Ocho rutas en coche o ‘camper’ por Italia (todas igual de apetecibles)
Recorrer el lago de Como, visitar deliciosa región del Piamonte, viajar de Trieste a Sappada o descubrir la Toscana etrusca. Viajes para disfrutar de los paisajes, la gastronomía, la historia y la naturaleza del país a un ritmo pausado
Hay pocos lugares tan interesantes como Italia para recorrer por carretera. Y si es en coche o camper, mejor: tendremos más autonomía y libertad para salirnos de las rutas convencionales y descubrir lo mejor del país. Ciudades románticas y monumentos históricos, sabrosa gastronomía y un paisaje que abarca desde cumbres nevadas y lagos de cuento hasta parajes remotos y costas espectaculares; de las cumbres alpinas a los pueblos toscanos en lo alto de las colinas o los pueblos pesqueros en la costa Amalfitana.
Algunos de los hitos más famosos del mundo se alternan con joyas poco conocidas que mantienen la emoción del descubrimiento. Sobre cuatro ruedas y con el alojamiento a cuestas, Italia está cubierta de rutas para todos los gustos, desde visitas a ciudades gourmet y viñedos históricos hasta días de sol y playa en las costas menos masificadas o senderismo por preciosos parques nacionales. Aquí van ocho propuestas de road trip para recorrer el país.
1. Los idílicos lagos italianos
Muchos escritores, desde Goethe hasta Hemingway, han alabado los lagos italianos, bordeados de espectaculares montañas nevadas y con lujosas villas y jardines exuberantes. Con cinco días y hasta una semana recorriendo carreteras podemos hacernos a la idea de su enorme atractivo. En el lago Maggiore, los palacios de las islas Borromeas forman una flota de hermosos bajeles, mientras las frondosas laderas del lago de Como evocan jeques árabes y escenarios de películas de James Bond. En el lago Maggiore se puede hacer una excursión por los silenciosos bosques del valle Cannobina y en la localidad de Stresa recuperar fuerzas en un nostálgico café de belle époque. En Como, podemos soñar con convertirnos en Napoleón o en el agente 007 en una villa dorada al borde del agua, mientras que, hacia el interior, Bérgamo resulta igualmente clásica, aunque menos pretenciosa. Pero hay mucho más.
Parada impresionante de esta ruta por las carreteras de los lagos es por ejemplo Verbania, la capital de la provincia de Verbano-Cusio-Ossola. En realidad, hay dos Verbanias: Pallanza, un laberinto de sinuosas callejuelas y lugar de embarque a las islas Borromeas, e Intra, con un puerto mayor, más moderno, para los ferris. Entre ambas se halla la decimonónica Villa Taranto. En 1931, el arquero real y capitán escocés Neil Boyd Mc Eacharn compró la villa a la familia Saboya y empezó a plantar 20.000 especies vegetales; hoy es uno de los mejores jardines botánicos de Europa.
Más información en la nueva guía Las mejores rutas en coche y cámper por Italia de Lonely Planet y en loneyplanet.es.
Resguardado por una montaña, el pueblo medieval de Cannobio queda a cinco kilómetros de la frontera con Suiza y esto se nota. Y siguiendo ruta, está Varese, la próspera capital provincial al sur de los montes de Campo dei Fiori, donde en el siglo XVII los nobles milaneses empezaron a construir segundas residencias, como el suntuoso Palazzo Estense (aunque no esté abierto al público, se puede pasear por sus jardines de estilo italiano), o como la espectacular mansión Villa Panza.
