La verdad de Dani Martín: “Vivo en un desequilibrio emocional. Me acompaña y me merma”
El artista vuelve con 30 kilos menos y con el espíritu rebelde y las letras afiladas de siempre. Sin concesiones. Dice que su nuevo álbum, ‘El último día de nuestras vidas’, es un grito a favor del amor por el presente
—¿Qué haces? —pregunta Dani Martín.
—Escribo en las notas del móvil un sms que quiero enviar.
—Pero escríbelo ya en la aplicación.
—No, es un mensaje muy delicado que quiero releer y corregir, elegir bien las palabras, y se me puede enviar antes de tiempo.
—Pero entonces no es espontáneo, no es lo que te sale. ¡Hay que ser de verdad, ser tú!
Es inútil explicarle que hay verdades que necesitan asomarse de otra forma, y que ciertos espíritus manejan las palabras como cables de artificiero. Pero dentro de la reflexión de Dani Martín (Madrid, 47 años), que está en el restaurante Lúa de Madrid frente a un plato de verdinas y un vaso de agua con gas, deambula su vida entera y su carrera de éxito. Lo que me dé la gana, tituló su último álbum original en 2020, y así es con todo. Auténtico sin que eso signifique agradable, verdadero sin que puedan existir otras verdades que casan mejor o peor que la suya; él es él. Lo único cierto es que después del éxito desmedido de El Canto del Loco, de ser estafados por su anterior mánager —que pagó con cárcel— y de disolverse en una separación que miles de fans no superan, Martín volvió a salas pequeñas, remontó a las medianas y, años después, acaba de llenar ocho días el WiZink Center para finales de 2025. Unas 140.000 entradas vendidas en cuestión de horas, un hito sin precedentes en la música española (al poco incorporó un noveno y décimo día, cuyas localidades también ha agotado). A los himnos de El Canto del Loco se sumaron otros, ya en solitario, y ese camino lo ha hecho de una forma tan insólita que su fama es aún mayor que entonces, cuando era el líder del grupo. Lo ha hecho sin concesiones artísticas, sin peajes mercantiles, escribiendo en los sms lo que le salía de dentro, sin cálculos de riesgo, sin medir daños ni amor: vomitando. No es raro que este nuevo disco se titule El último día de nuestras vidas. En la vida apacible de este hombre que sale de su casa al amanecer a caminar hora y media y lee la prensa de papel desayunando, casi siempre es el último día.
El pianista Iñaki García dice que Dani Martín es algo a estudiar: “Tiene éxito sin estar de moda”. “No renunciaría a mi verdad”, dice Martín hacia el final de la entrevista. “Y creo que mi verdad es la que me ha traído hasta aquí. Y de repente el haber mostrado tu verdad hace que un ramillete de canciones sea a lo que te puedas agarrar”.
Después del verano de 2023, el músico se subió a la báscula: 94,7 kilos. “Nunca había llegado a 90. Así que me encerré en casa, dejé de beber alcohol y me puse a comer sano, mucho, una dieta antiinflamatoria”, dice. Perdió 31 kilos. Su determinación describe bien el carácter del cantante de la última gran banda española, El Canto del Loco. “Hay a gente que le sienta mejor el alcohol y hay a gente que le sienta peor; a mí no me sienta del todo bien. Y ahora soy mucho más feliz”, concluye. En unas semanas volverá a boxear.
Esa vida pacífica de estrella del rock que mira los excesos a distancia la dinamita en el estudio, donde no deja títere con cabeza. En febrero de este año lanzó ‘Ester Expósito’, una canción dedicada a la famosa actriz española en clave paródica: el cantante maduro que observa a la chica de moda bailando un viejo éxito suyo, le suplica dedicarle un hit pero ella ya está a otras cosas, por ejemplo Arón Piper, otra joven celebridad como ella. Hubo división dramática de opiniones y Martín fue objeto de artículos durísimos en los que se le acusaba de babosear a una chica a la que doblaba la edad. No se pronunció en público, aunque en privado alabó un artículo de Jimina Sabadú en EL PAÍS (“lo mejor que se ha escrito, con humor, en la misma clave en que se canta”, dijo). “La canción (que está muy bien)”, escribe Sabadú, “la bailarán señoras de mediana edad en karaokes de barrio y fiestas de pueblo, soñando que eso de ‘por qué no me miras si la escribí por nosotros’ se lo dice Martín a ellas. Esas señoras, su público, jamás se cruzarán con Dani Martín, ni sus hijos con Ester Expósito”. Y Martín, ¿qué dice hoy? “Que haya gente que no entienda absolutamente lo que estoy diciendo es su problema, ¿no?”, dice.
