Walter Isaacson: “Las redes sociales han dinamitado la democracia”
Ha manejado desde lo alto la CNN y es presidente del Instituto Aspen. Pero Walter Isaacson es sobre todo un periodista de la vieja escuela que se ha convertido en biógrafo de éxito con sus libros sobre Albert Einstein, Steve Jobs o Leonardo da Vinci. La premio Nobel de Química Jennifer Doudna es el personaje central de ‘El código de la vida’ y, según él, la artífice de descubrimientos que influirán en nuestras vidas decisivamente.
Walter Isaacson (Nueva Orleans, 1952) es un biógrafo que construye su trabajo como el periodista que fue: con las técnicas de la vieja escuela. Así hizo con Henry Kissinger, Albert Einstein, Steve Jobs —su mayor éxito hasta la fecha—, Leonardo da Vinci o con sus Innovadores, donde además de algunos de estos reunía a Bill Gates, Steve Wozniak, Tim Berners-Lee o Larry Page, visionarios de la revolución digital, entre otros. Isaacson es uno de los autores y gurús del liderazgo más influyentes a escala mundial, como presidente del Instituto Aspen. Perspicaz y riguroso, poco a poco se dio cuenta de que al mundo contemporáneo lo iban a definir tres conceptos: el átomo, el byte y el gen. De los dos primeros pudo enterarse con sus trabajos sobre el descubridor de la teoría de la relatividad o el creador de Apple. Pero le faltaba el último. Por eso decidió inmiscuirse en la figura de Jennifer Doudna, investigadora genética y premio Nobel de Química en 2020, junto a Emmanuelle Charpentier, gracias a sus descubrimientos de un método de edición de genes que previamente les había abierto las puertas para el Princesa de Asturias y el Fronteras del Conocimiento en España en 2015 y 2016, respectivamente. De ahí salió su nuevo libro, El código de la vida (Debate), un fascinante viaje a las entrañas de la ciencia y los trabajos de aquellos investigadores que en los próximos años cambiarán el mundo, curarán enfermedades y nos armarán con las herramientas capaces de prevenirlas. Pero sin escapar tampoco a los riesgos que sus descubrimientos conllevan.
Pregunta. De su libro se desprende por parte de los científicos un impulso de colaboración mucho más comprometida que, pongamos por caso, los políticos. Y muy diferente a lo que ocurrió con Robert Gallo y Luc Montagnier y su lucha de egos respecto al sida. ¿Ha cambiado el ambiente en ese mundo?
Respuesta. En el caso de estos científicos, cuando todos competían por descubrir cómo Crispr —una enzima conocida por actuar como tijera molecular, que corta y edita, o corrige, en una célula el ADN asociado a una enfermedad— podía ser una herramienta para descifrar los genes, existió un largo camino que comenzó con un científico español, Francisco Mojica, de la Universidad de Alicante. Buscaban descubrir primero en qué consistía Crispr y cómo hacerlo funcionar en seres humanos. Alrededor de 2012 la competencia fue muy dura entre la gente de Jennifer Doudna en Berkeley y otro equipo del Instituto Tecnológico de Massachusetts [MIT]. Luchaban por las patentes, los premios y la prioridad a la hora de publicar. Aquello afectó a la colaboración y cooperación. Pero respecto al coronavirus, la situación ha cambiado y llego a contarlo en el libro. Las grandes universidades y los mejores equipos han trabajado de manera muy colaborativa en torno a un objetivo: la lucha contra este virus extraño. Como si nos hubiera invadido un alienígena contra el cual todos los países, unidos en cierta forma, luchan.
P. Realmente, ¿ha tenido que llegar la covid para marcar la diferencia respecto a tiempos pasados?
R. Creo que la competencia es algo bueno, provoca rapidez. Gallo y Montagnier se involucraron en una lucha muy cruda y agria basada en quién se llevaba el mérito en el campo del sida. Respecto a esta investigación fueron Jennifer Doudna y Charpentier quienes consiguieron el Premio Nobel, pero la lucha por las patentes continúa entre el MIT y Berkeley.
P. Ya, y en España existió cierta polémica respecto a que Mojica también podía haber sido incluido en ese Premio Nobel. Al fin y al cabo, él lo descubrió.