Pero el lugar más conocido de los lagos es Como, una ciudad construida en el apogeo de la industria de la seda, elegante y llena de paseos agradables por sus callejuelas del centro medieval. Sigue siendo el principal fabricante de productos de seda de Europa, como cuentan en su Museo della Seta, en el que se desentraña su historia industrial. Al otro lado del puerto deportivo, un funicular sube monte arriba hasta el pueblecito de Brunate, desde donde las vistas al lago son espléndidas. Y también es imposible resistirse al encanto del litoral lacustre de Bellagio, con sus barquitos, su laberinto de escalinatas de piedra, sus campos de cipreses y sus cuidados jardines. La mejor forma de disfrutar Bellagio es paseando con mucha calma. Se descubren así algunas de las mansiones más bellas del lago, como la neoclásica Villa Melzi d’Eril, con jardines que descienden hasta la orilla, decorados con estatuas clásicas que asoman entre las azaleas. Un estilo similar a la de la Villa Carlota en Tremezzo, del siglo XVII, con sus jardines botánicos con pérgolas de naranjos entretejidos y bellos rododendros, azaleas y camelias.
Fiel reflejo de Bellagio, en la orilla opuesta está Varenna. Este es otro pueblo lleno de encanto, envuelto en una vegetación exuberante, con calles estrechas y casas de tonos pastel amontonadas en las laderas.
2. Piamonte para ‘gourmets’
El Piamonte es una propuesta fantástica para dedicarle una semana. Si, además, escogemos el otoño para recorrer sus carreteras, podremos hacer una parada en los diferentes festivales gastronómicos que han hecho de la región un paraíso gourmet. Sus montañas, valles y ciudades son un escaparate de las especialidades del norte de Italia, con dulces avellanas, raras trufas blancas, arroz arborio y uvas nebbiolo que se convierten en vinos barolo y barbaresco. En la cuenca del río Po lucen las estrellas Michelin, y con toda la razón. Lo mejor es organizar una ruta epicúrea y contrarrestar el exceso de calorías con caminatas y paseos en bicicleta.
Se puede comenzar en Turín, la ciudad que ofreció al mundo la primera tableta de chocolate. También es famosa por acoger uno de los mayores misterios (el Santo Sudario), por su extraordinario Museo Egipcio y porque tuvo un papel decisivo en la creación del Estado italiano. Esta variada historia se puede seguir en el Museo Nazionale del Risorgimento Italiano. Aparte del relato nacional y del intrigante Sudario, sobre el que se puede ampliar la información en el Museo della Sindone, se suele visitar esta ciudad por su chocolate. Organizar el viaje para que coincida con el festival Cioccolatò es un buen inicio. Chocolate aparte, Turín es la sede del revolucionario supermercado slow food Eataly, que ocupa una antigua fábrica, vende una asombrosa variedad de bebidas y alimentos sostenibles y acoge con regularidad catas y talleres de cocina.
Desde la capital piamontesa, una ruta por carretera nos puede llevar por Cúneo, una ciudad refinada con una plaza porticada renacentista y la monumental Piazza Galimberti, donde cada martes se montan los puestos del mercado. Después se puede parar en Bra, donde espera uno de los templos de la nueva gastronomía: la pequeña Osteria del Boccondivino, con paredes cubiertas de botellas de vino, y el primer restaurante slow food en la década de los ochenta. En el mismo patio está la sede de Slow Food International, con una pequeña librería con guías de todos los restaurantes y productores de Italia acreditados por la organización.
A las afueras de Bra, en la localidad de Pollenzo, está la Università di Scienze Gastronomiche (Universidad de Ciencias Gastronómicas), que ofrece cursos de tres años en gastronomía y manipulación de alimentos. Al lado están la Banca del Vino y una bodega-biblioteca de vinos italianos.
El circuito por los vinos y las delicias gastronómicas de la región se completa con paradas en Barolo, en su Castello Falletti, hoy Museo del Vino a Barolo, y en Alba famosa por sus trufas, y rodeada por las fértiles colinas de las Langhe, con hileras de viñedos y huertos repletos de uvas, avellanos y bodegas. Explorarlos a pie o sobre dos ruedas es un placer poco habitual, entre castañares, viñedos, y bodegas y excursiones para buscar trufas (los precios varían según el número de participantes).