“No siento nada por la música actual”, canta en ‘Novedades viernes’, una de las canciones del álbum nuevo. “Estamos medio muertos copiando ese modelo, sacar un single para petar (…) Un poco de autotune, estrofa pegadiza y en el medio un poco de rap”, canta con un poco de autotune. “Muchas reproducciones, ni tiques ni pabellones: es lo que os suele pasar. Hacéis el WiZink Center en la fiesta de Los 40 y no lo volvéis a pisar”, canta antes de cambiar el paso: “Esta parte se os da muy bien, sobre esta base componéis sobre unos diez. Aquí decís lo que tenéis, habláis de oro y de los coches que no tenéis (…) Sois tan borregos que no lo veis: me dais ternura, juguetitos de papel”. Sí, Dani Martín ha vuelto. “Si la vida me diera solo dos últimas opciones y esas fueran hacer una canción reguetonera de estas de moda de ahora o morir, elegiría morir”, escribió en Twitter en 2016 provocando un escándalo que se prolongó días.
Hay humor en ‘Novedades viernes’, donde también carga contra las “colabos” [colaboraciones], pero casi ni se ve por la mala hostia que lleva el tema.
Me da igual. El que sea inteligente lo sabrá recibir. Y el que no, se lo tomará como si yo fuese juez y dictase sentencia. Y es algo más simple: mi hartazgo. También habrá gente que piense: “Alguien tenía que decirlo”. Yo no me siento identificado con esa música, ni me siento identificado con la prostitución que veo en parte de la industria. Siempre ha sucedido: un fenómeno funciona y todos nos dejamos llevar. Pero Rosalía también es un fenómeno y está bien que nos dejemos llevar por ese fenómeno: hay unas bases, hay un porqué, juega con todos los sonidos. Pero este otro tipo de musiquita facilona que se ha colado en nuestras vidas no la soporto.
¿No habrá quien piense eso de El Canto del Loco?
Pero El Canto del Loco aparece en un momento en el que solo hay solistas. Es más, cuando a mí me van a fichar, me dicen: “¿Por qué no lo sacamos contigo de solista?”. Y yo digo: “No, somos una banda”. Era la época de Raúl, de Alejandro Sanz, de Carlos Viza, yo qué sé, de un montón de solistas y apenas grupos. Y aparecimos nosotros con una propuesta como la que hubo en los ochenta con Duncan Dhu, Hombres G, Los Ronaldos, Gabinete Caligari y tantos. Y lo que surgió en nuestro momento no fue un fenómeno como lo que hay ahora con el reguetón. Pero bueno, da igual si molesta. No voy a sacar una canción del disco por lo que pueda alguien pensar o por quién se pueda enfadar.
¿Por qué titula el álbum, y el single, El último día de nuestras vidas?
Porque hay una falta de amor por el presente tremenda. Mucha red social, mucha mirada rompiendo la cuarta pared. Este disco es un grito: está pasando la vida y nos estamos olvidando de ella. Se trata de disfrutar de tu hijo, no de estar haciéndole fotos todo el rato para compartirlas. Ni de lo que comes, lo que meriendas, lo que desayunas, lo que cenas, dónde están, con quién están, por qué están, hasta qué hora estarán.
Se ha vuelto un poco gruñón.
El disco está lanzado desde el sentido del humor. Pero soy un poco gruñón y un poco cascarrabias. Me toca ser ya un poco gruñón. Estoy en esa edad.
Redes sociales.
Si cada vez que dices algo vas a ver lo que han escrito después, acabas loco. Y te haría componer condicionado. Cuando saco un disco me quito las redes [sociales] del teléfono y no veo lo que la gente pone. En los sesenta, los Rolling Stones tiraban una televisión por un balcón y al día siguiente no se ponían a mirar a ver si le había parecido bien o mal a la gente. No se puede ser un artista si lo primero que busca es satisfacer a sus fans.
En 2018 acudió como invitado a La resistencia de David Broncano. Le llevó un regalo: la tarjeta platino de El hormiguero con la que podía entrar cuando quisiera en el programa de Pablo Motos. ¿Va a ir a alguno de los dos a promocionar el disco?
