Dentro de las fiestas Bresh: el jolgorio del rosa y las fotos de Instagram en más de 190 ciudades de 25 países
Eventos teñidos de todos los tonos de rosa imaginables, los dulces y lo ‘instagrameable’, triunfan entre jóvenes y famosos. Asistimos a dos de ellos en Madrid y en Ibiza, en el arranque de su temporada en la mítica discoteca Amnesia
Bresh ya era rosa antes de que Barbie lo pusiera de moda. Sus creadores la llaman “la fiesta más linda del mundo”, y realmente lo es. Pero lo más indiscutible es que es la fiesta del momento. Ya ha recorrido 190 ciudades, tiene presencia en los festivales más importantes del mundo, es la animadora oficial de los Premios Grammy Latinos y la fiesta favorita de Leo Messi. Esto último les llena de orgullo, pues los responsables de todo esto son argentinos.
No hay duda de que los tiempos han cambiado. Estos eventos, que tienen como mascota oficial un osito de peluche rosa llamado Breshito, han sido concebidos por un grupo de pibes. Un grupo de pibes que se juntó para hacer una fiesta y les salió un imperio multinacional. “Para mí la Bresh es un movimiento cultural”, explica Nicolás Fernández, director general de la empresa. “Es el vehículo que encontramos para aportar nuestro granito de arena a la sociedad, para transmitir una serie de valores y forma de ver la vida”.
¿Cuáles son estos valores? ¿Qué es la filosofía del Bresh? Algo muy propio de estos tiempos: el cuidado. Se han propuesto cambiar el paradigma de la fiesta. No más porteros que te traten mal al entrar. No más peleas, ni chicas sintiéndose acosadas. No más oscuridad innecesaria. Dejar de sentir la discoteca como un lugar hostil. ¿Lo consiguen? Desde luego, empeño le ponen. No solo eso. Han admitido darnos vía libre, acceso total y transparente para asistir a dos fiestas: la primera, en la sala La Riviera de Madrid, y la segunda, en la inauguración de la temporada en la discoteca Amnesia de Ibiza.
En el contexto de una discoteca, el máximo grado de libertad se obtiene con una pulsera de worker (empleado). Con una pulsera de worker uno puede, para empezar, entrar por la puerta de carga. A las once de la noche del viernes, La Riviera ya luce bien rosa. Todavía hay grúas y algunos operarios dando unos últimos retoques, y un infatigable acento argentino de fondo. El rosa es rosa chicle, rosa fucsia, rosa fresa, rosa bebé, si es que ese tono existe. Hay osos de peluche rosas colgados del techo, cerezos rosas, neones rosas, espejos rosas, globos rosa pastel, y rosa Bresh. ¡Hay Bresh, dios mío, por todas partes!
Ha venido Pablo Solberg, el director de la Bresh en Europa. Tiene poco más de 30 años y ninguna pinta de empresario, en parte porque no lo es. Solberg es escritor. Ha publicado una novela llamada La vida de los cangrejos. Le inspiran Proust y Mallarmé. Pero cuando no es novelista su misión es expandir la Bresh en el Viejo Continente. Empezaron por Madrid en junio de 2016, después por Barcelona. En ambos hicieron sold out desde la primera fiesta. Ahora su objetivo es pasar por todas las comunidades españolas. “La Bresh calzó perfecto en España desde el minuto cero”, afirma. “Ha coincidido con un momento en el que artistas argentinos como Bizarrap, Duki o Nathy Peluso son muy populares acá”.
Solberg asistió a la primera Bresh, celebrada hace ocho años en Niceto Club, un local de Buenos Aires. Quien puso la primera piedra de todo este proyecto fue el cantante Jaime Martín James, conocido artísticamente como Louta. Todos eran más o menos del mismo grupo de amigos. Se conocían de haber estudiado juntos en un colegio del barrio de Villa Crespo. “Clase media común, nada muy especial”, comenta Solberg. Louta alquiló un local para presentar su disco y, al final, terminó organizando un sarao. “Llevó a ese local el tipo de festejo que hacíamos en casa”, recuerda Solberg. “El objetivo era hacer una fiesta que estuviera buenísima, sin esa cosa medio extraña, medio oscura”.
Como la primera fue bien, hicieron una segunda. Después otra, hasta que lo vieron claro: “Acá hay algo”. En poco tiempo, saltaron a otras ciudades argentinas: Córdoba, Rosario, Mendoza. Nada les podía detener, ni siquiera la llegada de la covid-19 en 2020. Hicieron eventos en streaming y congregaron hasta 80.000 personas con cubatas en el salón de su casa. “Terminó la pandemia y nos dimos cuenta de que la Bresh había crecido muchísimo”, relata Solberg. Empezaron a expandirse a otros países, y ya van por 25 y un total de 190 ciudades. “Es un fenómeno digno de estudio”, sostiene.