3. De Trieste a Sappada, recorriendo Friuli-Venecia Julia
En los límites nororientales del país, las carreteras de la región de Friuli-Venecia Julia que van de Trieste a Sappada revelan un patrimonio cultural único, que a lo largo de los siglos ha ido recibiendo las influencias de sus vecinos austriacos y eslavos. Se parte desde Triestey, al alcanzar el único punto de Austria desde donde se divisa el mar, se sube hasta Cividale del Friuli, donde visitar la única escuela europea de mosaicos en Spilimbergo, saborear vino Tocai de procedencia húngara en Collio y terminar en la montañosa Sappada. Es una ruta perfecta para dedicarle una semana (unos 200 kilómetros) y descubrir una tierra de frontera, plurilingüe, multicultural y llena de historia.
Trieste es una ciudad que merece por sí misma un viaje. Floreció bajo los auspicios de los Habsburgo entre 1382 y 1918, y atrajo a escritores y filósofos como Thomas Mann y James Joyce a sus animados cafés de Piazza dell’Unità d’Italia. Allí disfrutaban del carácter abierto de Trieste, punto de encuentro de las culturas latina, eslava, judía y germánica. El barrio de Borgo Teresiano refleja este batiburrillo cultural y en la Via San Francesco d’Assisi se pueden visitar la sinagoga y la Chiesa di Santo Spiridione, un increíble templo ortodoxo serbio.
No muy lejos, es parada obligada Aquilea. Colonizada por Roma en el 181 a.C., fue una de las ciudades más grandes y ricas del Imperio. Arrasada por los hunos de Atila en el año 452, sus habitantes huyeron hacia el sur y el oeste, donde fundaron Grado y luego Venecia. A comienzos de la Edad Media surgió una localidad más pequeña sobre la ciudad romana con la construcción de la actual basílica, que conserva algunos de los suelos de mosaicos más grandes y espectaculares del mundo. Además de la basílica, entre los vestigios dispersos de la urbe romana están las ruinas de Porto Fluviale, el viejo puerto, y las columnas del antiguo foro en Via Giulia Augusta.
Estamos en una región donde se producen algunos de los mejores vinos blancos de Italia, con variedades locales como el friulano, la malvasía de Istria y el ribolla gialla. Un mosaico de viñedos rodea el pueblo de Cormòns. Incluso en temporada, es fácil visitar docenas de bodegas familiares y degustar raras cosechas con vinateros.
Los siguientes 18 kilómetros hasta Cividale del Friuli son los más espectaculares de la ruta, conduciendo por una carretera secundaria que atraviesa los viñedos y pasa por varios pueblecitos. Cividale, fundada por Julio César en el año 50 antes de Cristo invita a un paseo matutino por sus pintorescas calles de piedra o hacerse una foto en el Ponte del Diavolo, que divide la localidad en dos.
Pero el centro espiritual y gastronómico de la zona es Údine, aunque cediera a regañadientes su capitalidad a Trieste en la década de 1950, con un amurallado centro medieval en torno a la Piazza della Libertà, que muchos consideran la plaza veneciana más bonita del continente. Más ecos venecianos resuenan en los frescos del Tiepolo en el Oratorio della Purità, o en el castillo.
En la cercana San Daniele del Friuli, en lo alto de una colina, la parada está justificada por las espléndidas vistas del paisaje, pero sobre todo porque aquí se produce el dulce y oscuro prosciutto di San Daniele, la joya gastronómica del Friuli de la que dan todas las explicaciones pertinentes en La Casa del Prosciutto, abierta en 1906.
Y la ruta tiene un broche final en Sappada, votado como uno de los pueblos más bellos de Italia y merecedor de un premio de sostenibilidad en el 2019. Sappada (Plodn, en el dialecto local) es un pueblo alpino de postal enclavado en una soleada ladera, entre las espectaculares cumbres de los Dolomitas. Se encuentra en la frontera del Véneto, Carnia y Carintia (Austria), y fue fundada por familias del Tirol oriental. Es una isla lingüística singular y sus habitantes conservan con orgullo su cultura y tradiciones. Los visitantes llegan atraídos por sus exquisitos restaurantes, las excursiones por la montaña y excelentes instalaciones para esquiar en invierno.