¡A los dos! Estoy invitado a los dos, vamos [sonríe], no creo que haya ningún problema.
Tiene 47 años. Ha vivido la edad de oro del vinilo, del casete, del cedé. Vive en la edad de oro de Spotify.
Para mí, el disco físico es sagrado. Y por eso ese día [8 de noviembre, lanzamiento del álbum] es muy especial. Sacamos cuatro formatos, los cuatro deluxe [incluye fanzine, libreto, vinilos y casetes, todo con el diseño de la ilustradora Bego Martín]. Que alguien se duche, coja el coche, lo deje en un parking, suba a la última planta del centro comercial y en el último cajón vaya a encontrar tu disco ahí, al lado de las almendras, creo que merece una atención, un cuidado, un mimo. Quiero darle valor a lo físico, a lo tangible. Es romántico, es valorar las cosas. Leer lo que pone ahí: lo que a mí me ha generado hacer ese disco, qué personas están dentro de ese proyecto, cómo se ha hecho, por qué se ha hecho.
Es el álbum desde Pequeño (2010) en el que más canciones hay escritas por Martín. Muchas compuestas durante la pandemia, en el encierro. De ahí que haya muchos viajes, mucho deseo de encontrar a alguien en un bar que le haga mover las tuercas, y ligar por Instagram (y una carga de dinamita contra el uso de esa red para el postureo en ‘Burning Man’: “Qué fácil la vida brilli brilli, siempre estáis felices, I don’t believe it. Os etiquetáis en vuestros reels, donde celebráis, donde mentís”. “La canción habla de a qué se va a agarrar ese chico o esa chica que hoy son influencers. Dentro de unos años va a salir alguien mucho más guapo, mucho más joven, y habrá redes que parezcan cementerios de muertos vivientes”, dice.
También hay muchas calles y mucha vida de Madrid, su ciudad: ‘Malasaña’ se titula una canción en la que aparece el Vía Láctea, en otra están el Café Berlín y el restaurante Lúa, donde transcurre esta entrevista y donde tuvo hace unos meses Martín una cita con una chica. “Me cagué vivo, como cuento en la canción. Hubo un momento en que ella me dijo: ‘Arre o so’, y me cagué, y ella se acabó marchando a Jávea con un surfista”. La canción que lo cuenta se titula ‘Surfista’. Y hay un tema autobiográfico, confesional, titulado ‘Perla Perlita’, en el que Dani Martín cuenta lo que se dice de él: “Dicen que tuve un pasado en la ruina, y una novia en el sur”.
De joven proclamaba que la pareja y los hijos, y la rutina, igual estropeaba sus canciones.
Sigo estando desestabilizado. Y yo creo que el desequilibrio emocional ayuda mucho a que siga habiendo barbecho. Si no hay barbecho, no hay cultivo. Vivo en un desequilibrio emocional.
¿Pero le acompaña? ¿O le merma?
Me acompaña y me merma. Sigo con el psiquiatra [es una de las personas a las que dedica el disco, “por tanta ayuda a canalizar mi vida”]. Sigue habiendo estigma, ¿eh? Te lo titulan como si fuese un problema. El titular “Dani Martín tiene un problema de salud mental” te garantiza lecturas. Pero ir al psiquiatra es una decisión de vida, puedes tener problemas e ir a solucionarlos o puedes intentar evitarlos yendo.
A finales de septiembre, Martín anunció su primer álbum original desde 2020 con un cortometraje ideado por él mismo donde reúne dos caballos de batalla: su apoyo a las instituciones de salud mental y su guerra contra el clickbait. El motivo fueron los titulares que contaron que el cantante abandonaba la música debido a sus problemas de salud mental; con esos titulares y un puñado de amigos, Martín tira de humor y se presenta encerrado en un psiquiátrico del que sale, porque los medios de comunicación le dan permiso, para volver a la música.
“Se hace muy pesado y muy agotador no tener una estabilidad emocional. Pero al creador la tranquilidad y el sosiego no le ayuda. Los grandes discos se han creado en el caos, en grandes caos”, dice Dani Martín, dos aros en las orejas, pelo teñido de rubio y acompañado, a distancia, por María Amaro, la jefa de su oficina Puercoespín, la mano derecha por quien todo pasa y de quien todo sale, cabeza del núcleo duro del cantante junto a Nacho Jara y Javier González. Pide otra agua con gas. “A mí no beber no me aleja de la gente, de las vivencias. Sigo siendo un caos en el amor, un caos en la convivencia. No he aprendido ni a convivir ni a saber de qué manera puede una relación ser duradera”.