Cuando dan las doce de la noche, La Riviera abre sus puertas. Uno espera un golpe teatral como el que da inicio a las rebajas en los centros comerciales, pero la apertura es tan natural que al principio los primeros visitantes se confunden con trabajadores. Desde la organización insisten una y otra vez: “Para nosotros la bienvenida es fundamental”. Por eso ponen a dos animadores en la puerta entregados al entretenimiento de un modo muy enfático. El problema es que antes de llegar a ellos, uno debe pasar por los porteros de siempre. Que se lo digan a un chico que llora desconsoladamente en la puerta porque alguien ya ha pasado el código QR de su entrada y no le dejan entrar. “Esa entrada ya está pasada, punto”.
Dentro, la atmósfera cambia. Para empezar, dan muchísimas cosas. ¿Quieres un caramelo? Naturalmente, uno quiere un caramelo. ¿Un algodón de azúcar? Ya lo creo que sí. ¿No querrás también palomitas? Por favor, tengo un hambre de morirme. Ya con la tripa llena, y la sala medio vacía, es posible pasear apaciblemente, como si se estuviera en una calle de París. El público es heterogéneo, aunque predomina la gente muy joven. Van vestidos normales, que no es lo mismo que ir normie. Tampoco está lleno de modernos este sitio. Se respira buen rollo. No parece que estos jóvenes vayan a hacer la revolución esta noche, pero se lo están pasando bien.
Cuando se llena la sala se ponen más serios con la música, dentro de que la música en la Bresh es la antítesis de la seriedad. Uno de los principales artífices del ambiente y el sonido es Pablo Monti, el director creativo. Hasta hace poco también pinchaba, pero se ha retirado de las bandejas debido a la excesiva carga de trabajo. ¿Cómo define el estilo musical de Bresh? “Es una oda a la historia de la música, con cierta raíz urbana”, responde Monti. “Uno de los lemas de la fiesta es hitazo tras hitazo. Podés escuchar a Britney Spears, a Beyoncé, según la noche podés escuchar a Nirvana. Distintos ritmos que fueron hits en algún momento de la historia de la música”, explica.
Aunque Monti ya no pinche, sigue siendo quien forma a los dj’s. Una de las peculiaridades de Bresh es que no contrata a pinchadiscos profesionales; los forma desde cero, como si fueran canteranos. “Necesitamos una hoja en blanco. No porque sea difícil poner música en Bresh, sino porque nuestro estilo es, a veces, intencionalmente desprolijo”, explica. Normalmente, el disc jockey teje una narrativa a través de su set, hay una cohesión y fluidez entre canciones. En la Bresh es distinto: “Nos interesa el impacto. Cambios bruscos. Algo que genere el grito. Los chicos tienen que ser muy histriónicos, tienen que bailar y actuar. Por eso unos eran actores, otros eran bailarines, y otros, como yo, era gente sin vergüenza”.
El aforo de la sala se completa: 2.500 personas, que han pagado alrededor de 25 euros, precio estándar para ser Madrid. Esta noche hay algún actor, algún influencer, pero en general poca cosa. También hay quien ha venido a hacer contactos. “Aquí se cuece el dinero, bro”, asegura un joven barbero llamado Jorge. “Por 10 euros voy a tu casa y te corto el pelo como quieras”.
En Japón surgió el término insta-bae (una combinación de las palabras Instagram y haeru, que significa “brillar”) como adjetivo que describe algo que puede funcionar bien en Instagram. La Bresh es extremadamente insta-bae. Parece haber un esfuerzo consciente por hacer de cada rincón un buen lugar en el que hacerse una foto. La mejor prueba de ello es que el fotógrafo de este reportaje batió esta noche su récord de fotos tiradas en una sola tanda: más de 5.600.
¿Cómo se explica el éxito de la Bresh? No es la única fiesta con estas dimensiones globales. En España mismamente existe Elrow, una franquicia creada por la familia Arnau, también fundadores del festival de música electrónica en el desierto de Monegros, que tiene residencias en Ibiza, Madrid, Londres, Dubái, Las Vegas o Ámsterdam. Lo que distingue a la Bresh, entre otras cosas, es que surgió en un momento de profunda transformación en el ámbito del ocio nocturno.
