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Francesco Risso: el creador radical que no separa las colecciones por género

Al frente de Marni, el diseñador italiano trabaja diseña obviando las tendencias, en comuna y con las manos manchadas de pintura

Francesco Risso
Francesco Risso, director artístico de Marni.Marni / Francesco Risso

En las oficinas de Marni, cerca del aeropuerto milanés de Linate, se respira una calma poco común. Quedan menos de dos días para que la firma presente su próxima colección, pero Francesco Risso (Cerdeña, 41 años), su director artístico, charla animadamente con los modelos mientras les prueba las prendas y hace los últimos retoques. La mayoría ha trabajado con él a lo largo de los seis años que lleva en la enseña, algo también poco común. “Aquí todo es un intercambio, no sería quien soy ni haría lo que hago sin la gente que trabaja conmigo. No solo los modelos o el equipo de diseño. Aquí componemos hasta la música juntos”, explica el diseñador, quien, además de ponerse a tocar el violonchelo en uno de sus últimos desfiles, lleva varias temporadas trabajando mano a mano con el músico Dev Hynes para componer vanguardistas bandas sonoras. El director artístico Babak Radboy, agente del éxito viral de la marca neoyorquina Telfar, o la coreógrafa Sharleen Chidiac son también responsables de que Marni hoy sea una de las marcas más radicalmente creativas del panorama. Pero a Risso no le gusta hablar de comunidad: “Es una palabra que en la moda se está explotando demasiado; ya hasta suena a reunión de negocios”, dice. “Nosotros somos gente real, que discute y debate para sacar adelante las cosas”.

Lo cierto es que Risso siempre ha buscado esa especie de comuna creativa a través de la que expresarse. Sus primeros años los pasó junto a su familia viviendo en un barco y viajando por el mundo; después se asentó en Génova con su abuela, sus padres y sus cuatro hermanos, procedentes de los dos matrimonios anteriores de sus progenitores: “Éramos una familia muy ruidosa y siempre estábamos acogiendo gente en casa. Pero mis hermanos son mucho mayores que yo, así que busqué mi propio mundo en aquellos años”. Su abuela Licha, una reconocida sastra genovesa, fue quien le enseñó a coser. “Desde pequeño empecé a hacerme mis propias prendas, ni siquiera quería ser diseñador, pero ese era mi modo de enfrentarme al mundo”, rememora. Poco a poco fue construyendo su identidad a través de las piezas que se diseñaba, customizaba o compraba de segunda mano. “De niño ya era muy femenino, pero, fuera de mi casa, donde siempre hemos sido muy libres, me rodeaba de un entorno un tanto conservador. Me resultaba muy complicado adaptarme a la sociedad, así que moldeé mi propio mundo, mi propia forma de expresarme. Poco a poco fui conociendo a gente como yo, gente que me ha ayudado a ser quien soy, algunos ahora forman parte de Marni”, explica.

Tras pasar por varias marcas italianas, en 2005 Risso comenzó a trabajar en Prada; allí se encargó de las colecciones de mujer y los proyectos especiales, donde el trabajo “mezclaba el cerebro con la mano”. Desde que en 2016 Renzo Rosso, el dueño de OTB (el holding que posee Marni, Margiela, Jil Sander y Diesel, entre otras), lo eligiera director artístico de Marni, Risso y su colectivo han podido dar rienda suelta a esa creatividad que trasciende tendencias y dinámicas de mercado. Confiesa que en su armario apenas hay prendas que no haya personalizado él mismo y es ese mismo espíritu el que lleva trasladando a la enseña desde hace ya ocho años: “Aquí no cosemos, remendamos. No hacemos estampados, pintamos, pegamos, grapamos… Es un modo de devolver la pureza a lo que hacemos, y una forma práctica de llegar a tener ideas entre todos. De hecho, para la colección que están preparando en el momento en que se realiza esta entrevista, él y su equipo han forrado de blanco paredes y ventanas y han sacado de las oficinas cualquier elemento que pueda contaminar el proceso creativo. “Es un intento de no dejarnos llevar por nada, de empezar de cero, dejar atrás estructuras e ideas manidas y probar qué sale de un lugar en el que no hay referencias”.