¿Cuál fue la más duradera?
Cuatro años. El problema está en mí. Y está también en algo que la sociedad ha instaurado: formamos parte de una generación que ha aprendido a funcionar de una manera, y ese miedo al compromiso, ese miedo a que se metan en nuestras decisiones, es lo que ha hecho que yo no haya permitido que una relación haya durado. Pero echo la vista atrás muchas veces, en mi soledad, y me doy cuenta de algo bonito, y es que sigo teniendo relación con las mujeres que formaron parte de mi vida.
¿Es buen ex?
Yo creo que sí. Estos días veía, por ejemplo, la serie Locomía, en la que sale Blanca Suárez [Suárez y Martín fueron pareja en 2014]. Y pensaba: “Cómo quiero yo a esta tía y cómo nos dieron por el culo los paparazis”.
¿Fue la peor relación mediáticamente?
Sí, fue un desastre con los medios. Un día los dos nos dimos cuenta de que estábamos exhaustos de bregar con esa situación. Diecisiete coches persiguiéndonos constantemente. La relación se acabó por eso: había demasiada información sobre nosotros todo el rato. Mi padre siempre me decía: “Acuérdate de que eres un llenapáginas, no le des importancia a eso”. Pero, hostia, estuvimos a punto de matarnos en el coche un par de veces. Siempre había alguien detrás. Yo necesito vivir una vida normal, natural. A mí me generó un pánico terrible aquello.
Tripitió primero de BUP mientras su hermana Miriam sacaba sobresalientes y sus padres trabajaban los dos y llegaban a las once de la noche a casa. La vida dio muchas vueltas, también de campana: años después, su hermana, ya veterinaria, falleció súbitamente, y a ella le ha dedicado canciones impresionantes tal que ‘Cómo me gustaría contarte’. De chiquillo Dani Martín bebía cerveza, fumaba y pasaba en la calle las horas mientras soñaba con tener un grupo de música. Le había volado la cabeza Los Ronaldos (“fue un cohete que vi salir”), y a falta de tener grupo propio, inventaba nombres que escribía en un folio: Los Pomelos, Rosa Negra. “Sin Comentarios fue mi primer grupo de adolescente, y luego recuperé el nombre de Rosa Negra para mí, en solitario, con dos músicos”, dice. El Canto del Loco empezó con él estudiando en la Escuela de Interpretación Cristina Rota. Arrasó con todo porque primero el grupo arrasó con ellos. “Lo que yo sentía ensayando con mi primera banda en El Escorial no podía competir en nada con un viaje de colegas, una discoteca en Ibiza, lo que fuese: el estadio superior era ese momento, los colegas y los ensayos. Y así sigue siendo”.
¿El primer bolo?
En Al’Laboratorio, en la calle de Colón de Madrid, donde tantas bandas han empezado. Luego Siroco. Y más tarde en un bar en Antón Martín, en un sitio que se llamaba Up-Part. Ahí ya estaban ‘Pequeñita’, ‘Eres un canalla’…, algunas canciones del que sería el primer disco.
¿Y cuándo ve usted al público por primera vez?
Es que el público eran 40 personas, los colegas del barrio, los compañeros del grupo de teatro, las familias.
¿Le parece que la crítica, 20 años después, empieza a considerar a El Canto del Loco?
Mira, no sé. Hace poco que un crítico me contó que se había encontrado con Diego Manrique [crítico musical de EL PAÍS], y que se miraron los dos y dijeron: “Joder, qué injustos fuimos con El Canto”. A mí me generó inseguridad que el nivel del éxito fuera contrario al de la credibilidad. Pero al público no le llegó a pasar. Al público no le influyeron las críticas. No convencieron a los chavales que dejaran de ir a vernos. Creo que lo contrario. Sus críticas no convencieron y nosotros sí que convencimos por lo menos a tres generaciones.
Y sigue.
Hace unos días en el Real Sociedad-Real Madrid vi a Mbappé y Vinicius sentados en las escaleras del túnel de vestuarios. Antes de salir a jugar un partido no puedes estar sentado en unas escaleras. Se está de pie aunque lo hayas ganado todo, como Nadal. Ahí está la diferencia para mí. Porque cuando te dejas ir, la buena suerte también se marcha. Y a esa hay que regarla cada día.
Créditos de producción
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