4. Por los Dolomitas vénetos
La carretera que atraviesa los Dolomitas vénetos pasa por uno de los tramos rurales más sofisticados y menos visitados de Italia. Algunas de las villas y pueblos medievales amurallados más bonitos de la región del Véneto están aquí, y un poco más al norte las vides de prosecco tapizan las ondulantes laderas de los Alpes. Todo ello, coronado por la gran estrella italiana de las estaciones de esquí: Cortina d’Ampezzo, siempre de moda, cara e impresionantemente bella. Una ruta en camper de siete días nos puede llevar a rincones mágicos como Treviso, Asolo, Possagno o Belluno.
Treviso es el punto de inicio. Esta ciudad, con murallas medievales, canales, callejas adoquinadas e iglesias con frescos, ha vivido siempre eclipsada por la cercanía de Venecia, pero es un lugar estupendo para experimentar la auténtica vida del Véneto lejos de las aglomeraciones. Como su vecina, está cercada por el agua: sus murallas están rodeadas por un foso con aguas del río Sile, que discurre hacia el sur de la ciudad. Verdes parques, sauces llorones y norias le dan encanto, igual que su lonja de pescado. Para completar la visita con una experiencia auténtica hay que visitar una osteria tradicional, como la Osteria Dalla Gigia o Hostaria dai Naneti.
Conduciendo tranquilamente entre campos llanos y pequeños pueblos se llega a Asolo, uno de los enclaves más bellos de Italia, en un altozano con espléndidas vistas de paisajes montañosos. Tradicionalmente ha sido una ciudad rica, que en 1489 se convirtió en el pequeño reino de Caterina Cornaro, reina de Chipre, quien, a cambio, cedió su isla a la República de Venecia. La reina llenó la ciudad de artistas e intelectuales, como Gentile Bellini y el humanista Pietro Bembo, que la dotaron de un aire refinado y cosmopolita que ha perdurado a lo largo de los siglos. Más tarde llegarían otros bohemios, como el novelista americano Henry James, el poeta inglés Robert Browning, el compositor ruso Ígor Stravinski, la actriz italiana Eleonora Duse o la aventurera inglesa Freya Stark. Hay un pequeño museo y un castillo, pero lo más placentero es pasear por las románticas callejuelas y visitar el jardín de Villa Freya con vistas de ensueño, y alojarse en la Villa Cipriani, donde vivieron Robert Browning y lord Guinness, que dispone de un spa y una piscina con vistas fabulosas. También fue aquí donde Andrea Palladio se las arregló para sintetizar el pasado clásico sin copiarlo, creando edificios que, en su día, fueron sugerentes, prácticos y de una elegancia incomparable.
El vino es otro de los protagonistas de la ruta. Valdobbiadene ocupa la parte central de la tierra del prosecco, con vides en sus laderas y es un punto para seguir la Strada di Prosecco y descubrir algunas de las mejores bodegas de la zona, como Cantina Bisol, donde generaciones de la familia Bisol han servido vinos Galera desde 1542.
5. Descubriendo la Toscana y el Lacio etruscos
Mucho antes de que Roma existiera, los etruscos ya habían forjado una gran civilización en las accidentadas montañas del sur de la Toscana, Umbría y el norte del Lacio. Una ruta por carretera, de tres o cuatro días, atravesando estas zonas tan poco conocidas del país abre una ventana al espectacular paisaje natural y a los asombrosos tesoros etruscos. Es un recorrido que sorprende y que va desde los picos de la Toscana a las evocadoras tumbas que salpican las verdes laderas del Lacio.
Se puede arrancar en Chiusi, en el núcleo etrusco de la Toscana, en una zona donde los arqueólogos siguen excavando tumbas. La colección espectacular de hallazgos que se exponen en el Museo Nazionale Etrusco di Chiusi es perfecta para ponerse en ambiente antes de emprender esta ruta.
Pero es en el cercano pueblo de Sovana donde están las tumbas etruscas más importantes descubiertas en la Toscana. Su necrópolis es un parque arqueológico que abarca tierras en torno a los pueblos de Sovana, Sorano y Vitozza, con hallazgos tan importantes como la monumental Tomba Ildebranda o dos tramos de carretera original etrusca, la Via del Cavone y la Via Cava di Poggio Prisca.
