Rachel Cusk: “Solo un líder con una identidad radical nos hará salir de esta. Otro abogado blanco vestido de traje no podrá”
Se ha convertido en una de las voces más aclamadas de la literatura británica reciente. Opositora feroz al Brexit, se acaba de exiliar voluntariamente en Francia
Muchos juraron que, si el Brexit salía adelante, se marcharían del Reino Unido. Ella fue de los pocos que lo hicieron de verdad. Cuando la pandemia se lo permitió, Rachel Cusk hizo la maleta y se mudó a París, huyendo de un país que nunca le gustó, pero que ahora aborrece más que nunca. La escritora británica —aunque naciera hace 54 años en Canadá, por el trabajo de su padre— se instaló junto a su marido, el artista Siemon Scamell-Katz, en un espectacular apartamento de la rive gauche con vistas a la iglesia de Saint-Sulpice, donde cuenta con vecinos como Catherine Deneuve y Patrick Modiano. “Nunca me lo he cruzado, aunque tampoco sabría decir qué cara tiene”, comenta con una insolencia que parece marca de la casa, mientras saca humo a un cigarrillo electrónico con fruición.
Autora de libros escandalosos como Despojos, en el que relató su terrible divorcio, y de la exitosa trilogía que inició A contraluz, casi un atentado terrorista a la ficción más tradicional y flácida, Cusk dice sentirse liberada. Experimenta el subidón de llegar a una nueva ciudad, sin sospechar todavía los estragos del desarraigo, el papeleo interminable, la existencia de camareros imbéciles. Su calle es un desfiladero perfecto de luz y sombra al que llegará la penumbra durante una larga conversación vespertina, en la que Cusk alternará la gravedad intelectual y el pesimismo más jocoso. Su nuevo libro, Segunda casa (Libros del Asteroide), cuento moral sobre una mujer que duda entre un hombre bueno y otro malo, supone un regreso inesperado a un género en el que había dejado de creer: la ficción.
¿En qué momento decidió marcharse del Reino Unido?
Cuando entendí que nuestra realidad estaba siendo desmantelada. El Brexit es un acontecimiento ante el que cualquier persona con sentido cívico se siente impotente. Me pareció buena idea recuperar el control sobre mi destino, aunque solo fuera a escala individual. La tristeza que el Brexit provocó en mí, sumada a la edad que tengo, hizo que me viera en un punto de inflexión. Necesitábamos una aventura.
Ha dicho que nunca se sintió a gusto en el Reino Unido, que nunca le gustaron “ni el zoo ni el resto de animales”.
Mi familia es inglesa, pero yo nunca pertenecí a ese lugar. Yo venía de otro sitio, habiendo nacido en Canadá y crecido en Estados Unidos. Esa llegada tardía al país de mi familia siempre fue una fuente de tensión y de conflicto, aunque con el tiempo todo eso quedase enterrado en mi subconsciente. Ahora vuelvo a ser muy consciente de que nunca encajé allí, de que nunca fui una persona aceptable.
¿En qué sentido?
Mis libros nunca han gustado mucho en el Reino Unido. A la gente le parecen muy provocadores. Con el tiempo, he entendido que no era problema mío, sino de mi país: existe un desprecio mal disimulado por el intelectualismo, una aversión a la introspección y el autoexamen.
¿En París se siente más libre?
Los franceses me parecen más educados. El Reino Unido se está volviendo un lugar grosero y lleno de signos de decadencia. El metro de París es silencioso. En el de Londres te machacan con dos mensajes por megafonía: “Si ve algo sospechoso, avise a la policía” y “No se olvide de coger sus pertenencias al bajar del tren”. Mil gracias por recordármelo, de lo contrario me las hubiera dejado allí. Esa combinación entre infantilización y fomento de la desconfianza mutua es muy representativa de lo que vivimos allí.
“Antes, cuando volvías a Inglaterra, el reloj retrocedía una hora. Ahora ha retrocedido hasta 1973”
¿Ve soluciones a medio plazo?