R. Hablé con él para el libro y se convirtió en uno de los personajes fundamentales de la historia. Es quizás la primera persona que entendió lo que significaba Crispr, y de hecho lo nombró él.
P. Fue su padre.
R. Exacto. Un héroe para mí, una gran personalidad, estoy seguro de que sus méritos se irán reconociendo.
P. Ellas dos, Doudna y Charpentier, prueban que los científicos, si bien siguen su instinto a la hora de buscar, en su caso, ambas sabían que tras ese pálpito iban a cambiar la historia de la humanidad.
R. Además de ellas, también Mojica, presumían que el misterio de Crispr iba mucho más allá de la mera curiosidad. No sabían si sería una herramienta fundamental, pero el libro de lo que trata es de reivindicar precisamente la importancia fundamental de esa primeriza curiosidad. Estos científicos, desde el principio, no pensaban solo en qué desarrollo tecnológico podría llegar a tener Crispr, sino que estaban fascinados ante las maravillas de la naturaleza. En 2012 hubo un momento en el que todo cambió. Y fue cuando se dieron cuenta de que este agente podía ser una llave para editar u organizar genes. Eso promovió que los científicos se animaran a diseñar una tecnología que, de facto, cambiará nuestras vidas.
P. Cambiará nuestras vidas, desde luego. Para empezar, ¿en qué medida ha ayudado a elaborar las vacunas que hoy existen contra la covid?
R. Jennifer, muy pronto, ya descubrió en este sentido la importancia del ARN [ácido ribonucleico]. Todos conocemos lo que es su primo más famoso, el ADN [ácido desoxirribonucleico]. El primero puede ser un mensajero para nuestras células a la hora de crear una proteína que proteja. Para las vacunas, algunas de ellas utilizan eso con vistas a armar una protección contra el coronavirus. Así que las vacunas y el programa de edición de genes han evolucionado juntos diseñando ARN a la hora de armar tareas específicas en nuestras células.
P. ¿Funciones físicas e intelectuales que nos llevan también, por ejemplo, a las teorías de Aldous Huxley en Un mundo feliz? Es un debate en el que los científicos protagonistas de su libro entran sin reservas.
R, Después de inventar esa tecnología de manipulación de genes, Jennifer tuvo una pesadilla. Alguien se acerca al laboratorio con el deseo y la intención de entender lo que hacen. Ella está concentrada en su mesa de trabajo sin mirar quién pregunta y cuando alza la cabeza para ver quién es se trata de Hitler. Así es como se da cuenta del peligro que su descubrimiento entraña si cae en las manos equivocadas. Por tanto, inicia un proceso de debate con otros agentes sociales para ver hasta qué punto debemos utilizar sus hallazgos de cara a traer niños al mundo o inventar especies animales.
P. Bueno, es que nos conduce al origen del mundo y de alguna forma coloca en nuestras manos el poder, para muchos divino, de recrearlo.
R. Nos lleva al mito de Prometeo y Adán y Eva y la manzana del paraíso. Pero también es algo natural y no debemos olvidar que los humanos somos una más de los millones de especies que circulan por el mundo. Hemos evolucionado gracias a nuestro talento y la audacia de descubrir, entre otras cosas, esta nueva tecnología. Todo gracias a la sabiduría. Ojalá seamos lo suficientemente sabios como para saber qué hacer.
P. ¿Lo somos?
R. Creo que lo hemos sido respecto a las herramientas que han cambiado el mundo. En cuanto a las más siniestras, utilizamos la bomba atómica dos veces y no ocurrió nunca más. En cuanto a la tentación de utilizar esto para diseñar en el futuro personas, bebés, deberíamos ser lo suficientemente espabilados como para andar con cuidado. Por eso Jennifer prendió la alerta y por eso, en gran parte, yo he escrito el libro.