Pitigliano aflora de una pared rocosa, con vertiginosos barrancos por tres lados. Es un agradable entramado de escaleras curvadas, callejones adoquinados y pintorescas casas de piedra en el que no falta un interesante museo arqueológico con su colección de hallazgos etruscos. El pueblo tiene también una interesante historia judía, que puede conocerse en La Piccola Gerusalemme.
Treinta kilómetros más adelante, bordeando el mayor lago volcánico de Italia, se llega a Bolsena, ya en la región del Lacio, que fue un importante destino medieval de peregrinaje desde que en 1263 tuvo lugar allí un milagro que condujo al papa Urbano IV a crear la fiesta del Corpus Christi. Aparte del lago, la razón principal para parar aquí es visitar la Rocca Monaldeschi, una fortaleza del siglo XIII. Más conocida y visitada es Viterbo, fundada por los etruscos, tomada luego por los romanos y, después, importante ciudad medieval que en el siglo XIII fue brevemente sede papal. Su pasado etrusco se muestra en su Museo Nazionale Etrusco, uno de los lugares más interesantes del bien conservado centro storico.
6. Por el corazón verde de Italia: una ruta por Umbría y Las Marcas
Desde cuevas fantasmagóricas hasta los salvajes y verdes montes Sibilinos, este recorrido se abre paso sinuoso por el corazón rural de Umbría y Las Marcas. Hay pocos lugares tan apartados de las rutas turísticas como esta zona del centro de Italia. Los pequeños caminos pasan por campos de trigo; las oscuras montañas que se ven a lo lejos ofrecen sombra, y pueblos medievales de montaña se aferran a las boscosas laderas. Pero no todo es naturaleza; también hay galerías de arte, basílicas y ópera en verano. En unos cuatro días por carretera se pueden visitar sus lugares más llamativos.
Lo suyo es comenzar en Perugia, la mayor ciudad de Umbría y la más cosmopolita, universitaria y con un impecable centro medieval. Su centro histórico, que parece no haber cambiado en más de 400 años, se alza en una maraña de calles adoquinadas, escaleras con arcos y piazze enmarcadas por solemnes iglesias y magníficos palacios góticos.
Spoleto es la siguiente parada, presidida por una fortaleza medieval, con un bonito Duomo románico y arropada por los anchos Apeninos, con sus cimas heladas en invierno. En conjunto, resulta impresionante. Antes de dejar la localidad hay que fotografiar el medieval Ponte delle Torri, un puente de 10 arcos que salva de forma espectacular un frondoso y profundo barranco, escena captada con belleza por J. M. W. Turner en un óleo de 1840.
La ciudad de Gubbio, próximo destino, parece salida de un fresco medieval. Angular, sobria e imponente, sus edificios grises se aprietan en las empinadas laderas del monte Ingino en un batiburrillo de tejados, torres góticas y torrecillas del siglo XIV. Hay unas vistas inolvidables desde el Funivia Colle Eletto, un pretencioso telesilla con cestas de metal de aspecto precario, en su subida a la Basilica di Sant’Ubaldo, magnífica iglesia medieval en la que se muestra el cuerpo de san Ubaldo.
El recorrido de 19 kilómetros hasta Costacciaro desemboca en el Parco Regionale del Monte Cucco por una carretera panorámica que baja sinuosa por los márgenes orientales del parque, con vistas que cambian en cada recodo, pasando por pintorescas aldeas y bosques habitados por lobos, linces y jabalíes.