El problema es que, en la lucha entre el 48% y el 52%, el segundo bloque siempre ganará, porque tiende a usar la violencia verbal e intelectual. Mi marido cree que en unos 15 años todo se habrá resuelto, porque la actual generación de líderes ya no estará. De momento, yo veo mucha resignación, una capacidad de adaptación que me da miedo. Se necesitarán protestas muy airadas para que las cosas cambien…
¿Qué contesta a quienes dicen que ese aislacionismo es cultural, que los últimos 50 años de relativa integración europea han sido solo una excepción?
Antes, cuando volvías a Inglaterra, el reloj retrocedía una hora. Ahora ha retrocedido hasta 1973. Una de las cosas que cambiarán es que el Gobierno ha dicho que volveremos a medir en libras y pulgadas, y no en kilos y centímetros. Me parece un síntoma del populismo más repugnante y descarado. Mientras tanto, la izquierda calla y sus votantes se resignan. No sé si algún día nos recuperaremos de lo que hizo Jeremy Corbyn. Con mi marido tenemos una lista de políticos a los que nos gustaría encerrar en la Torre de Londres. Corbyn forma parte de ella, pero la encabezan Boris Johnson, Jacob Rees-Mogg [líder de la Cámara de los Comunes] y Priti Patel [ministra de Interior]. Me procuraría un gran placer verlos en la cárcel.
Cuando ve la falta de suministros de gasolina y otros productos, ¿qué siente?
Creía que, cuando llegaran esas dificultades, los votantes del Brexit se darían cuenta de lo estúpidos que fueron. Pero no, ha sido al revés: su deseo de vivir en el pasado es tan fuerte que todo esto les recuerda a los tiempos de la guerra. Seguro que, si un día se aprueba un racionamiento, acabará siendo una medida popular.
Se lo pregunto porque veo cierto sadismo en algunas reacciones, como si se lo tuvieran bien merecido…
A veces me descubro pensando eso. Pero luego recuerdo quiénes pagarán por ello, que son sus hijos, y cambio de opinión. Seamos conscientes de que todo esto es el resultado de una estrategia política muy clara: si educas de forma insatisfactoria a la población, podrás controlarlos. Por eso no se subvenciona la educación pública y se perpetúa el privilegio de ciertas escuelas privadas. Es una estrategia a largo plazo para acabar con los intelectuales, con los medios de comunicación, con el pensamiento crítico. Con cualquier contrapoder.
¿Cambiará el Brexit la literatura?
Sí, yo creo que cambiará nuestra forma de escribir. Los literatos ingleses suelen escribir para atraer al centro. Así ha sido desde los tiempos de Charles Dickens y Jane Austen, que son autores muy queridos, pero que a la vez impusieron una representación muy estrecha de lo que somos. La industria editorial lleva décadas únicamente interesada en libros para los clubes de lectura de los programas matinales de televisión e ignora todo lo que no se ajuste a esa definición. Creo que eso va a cambiar. Veo surgir a un lector joven y sediento de argumentos discrepantes, de libros que no ocupen ese espacio de consenso que tanto ha abundado en nuestra literatura.
“Con mi marido tenemos una lista de políticos a los que nos gustaría encerrar en la Torre de Londres. Me procuraría un gran placer ver a Boris Johnson y Jeremy Corbyn en la cárcel”
¿Retrocederá la influencia del Reino Unido en el mundo?
Es inevitable que haya un declive cultural. Que el inglés sea la lengua dominante en el mundo no nos garantiza nada. En mi país existe un imperialismo que tendrá que cambiar. El resto del mundo se volverá menos tolerante con nuestro monolingüismo y nos exigirá un poco más de modestia y de curiosidad. En la literatura actual no solo existen Ian McEwan y Hilary Mantel. Hay muchos más autores que no reciben ninguna atención y que ni siquiera están traducidos. Yo creo que pasará algo parecido a lo que sucedió en Estados Unidos en los tiempos de Donald Trump. Lo peor es que no tenemos ningún líder a la vista. Faltan muchas más mujeres, por ejemplo. Sigue habiendo un inmenso desequilibrio a la hora de acceder al poder.
