Lo que usted siempre quiso saber sobre sus fobias
El miedo irracional a cosas o situaciones no realmente amenazantes es un misterio y entronca con el fascinante mecanismo mental del temor y cómo controlarlo.
Decir que las fobias y el coronavirus van de la mano podría sonar a obviedad, pero ¿realmente lo es? Ansiedad de salir o agorafobia, de estar en casa o claustrofobia, pavor a los gérmenes y de enfermar o misofobia y nosofobia. ¿Cómo diferenciarlas de los miedos protectores, y cómo entender que en ocasiones la mente nos induce a buscar lo que las provoca? Cuando nos hallamos ante temores lógicos y razonables, pero desmesurados, nuestros miedos corren el riesgo de transformarse, por medio de la ansiedad, en fobias. Conscientemente, se quieren evitar, sin embargo, como Sigmund Freud observó, vinculado a la fobia, frecuentemente hay un impulso contrafóbico, que alberga un deseo inconsciente de confrontar y dominar lo que se teme, en lugar de evadirlo. Es decir, estamos en conflicto sobre lo que tememos.
Un caso concerniente es el ingeniero Gustave Eiffel, quien sufría de acrofobia. Ha imaginado y diseñado estructuras de considerable altura, como la Estatua de la Libertad, entre sus primeros proyectos. Eiffel desafió la gravedad —y sus miedos— al haber modificado el diseño original para que pudiese soportar fuertes vientos. Desde las alturas, la Torre Eiffel ofrece una de las vistas más portentosas de París. ¿Son sus obras una especie de mecanismo compensatorio mediante el cual trató de lidiar con su propia fobia a las alturas? En palabras de Fernando Savater en un ensayo titulado Qué significa temblar (incluido en el volumen La infancia recuperada) —en el que describe su predilección por los cuentos de terror—, el escritor detalla que “de tanto convivir con ese espectro que lleva nuestro nombre llegamos a cogerle cariño. Dar espesor y colorido a la angustia que nos roe, nos libera en cierto modo de ella al proyectarla fuera; pero, ante todo, nos permite verla, esto es, admirarla”.
Cómo y por qué surgen las fobias sigue siendo un misterio. Cuando el miedo alcanza niveles irracionales, es muy probable que entren en juego una combinación de factores genéticos, ambientales y psicológicos. Afortunadamente para quienes las padecen, las más de las veces, hay la posibilidad de tratarlas de manera exitosa, sin necesariamente tener que elucidar su origen. La fobia específica a un objeto o situación (a las alturas o a volar, por ejemplo) causa ansiedades que no guardan proporción con el peligro planteado, provoca miedo y evitación. Con frecuencia se padecen más de una, y se asocian con ataques de pánico; perduran, a diferencia de las ansiedades pasajeras, causan reacciones físicas y psicológicas intensas y pueden afectar la capacidad para funcionar normalmente en la escuela, el trabajo o en entornos sociales. No todas las fobias requieren tratamiento, pero cuando afectan la vida diaria, una terapia puede ayudar a superarlas.
Estudios de resonancia magnética han demostrado dos circuitos cerebrales involucrados en el miedo: el primero, que lo activa, constituido principalmente por la amígdala —que es parte de una red mediadora de las emociones y la memoria—, mientras que el segundo, compuesto por varias regiones de la corteza cerebral, simultáneamente lo inhibe. Justo antes de subir al tobogán, el niño percibe una oleada de adrenalina y siente el miedo que activa la amígdala. Momentos después, el segundo sistema que modula la respuesta de miedo la apaga, contiene el miedo y le permite deslizarse —este sistema dual es una manera de entender las contrafobias—.
Los mecanismos cerebrales del miedo son parte de nuestro dispositivo de supervivencia, que detecta y responde al peligro e involucra a la amígdala, no obstante, simplemente activarla no basta para crear una sensación de miedo. El miedo, según Joseph LeDoux, profesor de neurociencias, director del Emotional Brain Institute de la Universidad de Nueva York y pionero en el estudio de las emociones, es una respuesta psicológica que construimos, es el resultado de inferencias que hace nuestro cerebro. “Solo los organismos capaces de ser conscientes de lo que está sucediendo pueden experimentar miedo”. Según LeDoux, tenemos más control sobre nuestras emociones de lo que pensamos, “las experiencias que tenemos hoy serán las predicciones del cerebro mañana”.
¿Cómo podría el enfrentarse a la situación fóbica durante los tratamientos de exposición a lo que nos causa pánico mejorar el comportamiento fóbico si antes lo empeoraba? Citando a Savater, “allí donde acecha el peligro crece también lo que alivia de él o, más simplemente, el conocido refrán latino: similia similibus curantur”. Cuando la amenaza se percibe de manera consciente y se afronta en forma deliberada, a pasos individualizados, manejables y escalonados, se logra dominar el miedo. Se trata, por así decir, de una huida a la inversa, como pasa con los niños, a quienes les atrae sentir miedo desde un entorno de seguridad. Por otra parte, es menos probable que las fobias con un significado más complejo —como las causadas por experiencias traumáticas— respondan a una terapia de exposición exclusivamente. Todos tenemos defensas inconscientes y es difícil hacer consciente lo que ha sido reprimido, o deshacerse de ellas por cuenta propia. En tal situación, el objetivo es entender la fobia en su profundidad y cambiar los procesos mentales que escapan a la conciencia para ayudar a modificar el comportamiento. “No es en el mundo que lo rodea donde el sujeto sitúa el peligro, sino en el interior de su propio psiquismo”, apunta el autor Pierre Mannoni en su estudio sobre el miedo.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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