Los paisajes son también impresionantes en el Parco del Conero, al sur de Ancona, la principal ciudad y puerto de Las Marcas. Los acantilados calizos se elevan sobre el Adriático y las bahías en forma de media luna, con guijarros blancos, se esconden tras pinares, robledales, hayedos, retamales y adelfales. Hay senderos que atraviesan este parque regional de 60 kilómetros cuadrados, que aún sigue fuera del radar de muchos viajeros y conserva un aire tranquilo que no se ve en ningún otro lugar de la costa de Las Marcas. Su pico más alto es el monte Conero (572 metros), que cae en picado al mar y ofrece terreno fértil para los viñedos que se pierden por sus laderas hasta el horizonte, origen del excelente Rosso Conero, un tinto con mucho cuerpo.
En el sur del parque, la turística Sirolo, rodeada de acantilados, es una magnífica base para explorar la zona. La mejor manera de ver las calas es una salida en barco. Más adelante, de vuelta hacia el interior, es parada obligada Macerata, que aúna el encantador paisaje de pueblo de montaña con la energía estudiantil: tiene una de las universidades más antiguas de Europa, se fundó en 1290, y numerosos palazzi renacentistas como la Loggia dei Mercanti, un edificio con arcadas encargado para el cardenal Alejandro Farnesio, construido en 1505, que en su origen hospedaba a los comerciantes que viajaban para vender su mercancía.
A unos 40 kilómetros espera Sarnano, el típico pueblo italiano de montaña, con un laberinto de callejas medievales que se desparrama colina abajo. Es una buena base para explorar los montes Sibilinos, protegidos por el Parco Nazionale dei Monti Sibillini. Desde aquí, la carretera se abre paso entre árboles colgantes y setos descomunales hasta desembocar en un paisaje de picos boscosos que se alejan en lontananza. La encantadora Ascoli Piceno marca el final de la carretera.
7. Conduciendo por la costa del Cilento
Bordeada de acantilados, la península del Cilento es una de las franjas costeras menos exploradas del país. Tras prosperar bajo el mando de griegos y romanos, el Cilento fue abandonado durante siglos, quedando a merced de los piratas. Hoy, sus pueblos pesqueros y poblaciones instaladas sobre colinas viven en gran medida ajenos al desarrollo descontrolado, y eso pese a sus playas largas y arenosas y sus aguas cristalinas.
Los tres imponentes templos de Paestum son de los mejor conservados de la Magna Grecia, la colonia griega que dominó gran parte del sur de Italia. Los griegos capitularon ante los romanos en el año 273 a.C., pero Poseidonia, como se la conocía, siguió siendo un próspero puerto comercial hasta la caída del Imperio romano.
Desde Paestum, la carretera empieza a abrirse camino entre las colinas del Parco Nazionale e Vallo di Diano, el segundo parque nacional más grande de Italia. Esta es una zona llena de descubrimientos: cerca de Castelcivita se pueden explorar las Grotte di Castelcivita, un complejo de cuevas prehistóricas. Y para los senderistas, el pueblo de Sicignano degli Alburni, coronado por un castillo medieval, constituye una buena base para acometer el exigente ascenso al monte Panormo (1.742 metros) o animarse a dar un paseo por el casco antiguo medieval de Postiglione, dominado por un castillo normando del siglo XI.
Una de las primeras paradas de la ruta es Agropoli, una antigua localidad que vigila el flanco norte de la península del Cilento y ofrece vistas espectaculares del golfo de Salerno hasta la Costa Amalfitana. Y después es el turno de Santa Maria di Castellabate, que, en lo alto y fuertemente defendida, conserva un centro histórico con el aire típico del sur de Italia, uno de los pueblos mas encantadores de la costa del Cilento. Desde lo alto de su castillo, el barrio pesquero de Castellabate se extiende en un laberinto de calles tachonadas de arcadas, plazoletas y algún que otro palacio.
Otro pueblo pesquero, restaurado con buen gusto, es Acciaroli, al que llegan muchos lectores de Ernest Hemingway, que pasó una temporada aquí a principios de los años cincuenta, y se inspiró en un marinero local para su obra El viejo y el mar, o eso dicen por aquí. Y otra diminuta aldea costera es Pioppi, que se ha ganado fama culinaria como cuna espiritual de la dieta mediterránea. El médico estadounidense Ancel Keys vivió aquí más de 30 años, en los que se dedicó a observar a los vigorosos residentes y a estudiar los beneficios para la salud de su dieta. Es muy agradable disfrutar del ambiente de Piazza de Millenario antes de hacer un pícnic en la playa de guijarros (a un paso).
