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Tres citas en la misma noche: la estrategia para ligar más viral de la generación zeta

El denominado ‘date stacking’ es una práctica que fue avistada por primera vez en marzo de 2023 en TikTok y que lo está acelerando todo en el ámbito de los primeros encuentros

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Fran Pulido
Karelia Vázquez

Tres citas en una noche, organizadas en espacios —­ahora decimos slots— de una hora. Si, según afirma una encuesta citada por la BBC, se necesitan 42 minutos y 29 segundos para decidir si volveremos a ver a una persona después de una primera cita, despachar a tres candidatos en unas horas parece una métrica productiva. Esa es la matemática detrás del date stacking (algo así como la compresión de varias citas en pocas horas), una práctica que se avistó por primera vez en marzo de 2023 en TikTok y que ha acelerado el universo de las primeras citas.

Entonces, Paretay, una usuaria de TikTok que decía vivir en Brooklyn, se hizo viral explicando su método para cerrar tres citas en la misma noche de un viernes “productivo”. Paretay dividió su tiempo en tres citas de una hora para cada candidato, y no dedicó al asunto ni un minuto más. Con el date stacking había concentrado la ansiedad y la frustración que solían provocarle las primeras citas en una minúscula unidad de tiempo.

El método empezó a ser puesto a prueba, y a los pocos meses Roisin Kelly, periodista de The Sunday Times, experimentó en sus carnes el date stacking para contarlo en un reportaje: “Salí del gimnasio y miré el teléfono. ¡Madre mía! Tenía 15 minutos para despedirme del número 1, coger el metro para quedar con el 2 y mandar un mensaje al número 3 para decirle que tendría que retrasar la cita. Estaba agotada y solo eran las once de la mañana”, escribió.

Antes del vídeo viral de TikTok, la psicóloga Angela Ahola pasó un año y medio quedando con potenciales parejas, a modo de experimento. Después de 100 citas concluyó que ocho fueron geniales; cinco, muy malas, y el resto, mediocres. Su conclusión fue que la búsqueda de pareja era “un juego de números”. El date stacking permite llegar a una conclusión similar pero en un tercio del tiempo que necesitó Ahola.

Allá por 2012, cuando Tinder comenzaba a ser un artefacto masivo de apareamiento, sus ingenieros aconsejaban a los hombres que desplazaran siempre a la derecha sin orden ni concierto para maximizar sus posibilidades de match. Este manual de instrucciones no escrito no era un ataque a la autoestima masculina, sino la aceptación explícita de la superioridad de la tecnología en estos asuntos. Era una cuestión de diseño. Por un lado, los desarrolladores intuían el monstruo que habían creado, y por otro, ejecutaban una genuflexión profunda ante el algoritmo. Si eras hombre, el volumen de swipes a la derecha aumentaba las posibilidades de conseguir una cita. El algoritmo también animaba a mantener interacciones simultáneas, cuantas más mejor. ¿Con quién o quiénes? Eso era un asunto menor para las mentes cartesianas que escribían código en lenguaje binario y dominaban poco o nada las zonas de grises.

Doce años después, según varios estudios, casi la mitad de los usuarios de estas aplicaciones, y de ellos más de la mitad son mujeres, dicen que su experiencia ha sido negativa. Swipear es agotador; chatear, aburrido; las primeras citas, desastrosas casi siempre, y los finales traumáticos y desagradables, con el ghosting como gran protagonista de las salidas.

Para la generación zeta, quitar solemnidad a las citas reduce expectativas y minimiza la frustración si las cosas no van bien

No es idea suya que las apps de ligar funcionen mucho peor que en 2012: la Bolsa de valores también lo ha notado. Desde 2021 el precio de la acción de Bumble ha caído de los 75 a los 6,33 dólares. Y los títulos de Match.com, empresa propietaria de Tinder, Hinge y Match.com, han retrocedido hasta un 79%. Las vacas flacas han obligado a muchas aplicaciones a implantar modelos de pago —Tinder ha lanzado uno de 499 dólares al mes, y en España usar la versión de Tinder Gold 24 semanas cuesta 65 euros—, una segmentación que no gusta demasiado a los usuarios, que empiezan a percibir que los que no pagan son invisibles, y los que pagan poco, también.

Ante tal estado de la cuestión, cualquier plataforma que implique una mínima interacción social, desde Linkedin hasta Vinted, es susceptible de convertirse en un lugar para el ligoteo más o menos explícito. Al mismo tiempo empiezan a emerger prácticas que aplican los criterios de volumen y eficacia de las aplicaciones en el mundo físico, como este máximo aprovechamiento de una noche de viernes.

Muchos observadores ven en la popularidad del date stacking un cambio de paradigma en el mundo de las citas. Una estrategia liberadora puesta en marcha por una generación, la zeta, que usa menos las apps de ligar que los mileniales, y prefiere que las citas se adapten a su agenda, y no al revés. No quieren invertir dos horas en alistarse para el encuentro con un desconocido y prefieren encajarlo entre la hora de pilates y la comida con sus padres. Quitarle solemnidad a las citas reduce las expectativas y minimiza la frustración si las cosas no van bien. Al menos uno no siente que ha perdido el tiempo, no chatea días y semanas antes de quedar, se pasa más rápido al mundo físico y permite que las hormonas y la química digan la última palabra. Una de las quejas recurrentes de los usuarios de las apps, según las encuestas, es que solo el 10% de sus matchs terminan en una cita real.

Los críticos con el método reconocen que optimiza energía y ahorra tiempo y disgustos, pero señalan que con las prisas probablemente no se le preste demasiada atención a nadie en particular, y estas citas en bloque acaben siendo una tarea más a terminar cuanto antes. En palabras de la socióloga Eva Illouz, entraríamos en “un rito más de desapego emocional y ausencia de expectativas” que otorga ilusión de poder y autonomía a quien lo ejerce pero que resta eficacia a la búsqueda de pareja. Y para eso queríamos tener una cita, creo recordar.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.
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