¿Cree que una mujer lo haría mejor?
No me atrevo a decir eso, porque ya hemos tenido alguna y ya vio lo bien que nos fue. Pero sí faltan más mujeres y más personas de distintos orígenes. Por ejemplo, los británicos negros tienen que levantar la voz. Solo un líder con una identidad radical podrá hacernos salir de esta. Otro abogado blanco de centroizquierda y vestido de traje nunca lo conseguirá. Creía que ya nos habíamos olvidado de Tony Blair, pero no…
En los últimos años había dicho que ya no creía en la ficción. En Segunda casa ha vuelto a ese género. ¿Ha recuperado la fe?
Quise recuperar la idea original de la narrativa como recreación, como máscara. La idea de ponerme un disfraz me pareció un paso adelante y no un paso atrás. Soy novelista y siempre he disfrutado de esos aspectos. Lo que no me interesaba era la novela que representa la vida doméstica y la cultura burguesa. La novela se metió en problemas cuando empezó a representar mundos ajenos al conocimiento y la experiencia personal de sus respectivos autores. Por ejemplo, escribir una novela sobre soldados de la I Guerra Mundial cuando tú ni siquiera habías nacido. Yo creo menos en la fantasía o el escapismo. Y no lo digo por la ciencia ficción, en la que a menudo hay más elementos personales y autobiográficos que en obras supuestamente realistas.
Entonces, ¿por qué dejó de lado la ficción para escribir su famosa trilogía?
La novela sería una forma de expresión particularmente pobre si, de vez en cuando, no pudiera ser inspeccionada, desmantelada y reconstruida. Eso es lo que traté de hacer. Ha existido una pasividad en el lector y también en muchos autores que ha provocado una gran insipidez de las formas narrativas. Me ulceran esos comentarios de lectores en Amazon que dicen que no les han caído bien los personajes. Como escritores tenemos la responsabilidad de volver a hablar de seres que no entendemos y de comportamientos que no aprobamos.
¿Se han acabado para siempre sus escritos en primera persona, como dijo hace unos meses?
No sé si volveré a hablar de mí misma con la misma transparencia que en el pasado. Es un momento histórico bastante difícil para exteriorizarse. Debes pensarlo muy bien cada vez que lo haces. Cada vez que escribo me pregunto si es necesario hacerlo o no. En la literatura actual necesitamos dejar espacio y oxígenos para representar cosas e ideas nuevas, y que otros autores se encarguen de hacer esas representaciones. Que salgan otros perfiles para hablar de cosas que no han sido bien representadas, y que lo hagan con nuevos estilos e ideando nuevas frases, dejando de usar oraciones desgastadas y combinaciones cansinas de palabras. En cada frase de un libro detecto un mínimo de cuatro clichés. Los autores que han aprendido el inglés como segunda lengua no lo hacen. Dejémosles espacio.
¿Qué cosas cree que la literatura ha representado mal?
Incluso en mi mundo blanco de clase media hay muchas verdades veladas sobre la feminidad que requieren un examen más detallado y un reflejo más honesto. Mi libro sobre la maternidad [A Life’s Work, inédito en España] sigue escandalizando 20 años después de escribirlo. Existe una gran negación de la experiencia femenina en la literatura. Mi carrera nunca se recuperó del hecho de escribir de manera honesta sobre la maternidad o el divorcio.
“Existe una gran negación de la experiencia femenina en la literatura. Mi carrera nunca se recuperó del hecho de escribir sobre la maternidad o el divorcio de manera honesta”
El éxito le llegó relativamente tarde y con su libro más difícil: una novela experimental, hecha de conversaciones inconexas y en la que no sucedía prácticamente nada.
Así lo veía yo, pero luego entendí el motivo de ese éxito. Lo que intenté hacer con A contraluz y con toda la trilogía a la que ese libro dio comienzo fue apartar mis opiniones de lo que escribía. Entendí que eran mi voz y mi visión de las cosas las que provocaban un problema y una reacción iracunda. Tuve que borrarme a mí misma. Escribí libros que no se peleaban con el lector. Por eso gustaron. La verdad es que no sé si mi trabajo volverá a ser provocador…
¿Por qué lo dice?
