Nueva vida: los ‘biobots’ ya son capaces de autorreproducirse
Los robots biológicos son organismos multicelulares de un milímetro con capacidades asombrosas.
Se ha destapado la caja de Pandora. Hace tan solo un año se anunciaba la creación de los xenobots, una mezcla entre robot y microorganismo o, lo que es lo mismo, robots biológicos, una nueva forma de vida que se caracteriza por ser programable. Estas máquinas vivientes elaboradas a partir de células embrionarias de una rana fueron inventadas por un equipo de investigación estadounidense formado por Michael Levin, Douglas Blackiston, Josh Bongard y Sam Kriegman, dos biólogos y dos expertos en robótica respectivamente. Desde el pasado mes de noviembre, una nueva versión de esta vida artificial, los xenobots 2.0, permite que ya sean capaces de autorreplicarse. Un superordenador en la Universidad de Vermont se ha encargado del rediseño y los resultados que se han publicado en la prestigiosa revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) están causando estupor en unos y admiración en otros. “Se trata de células de rana que se replican de una forma radicalmente diferente a como se replican las ranas. Ningún animal o planta se replica de esta forma”, resalta Sam Kriegman subrayando lo que supone un hito en la historia de la vida artificial.
Los xenobots no corresponden al imaginario que tenemos de los robots hasta ahora. No lucen ni como C-3PO ni se parecen a R2-D2. Tampoco a humanoides como Sophia o Ai-Da, la robot artista. Son organismos multicelulares de un milímetro que por su forma se parecen al comecocos de Pac-Man (el famoso videojuego de los ochenta). Quizá por eso producen más desconfianza; al ser mucho más pequeños, pueden resultar más difíciles de controlar. Estos nuevos seres vivos tienen además algo de memoria, pueden autocurarse y moverse de forma autónoma, y son capaces de organizarse en grupo sin ningún tipo de instrucción externa. Hay quien lo ve como una amenaza; otros, como una oportunidad. “Estas máquinas vivientes de tamaño milimétrico, que están contenidas en un laboratorio, son fácilmente extinguibles y son examinadas por expertos en ética, no son las que me quitan el sueño. El peligro está en la próxima pandemia, la contaminación, la intensificación del cambio climático”, aclara Josh Bongard, de la Universidad de Vermont, otro de los investigadores.
El abanico de posibles usos de estos biobots abre las puertas a todo un mundo de esperanza y posibilidades. Al ser programables, podrían llevar a cabo tareas muy útiles, como limpiar zonas contaminadas o recoger los microplásticos que hay en el mar, y después se desintegrarían en el medio ambiente sin dejar rastro, ya que son además 100% biodegradables. Podrían tener también una función crucial en la medicina regenerativa, ya que los biobots elaborados a partir de nuestras propias células podrían usarse en el cuerpo eliminando la necesidad de cirugía, ayudar en el tratamiento de enfermedades como el cáncer, problemas de nacimiento o incluso tratando el envejecimiento natural. “Todos esos problemas existen porque no sabemos cómo predecir y controlar qué grupos de células se van a construir. Los xenobots son una nueva plataforma para enseñarnos”, aclara Bongard. Este imaginario no es nuevo. Ya lo anunciaba hace 10 años Craig Venter, el biólogo estadounidense que se convirtió en la primera persona capaz de decodificar el genoma humano y que en 2010 creó la primera célula artificial.
Pero ¿qué tipo de regulación existe para controlar los avances de la biología sintética y los problemas derivados que pueden surgir como consecuencia? Importantes cuestiones éticas empiezan a formularse con fuerza en un mundo cada vez más caótico.
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