Angela Damman, la estadounidense que se enamoró de la antigua tradición textil maya del henequén
Tras recuperar una desvencijada hacienda mexicana en Yucatán, la creadora recuperó viejas técnicas locales para trabajar las fibras del henequén que emplea para cotizados objetos de decoración y piezas de moda
Tras la pesada verja de metal de la antigua hacienda se extiende un camino flanqueado por palmeras y frondosa vegetación. Un enorme gran danés de color negro viene al encuentro a paso ligero y, tras él, viene Angela, ataviada con un caftán blanco con rombos bordados de color rosa palo y babuchas a juego. La presentación es suficiente para darse cuenta de que el estilo habita en este lugar. La estadounidense Angela Damman compró esta hacienda henequenera en ruinas a pocos kilómetros de Mérida, capital del Estado mexicano de Yucatán, hace 24 años. Su idea, como la de tantos otros expats de Estados Unidos, era experimentar la aventura de vivir con su familia al otro lado de la frontera y que sus hijos aprendieran español. Solo les hizo falta un viaje a Yucatán para saber que este era su lugar en el mundo, y aquella hacienda desvencijada, su futuro hogar. Ese mismo verano vendieron su casa de Colorado con todas sus pertenencias y se mudaron. “Hay lugares que tienen la capacidad de cambiar tu destino”, cuenta Angela. “En mis planes nunca estuvo el iniciar ningún proyecto, pero cuando investigué el origen de la hacienda, buceé en la artesanía tradicional maya y me documenté sobre el pasado henequenero de Yucatán, supe que había encontrado algo a lo que dedicarme el resto de mi vida”.
Ese pasado ocurrió un siglo atrás, cuando la producción de fibra de henequén convirtió a Yucatán en El Dorado de las Américas, exportador de sogas y amarras para las flotas de medio mundo. En su momento de esplendor había más de 1.100 haciendas dedicadas al cultivo y producción del henequén. Además de cuerdas, las fibras extraídas de las plantas del henequén y la sansevieria servían también para confeccionar los macutos y las hamacas donde, aún hoy, siguen conciliando el sueño en sus modestas casitas los habitantes de las aldeas mayas en Yucatán. En la década de los sesenta, la irrupción de las fibras de plástico acabó de un plumazo con esta industria y de aquel millar largo de haciendas se conservaron solo unos cientos, rescatadas de su decrepitud y del inexorable avance de la selva por compradores privados que las convertían en mansiones y hoteles boutique, conservando su estructura de gruesos muros de piedra y sus características chimeneas de ladrillo, testigos de aquella edad de oro. En la hacienda de Angela Damman, los trabajos de extracción y procesado de las fibras se hacen en los mismos espacios desconchados donde los campesinos mayas trabajaban el henequén hace un siglo.
En la parte reconstruida de la hacienda se encuentra su casa y un estudio de techos altísimos desde donde cuelgan seis gigantescas lámparas de fibra de sansevieria, las cuales se desparraman en el espacio como melenas de algún animal mitológico. Para hacer una de esas lámparas se necesitan 25 kilos de fibra y tres meses de trabajo. En otro rincón del estudio, dos sofás, uno negro y otro blanco, te invitan a dejarte abrazar por sus peludos brazos. Es, precisamente, la textura y la suavidad de una fibra tradicionalmente tosca y áspera y conocida sobre todo por su resistencia donde reside el éxito del trabajo de Damman.
Tardó dos años de investigación y de trabajo junto a los artesanos locales para conseguir una fibra refinada, con una textura similar a la crin de caballo. Eso le abrió un mundo de posibilidades creativas totalmente nuevas. Sus conocimientos de moda le sirvieron para imaginar y diseñar piezas textiles, mobiliario y accesorios a años luz del habitual uso utilitario del henequén.
Hoy sus trabajos están en manos de coleccionistas privados y han sido expuestos en ferias de diseño en México y Miami, en el Paris Design Week y en el London Craft Week. Sus creaciones han aparecido en revistas de moda y diseño como AD y Vogue y, a principios de año, una de sus piezas formó parte de la exposición Diseño en femenino. México contemporáneo, en Casa de México en Madrid, junto con una selección de obras de las mejores diseñadoras de México.
Esta faceta creativa, unida a la experiencia que le había otorgado su antiguo empleo en Estados Unidos en proyectos de desarrollo internacional de economías agrícolas, la ayudaron a ver las posibilidades de esta aventura no solo como un proyecto personal, sino como una oportunidad de recuperar una tradición artesanal que, dos décadas antes, ya estaba prácticamente perdida en Yucatán. “En 2019 conseguimos que ocho mujeres que conocían la técnica hicieran cursos para enseñar a otras mujeres jóvenes y que tuvieran la oportunidad de aprender el oficio. Al final del curso hicimos una exhibición del proyecto con el apoyo de la Universidad de Cincinnati”, recuerda.
La semilla de aquellos cursos truncados por la pandemia ha vuelto a florecer. El proyecto MYAI acaba de recibir la luz verde. Financiado por IBU Foundation, Latin American Design Week, Nova Bossa Living y la propia Damman, la idea es conectar artesanos del mundo rural con aprendices para enseñar la historia del diseño textil en el mundo maya, aprender las técnicas de la producción de fibra y sus salidas profesionales. Para los empleados que trabajan con Damman, este es un negocio creciente cuyos salarios dignos sustentan familias de la zona. “En la hacienda trabajan cuatro tejedores; en una aldea de al lado, hay una familia que cose, hace macramé y croché, y en otra, un grupo de mujeres que trabaja con las fibras. Tenemos agricultores que cuidan y recolectan la cosecha de henequén y sansevieria, y otros trabajadores que se encargan del peinado y lavado de las fibras. En total son unas 60 personas de cinco pequeñas aldeas”, cuenta Damman.
Todo el proceso, desde el cultivo, la extracción de la fibra, hasta el secado, teñido y el tejido para la elaboración de las piezas, se hace en esta hacienda. Mientras revisa el estado de la plantación en la parte de atrás de la finca, un trabajador extiende las plantas de la cosecha anterior en una especie de tendedero para que se sequen al sol. En otro rincón de la hacienda, una trabajadora golpea un voluminoso manojo de henequén contra unos enormes clavos atravesados en una plancha de madera “peinando” la fibra del mismo modo artesanal que se ha hecho desde el siglo XIX. Algunos de estos trabajadores de las comunidades mayas son el último punto de unión con la antigua industria henequenera. “Conseguimos convencer a una anciana de la aldea que conocía la técnica del tinte natural de las fibras nativas para que diera un taller y enseñara a otras mujeres jóvenes”, revela Damman. “Gracias a gente como ella se han recuperado técnicas ancestrales que, si no, hubieran estado condenadas al olvido”. En el estudio, con las piezas acabadas, varias trabajadoras se acercan a acariciarlas, orgullosas de haber creado algo tan bello con la misma planta que usaron sus antepasados.
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