contraste, que el vigués maneja con ironía, es constante en esta ciudad urbanita. Tomando otra cuesta llegamos a la fortaleza de San Sebastián (4), un castillo en ruinas, entre baluartes, desde los que se defendían los antepasados vigueses. La bella estampa de la profunda Ría de Vigo premia el ejercicio de subida. Hoy es un jardín con vistas panorámicas, presidido por un cruceiro, reliquia en piedra del paisaje gallego. A la izquierda, hacia el puerto de Bouzas, quedan los muelles de astilleros y las lonjas de pescado, cuya sola vista exhala olor a mar. Cerca, en la bruma se dibujan las imponentes islas Cíes. Y al frente, el skyline del casco viejo sobre el puerto turístico, donde también llegan los trasatlánticos. La vista solo la secciona el Hotel Bahía de Vigo (Cánovas del Castillo, 24) (5), un edificio brutalista, la corriente arquitectónica de los años cincuenta de formas geométricas que dejaba al descubierto los elementos de construcción, y que vuelve al candelero. A la derecha, la dársena industrial con sus grúas, bajo el Monte de A Guía. Sobre ella, la zona residencial, que da fe de las 300.000 almas que viven en la ciudad pontevedresa, la más poblada del área metropolitana (con casi medio millón).

Detrás, nos custodian la torre del Concello o Ayuntamiento (6) y el auditorio municipal (7), sendos ejercicios de feísmo vigués. El gran puente de Rande, a cuya ensenada llegó el pirata Francis Drake y que bautizó la triste batalla de 1702, sirve allá al fondo de paso a la autovía del Atlántico hasta Portugal.

12.30 Arte, rock y novela negra

De regreso al centro, entre pendientes y escalones, adiós a la calma para dejamos caer por el bullicioso Mercado do Progreso (Progreso, 28) (8), donde hacerse idea del poderío del producto local. En la comercial calle de Príncipe asoma el museo MARCO de Vigo (Príncipe, 54) (9), de fachada clásica y panóptico. Tras consultar su programa de arte moderno, damos un salto en el túnel del tiempo para oler el garum, una salsa de pescado, en el Centro Arqueolóxico do Areal Salinae (Rosalía de Castro, 21) (10), asentado sobre una salina.

La ciudad vive en eterno estado de friquismo. Se aprecia en tiendas como Caramba Shop (Progreso, 36) (11). Aquí, Iván Rodríguez vende ropa para “gente distinta”: de chupas moteras a camisetas de bandas favoritas. Además, ropa gótica y tatuajes en sus locales de Urzáiz (114) y Pi i Margall (75). Los mejores discos de música gallega y fusión están en manos de Xusto Malejón y Óscar Domínguez, y el sello Inquedanzas Sonoras (Martínez Garrido, 1) (12), hacia O Calvario. “La clave cultural en Galicia pasa por las mujeres”, dicen. De Fillas de Cassandra o Tanxugueiras.

También la literatura viguesa se suma al cambio. Así lo confiesa Pedro Feijóo, con 48 años y siete libros publicados de novela negra. Es un autor del pequeño boom del género. Tiene una teoría: “Aquí hay una vida que antes no existía”, confiesa. “Pequeños motores van tejiendo una red”, apuntilla. Lugares como el Edificio El Moderno (Policarpo Sanz, 1) (13), hoy hotel de lujo, le sirven de localización. Además del fallecido escritor Domingo Villar, lo secundan Álex Alonso, Manuel Esteban o Beto Luaces. Y al albur del Novo Cinema Galego surgen cineastas como Óliver Laxe o Lois Patiño, y series rodadas en Vigo, como Rapa o Vivir sin permiso. “Hay un gusto por reconocerse en lo cercano”, justifica Feijóo.

14.00 Un dónut volante

De Colón a las ilustres avenidas de Urzáiz y García Barbón, con el Teatro Afundación Vigo (Policarpo Sanz, 13) (14) y la Fundación Barrié (en el número 31) (15) al frente. La ciudad no parece un mal lugar donde asentarse, opinión que comparten del barman al taxista, pese al clima lluvisoso y su estructura vial. En afán de mejoras urbanísticas, y el proyecto Vigo Vertical, sostenido con fondos europeos, se ha construido Halo, una obra de ingeniería multimillonaria en forma de dónut blanco que sobrevuela la autovía y conecta las partes baja y alta de la ciudad, y abrirá en breve. Incorpora un ascensor-torre de 50 metros.

Las nuevas rampas mecánicas en la Gran Vía de Vigo.