El primer desfile de Risso, en 2017, fue bastante criticado. Era de esperar. Casi desde su creación, en 1994, Marni se convirtió en una enseña de culto, y su fundadora, Consuelo de Castiglioni, en una especie de prescriptora mundial casi al nivel de Miuccia Prada. Sus prendas de colores primarios, sus mezclas audaces de estampados y sus accesorios geométricos eran (y son) el fondo de armario de la burguesía intelectual. A Risso le ha costado desembarazarse de ese pasado. “Yo soy un gran fan de Consuelo, pero es cierto que la estética estaba muy ligada a cierto tipo de gente, sí. Quiero pensar que ahora es para todo el que quiera llevarlo, que significa cosas distintas para gente distinta. Ha sido un viaje largo y muy interesante, hemos explorado diferentes campos creativos, la danza, la música…, para convertirlo en una especie de colectivo creativo y diverso”, opina. Los colores y los patrones geométricos siguen ahí, pero no siempre. A diferencia de a la mayoría de sus colegas de profesión, a él no le interesa un estilo concreto, sino una prenda concreta. “Tengo una gran colección de ropa vintage, no ropa de lujo, sino prendas que he ido comprando, que me han ido dando amigos o que tengo desde que era un niño. Las guardo y las uso porque para mí cuentan historias, tienen vida propia. Ese es el verdadero poder de la moda: usar ciertos trajes casi como un escudo porque significan algo para quien los lleva, sea la prenda que sea. Por eso en Marni nos gusta mancharnos las manos, cortar la tela, usar pegamento… Queremos que signifique algo para alguien. Yo no quiero que mis diseños estén en los museos, quiero que estén en las calles”. Y, al parecer, lo está consiguiendo. Aunque OTB no está obligado a desgranar la facturación de sus marcas una a una, cuando presentó los resultados del grupo en 2023, a principios de este año, Renzo Rosso afirmó que Marni había crecido un 8,6 % respecto al ejercicio anterior. Solo en los últimos 12 meses, han abierto 16 puntos de venta, más de la mitad en Asia, y acaban de renovar por 20 años su acuerdo con Coty para producir fragancias.

Francesco Risso pasó su infancia junto a su familia viviendo en un barco y viajando por el mundo. Hoy se define como un nómada.
Francesco Risso pasó su infancia junto a su familia viviendo en un barco y viajando por el mundo. Hoy se define como un nómada.Sergio Cattivelli (Marni)

El viaje de Francesco Risso parece estar dando sus frutos, quizá porque no es solo mental, también físico. Tras la pandemia, el diseñador decidió trasladarse con su entorno de músicos, artistas, bailarines y modelos a las distintas capitales que representan los principales mercados de la marca. Han abandonado Milán (a la que han vuelto solo para esta temporada, que marca el 30º aniversario de la firma) para desfilar en Nueva York, Tokio o, más recientemente, París. “Me gusta la idea de ser una marca nómada. No utilizamos las ciudades solo como escenario, intentamos hacer algo que tenga que ver con su cultura, que conecte con la idiosincrasia de su gente. Si elegimos París para la última colección fue también por una cuestión práctica. Muchos invitados no pueden ir al resto de los sitios, pero siempre van allí a los desfiles, aunque seguiremos viajando las próximas temporadas. En mayo, por ejemplo, haremos un evento en Shanghái”, explica. Pero el pragmatismo de desfilar en París, con clientes y prensa reunidos, no le quitó ni una pizca de romanticismo a la propuesta. La colección se presentó en la antigua residencia de Karl Lagerfeld, en la calle de L’Université, porque, cuando era un adolescente, el diseñador se encontró al creativo alemán mirando por la ventana de su casa. En ese mismo viaje, visitando a una amiga, Risso se enamoró por primera vez en una fiesta, y anduvo por las calles de la ciudad buscando a aquel chico, del que ahora solo recuerda su olor. “Eso me llevó a pensar en los flâneurs, en los paseantes parisienses. De ahí pasé a la larga tradición de la ciudad por tomar las calles para luchar por sus derechos. Y al mismo tiempo me di cuenta de que en París siempre pasan cosas misteriosas de puertas para dentro, en esas increíbles casas del centro que solo se abren para pequeños círculos. Así que esa contraposición me llevó a mezclar la idea del uniforme urbano con la de la artesanía”, relata. Trajes de rayas y cuadros que no están estampados, sino tejidos a mano, conviven con prendas en las que las flores en tres dimensiones parecen seguir abriéndose con el movimiento; hay volúmenes desproporcionados que se acercan a la escultura y piezas fluidas que se pegan al cuerpo.

Hace cuatro años que Risso no presenta desfiles separados por género. Pese a que la línea masculina ha ido cobrando más importancia, prefiere no distinguir las propuestas. La idea, y casi la ropa, es la misma. Él mismo tampoco las distingue en su armario. “Marni es una forma de expresarse, seas quien seas. Me gusta verlo como un lenguaje”, afirma. La diversidad aquí ni siquiera se cuestiona. “Es otra palabra de la que se abusa actualmente. Esta es simplemente mi realidad, con la que he crecido y con la que ha crecido mi gente”, dice. Esa gente que sigue pintando con las manos y jugando con cada objeto que encuentran, porque, aunque ahora trabajen para una gran marca de moda, su talento reside en que no quieren dejar de ser niños.

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