“La noche ha evolucionado más en estos dos últimos años que en los 20 anteriores”, afirma Vicente Pizcueta, portavoz de España de Noche. La covid-19 lo cambió todo. Durante la pandemia, las restricciones sanitarias impusieron la venta anticipada de entradas debido a los límites de aforo, se popularizaron los espacios reservados para los grupos burbuja y las fiestas comenzaron más temprano debido a los toques de queda. Pero quizá lo más impactante vino después. Al levantarse las restricciones llegó un “efecto champán”, una euforia de socialización, de querer recuperar el tiempo perdido. “La gente empezó a salir con ansiedad, casi con rabia”, sostiene Pizcueta, quien identifica tres pilares que explican el éxito de “la fiesta más linda del mundo”. El primero es la inédita relevancia que hoy en día tienen los ritmos urbanos y latinos. “Nunca antes en la música en castellano había sido una tendencia mundial como ahora”. El segundo es el factor de la fama y la importancia de las redes sociales como herramienta de convocatoria. “Cualquier chiquillo puede convertirse en un influencer con varios millones de seguidores”, sostiene Pizcueta. Por último, la reivindicación de la diversión hedónica, de la fiesta por la fiesta. El experto subraya que en términos de reconocimiento social, la importancia de la vida nocturna es mayor que nunca.
La segunda cita es en Ibiza, en un templo de la fiesta como Amnesia, fundada en 1974 por el filósofo Antonio Escohotado. Es la inauguración de la temporada. Una cita importante a la que acuden los peces gordos de la organización. También se espera que acudan importantes celebridades. Uno de los principales reclamos de la Bresh es la presencia de caras conocidas, como la de Leo Messi en Miami, hace unos fines de semana, y la de cantantes que de vez en cuando se animan a coger el micrófono y subir al escenario. A Ozuna o Quevedo hasta les ha servido de inspiración para escribir la letra de algún tema.
Una de las personas que se encarga de gestionar la lista de invitados es Nerina Urtubey, directora de relaciones públicas. Tiene un método muy sencillo para llevar a cabo esta tarea, piensa: “Si hiciera una fiesta de cumpleaños en París, ¿quién me gustaría que viniera?”. No hay ningún compromiso contractual con los invitados. “Es una convocatoria muy orgánica. En nuestro backstage puede estar tu primo y el Duki”, afirma.
Los que están de momento haciendo un corro sobre el escenario son la banda de bailarines y dj’s. Pablo Monti, director creativo de Bresh, está en el centro dando indicaciones y arengando al grupo, muy al estilo del Cholo Simeone, no solo porque es argentino y porque suena muy apasionado, sino porque, como él mismo reconocerá un rato después: “Hoy es como jugar el primer partido del Mundial”. A ninguno de los directores de la organización les cuesta “bajarse al barro”. Al lado de Monti está Nicolás Fernández, el director general, ayudando a mover unos cerezos de sitio. Los jefes no tienen pinta de jefes.
Abren las puertas. Entra la gente, muchos de ellos en pantalón corto, porque en la Bresh no hay código de vestimenta. La mayoría son españoles y argentinos. Este dato lo aporta Pablo Monti, quien confiesa haber infiltrado a un bailarín en la cola para averiguar de dónde vienen los asistentes y qué tipo de música conviene pinchar. “Hoy ponés Mentirosa [una cumbia argentina] y la rompés”, dice. Una animadora se pasea preguntando quién quiere azúcar, y a quienes responden afirmativamente se les entrega una bolsa entera de chuches. Es difícil de creer, pero en Amnesia reparten aún más comida. Es un hecho que todo el tiempo que la gente pasa en las atracciones exteriores —maquillaje, fotomatón, peluches gigantes— es tiempo que no pasan consumiendo dentro. Difícil de ver en estos días.
No siempre se logra la materialización exacta de la idea, pero esta noche están muy cerca. Hay sold out: 3.383 personas. De nuevo, un empacho de rosa. Queen mezclado con Daddy Yankee. Unos chavales subidos a una plataforma bailando Aserejé. Un campeón de la última Champions en la terraza. La novia de otro campeón de la Champions subida en una tarima. Salen hombres cerezo, elfos en zancos, hadas madrinas que reparten corazones de goma. El suelo, lleno de confeti como flores caídas en un estanque. Chicas desfallecidas, después de haberlo dado todo, viendo pasar la vida en el jardín mientras comen polos de limón. “Y ahora, a casita”, dice una de ellas.
Al día siguiente, por sorpresa, parte del equipo de la Bresh aparece en la cola del vuelo de regreso a Madrid. Las sensaciones, según dicen, son muy buenas: todo salió perfecto. Tienen algo de rockstars y, sin duda, una agenda frenética. Esta noche vuelven a actuar en la sesión que cierra la temporada en La Riviera. Dentro del avión, dos de ellas sacan un equipo portátil de descanso, antifaz y almohada, y se apoyan sobre la bandeja plegable. La composición de la imagen es perfecta. Francis, el fotógrafo, duda si sacar la cámara. ¿Vas a hacer una foto? “No sé si es muy apropiado, porque están dormidas… No obstante, siempre se puede contar en el texto. Sería una pena no acabar así el reportaje”.
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