Jean Arnault, el heredero de 25 años que marca los tiempos en el imperio Louis Vuitton
Al frente de la relojería de la casa francesa, el hijo menor de Bernard Arnault da un triple (y lujoso) salto mortal con la nueva colección Tambour, una declaración de ambición empresarial y de amor a la artesanía y a la mecánica
A Jean Arnault (París, 25 años) le apasiona la mecánica. Por eso es significativo que la epifanía que ha determinado su carrera profesional le llegara precisamente a bordo de un vehículo motorizado. “Estudié ingeniería mecánica porque siempre me han apasionado los motores de coche y de avión. Mi primera pasión fue la fórmula 1, por eso decidí estudiar ingeniería mecánica en Londres”, recuerda. “Tuve la suerte de pasar una temporada en McLaren y tomaba el tren para ir a Woking, a la sede de la escudería. Durante el trayecto, empecé a leer blogs de relojería, a interesarme por sus detalles mecánicos, por su diseño. Y ya no pude desengancharme”.
El hijo menor de Bernard Arnault, el fundador del gigante del lujo francés LVMH, había descubierto su vocación. Y estaba en el lugar adecuado para desarrollarla. Desde 2021 Jean Arnault es director de relojes de Louis Vuitton, una división de negocio que hasta hace años era minoritaria en la firma de lujo, pero que acaba de dar un golpe en la mesa para mostrar sus cartas. El pasado julio, en una presentación en el Museo de Orsay, escenario de tantas revoluciones artísticas —y, por cierto, sobre el telón de fondo de su enorme reloj mecánico—, Jean Arnault presentó pletórico su primer gran proyecto: un reloj, pero también un gesto de tabula rasa. El nuevo Tambour toma el nombre de sus predecesores, llamados así por el perfil abombado y voluminoso de la caja, pero es totalmente nuevo y viene para sustituir a todos los demás. “Es el lanzamiento más importante que hemos tenido en la relojería de Louis Vuitton desde 2002″, afirma Arnault. “No solo por el producto, sino por todo lo que lo rodea. Sobre todo, el hecho de retirar el resto de las colecciones es un gesto importante para la marca. La reflexión subyacente es que, si lanzamos un reloj con este precio, con esta calidad y esta atención a los detalles, no podemos tener dos o tres niveles de calidad distintos en la misma colección”.
En un sector marcado por la obsesión por el archivo, donde las principales marcas cuentan con varias líneas simultáneas, modelos longevos y actualizaciones paulatinas para distintos públicos, la apuesta de Arnault para la relojería de Vuitton es un triple salto mortal: a partir de ahora, los anteriores modelos Tambour desaparecen para dar lugar a una nueva generación de modelos mecánicos unisex que conservan la esencia de la colección, pero suben la apuesta, los precios y la coherencia interna. “A diferencia de un avión o un automóvil, en un reloj no hay restricciones de seguridad o regulación, y eso nos permite ser mucho más libres y creativos”, desarrolla Arnault. “Más que cualquier objeto, un reloj funciona si es un todo. Es decir, es una buena caja con un buen monumento y un buen brazalete. Todo a la vez. Y creo que lo hemos logrado”.
Las imágenes de la campaña muestran el reloj en combinaciones monocromas que subrayan esa coherencia: en acero con esfera gris, o en oro amarillo con esfera blanca, como lució Leo Messi en la ceremonia del Balón de Oro en octubre. La colección inaugural ofrece pocas variaciones porque lo fundamental es un diseño de alta precisión. Arnault llama la atención sobre detalles apenas perceptibles pero fundamentales, como los cinco primeros eslabones del brazalete. “En ellos hay un estrechamiento para que se adapte mejor a la muñeca”, explica. “Teníamos dos opciones: hacerlo de forma escalonada, con líneas rectas que cambian de ángulo gradualmente, o con una especie de curva continua. La diferencia neta es de 0,1 milímetros entre ambas opciones, pero del 30% del precio. Y hemos elegido la opción curva porque nos permitía un diseño más armónico. Jugamos a ese nivel”.
La apuesta de Arnault no es un movimiento obvio, sino un órdago para reposicionar a Louis Vuitton como una relojera de nicho. Los precios lo confirman (19.500 euros para el modelo más sencillo), pero también los métodos de trabajo. La Fabrique du Temps, la manufactura relojera de la casa, es el lugar donde se desarrollan estos procesos artesanales, otra rareza. “Cuando empecé a interesarme en la relojería pensaba que todas las marcas funcionaban igual, con relojeros que hacían los relojes de principio a fin. Pronto me di cuenta de que no, de que la mayoría de las firmas funcionan con cadenas de montaje, como en la industria del automóvil. En cuanto llegué a Louis Vuitton, vi que el método de producción y las técnicas eran verdaderamente artesanales. En nuestros talleres, un mismo relojero ensambla cada reloj de principio a fin. ¡Casi podría firmarlo! Es algo único. Llevamos la artesanía al límite, y eso no siempre es eficaz en términos económicos”.
Al hablar de sus referentes, Arnault cita a Roger Federer, su ídolo de infancia. “Parece una respuesta sencilla, pero el tenis me apasiona desde niño. Y admiro a Federer no solo por sus éxitos, sino por sus derrotas. Ha tenido momentos de debilidad, pero el modo de gestionar esas derrotas siempre me ha impresionado. Es un tenista que siempre regresa, siempre intenta otro Grand Slam”. Su apuesta por posicionar a Louis Vuitton en la cumbre de la relojería es también una declaración de resiliencia que le viene de familia. “Mi padre siempre me ha repetido lo mismo: que, si el producto es bueno, los resultados llegarán. Antes de entrar en Vuitton no tenía la visión para comprenderlo, pero ahora lo entiendo. Con el nuevo Tambour no esperamos resultados impresionantes de forma inmediata, porque claramente es un movimiento grande. Pero algún día los coleccionistas y nuestros clientes se darán cuenta de que estos productos son excepcionales, de que no hemos hecho concesiones, y empezarán a entender la filosofía que hay detrás”.
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