La pintora rusa que adoraba a Stalin desde París
Nadia Léger, desconocida artista de la vanguardia, nunca dejó de creer en el sueño soviético. Una exposición en la capital francesa recupera su obra


El Museo Maillol de París expone por primera vez la obra de una pintora hasta ahora bastante desconocida para los amantes del arte y el público en general. En el cartel que invita a la muestra (que permanecerá abierta hasta el 23 de marzo) aparece el autorretrato de una mujer enigmática: Nadia Léger (1904-1982). Al entrar en la exposición sorprende el estruendo de las marchas militares soviéticas. Y es que Nadia fue toda su vida una fervorosa comunista; esta es la primera información que ofrece la muestra junto con sus retratos de Lenin, Stalin y Brézhnev, entre muchos otros personajes relevantes de la Unión Soviética.
Más adelante, el visitante descubre la pintura Stalin y la pionera: es la respuesta de Nadia Léger a la ligereza con la que Picasso cumplió con el encargo de la revista Les Lettres Françaises al entregar un dibujo de Stalin adolescente para ilustrar la información sobre la muerte del dictador. En cambio, en la pintura de ella parece que la pintora deseaba ser ella misma la representante de las juventudes comunistas que abrazaba a Stalin.
Empecé a entender mejor aquella adoración cuando leí que la artista había nacido en un pequeño pueblo cerca de Vitebsk (donde nació también Marc Chagall, más tarde su amigo íntimo) y que, para huir de la pobreza extrema, ya de adolescente, aprovechó las ayudas que los sóviets brindaban para irse a estudiar pintura a Smolensk, en la actual Bielorrusia. Allí tuvo a Malévich de profesor. Pero la joven soñaba con irse al extranjero y acabó trasladándose a Varsovia, donde estudió en la escuela de bellas artes. A los 20 se casó y llevó a su marido, pintor como ella, a París. Cuando le anunció que estaba embarazada, él se derrumbó. Nadia tuvo que acudir a un centro de acogida para madres solteras, donde dio a luz a su única hija.
Tuvo tres maridos, pero será uno de ellos, el también pintor Fernand Léger, quien se convirtió en el hombre de su vida. Estudió bajo su tutela para, luego, compartir con él el trabajo docente en su propia academia. Considerado por los nazis como artista degenerado, al igual que muchos otros pintores de vanguardia, durante la Segunda Guerra Mundial Fernand Léger se exilió en Estados Unidos. Nadia permaneció en París y entró en la resistencia. En ningún momento dejó de colaborar como pintora con el Gobierno soviético, esencialmente a través de la todopoderosa Ekaterina Fúrtseva, ministra de Cultura de Jruschov y Brézhnev, testimonio de la incesante cercanía de la pintora a la nomenklatura soviética.
La exposición ocupa dos plantas del museo y permite observar las distintas etapas artísticas de Nadia Léger. Empezó como suprematista, luego se decantó por el constructivismo, después por la abstracción, el realismo socialista y acabó otra vez en el suprematismo. A finales de los años treinta, durante la Gran Purga de Stalin, fusilaron a su hermano, cuyo gran crimen fue mantener correspondencia con su hermana residente en un país occidental. Nadia lloró a su hermano muerto, pero, incapaz de admitir la realidad, se convenció a sí misma de que se trataba de un error, porque Stalin y su régimen nunca cometerían una arbitrariedad como aquella.
Tras la muerte de Fernand Léger en 1955, Nadia Léger, entonces una rica heredera que conducía un Pontiac y vivía en una gran mansión —en la que se llevaron a cabo las negociaciones para poner fin a la guerra de Vietnam—, fundó varios museos dedicados a la obra de su difunto marido, que posteriormente donó al Estado francés. Pero mientras que la obra de Fernand Léger disfrutaba de museos y fundaciones, su propia obra cayó en el olvido, como la de tantas pintoras. Es un interesantísimo ejemplo de cómo una excelente artista de vanguardia dedica una buena parte de su obra a una ideología política sin traicionar su valor artístico. Merece figurar entre las grandes figuras de las vanguardias del siglo XX.
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