Hasta ahora había escrito sobre situaciones universales: tener una hija de dos años o someterse a un divorcio doloroso son cosas en las que mucha gente se puede reconocer. Nunca me ha interesado presentarme como un ser único en el mundo. Si me pasara algo totalmente extraordinario, no lo escribiría, porque no tendría el más mínimo interés; solo me interesa lo que es ampliamente compartido. Y no sé si lo que vivo ahora reúne esas características. Me encuentro en una edad difícil. Cuando escribe sobre ella un hombre noruego de mediana edad y enfadado con el mundo, todo el mundo aplaude, pero no sé qué pasaría si lo hiciera una mujer. Es un momento en el que tus hijos se alejan y pierdes a tu familia. El organismo activo que solía ser la familia ya no existe. Solo quedan recuerdos.
¿Y no piensa escribir sobre un tema tan mayúsculo?
Lo estoy intentando. A ver cómo me queda.
“Mis libros empezaron a gustar cuando dejaron de pelearse con el lector. Tuve que borrarme a mí misma. No sé si mi trabajo volverá a ser provocador”
La moraleja de Segunda casa es que tener aspiraciones artísticas solo nos lleva camino a la perdición. ¿Lo ve así?
Presento una oposición entre dos hombres. Uno cuida de su jardín, de su mundo y de sí mismo, y el otro, un artista, busca la verdad y trata de entender quién es.
Es curioso que idealice al buen marido que crea un sistema de riego para el jardín y no al pintor torturado y tóxico, habiendo estado casada con dos artistas…
Bueno, en realidad solo con uno, mi actual marido. El primero solo decía que lo era, pero era una fantasía suya…
En cualquier caso, ¿por qué prefiere al jardinero y no al pintor?
Los artistas suelen ser gente dañada y rota por dentro. Su parte más peligrosa es el ego, que se parece bastante al ego de una madre. Quería hablar de esa generación de artistas que, con todo su privilegio, crearon una gran destrucción a su alrededor. En las artes visuales se manifiesta el terror puro de la distinción histórica entre hombres y mujeres. En la literatura se ve mucho menos, porque los escritores son más aburridos o, por lo menos, más burgueses. Si hubo un problema en los escritores del siglo XX fue el de no sentirse suficientemente machos. Hay algo muy femenino en el hecho de escribir: uno se sienta en una silla y fantasea con historias, lo que explica el comportamiento de Hemingway o Norman Mailer. En nuestro siglo, esa inseguridad se ha visto sustituida por una obsesión por el dinero, el éxito y la atención. Hoy ya no hace falta irse a practicar la caza mayor en África para sentirse macho. Existen todas esas otras cosas.
Dice que su carrera nunca se recuperó de las críticas devastadoras contra Despojos. ¿Se recuperó usted del divorcio que describía en ese libro? Hay frases en Segunda casa que vuelven a tocar el mismo tema.
Es verdad. Cuanto mayor te haces, más vueltas le das a las mismas cosas. Ya no hay una fuerza de propulsión que te lleve hacia delante. Por otra parte, no sé si uno puede superar algo como un divorcio. Lo bueno de ser escritora es que puedo construir algo nuevo a partir de lo que he perdido. Cuando una experiencia dolorosa te amputa un brazo y pierna, logras construirte una nueva extremidad. Todavía estoy en ese proceso. Así que, por contestar a su pregunta, sí, todavía estoy triste.
“Tiene 41 años, la edad en la que la vida emerge del pasado como si se desprendiera de un molde y o es sólida, toda de una pieza, o no logra mantener la forma y se desintegra”, escribió en Las variaciones Bradshaw. ¿Cómo sabe uno si el pudin le ha salido bien?
¿Se está acercando a esa edad? Pues pregúntese si se está expandiendo o contrayendo. Esa es la cuestión.
Pues no sé qué decirle…
Bueno, no se preocupe. El otro día me dijeron que los 51 eran los nuevos 41.
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