8. El valle de Itria y el barroco del sur de Italia
Este valle queda solo a una hora por carretera de Bari, una de las grandes ciudades del sur de Italia, pero parece estar a años luz. Esta es una región agrícola de tranquilas carreteras secundarias, campos frutales y olivos centenarios que brotan de la tierra rojiza. En lo alto de las colinas se mantienen atractivos pueblos con centros históricos encalados y los curiosos trulli (casas circulares de piedra) aparecen en medio de un rocoso paisaje. Al final de la ruta aguarda Lecce, cuna del barroco en Apulia.
Bari es la capital de la región de Apulia, una ciudad de ruidosos bulevares con tiendas y majestuosos edificios municipales, y con una gran población estudiantil que da vida a las plazas, bares y cafés. Buena parte del trazado en damero del centro es del siglo XIX, pero es en el casco antiguo, conocido como la Bari Vecchia, donde están los principales reclamos: la Basilica di San Nicola, una colosal catedral románica que contiene las reliquias de san Nicolás; y el cercano e imponente Castello Svevo (Suevo), que evoca la época dorada de Apulia durante el gobierno del rey suevo Federico II.
Conduciendo por los típicos campos de Apulia, entre muros de piedra seca, campos de frutales y olivos, se llega a las Grotte di Castellana,, la red subterránea natural más larga de Italia. En la breve subida de 17 kilóemtros a Alberobello se ven los extraordinarios trulli en los campos y olivares a ambos lados de la carretera. Reconocida por la Unesco desde 1996, la capital regional de los trulli cuenta con más de un millar de estas casas de tejados cónicos, muchas de ellas apiñadas en la ladera del barrio de Rione Monti. Locorotondo es otro de los pueblos de la ruta, encaramado en un risco con vistas al valle, que presume de tener uno de los centros históricos más bellos de Apulia. Y si bien es parco en atracciones al uso, merece la pena por su centro storico circular (Locorotondo deriva de “lugar redondo”), donde todo está pintado de un blanco inmaculado y las calles —pavimentadas con piedras lisas de color marfil— se expanden alrededor de la iglesia de Santa Maria della Greca.
Pero la principal localidad del valle de Itria es Martina Franca, conocida por sus elegantes construcciones barrocas y su delicioso casco antiguo, un conjunto de callejas sinuosas, cegadoras casas blancas y floridos balcones de hierro forjado.
En lo alto de otra colina descansa Cisternino, considerado uno de los borghi più belli (pueblos más bellos) de Italia. Envuelto en unos barrios anodinos, queda un centro storico que recuerda a una casba. Es también célebre por los fornelli pronti (literalmente, “hornos preparados”), y en muchas carnicerías y trattorie se puede elegir un corte de carne que al cabo de unos minutos servirán recién sacado del horno.
Abrazada por un océano de olivos, la refinada Ostuni se extiende por tres colinas. La localidad, que supone el final de la región de los trulli y el inicio del caluroso y árido Salento, se ve invadida cada verano por turistas que buscan sus buenos restaurantes y bares. El centro histórico es ideal para pasar el rato, pero si se tienen ganas de explorar hay un par de sitios que merecen la pena: la impresionante catedral, del siglo XV, con una atípica fachada gótico-románica, y el pequeño Museo di Civiltà Preclassiche della Murgia, que exhibe los descubrimientos de una cercana zona funeraria paleolítica, incluido el esqueleto de una mujer de 25.000 años de antigüedad apodada Delia.
Y la ruta termina en Lecce, la “Florencia del sur”, una animada ciudad universitaria famosa por su arquitectura barroca en un estilo local del siglo XVII enormemente recargado, todo un derroche de gárgolas, columnas en forma de espárrago y traviesos duendecillos.
Suscríbete aquí a la newsletter de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas de Facebook, X e Instagram.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.