Cerca quedan la nueva estación de tren, la de autobuses y el gran centro comercial Vialia (Pza. Estación, 1) (16) del premio Pritzker Thom Mayne. Javier Nogueira, madrileño de 59 años, y ya más aviguesado que las patatillas, retrata la ciudad así: “Vigo es un Madrid en pequeño con mar”. Edita la revista Vivir y Disfrutar Vigo, que tira 25.000 números al año. Mara Costas, famosa peluquera de las crestas de los ochenta, es pesimista: “Haría falta más industria”. Fue pionera en colgar un cuadro de Menchu Lamas en su peluquería (hoy tiene locales en la arbolada plaza de Compostela y junto al Hotel Nagari (17)).

14.30 Entre pulpos y ostras

Entretanto, mercados y restaurantes por doquier invitan a abrir boca. Para tapear, hay que irse al Casco Vello (18), y la pulpería Polbo Bar (plaza Constitución, 10), o perderse en tabernas como La Central, A Pedra y La Favorita. Se catan quesos, empanada gallega, pimientos de Padrón, ribeiros y albariños. Alguna suena a rock, en homenaje a bandas como Siniestro Total o Golpes Bajos.

Para sentarse, está Niño Corvo (Real, 22). Y para darse un homenaje hay que bajar a la llamada “calle de las ostras”, junto al puerto, y el Mercado da Pedra, un callejón de marisquerías con terrazas, turistas y ostras recién desbulladas. Como Casa Vella, La Piedra y O Portón. Hacia la Alameda (19), hay más pescados y mariscos en La Trastienda del Cuatro (Pablo Morillo, 4) y O Rei Pescador (palza Compostela, 29), y cocina-fusión asiática-gallega en Nikko Espacio Gastronómico (México, 10). Merece su momento el restaurado Palacio de la Oliva (Oliva, 2) (20), un multiespacio para eventos, con lounge bar, carta de Pepe Solla y cena de Nochevieja.

El Mercado da Pedra de Vigo, un callejón de marisquerías con terrazas, turistas y ostras recién desbulladasRICARDO ALVAREZ GARCIA (Alamy /

16.00 Navidad de mar y poemas

De Vigo partieron cruceristas en busca de fortuna a las Américas. Arribamos al puerto comercial (21) tras la sobremesa para ver el Casino y un largo paseo. Los turísticos trasiegan sin pausa a Cangas y Moaña, a unos 15 kilómetros. También, a las protegidas islas Cíes; Ons, Tambo, Sálvora y San Simón, que fue lazareto donde hacer cuarentena y hoy acoge eventos culturales. Este año, triunfan las excursiones por la Ría. Otra opción es pillar el Barco do Nadal, iluminado y con un Papá Noel a bordo. O hacer la Ruta del mejillón para acercarse a las bateas y catar luego mejillones frescos con un blanco gallego. Las navieras Mar de Ons y Nabia ofrecen tiquets en la estación marítima para navegar sus 35 kilómetros de largo. Este animado muelle de A Laxe es parte del proyecto Abrir Vigo al Mar, que fusionó el centro de la ciudad con el Atlántico: la piedra y el mejillón. A él llegan hoy cruceros que van y vienen al puerto de Southampton, en el Reino Unido; también a Cádiz, Lisboa o las Azores. Tiempo para un selfi en el Real Club Náutico, junto a la estatua de Julio Verne sentado sobre un calamar gigante.

Estatua dedicada a Julio Verne, frente al Real Club Náutico de Vigo.Teo Moreno Moreno (Alamy / CORDO

De vuelta al centro, nos damos un empape navideño en su trío de plazuelas. La de la Constitución (22) luce la primera farola clásica. De ahí, al sumun, con árbol y bola gigantes, mercadillo y noria, en un redoble consistorial, peatonalizando el centro para evitar el colapso total. La de Almeida (23) ostenta la sede del Instituto Camões y la de la Iglesia (24), la colegiata de Santa María, con un olivo a sus pies, símbolo vigués. Tras picar algo rematamos en la Casa de la Collona, que fue un prostíbulo del Barrio del Placer y hoy acoge la asociación Évame-Oroza (Costa, 5) (25), y a gente como el ilustre Antón Reixa y su Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Música, microteatro, muestras y performances conviven con recitales del póstumo poeta local Carlos Oroza.

La noria gigante de Vigo, entre Colón con Concepción Arenal.Roberto Alonso Lago

22.00 Una de Movida viguesa

Tras la reconversión de los años ochenta del pasado siglo, Vigo despuntó en la música y el textil con Galicia Moda. Sigue liderando en automóviles, congelados y conservas. Un baño de nostalgia lleva a salir por el barrio indie de Churruca y bares como el Radar, Mogambo, La Iguana o La Fábrica de Chocolate. Más allá, el Teatro Salesianos, donde todo empezó con la Movida. Nada es igual. Pero algo resuena cerca, en el 20th Century Rock (Arenal, 18) (26), el bar más molón, que abrió hace un cuarto de siglo. Para bien o mal, Vigo atrapa. Ya lo decían los versos recitados de Oroza: “Cerrarás las puertas a la locura, pero entrarás en mí”.

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