P. De hecho, ese sentido de la responsabilidad científica es uno de los grandes asuntos que aborda.
R. Siempre me ha interesado ese aspecto. En el caso de Einstein, por ejemplo, después de que sus descubrimientos llevaran a otros a desarrollar el arma atómica, se movilizó para alertar y tratar de evitarlo en el futuro. En este nuevo caso, también los científicos marcan los límites que deberían contemplarse respecto a sus propios hallazgos. Esta nueva generación de científicos ha animado a sus predecesores en el estudio de la genética a promover también un debate sobre los límites que deberían tener.
P. Establece una santísima trinidad en la revolución del siglo XX y XXI: el átomo, los genes y los bytes.
R. Creo que son los tres descubrimientos que marcarán el devenir de la humanidad. Cada uno de ellos está relacionado con una revolución del conocimiento y la innovación. La primera parte del siglo XX se basó en la física, la segunda nos llevó a la tecnología con la informática e internet y, finalmente, la genética, que nos va a mejorar la vida con vacunas, curas para el cáncer y manipulación genética. Quizás esta última será la más importante de todas, como ha demostrado respecto al coronavirus.
P. En su biografía sobre Jobs, usted remarca cuando lograba algún trato después de prácticamente devorar al adversario que a partir de entonces el mundo sería mejor. ¿Lo es?
R. Las herramientas digitales de conexión que hemos creado nos han hecho mejores. Pero hay un aspecto de las redes sociales que se ha convertido en problemático. Han contribuido a la división, han dinamitado la democracia, impulsan la humillación y las peleas encarnizadas…
P. Curioso cómo toda esta sofisticación nos lleva también a las cavernas y a los instintos más básicos. ¿No le asombra la paradoja?
R. Las redes nos han conectado y al tiempo polarizado. Hay muchas explicaciones. Para empezar, los intereses comerciales de las empresas que lo gestionan; entre ellas, los medios de comunicación. De cómo definen su éxito. Para ellos el tráfico es fundamental y las peleas lo aseguran. Mucha gente utiliza eso con propósitos divisorios, no de unidad.
P. ¿Pecaron quienes diseñaron este mundo, los Jobs, Zuckerberg, Gates, de optimistas?
R. Sí, quizás. Perdieron la perspectiva en el sentido moral del asunto. Aunque Jobs sí creía que las redes sociales entrañaban ese tipo de peligros. Era muy obsesivo y reservado respecto a su privacidad. Pensó que eran herramientas que se podían volver en contra. Hay entre ellos y los investigadores de genética una diferencia fundamental. Ellos, desde el inicio, plantean los pros y los contras. Eso no se da en el ámbito de la tecnología y la digitalización: los aspectos sociales, culturales, políticos a los que podía afectar su revolución.
P. En cuanto a la responsabilidad de los medios de comunicación a la que usted alude, ¿somos los periodistas demasiado inconscientes a la hora de pensar hacer un tema cuando nos planteamos ponernos a ello en función del éxito que puede tener en las redes o las visitas que genere?
R. Los periódicos serios y responsables como el suyo creo que equilibran bien eso. Saben en qué historias invertir para hacer bien su trabajo: cómo aportar hechos y buena información a sus lectores. Pero en cierto sentido el cambio a las ediciones digitales ha endurecido este entorno y ha afectado al modelo de los grandes medios. Junto a las buenas historias convive ese elemento dañino de las redes y ha influido en su habilidad a la hora de ofrecer ese buen periodismo.
P. Cuando leí su biografía de Steve Jobs pensé que era un buen trabajo autorizado. Sobre todo por cómo machaca y desmonta usted en cierto sentido al personaje. Cómo entra a saco en sus defectos para que brillen sus logros. ¿Fue meditado?
R. Sí, y por eso también ahora, con Jennifer, quise escribir sobre alguien más agradable aunque muy competitiva y capaz de cerrar acuerdos con mucha fuerza. Y ni que decir tiene que sus descubrimientos y los de sus colegas van a tener mucho impacto en nuestras vidas. Por más que yo adore mi iPhone, la posibilidad que mis hijos o nietos tendrán de manipular genes en el futuro va a ser mucho más importante que lo otro.
P. ¿De ahí la necesidad de concienciar de las consecuencias en ese aspecto y respecto a la frivolidad con que se hizo en el campo digital?
