La vida secreta de los libros
El caso más famoso de dedicatorias sin arrancar es el del escritor Paul Theroux y acabó con su amistad con V. S. Naipaul | Columna de Rosa Montero
Escribo esto mientras empieza el Mundial de Qatar. Aunque los deportes me gustan, detesto el fútbol, justamente por todas sus marrullerías millonarias y antideportivas, como, por ejemplo, esta vergüenza catarí. En la web de encuestas Statista compruebo que hay un 18% de españoles que, como yo, no ven jamás ni un solo partido (datos de 2018). Me parece una cifra muy alta: yo creía que el forofismo de este país era absoluto. Más aún: hay otro 25% que sólo ven algún partido muy de vez en cuando. El resto del personal sí está abducido: hay un 19% de apasionados y un 37% de buenos aficionados. En total, más de la mitad de la población (56%), pero tampoco es para tanto.
Luego he mirado los índices de lectura. El 34% lee todos los días, y el 19% lee una o dos veces a la semana, que es bastante. Suman 53%: no quedamos muy lejos. Y podríamos añadir un 7% que lee alguna vez al mes. Con esto subiríamos al 60%. El resto es desastroso: un 4% sólo lee una vez al trimestre, y un 36% no lee nada (datos de 2021). Cierto, debemos mejorar esa estadística, pero no está tan mal. Sobre todo, comparada con el omnipresente fútbol.
Así que he decidido atrincherarme en la resistencia frente a Qatar y dedicar este artículo a los libros. En concreto, a cierto aspecto curioso de las muchas vidas que tienen los libros. Verán, hace unas semanas pedí por internet algunos ejemplares de una novela mía traducida al inglés, porque me había quedado sin ella. Hoy me ha llegado una de las copias. Es de segunda mano y lleva una dedicatoria que dice: “Marisa, I hope you find this novel compelling! Adrienne” (¡Espero que encuentres esta novela atractiva! Adrienne). Se ve que Marisa no encontró nada, porque vendió el libro. O, quién sabe, quizá tuvo que mudarse y desprenderse de su biblioteca, aunque me extraña que no haya arrancado la página de la dedicatoria antes de desechar el ejemplar. Por respeto a Adrienne, quiero decir, porque ni quien la regaló ni quien la recibió pudieron imaginar que acabaría en mis manos tras dar la vuelta al mundo como la botella de un náufrago.
Atesoro un libro de bolsillo que compré en 1980 en un tenderete callejero al sur de Inglaterra. Es un ejemplar en inglés de Lolita, de Nabokov, y su estado es bastante cochambroso. Pero tiene una dedicatoria que dice: “To Maurice with Love, Pam. Christmas 1959″ (Para Maurice con Amor, Pam. Navidad 1959). Y el dibujo de un pequeño corazón con una estrella de cinco puntas dentro. Estas palabras me llenaron la cabeza de suposiciones. Quizá Maurice nunca le hizo el menor caso a Pam. O quizá entonces se amaban, pero luego se odiaron y arrojaron los regalos a la basura. O puede que Maurice muriera y de ahí que este ejemplar, con todas sus letras y toda su orfandad, saliera de nuevo a recorrer el mundo. Porque sigo creyendo que una persona sensata debería destruir la dedicatoria antes de revender su libro. En cualquier caso, ¡qué Navidad debió de ser para Maurice y Pam aquella de 1959, hoy sepultada entre las sombras!
Lo de las dedicatorias sin arrancar tiene su miga. El caso más famoso es el del escritor Paul Theroux y acabó con su amistad de más de 30 años con el premio Nobel V. S. Naipaul. Paul lo idolatraba y lo consideraba su maestro, hasta que un día encontró, en una librería de viejo, todos los ejemplares de sus obras, que él había ido regalando y dedicando amorosamente a Naipaul durante décadas. Fue una traición que no le pudo perdonar (y una cochinada de V. S., que sin duda dejó la dedicatoria para que le pagaran más). Theroux lo cuenta en La sombra de Naipaul, un texto que es una venganza fascinante. Hay otros casos de libros desdeñados, como el que recoge Cansinos Assens en La novela de un literato. Explica Cansinos que, en la famélica bohemia española de los años veinte, los escritores solían revender a toda prisa los libros dedicados que les regalaban sus colegas para poder comer algo. Y dice: “¿No era ya famosa aquella frase del grave Antonio Machado al recibir Sol de la tarde, de Martínez Sierra [hoy sabemos que era de su mujer, María Lejárraga]: Sol de la tarde, café de la noche?”. Ya ven, los libros son así: hay tanta vida secreta y bulliciosa entre sus páginas.
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