R. Es que será fundamental. Más allá de concentrar la atención de la gente en tuits ridículos o información intrascendente y bulos, quería contar la historia de esta buena gente, de estos magníficos científicos, ayudarles a que muchas personas descubrieran cómo funcionan y les pueden afectar sus descubrimientos.
P. Pero en eso cuenta con una desventaja evidente: en lo que uno tarda en leer un bulo y las 600 páginas de su libro, la mentira corre con mucha más velocidad que la verdad. ¿No es terrible?
R. Pues rápidamente se ha colocado el primero en la lista de los más vendidos, según The New York Times. Pero eso no solo habla bien de mi trabajo, sino de los lectores. Desean leer una historia tan positiva. Que nos lleva a entender cómo nosotros, como especie, somos capaces de vencer enfermedades terribles, el cáncer, la ceguera, desajustes musculares; en esto la historia inspira.
P. ¿Eso prueba que los científicos son los mayores idealistas de nuestro tiempo?
R. Exacto, lo son, y esta es una historia de héroes idealistas, listos, ambiciosos, precisos y capaces de observar la belleza en la naturaleza. Para mí, los científicos van a contribuir a restaurar el optimismo en nuestra sociedad y la capacidad de lograr grandes fines.
P. Uno de los personajes que usted ha abordado a fondo en sus libros, tanto en la biografía de Jobs como en Innovadores, ha sido Bill Gates. Con su dedicación ahora a la ciencia, ¿cree que está intentando enmendar esa falta de conciencia que dice usted que les afectó en la carrera digital?
R. Creo que está desempeñando un gran papel ahora. Sobre todo en su involucración respecto a las vacunas y de cómo asegurar que lleguen a la mayor cantidad de países posible. Ha sido capaz de dar el salto entre ser sin más una figura de éxito a convertirse en alguien que verdaderamente marca la diferencia. Una convicción moral es la que le lleva a utilizar su fortuna en pro de la lucha contra el cambio climático o la educación pandémica y el combate contra la pobreza.
P. De hecho, su instinto no le falló y apoyó a Jennifer Doudna desde el principio aportando a los inicios de su investigación 100.000 dólares.
R. Lo entendió desde el principio y ayudó filantrópicamente al proyecto.
P. ¿Cómo resumir lo que Jennifer consiguió?
P. Todavía es difícil porque desconocemos las consecuencias. Vamos a utilizar a Crispr y la tecnología desarrollada gracias a él no solo para detectar virus, sino para matarlos como él hace con las bacterias sin que tenga que hacerlo a solas nuestro sistema inmunológico. Este, además, puede jugárnosla. Podremos utilizar medicamentos para acabar con esos ataques. Tendremos armas contra eso y contra varias enfermedades.
R. ¿Y esta pandemia acelerará la dinámica?
P. Aunque solo sea porque en muchos jóvenes está despertando la necesidad y la vocación de dedicarse a estos campos, como la medicina o la investigación, vale. El desarrollo de negocios será fundamental en el caso de la biotecnología, por ejemplo. No en mucho tiempo tendremos en nuestras casas aparatos que identifiquen si podemos contraer según qué enfermedades por adelantado midiendo síntomas de forma preventiva. Eso lo tendremos al final del año, no es ciencia ficción.
P. Usted fue periodista, ahora biógrafo, pero en gran parte hace el mismo trabajo.
R. Sí, consiste en viajar y hablar con gente para escribir una historia. Para este trabajo aprendí a manipular genes, les dije que me enseñaran a hacerlo para contarlo mejor. Soy periodista de la vieja escuela, no trabajo con la agenda marcada, me dejo sorprender, y así he estado metido en ello siete años.
P. Usted preside el Instituto Aspen, que se encarga de la formación de líderes. ¿Qué es un líder?
R. Son gente que puede unir en torno a objetivos. Y en el presente tenemos demasiados alrededor que tratan de dividirnos. Unirse es la clave, y ahí es donde un líder marca la diferencia, tanto en política como en ciencia o como en tecnología, igual que han hecho Jobs o Jennifer: auténticos líderes. No va por libre el líder. Es alguien que construye el equipo ideal para plantearse las cuestiones adecuadas y fundamentales. Eso hacemos en Aspen.
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